Almeida Monica Y López Ana Karina - El Septimo Rafael - PDFCOFFEE.COM (2024)

El séptimo Rafael Mónica Almeida Ana Karina López

APERIMUS

Marc y Alejandra. A Diego, Lorenzo, Antonia y Magdalena.

Prólogo Nunca se aclarará el enigma de por qué alguien, conscientemente, quiere ser presidente de la República. Es más, hay personas que, desde niños, dicen que jugando han dicho que querían ser presidentes. Me imagino el alborozo de los papás o las tías o los primos mayores al festejar esa ocurrencia. Pero, pensándolo bien, no hay nada gracioso en la hipotética escena antes descrita, pues lo que el niño está anunciando, en el fondo, es que quiere convertirse en un político, algo que puede ser terrorífico. Y esto sí es problemático porque sabemos que, aunque el político no va a desaparecer de nuestro mundo y que uno ha sido mucho mejor que otro en el servicio a su comunidad, siempre quedará la duda de que por algún lado nos está engañando, pues una de sus especialidades es decir verdades a medias. El presidente Rafael Correa, quién puede negarlo, ha conducido al Ecuador de modo sumamente autoritario, muchas veces, incluso, interpretando en su particular interés las leyes que supuestamente igualan a los ciudadanos. Es más, nos está dejando un Estado autoritario en su misma estructura de los cinco poderes. ¿Por qué esta necesidad de extremo autoritarismo? ¿Es que las estupendas carreteras y la gran infraestructura que ha impulsado pueden canjearse con la pérdida de los derechos y las libertades? ¿Por qué se condujo el país a punta de correazos? ¿Esta manera de gobernar, que ha rozado el totalitarismo, es una determinación ideológica que proviene de la concepción de dictadura que trae toda idea de socialismo? ¿O estas conductas se originan en alguna pasión oculta, a veces delirante, que se puede explicar a partir de la novela familiar que tenemos cada uno de nosotros?

Este libro de Mónica Almeida y Ana Karina López nos permite contar con muchos elementos de base para tratar de entender cómo fue la trayectoria de Rafael Correa que lo llevó a conducir el país como lo hizo en diez años: de manera intolerante, imponiendo su razón al ciento por ciento, obligando casi a un culto a la personalidad con el uso que hizo de la propaganda estatal. Hay varias maneras de plasmar una biografía. Cuando Plutarco, el padre del relato biográfico moderno, escribió Vidas de Alejandro y César, lo hizo para darnos una lección sobre la templanza y la humanidad de ciertas figuras que consideraba importantes. Plutarco se interesó por el alma humana; por eso dijo: “mi propósito no es escribir historias, sino vidas”. La biografía, género anclado en la realidad del biografiado, alcanza un nuevo giro con Vidas imaginarias (1896) de Marcel Schwob, pues sus retratados son todos inventados. Es que, en cierto modo, la vida es también una invención: invención de uno mismo, invención de los otros. Pierre Michon, en Vidas minúsculas (1984), se enfoca en las que en apariencia son personas sin importancia, como los abuelos, los compañeros de clase, los tíos enfermos. Esto nos recuerda que lo esencial no orbita necesariamente alrededor de las personas públicas, sino en lo más cercano de nuestro entorno. Javier Marías, en Vidas escritas (1992), se interesó por anécdotas singulares que revelaban un rasgo fuerte poco conocido de la personalidad de varios escritores, lo que sugiere que hay detalles que pueden caracterizar nuestra entera personalidad. La biografía que nos presentan Mónica y Ana Karina es un impresionante ejercicio del periodismo narrativo de hoy y que tiene que ver con un personaje que consideramos importante; de hecho, el presidente Rafael Correa ha decidido el destino de millones de personas en los últimos diez años en Ecuador. Mucho de lo que viene de ahora en adelante, para bien y para mal, se debe a él. Por tanto, el trabajo de rastrear con qué posibles determinaciones él

llegó a ser presidente es algo que los ecuatorianos debemos agradecer porque nos permite educarnos de una manera crítica. Comprender el recorrido vital de quien fue jefe de Estado es una necesidad de todo ciudadano responsable. Los lectores de este libro están por emprender, gracias a esta investigación seria, documentada, profunda y humana, una travesía cargada de datos, hechos y realidades de un personaje histórico del Ecuador. Por eso esta vida escrita también nos prepara para defender con mejores herramientas nuestro futuro democrático. Fernando Balseca

Introducción ¿Qué se siente saber más de la historia de otra persona que de la tuya? La hermosa joven que nos acompañó en esta ardua labor nos lanzó esa pregunta a boca de jarro. La respuesta era incontrovertible; de hecho para entonces el pudor de entrar en la vida de otro había desaparecido. Retratar a Rafael Correa Delgado, perforar las entrañas de su biografía, a través de una investigación periodística, se imponía como una obligación de interés público. La familia, la educación, la visión del mundo, sus redes sociales y profesionales, las experiencias del hombre que ha estado una década en el poder, desde el 15 de enero de 2007, ha impregnado al Ecuador. La huella se ha marcado más allá de lo que un mandatario suele hacerlo porque en este país la institucionalidad parece estar siempre en construcción. Maleables y débiles, las instituciones y la vida pública del país no resistieron al embate de esta personalidad. Por eso se hacía indispensable conocer cómo surgió el vendaval Correa. Buscamos las explicaciones en sus orígenes y por eso comenzamos en 1905, el año en que nacieron sus abuelos. Llegamos hasta 2009, cuando logra someter a su voluntad al Estado. Este relato no es una evaluación de su gobierno, nos centramos en su manera de ejercer el poder. Nuestro trabajo comenzó con una intuición; el país está polarizado, dividido en relación con Rafael Correa; sin embargo, su historia no ha sido contada, ni siquiera sus partidarios se han fijado ese reto. Desde que su figura irrumpió en la vida pública en abril de 2005, cuando fue ministro de Economía y Finanzas, las adhesiones o el rechazo se han construido hacia la persona del presidente, más que hacia su proyecto político. Su inteligencia e intuición, esas cualidades que nadie pone en duda, lo llevaron a relatar su pasado

adaptándolo a las necesidades políticas, y convirtiéndolo casi en leyenda. Quienes lo admiran pueden justificar cualquier arrebato autoritario o la más descabellada de las contradicciones. Para sus detractores ninguna virtud puede ser rescatada, solo perciben violencia y amargura. “A Rafael o lo amas o lo odias”, sentenció uno de los 120 entrevistados. Los claroscuros del presidente saliente conviven con menos matices que en la mayoría. Estas percepciones tan encontradas son una constante en su vida. ¿Cómo influyeron sus circunstancias en su personalidad? ¿Qué características hacen de él un ser humano que puede dividir a un país entero? ¿Cuánto lo cambió el poder? Para responder esos enigmas que flotan en rumores e inventos, comenzamos la búsqueda. No avizoramos las dificultades que nos esperaban, solo teníamos claro que el trabajo se guiaría por los más estrictos parámetros del periodismo de investigación. Decidimos entrevistar a quienes lo conocieron en las distintas etapas de su vida, consultamos a expertos en diversas materias y documentos de toda índole. Para finalizar pedimos una entrevista con el presidente de la República, que hasta el momento de esta edición seguía en trámite. El miedo ha invadido a la sociedad y el pedido de nuestros entrevistados que accedieron a un encuentro era mantener el anonimato. Constatamos cómo el temor y la autocensura no necesitan de un gran aparataje de inteligencia. La presencia del poder se irradia con las antenas del miedo. Basta con castigar a unos pocos de manera arbitraria, para que la reticencia a contar y expresarse invada a las personas. El estado de propaganda hace el resto. Lo que en un inicio se presentó como una traba resultó un fabuloso ejercicio periodístico que mantiene el secreto de la fuente. Nos forzó a entender las diversas perspectivas, derivadas de la selectiva y acomodaticia memoria, y confrontarlas con documentos o datos irrefutables. Así entramos, sin querer, en la sicología

humana, constatamos en cada entrevista cómo la subjetividad se impone. Entendimos, más que nunca, que debíamos acogernos al inevitable código del periodismo: ningún dato saldría sin tener la corroboración de tres fuentes. Muchas anécdotas cayeron entonces en el olvido. ¿Qué hacer cuándo ninguna de las historias coincide? Los documentos nos dieron el veredicto final. A falta de estos, contrapusimos las versiones. Sin embargo, sabemos que no hay una verdad única, este ejercicio periodístico navega en el campo de la interpretación. Así comenzamos narrando los avatares de los abuelos y de los padres de Rafael Correa; eran imprescindibles. En realidad, comenzamos a existir antes de nacer, cuando los otros van construyendo sus relatos y nosotros los heredamos. Cuando Rafael Correa planteó su revolución solo hay que mirar un poco para atrás para constatar que en Ecuador esa historia ya ha sido contada muchas veces. Para comprender su forma de dirigirse a los ciudadanos, su perspectiva para entender el mundo, hay que explorar las instituciones a las que perteneció, la educación católica y los scouts. En cambio, su juventud refleja el afán por sobresalir y demostrar sus cualidades. Más tarde, en lo profesional, la academia fue su refugio y su trampolín, pero la ingratitud le ha impedido cualquier reconocimiento. El ansiado poder llegó en 2005 y desde entonces se desbordó. Nada lo detuvo, construyó la llegada a la Presidencia usando todas las herramientas a su alcance. Ya en Carondelet saboreó el poder a plenitud y para consolidarse desechó amigos y principios, en aras de cumplir la misión a la cual él se ve destinado. Desvirtuó el concepto del equilibrio de poderes como “nociones burguesas de la democracia liberal”, pues la tesis del filósofo Montesquieu data de hace más de 200 años. Así con una rápida vuelta de tuerca ha borrado las bases fundamentales de la democracia para justificar sus veleidades autoritarias que han crecido en estos diez años.

El enunciado de Thomas Hobbes, en el Leviatán (1651), explica esta transformación del joven bueno que muchos guardan en su memoria y que prefieren desligar del actual hombre público: “como tendencia general de todos los hombres, un perpetuo e inquieto deseo de poder y más poder que solo termina con la muerte. La razón de esto reside en el hecho de que solo es posible mantener el poder buscando todavía más poder”.

I De Rafaeles y revoluciones “hasta los centinelas de la casa presidencial leían en voz alta por los corredores la unión de todos sin distinción de clases contra el despotismo de siglos, la reconciliación patriótica contra la corrupción y la arrogancia de los militares, no más sangre, gritaban, no más pillaje” Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca.

¡Es un varón! ¡Es un varón! ¡Al fin! Entusiasmo y alivio invadieron la casa, convertida en un correcorre durante el alumbramiento. Las sirvientas montuvias[1] y serranas subían tisanas de pelo de choclo, anís y ruda por los escalones de madera y caña, mientras la comadrona asistía a la parturienta. Para mitigar las contracciones la mantenían caliente y en equilibrio de sus humores corporales con las infusiones y unas mantas. Aunque Victoria estaba acostumbrada a esos dolores, al fin y al cabo, era la séptima vez que paría, cuando constató que había dado a luz un machito hasta el último rezago de sufrimiento se disipó. En un cuarto contiguo una criandera atendía a las pequeñas. Seguramente no se dieron cuenta de la llegada de su hermano, el que robaría la atención y las caricias de la madre para siempre. Los nacimientos de María, Dolores Victoria, Delia, Haydée del Carmen, María Zenaida y Angélica Aurora mantuvieron durante trece años a los Correa Jurado a la espera del heredero que se

llamaría Rafael, quien debía continuar con un linaje cuyos orígenes se enraizaban más de cien años atrás. La saga de los “Rafaeles” comenzó a finales del siglo XVIII con el chileno Rafael Correa de Saa, miembro de una notable familia monárquica que se convirtió en un importante patriota y político en ese país. Uno de sus hijos, bautizado también como Rafael, había migrado al Ecuador donde nacieron sus descendientes. Rafael Antonio Correa Jurado —con quien comienza esta historia en 1905— llevaba por quinta generación ininterrumpida el mismo nombre. Después de él nacieron tres niñas más: María Eugenia, Blanca Elisa y Beatriz. Por eso nunca tuvo un rival que amenazara su primacía, derivada del simple hecho de ser el sucesor de la estirpe. Un territorio de privilegio y mimos que años más tarde pasaría factura a sus hermanas y a sus hijos. En ese momento, nadie percibía los nubarrones. Todo lo contrario. gracias al recién nacido, el sueño de doña Victoria Jurado se robustecía. Este hijo, el primero alumbrado en El Palmar, la hacienda que habían comprado meses antes, le permitiría pasar la página a las penas de los últimos años. Con su nacimiento se desvanecieron la angustia del desarraigo y las aflicciones vividas con su esposo, Rafael María Correa Espinoza (el cuarto con el mismo nombre). Avatares que sucedieron desde que decidieron abandonar la apacible y templada Ambato para migrar a la Costa, un mundo inhóspito y tropical pero desbordante de promesas. El heredero y una propiedad: los Correa Jurado ya tenían todo para comenzar el anhelado porvenir en Los Ríos. Casi una década y media antes, Rafael y Victoria franquearon el difícil tramo de la Sierra a la Costa a lomo de mula, durante semanas sortearon eternos despeñaderos y lodazales profundos. La joven pareja se aventuró a migrar, como tantos otros paisanos, para probar suerte, porque la inmóvil y aletargada Sierra —que, además de su aislamiento geográfico, había sido asolada por

terremotos y erupciones en el siglo XIX— los estaba empobreciendo. Mientras que, del otro lado de las montañas, de Babahoyo a Guayaquil, el mundo palpitaba. Los primeros años de su migración los pasaron trabajando en la Vía Flores —la primera ruta entre Tungurahua y Los Ríos— o en Guayaquil. Sin embargo, los Correa Jurado ansiaban asentarse en Babahoyo. El futuro estaba allí, el lugar de las transacciones, de la bonanza del segundo boom del cacao, el eje comercial con la Sierra. A la ciudad se la conocía también como Bodegas de Babahoyo porque ahí se guardaban las provisiones destinadas a la capital, en espera de los meses secos cuando los caminos se volvían transitables. La migración marcó a muchas familias, sobre todo a las pobres y a las venidas a menos, y cambió al Ecuador para siempre. No es gratuito entonces que la novela que inauguró el realismo en la literatura ecuatoriana, A la Costa (1904), de Luis A. Martínez, describiera este fenómeno. La opción de los Correa Jurado por la ciudad de Nuestra Señora de Las Mercedes de Babahoyo se entiende mejor con la descripción que el autor ambateño hace: “cita de todos los arrieros de la Sierra, emporio de mercaderías europeas y de productos nacionales. Ciudad donde el indio melenudo y silencioso de los páramos, se codea con el montubio de aire desafiador y petulante; donde el chagra sudoroso y de cara congestionada, envuelto en el grueso e incómodo poncho, hace contraste con el mulato vestido de cotona y pantalón blancos; donde los sacos de papas, manchados todavía de la tierra negra del páramo, están arrimados a los sacos de cacao marcados con letras negras y recientes”. La actividad nunca se relajaba en la capital de Los Ríos: apenas cuatro años después del “gran incendio” de 1902 que destruyó más de 150 edificaciones, todo se había reconstruido, manteniendo su tradicional estilo. El flagelo no dejó huellas. Allí permaneció asentada la ciudad en la ribera izquierda del río del

mismo nombre. Babahoyo se extendía entonces sobre unas treinta manzanas, organizadas en un rectángulo de tres calles de ancho. Los cuatro mil habitantes contaban con una casa de gobierno, dos plazas públicas, el palacio municipal, el reloj público, el hospital Martín Icaza y varios centros de enseñanza. La modernidad había llegado a la ciudad con alumbrado en los parques y el servicio de telégrafo. Durante la estación de lluvia, vapores fluviales, lanchas a gasolina, canoas y barqueadoras transitaban sin cesar por la intrincada telaraña acuática de la urbe que, para el autor de A la Costa, resultaba una “ciudad casi cosmopolita llamada a ser con el tiempo una capital rica y civilizada…”. Además de Babahoyo, Vinces y Puebloviejo encarnaron la opulencia del boom cacaotero en la provincia de Los Ríos; en esos lugares pasaban algunos meses al año los Gran Cacao, las veinte familias que poseían entre diez y quince haciendas cada una, con alrededor de veinte mil hectáreas por propiedad. Estos señores de la tierra concentraban el 70% de las propiedades de la provincia, destinadas principalmente al cultivo del cacao y en menor medida al de azúcar, tabaco, arroz y café. Su riqueza se reflejaba en las hermosas casas de madera pintadas en colores claros, con grandes ventanales protegidos con postigos, al más puro estilo colonial europeo del siglo XIX. En las borrosas fotografías en sepia que avalan ese apogeo, los personajes acompasaban la imagen de élite occidental en el trópico ecuatoriano: seguros y relucientes caballeros, de grandes bigotes y trajes de lino, y esplendorosas mujeres, con moños gigantes y vestidos largos y vaporosos, posan en reuniones del Puebloviejo Sporting Club. Bajo esa premisa de prosperidad y fortuna, en febrero de 1905, el cuarto Rafael Correa compró las haciendas El Palmar y El Cadeal, y consolidó ambas propiedades como El Palmar. Las escrituras de compraventa delimitan así los linderos: “por arriba, el estero de Baquerón; por abajo, la hacienda ‘San Pablo’; por la espalda, el estero de Matapalo; y por el frente, el río Grande”. Un

fundo rústico que abarcaba alrededor de 1 700 hectáreas, donde se producía cacao, café, arroz y otros cultivos, con ganado y árboles maderables. El Palmar está localizado en la carretera Babahoyo-Montalvo, a doce kilómetros de la ciudad, y se convirtió en un punto de referencia geográfico por un puente, construido a mediados del siglo XIX, que ofrecía una ruta alterna desde Babahoyo hacia Guaranda, el paso de la planicie hacia la Sierra. Su posición debe haber sido relevante ya que lo cita el geógrafo alemán Teodoro Wolf en la descripción de su viaje por Ecuador. Al viejo paso del río San Pablo lo reemplazó un puente de estructura de cemento y metal que se mantiene hasta ahora. La localización de la hacienda de los Correa Jurado gozaba así de la amplitud del campo y de la cercanía de un poblado vibrante. Los Correa Jurado vivían en una casa de hacienda muy parecida a las del resto: de madera, de dos pisos organizados alrededor de un patio interior. La vida de la familia transcurría en el segundo piso, elevado sobre altas columnas. La planta baja se extendía a través de una serie de pórticos que servían de bodega o de tienda, durante la estación seca. Ellos aprovechaban este espacio con una tienda de abarrotes bien aprovisionada para los habitantes del lugar. El Palmar tenía una buena extensión, pero estaba lejos de las magníficas haciendas de los Gran Cacao, personificados en propietarios legendarios como los Aspiazu, los Seminario o los Burgos. En realidad, los Correa eran terratenientes medianos como muchos otros de la provincia en la que había 1 594 fundos en producción. Como todas las familias que vivían en Los Ríos, su conexión más importante seguía siendo Guayaquil, que ya se había convertido en la ciudad más poblada del país y el eje financiero y comercial. Por su puerto salía el cacao, conocido como la “pepa de oro”, que representaba el 70% de las exportaciones ecuatorianas, y entraban maquinaria, productos suntuarios e incluso alimentos. Guayaquil monopolizaba el comercio exterior.

En esa ciudad nacieron seis de los diez Correa Jurado, los otros cuatro en Los Ríos. Y así completaron su metamorfosis en una familia costeña. Cuando en 1905 nació el quinto Rafael Correa, Ecuador vivía una gran convulsión. El boom económico del cacao, que llevó al país a ser el primer exportador mundial, tenía como trasfondo la Revolución liberal que pujaba por consolidarse. El general Eloy Alfaro luchaba por retomar la Presidencia, lo que lograría a finales de ese año con un golpe de Estado. En su mandato anterior había instaurado las bases del Estado laico con la creación del Registro Civil. Además, contrató la construcción del ferrocarril que cohesionaba la Sierra con la Costa. Con su segundo paso por el poder concretó este proyecto y otras reformas, lo que encaminó al país a una tímida entrada en la modernidad. Desde 1908 el viaje épico que emprendieron Rafael María (el cuarto) y Victoria se redujo a dos días. Sin embargo, cuando el joven Rafael Antonio (el quinto) tenía apenas quince años, y la familia ya había sobrellevado la muerte de al menos dos de sus hermanas y la enfermedad mental de otra (que terminaría internada en el siquiátrico Lorenzo Ponce de Guayaquil), Ecuador sucumbió en una profunda crisis. La escoba de la bruja y la monoliosis, plagas letales para el cacao, arrasaron con las matas de la provincia, la producción cayó en picada. En paralelo Europa sufría los estragos del fin de la Primera Guerra Mundial. Para inicios de la década de 1920, la economía convulsionaba hasta la agonía. Como era de esperarse, la propiedad de los Correa padeció la devastación de la plaga cacaotera y los desmedros de la crisis —que desembocaron en otra revolución, la juliana—. En medio de los vaivenes familiares, el patriarca de El Palmar, Rafael María Correa Espinoza (el cuarto), murió en 1932. Meses después lo seguiría su hija Delia. El quinto, Rafael Antonio, pasó a tomar el mando de la familia. Para entonces, su madre doña Victoria, una

matrona imponente, había logrado casar solo a cuatro de sus hijas: Delia, Zenaida, Blanca Elisa y Beatriz. A pesar de los vaivenes económicos, también él se casó. El quinto Rafael lo hizo a la fuerza, raptando a una hermosa adolescente, Sara Estela Icaza Mora. Desde 1932 ella le dio tres hijos; dos mujeres, Sara Victoria y Graciela, y el sexto Rafael Correa. Aunque el destino del quinto Rafael parecía lacrado con el sello del triunfo, el sueño de un heredero próspero no cuajó. A los pocos años de su administración, las deudas con el Banco Hipotecario del Ecuador (que luego se convertiría en Banco Nacional de Fomento) acechaban a El Palmar, por “préstamos de consumo”. Doña Victoria Jurado, una quiteña longeva que murió en 1960 a los 90 años, luchó para que la propiedad no se dividiera y se mantuviese en la familia, usando su autoridad, así como enmarañados recursos legales. Cuando la ineficiencia de Correa Jurado a la cabeza de El Palmar se patentizó, ella trató de borrar la evidencia. En una larguísima escritura de 1936, destinada a arreglar varios asuntos legales de la propiedad, dejó consignado con especial énfasis que su hijo había administrado el fundo, durante cuatro años, “conservando y fomentando los cultivos, beneficiando las tierras... y ha presentado cuenta regular de su gestión administrativa en forma documentada”. A pesar de los elogios, el documento se levantó para cesar al quinto Rafael Correa en sus funciones de administrador. Casi un siglo después esta historia se ha cubierto con las diversas pátinas que las familias van echando a su pasado. Según relató el presidente del Ecuador, Rafael Vicente Correa Delgado, “Mi padre provenía de una familia de abolengo y de una madre de origen campesino e hija ilegítima. Nació en la hacienda Palmar, la más grande de la provincia de Los Ríos, hacienda de propiedad de la familia Correa [...] Mi abuelo era todo un bohemio, quebró la hacienda, y a los cinco años mi padre se encontró en la miseria, y,

más aún con sus padres divorciados y sin que se le permitiera ver a su madre de origen humilde”. Las frases, reveladas en 2012 en una larga entrevista periodística, resumen la leyenda familiar de los Correa. Al menos, la percepción de Rafael Correa Delgado, el séptimo en línea desde la llegada a América de esta rama de los Correa. ¿Es en realidad el nieto de una campesina ilegítima que sufrió los vejámenes de una familia de abolengo? ¿En El Palmar se asentaba la hacienda más grande de la provincia de Los Ríos y su pérdida conllevó al declive familiar? Estas y otras anécdotas forman parte de la construcción de la historia y de la identidad de Rafael Vicente, un profesor universitario semidesconocido que irrumpió en la política, se alzó con el poder y ha marcado un remezón en el país. Nunca antes un presidente ha gastado tantos recursos públicos para estar presente en la cotidianidad de los ecuatorianos. Su carismática figura y la propaganda que lo aúpa forjaron la mitología de un revolucionario de orígenes muy humildes que surgió y llegó a la cúspide académica gracias, únicamente, a sus esfuerzos. ¿Cuánto hay de verdad detrás de esta historia oficial? ¿Cuánto de exageración y silencio? Rafael Vicente Correa Delgado, como cualquier ser humano, está atravesado por matices y contradicciones. Sus virtudes y defectos, reflejados en la polarización del país, existen, pero están amplificados por un poder de varios años. Para explicar su comportamiento muchos buscan en sus orígenes moldeados por una niñez pobre y atormentada. Sin embargo, su recorrido sería incompleto sin tener en cuenta el entorno más amplio de la sociedad ecuatoriana, marcada por las diferencias pronunciadas de mestizajes y clases sociales, por una división regional entre Guayaquil y Quito principalmente, y signada por los vaivenes de crisis políticas y económicas. En la historia de Rafael Correa se reflejan los avatares y vivencias de muchas familias ecuatorianas, su relación con la

propiedad de la tierra o con los hacendados, con la migración (interna o al extranjero), sus vínculos con los más poderosos, los matrimonios desiguales, el sentido de la decadencia… Episodios domésticos que el presidente ecuatoriano supo convertir en imágenes para conectarse con los electores. Quizás él las cuenta así porque así se las refirieron; después de todo, ¿quién no repite sin chistar los cuentos de las abuelas y de las tías solteronas? Pero al levantar las capas de su vida, a través de documentos y referencias históricas, las precisiones aportan prismas diferentes para entender a este personaje que, para bien o para mal, ha permanecido diez años en la Presidencia de la República del Ecuador. Si este periplo comienza en El Palmar, dos generaciones atrás, se debe a que su pérdida simbolizó un hito doloroso que selló el destino de los Correa y de sus descendientes. El quinto Rafael Correa llevó a la ruina a su familia. La historia está documentada en varias escrituras que datan de 1936 y 1940, donde se detallan los avatares de los Correa Jurado, hasta quedar despojados de la apreciada propiedad. Cuatro años de administración de Rafael Antonio pusieron a El Palmar al borde de la quiebra y a la familia, que ya vivía en Guayaquil, en enfrentamientos. En mayo de 1936, en Babahoyo, se levantó la escritura para “cesación de administración, entrega de bienes, aprobación de rentas, cesión de derechos de herencia y venta con contrato de retroventa”. La firmaron, por una parte, doña Victoria, por sus propios derechos —50%— y en representación de seis de sus hijas, y Rafael Antonio Correa Jurado. En lo que parecería una tercera posición, por las impugnaciones manifiestas, la rubricaron Haydée del Carmen Correa Jurado y Joaquín Chiriboga, como representante de su esposa Delia Correa Jurado. Las figuras usadas en las escrituras constituyen un blindaje económico y jurídico para el abuelo del futuro presidente, Rafael Antonio, de 31 años en ese entonces. De todo ello resulta un cruce de cuentas entre la viuda y su hijo varón. Por un lado, ella, de 66

años, obtenía treinta mil sucres, en tanto que él ganó 46 mil sucres por vender su parte de la herencia y como una compensación por su gestión, a pesar de que había ganado un sueldo de 200 sucres mensuales. En contraste, las deudas ascendían a 13 500 sucres en cinco pagarés. Aunque ambos salían aparentemente beneficiados, siete meses después la familia se vio obligada a hipotecar El Palmar por un préstamo de 50 mil sucres a diez años plazo con el Banco Hipotecario de Guayaquil. Con esta suma, en ese entonces, se podía comprar en la provincia del Guayas una finca mediana en Daule o una casa cerca del Guayaquil Tenis Club. La hacienda tenía treinta mil matas de cacao, tres tendales en buen estado y 700 cuadras de potreros donde pastaban unas 500 cabezas de ganado. Al borde del río San Pablo se había construido un muro de contención de 5,4 kilómetros de largo. En principio, parte del préstamo se dedicaría a la siembra de café, cacao, achiote y arroz, así como a la compra de ganado. En las escrituras no se define quién administraría la propiedad, pues en esa época casi toda la familia vivía en Guayaquil. Lo cierto es que, en 1940, los Correa Jurado vendieron El Palmar. Sin hacienda que administrar, pero con un pequeño capital, el quinto Rafael Correa incursionó como banquero, relata su nieto Fabricio. El exhacendado tuvo un fracasado desempeño en la sucursal del Banco La Previsora en Los Ríos: en el corto período de su gerencia, la oficina obtuvo muy malos resultados. En la narración familiar, Correa Jurado no consideraba importante pedir garantías a los deudores, pues confiaba en su palabra. La cartera de la agencia se infló tanto que el dueño de la institución, Víctor Emilio Estrada, exigió el reembolso de los préstamos. Esta habría sido la causa para que aquel Rafael Correa huyera a Venezuela. El fiasco precipitó el abandono de su familia que quedó en la pobreza.

A pesar de estos naufragios personales y familiares, Rafael Antonio Correa Jurado no perdió la seguridad en sí mismo ni en la validez de sus criterios. En octubre de 1953, a sus 48 años, publicó un libro titulado República o disolución, una compilación de 48 páginas con una serie de artículos inéditos, disquisiciones borroneadas durante casi una década. En palabras del autor, “está escrito, como es natural, con su sal y pimienta, y ceñido estrictamente a la verdad y a la experiencia que tenemos de Administración Pública”. Ideas recurrentes en estas páginas son el civismo, la corrupción, el autoritarismo, la justicia proveniente de Dios, el ideal bolivariano, el cobro excesivo de impuestos y el rechazo al Protocolo de Río de Janeiro de 1942. El autor reconoce como “estadistas consagrados” a Vicente Rocafuerte, Gabriel García Moreno y Eloy Alfaro. Un ejemplar del libro, publicado por la imprenta León de Guayaquil, fue comprado por el Banco Central en agosto de 1979, por 211 sucres. Nadie ha pedido prestado el libro para leerlo, su ficha de biblioteca está en blanco. Correa Jurado reflexionaba sobre las carencias y problemas de la administración pública —a mediados del siglo pasado entre la segunda y tercera Presidencia de José María Velasco Ibarra—: “La política de violencia, la anarquía administrativa, confunden a la ciudadanía ya que no cuenta con garantías en materia de derecho y de normas jurídicas”. En ese capítulo también cuestiona la falta de “conciencia y patriotismo”, así como la “pasibilidad” de los ecuatorianos. Una de las causas que encuentra para esta debacle es que “cualquier ‘mayoral’ puede aspirar a ser presidente de la República. Los hemos tenido ya, como dictadores y como presidentes constitucionales. Sin intuición de gobernantes siquiera”. El autor fustiga a los burócratas de los ministerios por su “arrogancia prusiana… para los inferiores en jerarquía”, pero que se arrastran “como alimañas o perros temerosos ante el señor ministro…”. “Cualquier remendón (zapatero) sirve para ministro, o para algún cargo directivo en la Función Ejecutiva”. En sus

reflexiones sobre el poder judicial se lee: “Un Fiscal General de la Nación es caballero cruzado en la revitalización moral del Poder Judicial”. En otro artículo, titulado “Yo soy el que mando…”, acusa al sistema burocrático déspota que se arroga funciones y “no respeta al pueblo, que es su mandante”. Es una crítica tácita al velasquismo, que se amplía al final de la obra, en la que reproduce una carta suya dirigida a Alfredo Chiriboga, vicepresidente de Velasco y titular del Congreso Nacional. Le aconseja buscar el consenso y objeta la clausura de dos periódicos. Ya en otra reflexión cuestiona el ambiente de censura pues si la prensa “habla y dice la verdad, no falta la forma legalista para callarla”. Ante la falta de civismo, el autor asegura: “Ya despertará cuando el Ecuador esté cruzado de caminos de cemento, estables y garantizados! [sic]”. Por lo que concluye que “Es deber nuestro afrontar seriamente al momento nacional que se nos presenta con esta gravedad dilemática: REPÚBLICA O DISOLUCIóN”. Aunque refuta el autoritarismo personalizado de un mandatario, el autor espera que la solución llegue por la obra de un “Estadista y Reformador”. El único legado de Rafael Correa Jurado radicó en esa compilación de textos —además de un inédito libro de poesía, dedicado a la señorita Dolores Baquerizo Valenzuela—, en el que trasluce su convencimiento de poseer la autoridad moral para opinar sobre la administración pública y el futuro del Ecuador. Es posible que así compensara su necesidad de reconocimiento intelectual y político, pero no pudo dejar patrimonio alguno a sus hijos. Más allá de la situación económica, la personalidad abusiva del quinto Rafael Correa, sus excesos con el alcohol y el despilfarro del que hacía gala con sus amigos, aguijonearon años antes la relación con su esposa Sara Icaza. La joven resintió siempre de un esposo poco generoso con ella. En las versiones familiares se asegura que cuando Sara quería enviar provisiones a

la casa materna en Babahoyo, su esposo se oponía de cuajo: Correa Jurado prefería botar los alimentos al río en lugar de regalárselos a su suegra. Esos gestos la llevaron, cuenta un cercano, “del desamor a la animadversión”. La separación llegó a los pocos años de matrimonio. El maltrato rozaba lo extremo y solo eso explica que una mujer tan joven, la mayor de ocho hermanos de una familia pobre, hubiese optado por el tortuoso camino que implicaba el divorcio en esa época; aunque el sufrimiento no era desconocido para ella. Sus padres, Edmundo Icaza y Mercedes Mora, tuvieron ocho hijos en común, pero nunca se casaron; si bien se trataba de una costumbre usual en esos tiempos, los hijos de esta unión resultaban ilegítimos ante la ley. Además, el padre los abandonó cuando la más pequeña todavía estaba en brazos de su madre. La situación de los Icaza Mora en Babahoyo rebasaba la precariedad, que se ahondó cuando Mercedes Mora tuvo una novena hija, que se crio con su familia paterna. Venciendo al olvido, la familia aún conserva una foto de Edmundo Icaza, quien posa como un clásico caballero del siglo XIX con jaquet y tupidos bigotes. Junto a ese retrato está el de su hija Sara, una hermosa joven, de pelo ondulado, ojos chispeantes y labios carnosos que sonriendo deja ver una dentadura perfecta. De Mercedes Mora no quedan fotografías. Edmundo Icaza, aunque pobre, estaba conectado con las familias importantes de la época. Era primo hermano de Isabel Icaza, esposa de Víctor Emilio Estrada, fundador y primer gerente del Banco de La Previsora —ellos son los bisabuelos de Ernesto Estrada Santiesteban, uno de los hombres más ricos del actual Ecuador—. Quizás por eso, en su momento, Correa Jurado fue jefe de la sucursal bancaria. Otros nexos de esta familia pudieron ser importantes para el quinto Rafael Correa: María Laura Icaza, hermana de Isabel, era la suegra de Clemente Yerovi Indaburu, un hombre que marcó la historia del Ecuador por sus

emprendimientos y porque llevó una exitosa presidencia interina en 1966. Yerovi tenía correspondencia con Correa Jurado, a fin de conformar una asociación de agricultores en Los Ríos, en 1936. Ambos compartían inquietudes gremiales y políticas, aunque la suerte les deparó destinos distintos. Nombres prominentes y parentescos que podían valer en momentos difíciles, pero que no le sirvieron a Sara Icaza cuando a sus veintitrés años se convirtió en una mujer divorciada y con tres hijos. El rompimiento no fue fácil. Los tres niños Correa Icaza comenzaron una peregrinación de dolor y desamparo. Por períodos deambulaban de la casa de su abuela paterna de Guayaquil —donde fustigaban y criticaban el proceder de su madre —, a un internado de monjas en Chimborazo o a diferentes casas de parientes más lejanos. Mientras tanto, la joven divorciada tuvo que recurrir al auxilio que brindaban las casas de acogida para mujeres muy pobres en Guayaquil. Sin estudios secundarios se le hacía difícil conseguir un trabajo conveniente. A los pocos años, las dos niñas encontraron un refugio estable. A la mayor, Sara Victoria Toyita, la acogió la familia de Beatriz Correa Jurado de Rohde, la última de las Correa Jurado. La menor, Blanca Graciela, encontró un refugio donde la prima hermana materna, Mercedes Icaza. Rafael María Correa, el sexto en la estirpe, en cambio, siguió en el periplo de inestabilidad. Pasaba temporadas con su madre, pero sus tías y su abuela se lo llevaban cuando la situación se volvía muy precaria. Ellas impedían, además, el reencuentro de la madre con la hija mayor. Incluso, Rafael María se reencontró con Toyita solo después de algunos años, cuando la buscó en el colegio Guayaquil, donde estudiaba. El sufrimiento fortaleció a Sarita. El diminutivo inalterable de su nombre —todos la llamaban así— contrastaba con su personalidad vigorosa e íntegra. Después de mucho bregar logró que la contrataran en el Departamento de Tesorería del Municipio

de Guayaquil. Ahí administraba los títulos prediales de la ciudad para el cobro de impuestos. Quienes la conocieron en la década de 1960 recuerdan que “Don Buca le tenía confianza”, refiriéndose a la primera alcaldía de Assad Bucaram, entonces líder del populista Concentración de Fuerzas Populares (CFP). Su contratación no entraba en cuota de empleos del CFP, de hecho, por su profesionalismo, sobrevivió a los vaivenes políticos. Entre 1963 y 1967 pasaron ocho alcaldes designados por la dictadura militar, hasta que el sillón de Olmedo volviera por elección popular a las manos del líder cefepista. Y Sarita permanecía inamovible en su cargo. Delgada, pelo negro, morena, guapa, se distinguía por el uso de vestidos estampados y coloridos. “De hablar rebuscado, fumaba mucho y siempre llevaba las uñas pintadas”, cuenta uno de sus antiguos colegas. Otros, al evocarla, hablan de su intenso olor a perfume y de su preferencia por los Chiclets Adams rosados. Se destacaba por su carácter fuerte, desconfianza, honradez a toda prueba; no charlaba mucho con sus compañeros, pero todos recuerdan su voz ronca. Una modulación azuzada no solo por el cigarrillo, Chesterfield sin filtro, sino por los puros que se hacía envolver cuando iba de vacaciones a su natal Los Ríos. Una combinación que provocaba una conmovedora profundidad cuando cantaba tangos en sus momentos libres. De su vida en provincia le quedó la costumbre de colgar la hamaca en su habitación. Meciéndose en ella, leía Selecciones del Reader’s Digest —la revista ícono de la época que traía resúmenes de libros, artículos y humor en su sección “La risa remedio infalible”—. Al ritmo de la hamaca también dormía su siesta. Nunca se volvió a casar y terminó sus días, en 1988 a los 74 años, en un modesto apartamento ubicado en los bloques del Seguro Social, en el centro de Guayaquil, cerca del cerro del Carmen. Hasta aquí llega el relato sobre los abuelos Correa Icaza.

¿Qué hay de la otra rama? ¿Cómo se construyó la historia familiar del lado materno? La madre del séptimo Rafael Correa, Norma Delgado Rendón, es hija de Simón Valentín Delgado Cepeda, a quien se le ha atribuido un parentesco cercano con Eloy Alfaro Delgado, que se originaría con Pedro Delgado López, tatarabuelo de los Correa Delgado. Es decir, el padre de Valentín sería primo hermano del Viejo Luchador. Sin embargo, hasta ahora la partida de bautismo nunca ha sido expuesta y, por eso, el vínculo no ha sido confirmado o negado documentadamente. El dato certero es que Simón Valentín nació el 18 de diciembre de 1905, trece días antes de que Eloy Alfaro diera el golpe de Estado contra Lizardo García. Valentín, como lo trataron siempre, llegó al mundo el mismo año que Rafael Correa Jurado, en la antesala de una de las tantas asambleas constituyentes ecuatorianas. Con apenas 75 años como República, el Ecuador convocaba a su asamblea número doce. Luego de promulgar una nueva Carta Magna, la Constituyente nombró presidente al general, de 1907 a 1911. “Por su temor de que Alfaro no permitiera la transferencia del poder a fines de agosto de 1911, los líderes militares lo forzaron a renunciar tres semanas antes del fin de su periodo... [Alfaro] hizo una promesa pública de no intervenir en política y partió para Panamá”, relata Kim Clark en La obra redentora. Entonces asumió la Presidencia de la República Emilio Estrada Carmona, padre de Víctor Emilio Estrada, pariente político de Sarita Icaza Mora. Como muchos presentían, Alfaro no pudo mantenerse al margen y lo llamaron para que dirimiera una vez más por el caos reinante que estalló a raíz de la muerte súbita de Estrada. Regresó para liderar una cruenta guerra civil que lo empujó a su trágico final: el encarcelamiento en el penal García Moreno, donde lo asesinaron para finalmente arrastrar su cuerpo: el conocido arrastre de Alfaro en 1912. Con esto se agotan las coincidencias de tiempo y espacio entre los Correa y los Delgado.

Mientras los primeros batallaban entre el desamor, el empobrecimiento y la violencia, el devenir de la familia de Simón Valentín Delgado Cepeda tuvo un rumbo bastante más sereno. Cuando sus padres lo bautizaron como Valentín no se imaginaron que el santo de ese nombre se convertiría en el patrono de los enamorados a lo largo del siglo XX. Fiel a su patronímico, su vida estuvo marcada por una historia de amor: la que mantuvo más de 80 años con su esposa Luz Isabel Rendón Rendón. Casi al cumplir 100 años, Luz murió; entonces, el abuelo Delgado decidió que ya no quería seguir y tres meses después se apagó. “Mi amor ya se fue, yo tengo que ir a verla”, les decía a sus hijos. Su estado de salud era impecable, pero un mes después del fallecimiento de Luz, la leucemia había invadido su cuerpo. Su sencillez, su altura, la cara y las manos grandes lo distinguían. El bisabuelo del presidente, Simón Delgado Gutiérrez, fue un próspero comerciante manabita que manejaba una agencia de cabotaje y decidió instalarse en Guayaquil, donde se casó en segundas nupcias con Susana Cepeda López. Ellos procrearon una familia numerosa, los Delgado Cepeda. En la ciudad todos los conocen por su aporte a la cultura y a los medios de comunicación. En 1941 Washington Delgado Cepeda fundó la radio Cenit, y posteriormente, junto con otros colegas, la Asociación Ecuatoriana de Radiodifusión (AER). Era la época dorada de la radio, con revistas musicales en vivo y programas de influencia; su competidora, la televisión, solo llegaría muchos años después. Por sus micrófonos pasaron Nicasio Safadi, Enrique Ibáñez Mora, Olimpo Cárdenas y hasta el argentino Leo Marini, entre otros. En ese medio trabajaban casi todos los hermanos. Simón Valentín, el mayor de los doce, tenía su propio programa entre 1948 y 1949: “El álbum de los recuerdos”, que se transmitía los domingos. Valentín amaba la música y los números. Dominaba el clarinete, tenía muy buena voz y formó parte del llamado Círculo Musical de Guayaquil. Pese a que se había graduado de químico

farmacéutico, prefirió hacer carrera como contador administrando haciendas de café y cacao. En un artículo publicado en el desaparecido diario Hoy, Norma recuerda que la familia Delgado “siempre ha sido muy numerosa, cuando nos reuníamos en casa de mi abuelo en 9 de Octubre y Boyacá parecía que había fiesta porque llegaban todos los hermanos con sus hijos y los nietos”. Desde muy joven, Simón Valentín cortejó a Luz, una muchacha balzareña tres años menor que él, a quien conoció en Guayaquil. La familia de la novia poseía la propiedad San Felipe, en la parroquia Colimes, al borde del río del mismo nombre. A lo largo de los años, el predio se ha parcelado y vendido. Aún quedan pequeños terrenos en manos de esa familia. La pareja Delgado Rendón esperó siete años para casarse, pero no se separó nunca más; fue un matrimonio tan bien llevado que, según cuenta Norma, su segunda hija: “A mis padres nunca los vimos pelear. Yo nunca oí que mi papá levantara la voz a mi mamá. Nunca”. El recuerdo de Fabricio Correa Delgado en su niñez es el de unos cónyuges tan cercanos que, siendo abuelos, hasta las siestas en la finca familiar dormían “empiernados”. Valentín y Luz tuvieron seis hijos: Josefina, Norma, Leonor, Eduardo, César y Gustavo. Mientras el padre iba y venía de las haciendas que administraba, la familia se instaló en Guayaquil para que los chicos se educaran; vivían en una casa en el tradicional barrio de la Boca del Pozo sin lujos, pero sin mayores aprietos. Las vacaciones en las propiedades que administraba el padre y los momentos plácidos en familia son las memorias que envuelven a los Delgado Rendón. Lograron así educar a sus hijos, algunos profesionales. Cuando todos tenían sus familias independientes el equilibrio de esa vida apacible comenzó a flaquear: Valentín se quedó sin trabajo. Años antes, su hijo Eduardo había emigrado a California. Desde allá ayudó a su padre y le consiguió un cargo de contador en la empresa de un pariente político; era 1966. La pareja Delgado

Rendón comenzó una nueva vida en otro país, a la edad en que muchas personas piensan en jubilarse. A su llegada a California él tenía 61 años, ella 58. Aunque nunca aprendieron inglés, Estados Unidos se convirtió en su nuevo hogar. Poco a poco el resto de los hijos con sus familias también habían migrado y se instalaron cerca de Los Ángeles, en lugares que les permitía mantener encuentros fluidos. La pareja Delgado Rendón, sus hijos y nietos obtuvieron la nacionalidad estadounidense, con la excepción de los nietos Correa Delgado. Todos trabajaron y se educaron en ese país y muchos tuvieron prósperos negocios. Incluso el yerno de Valentín y Luz, Leonardo Morales, fue nombrado vicecónsul en Los Ángeles por León Febres Cordero. Cuando el socialcristiano llegó a la Presidencia en 1984 le dio una mano a su viejo conocido, un reconocimiento por su entrañable relación de juventud en la Boca del Pozo. Como cualquier familia latina en Estados Unidos, la unión y la preocupación por los abuelos se cimentó como un pilar. En uno de los viajes de visita de Norma, en 1988, la única hija que quedaba en Ecuador y que había llevado una vida dura para sacar adelante a los suyos, se dio cuenta de que su madre no actuaba como siempre: sus capacidades se iban restringiendo. Norma ni siquiera retornó, supo que debía quedarse a cuidar de sus padres, ya sus tres hijos no la necesitaban, eran universitarios graduados y vivían fuera de casa. Llamó por teléfono a su hijo mayor para que arreglara su situación laboral con sus empleadores de Mi Comisariato y se quedó a vivir en California. Luz bordeaba los 80 años y al poco tiempo fue diagnosticada con Alzheimer. Norma prefirió ser ella quien cuidara de su madre en vez de encargarla a terceros, y así lo hizo durante veinte años. La tarea se alivianaba ya que los tres vivían en El Toro Estates, un complejo con todas las comodidades y atenciones para personas de la tercera edad en Lake Forest, un extenso proyecto urbanístico del condado de Orange. El conjunto residencial para

jubilados está junto a una de las ciudades más seguras del país, rodeado de lagos artificiales y eucaliptos. La ciudad es mayoritariamente blanca y de base republicana, con una población latina del 20%. A fines de los años sesenta, la compañía petrolera Occidental, OXY, desarrolló una comunidad alrededor de esos bosques de eucalipto. Antes de ser ciudad, a la comunidad se la conocía como El Toro, donde funcionó una base del cuerpo de marina de Estados Unidos. ¡Qué iba a saber Rafael Correa Delgado que sus abuelos y su madre vivirían en lugares donde la despreciada OXY o las Fuerzas Armadas gringas pusieron un grano de arena! El clima privilegiado y su planificación urbanística la convierten en un acogedor emplazamiento para los jubilados. En esta urbanización los terrenos se alquilan y los arrendatarios levantan casas prefabricadas (mobile homes) baratas. La de los Delgado Rendón, muy pequeña y simple, tenía dos cuartos y una superficie abierta para la cocina y el área social. Las fotos familiares y la colección de rosarios de Norma destacaban en medio de una decoración austera. El día a día de la familia transitaba por caminos sosegados. La rutina comenzaba muy temprano. Las jornadas de Valentín se alternaban entre su bicicleta estática, los crucigramas y los interminables rompecabezas de diminutas fichas que armaba con Luz para mitigar el avance del Alzheimer. Parco, prefería escuchar más que hablar y, lúcido hasta el día de su muerte a los 102 años, leía sin lentes el periódico o la Biblia. Ya mayor, el abuelo Delgado se había convertido en testigo de Jehová y recibía las visitas de otros miembros de esa denominación, pero respetaba las creencias católicas del resto de la familia. Durante veinte años, Luz se fue extraviando poco a poco, pero ciertas huellas de su personalidad siguieron inmutables. Hay quienes la recuerdan como buena cantante de pasillos, un poco quisquillosa y siempre celando a su esposo; otros, en cambio, la evocan como

“un pan de dulce”: “A veces no se acordaba de tu nombre, pero siempre tenía un chiste en la punta de la lengua”, que lo hacía con el dejo montuvio que nunca perdió. Su hija Norma los mimaba preparando las comidas con esmero en las que el postre no podía faltar. Su tiempo se destinaba, además, a las múltiples citas médicas que Luz necesitaba, especialmente luego de dos caídas que le afectaron su motricidad; por esta razón, la abuela Rendón no asistió a la posesión de su nieto a la Presidencia de la República en 2007. En cambio, su marido, a los 101 años, llegó a Quito como un patriarca encabezando a la numerosa familia Delgado, y pudo ver cómo Rafael Vicente se convirtió en el 43 presidente constitucional del Ecuador. Aunque siempre fue un abuelo a la distancia, le enorgulleció saber que su nieto, el séptimo Rafael Correa, superó a sus antepasados. Valentín había conocido al padre de su nieto, Rafael María Correa Icaza o Fiche, 58 años antes. Él abrió las puertas de su hogar a quien consideraba un buen amigo de la casa: un apuesto joven, trigueño, alto, de pobladas cejas, ojos grandes, nariz perfilada, sonrisa amplia, cabello rizado, buen conversador y con mucho aplomo. Para sus quince años, cuando se relacionó con la familia Delgado Rendón, Fiche, el sexto Rafael, ya era autónomo. Había vivido en varias ciudades del país, siempre en la pobreza y el desarraigo; había sufrido la inestabilidad y la violencia del divorcio de sus padres; había abandonado los estudios secundarios; conocía la calle y también sus vicios, desde muy joven empezó a fumar. Sus recuerdos de infancia se revolvían en los dolorosos pasajes de las separaciones periódicas de su madre Sarita, cuando él se aferraba a los barrotes de metal de una puerta que lo separaban de ella, mientras Victoria lo arrancaba para llevárselo. Otra historia que contaba con mortificación: el semiencierro en un hostal quiteño de mala muerte en el que lo

mantuvo su padre durante casi un año, mientras él vivía en otro lugar con su pareja del momento. En la medida de sus posibilidades, Sarita nunca desamparó a Fiche. Cuando a los diecisiete años ingresó al servicio militar en Ambato, ella pidió a su media hermana, Elsie Coello Mora, que vivía en esa ciudad, que lo tomara a su cargo. La tía Elsie y su familia le darían el soporte afectivo que no tuvo con los Correa, y serían un apoyo fundamental en el vaivén de su azarosa existencia. Rafael María no completó nunca su educación formal, sin embargo, todos lo recuerdan por ser un gran lector, que opinaba sobre cualquier tema y un agnóstico a toda prueba. Su historia laboral muestra un cambio continuo de empleos de diversa índole: la Empresa Eléctrica de Guayaquil, la gobernación del Guayas, el Municipio de Guayaquil, la Cervecería Andina, el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), entre otros. Sus experiencias precoces y dolorosas moldearon un carácter que sus hijos definen como complicado. Lo cierto es que, además, era inestable y depresivo, trazos que en su juventud una enamorada Norma Delgado prefirió minimizar para casarse con él. De cálida sonrisa, menuda y de figura atlética, Norma vivía en el mismo barrio que Rafael y, como él, nació en 1934, en una de las haciendas que administraba Valentín. Ese año José María Velasco Ibarra debutaba en la primera de sus cinco presidencias. Así como los abuelos Correa y Delgado estuvieron marcados por la Revolución liberal, la vida de la pareja caminaría con los velasquismos. El tercero de estos períodos presidenciales se originó con la última revolución ecuatoriana del siglo XX, La Gloriosa, del 28 de mayo de 1944. Norma, la segunda hija del matrimonio Delgado Rendón, estudió en tres colegios, pero no se graduó. La primaria transcurrió en el salesiano María Auxiliadora, luego pasó dos años en el Técnico Profesional de Señoritas, y cuarto y quinto cursos los hizo en el Dolores Baquerizo, creado por la normalista del mismo

nombre. En este establecimiento femenino, que reflejaba los valores de la época, se apuntaba a formar a la “mujer integral”, y para ello se impartían por igual cursos de economía doméstica y de contabilidad y secretariado. El deporte se estableció como otro puntal del currículo. Los efectos fueron evidentes: un motivo de orgullo del colegio se sustentaba en haber mantenido la corona de campeonas en el voleibol femenino durante los veintitrés años de su existencia. La victoria del primer equipo, del cual Norma fue la capitana, marcó el ejemplo para las siguientes promociones. Una pulida jovencita, de camiseta blanca y muy peinada posa con el triunfante grupo que, además de la copa, ganó la distinción del mejor uniformado. El diario El Universo en 1952 reportó los resultados del intercolegial; en la foto que acompaña la noticia aparecen las jugadoras, la capitana y “La simpática madrina Lucía Ycaza Suárez”, es decir, la futura suegra de Ricardo Noboa Bejarano, el reconocido abogado y político guayaquileño… De niña, Norma asistía a cursos de ballet en la Casa de la Cultura, sus compañeras fueron dos destacadas bailarinas ecuatorianas, Esperanza Cruz (Premio Eugenio Espejo en Actividades Artísticas en 2010) y Noralma Vera (hermana del exministro Alfredo Vera). Ella no siguió bailando, pero ese aprendizaje le dio una ventaja en flexibilidad sobre sus compañeras en el vóley. El emblemático colegio marcó una época en Guayaquil, tanto que las Lolitas, como se conoce a las colegialas del Dolores Baquerizo, siguen reuniéndose hasta ahora, pese a que cerró sus puertas en 1974. En el siglo XXI, las exalumnas festejan la presencia de las Normas en esas reuniones: Norma Delgado y Norma Espinel Arauz, madre del vicepresidente Jorge Glas Espinel y también exalumna. Así recuerdan las épocas en las que Guayaquil era un pañuelo. Norma siempre fue delgada, no se maquillaba y se vestía con sencillez. A sus diecinueve años, la joven se inició como secretaria

en la empresa guayaquileña Cargo Arosemena y luego en Edificaciones Ecuatorianas, constructora que erigió varias obras ícono de la ciudad, como el estadio Modelo Alberto Spencer o el edificio Cóndor, el más alto del país en su época. Mientras Norma se enrumbaba en lo profesional, comenzó un romance con su amigo Rafael María Correa Icaza, que se selló en matrimonio en la iglesia salesiana María Auxiliadora en 1958 a sus veintitrés años. En la foto del enlace, posa ella menuda y feliz, vestida de blanco, con un tocado y velo, de sus manos cuelga un ramo. Él, también sonriente y mucho más alto, está enfundado en un terno oscuro y corbata de lazo, con una pequeña flor en la solapa. Un gran arreglo floral de cartuchos y claveles resguarda a los novios. Con esa unión Rafael María encontró una cierta estabilidad emocional. Norma se quedó embarazada enseguida, pero un aborto espontáneo acabó con esa primera ilusión que la sumió en un estado de gran tristeza. Poco tiempo después, volvió a embarazarse. La llegada del primogénito, José Fabricio, el 16 de diciembre de 1959 a los veinticinco años de ambos, dio un nuevo impulso a la relación. La familia se completó con Sara Mercedes, el 30 de mayo de 1961; Rafael Vicente, el 6 de abril de 1963, y Bernardita de Fátima, el 27 de marzo de 1964. ¿Por qué el primer hijo no selló la tradición de la familia Correa? En realidad, al presidente Rafael Correa no le tocaba llevar ese nombre, destinado casi siempre al primer varón de la familia. Rafael María Correa Icaza (el sexto) quiso cortar con el legado patronímico, debido a los resentimientos que guardaba hacia su padre. Por ello bautizó a su primogénito con un nombre tan ajeno a la usanza familiar. El quinto Rafael no se dio por vencido, ahí no podía acabar la historia. Agobiado por un cáncer al pulmón, le pidió a su nuera Norma que siguiera la costumbre, si su tercer hijo era varón. Y ella así lo hizo. Lo de Vicente se debe a que el 5 de abril, un día antes de su cumpleaños, se festeja a san Vicente de Ferrer, conocido como el Ángel del Apocalipsis, por su

afán en recordar a los impenitentes el día del juicio final. El quinto Rafael moriría en Guayaquil en mayo de 1964, cuando el séptimo acababa de cumplir un año. ¿Se transmitió con el nombre la vehemencia y otros trazos del carácter de los “Rafaeles”? ¿O los parecidos son solo fruto de la coincidencia? Al igual que sus abuelos y sus padres, Rafael nació en un año de turbulencia política. En julio de 1963, cuando era un bebé de apenas tres meses, una junta militar derrocó al presidente Carlos Julio Arosemena Monroy, quien a su vez había reemplazado a un depuesto Velasco Ibarra en su cuarta Presidencia. Los reportes sobre el encarcelamiento del presidente destituido y del alcalde de Guayaquil, Assad Bucaram, llenaron los periódicos. Hubo enfrentamientos en Quito, aunque a los dos días todo volvió a la calma. Sobre el golpe de Estado militar siempre ha pesado la sombra de la CIA, el vilipendiado servicio de inteligencia estadounidense, por la supuesta cercanía entre Arosemena Monroy y Fidel Castro. No obstante, un año antes, en julio de 1962, Arosemena Monroy fue recibido en Washington por el presidente John F. Kennedy. Para muchos en realidad el alcoholismo del mandatario guayaquileño detonó su caída. Los oficiales Ramón Castro Jijón, Guillermo Freile Pozo, Luis Cabrera Sevilla y Marcos gándara Enríquez estuvieron tres años en el poder. Ese gobierno se caracterizó por una mano dura con los opositores, a quienes desterraba a las islas Galápagos, en tanto que emprendió la primera reforma agraria del país, que afectó sobre todo a los grandes latifundistas de la Sierra. En la Costa el boom del banano se había afianzado y Guayaquil navegaba entre la explosión de los barrios marginales, producto de las invasiones de migrantes de otras provincias, y la efervescencia del consumo al estilo gringo. El país atravesaba un relativo período de prosperidad que se refleja en los periódicos de la época. A comienzos de 1963, antes del golpe, Arosemena Monroy alcanzó a dar un optimista mensaje de año nuevo, en el

que aseguró que la crisis económica se desvanecía. Un mes más tarde, inauguró el nuevo puerto marítimo de Guayaquil. Los periódicos tenían publicidad de marcas multinacionales que, con dibujos o fotos en blanco y negro, anunciaban brillantina Glostora, Pepsi y Coca-Cola, llantas Goodrich, digestivo Sal de Andrews, gelatina Royal, máquinas de coser Singer, maquillaje Maybelline y viajes a Miami y Europa. Las casas comerciales Tía, Casa Tosi, El Rosado (Mi Comisariato), E. Maulme, también tenían espacio. Por esas páginas impresas se sucedían una a una las fotos de los graduados de los colegios más importantes de la ciudad. En un espacio estelar se anunciaban las películas de Cantinflas y Sara Montiel que protagonizaban los grandes éxitos del cine. Una preocupación constante en los medios de prensa de esos primeros meses de 1963 fueron los grupos subversivos y el avance del comunismo, noticias que comparten páginas con el lanzamiento del primer plan nacional de alfabetización de adultos y la publicación de la encíclica modernizadora Paz en la tierra, de Juan XXIII, o la conexión telefónica entre Quito y diferentes ciudades de la Costa. El día que nació el séptimo Rafael, la noticia principal se enfocó en el fin de una revuelta militar argentina. El porvenir de los Correa Delgado no se avizoraba sólido ni optimista como el mundo de cambio que los rodeaba. A pesar del amor y la calma iniciales, el carácter vacilante de Correa Icaza indujo a muchas peleas y más de una separación. En uno de los distanciamientos, cuando la joven esposa había buscado refugio donde su hermana Pepa, nació su primera hija mujer. Ella decidió llamarla Pierina, pero su marido la inscribió en el Registro Civil como Sara Mercedes. Finalmente se zanjaron las diferencias al bautizarla con el nombre de Sara Mercedes Pierina. A los dos mayores terminarían llamando con los nombres italianizados, escogidos por la madre, de los que el padre renegaría: Fabricio y Pierina. Tambaleante, el matrimonio se mantuvo por algunos años. Él resultó un padre cálido que disfrutaba de los niños y ella una

mujer enamorada de su marido, a quien admiraba y protegía. Para entonces vivían en un departamentito en el barrio del Astillero, en un Guayaquil de clase media, con algunos familiares que los ayudaban en lo que podían. Este fino equilibrio que mantenía la relación radicaba básicamente en la confianza de Norma de que algún día, con la ayuda de Dios, Rafael María cambiaría. No imaginaban que la vida les deparaba tragedias y mucho sufrimiento: vivencias que forjarían el carácter del futuro presidente de la República.

II Tragedia, devoción y disciplina “el alborozo pueril con que él se desquitaba de los malos tiempos y la falta de sentido con que despilfarraba las ganancias del poder para tener de viejo lo que le hizo falta de niño” Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca.

¡El pantalón y la chaqueta de camuflaje se complementaban con un casco y una cantimplora! Los fantásticos obsequios colmaron el mundo infantil de sus hijos. Fiche, Rafael María Correa Icaza, desembarcó con esos perfectos disfraces de soldados y otros novedosos regalos “americanos” para la Navidad. Así los Correa Delgado celebraron juntos y felices la Nochebuena de 1967. La religiosidad de Norma Delgado se vivía a fondo en esas fechas pero, además, festejaron la beneficiosa racha surgida en el exterior. El padre guardó en secreto la particularidad del origen de su dinero. Después de todo, conocían los beneficios de la migración: la familia materna había progresado con su partida a California unos meses antes. Para los cuatro niños, su papá estaba trabajando en Estados Unidos. Ajenos a la desventura que les sobrevolaba, siguieron con su rutina. Por Carnaval, la abuela Sarita Icaza y Fabricio, a quien de cariño algunos llamaban Fabo, que para entonces acababa de cumplir siete años, se fueron de vacaciones a la hacienda de los Elizalde Icaza en Los Ríos. Norma y los tres menores se quedaron

combatiendo el calor de la época de lluvias tropicales, el llamado “invierno” guayaquileño. Fiche emprendió un nuevo viaje hacia Estados Unidos. Rafico —como llamaban a Rafael Vicente para distinguirlo del padre— guarda en la penumbra de la memoria de sus casi cinco años verlo partir con un par de maletas azules, a principios de 1968. Algo salió mal en aquella jornada. El cómplice que debía asistir a Correa Icaza para introducir la droga en el aeropuerto de Miami desapareció y la policía lo atrapó con dos kilos de cocaína. Por mucho tiempo no volvería a Guayaquil. La justicia estadounidense condenó a Rafael María Correa Icaza por tráfico de drogas a cinco años en la Cárcel Federal de Atlanta, una prisión de seguridad media, que funciona desde 1902 con capacidad para tres mil presos. A diferencia de sus predecesoras, las temibles Sing Sing y Alcatraz, donde se buscaba quebrantar el espíritu de los reclusos, el nuevo centro penitenciario se concibió con una filosofía de rehabilitación, a través de trabajos y tareas útiles. A pesar de ese enfoque más moderno, las penurias y la violencia penitenciarias subsistieron. Fiche las sintió día a día en carne propia. Pero también respondió a los incentivos: estudió inglés, dejó de fumar, fortaleció su cuerpo con ejercicio y aprendió los más variados oficios, como fabricar morrales para el correo o hacer calcomanías refractivas, lo que le permitía enviar un poco de dinero al Ecuador. Unos ahorritos que acompañaba con prolijas y personalizadas cartas a los miembros de su familia. Su buen comportamiento redujo la pena a tres años y medio. Sin embargo, la larga ausencia del padre trastocaría la vida de los niños Correa Delgado para siempre. El traspié de Fiche agudizó las carencias económicas con las que la familia había bregado y las consecuencias no se hicieron esperar: hubo separaciones y cambios. Apenas se enteró del destino de su marido, Norma tomó la dolorosa decisión de enviar a sus dos hijos mayores a California, con los abuelos Delgado

Rendón. Pierina terminó adelantándose y el viaje de Fabricio nunca se concretó. La tía abuela Elsie Coello, que adoraba a la nena, le confeccionó un terno para la ocasión, atuendo que se completó con una muñequita de trapo, compañera inseparable en los aviones durante la larga travesía hasta Los Ángeles. Pierina siempre ha resentido esa decisión, nunca asimiló por qué fue ella quien tuvo que vivir fuera de su casa, si apenas tenía siete años. El saldo positivo del exilio infantil: un inglés perfecto y sin acento. La madre y los tres hijos debieron ajustarse y dejaron el departamento que alquilaban en la calle Bolivia y Chile, en el tradicional barrio del Astillero al sur de Guayaquil, donde había nacido Rafico. Para entonces, la identidad del sector, asentada en la construcción de navíos, se había esfumado dando paso a un vecindario de clase media. Casonas, villas de cemento, chalets con patio interior y edificios de pocos pisos se alternaban con construcciones mixtas (de cemento y madera) y viviendas de caña. Los niños podían jugar en la calle sin peligro entre la Capitanía de Puerto, el parque de La Armada y la fábrica de la Pepsi Cola. Variopintos, como sus casas, eran sus vecinos: pobres y desconocidos compartían su espacio con la hermana del gran millonario del país Luis Noboa Naranjo o con la numerosa familia Noboa Bejarano, entre otros. De aquel apacible barrio del Astillero se mudaron al centro de Guayaquil a un modesto departamento de construcción mixta en la calle Tomás Martínez, frente al colegio San José La Salle, donde estudiarían los varones. “Durante veinte años, desde los cinco a los 24, es decir, desde los primeros recuerdos de mi niñez, viví en el mismo barrio, peligroso y duro”: así describe su vecindario el presidente Correa, en una entrevista concedida a un medio extranjero en 2012. Su nueva morada no estaba en un lugar tan tranquilo como el anterior, ¿pero se trataba de una zona dura y peligrosa? La vieja casa de dos pisos, donde vivieron por casi veinte años, cerca del Mercado Municipal Norte y a pocas cuadras del

cerro del Carmen, es una típica construcción costeña de varios pisos: la parte delantera de la planta baja, llamada soportal, se conserva despejada dejando visibles las columnas que sostienen los dos pisos superiores y la puerta de acceso de madera pintada. Al ingresar al departamentito, un corredor asigna la entrada a las diferentes piezas: los dos dormitorios, el baño y la cocina comedor. En un cuarto, que en lugar de puerta tenía una cortina, dormían los hermanos en una litera; el otro lo compartía Norma con sus dos hijas. Quienes alguna vez lo conocieron recuerdan la sencillez del interior; los muebles indispensables y los escasos adornos amplificaban los anchos espacios que se formaban en las ranuras del piso de madera, tan dilatados que si una moneda se escapaba podía caer a la calle. En resumen, una típica casa de clase media baja del centro de Guayaquil, mucho más humilde que aquellas villas de cemento de los barrios Orellana o del Seguro. Sin embargo, las etiquetas de “duro y peligroso” resultan exageradas para algunos residentes, pues el vecindario se encuentra muy lejos, social y geográficamente, de los barrios inseguros y marginales de la época como el Suburbio Oeste o el Guasmo. En la actualidad, en el soportal de la casa en la que vivían los Correa Delgado, una ventana clausurada y una estrecha puerta enmarcan una tienda de abarrotes lúgubre y descuidada. Ahí, como suspendidos en el tiempo, con un telón de fondo de estanterías en las que el polvo y las telarañas se acumulan, Gloria y Ovidio Rodríguez ven pasar a la gente en espera de esporádicos clientes. Su vida y su negocio están atados a este local desde inicio de los sesenta. Ellos vieron llegar a los Correa Delgado y los recuerdos de buena vecindad perduran. En la memoria de Gloria sigue intacta la imagen de Rafico, que para ella es “mi cholo”, y lo rememora con gran cariño mientras bebe un café en un jarro verde de Alianza PAIS. La figura idealizada del presidente queda en la memoria de esta pareja que lo vio crecer y a quien absuelven de toda culpa. “La

situación económica no es buena”, reconocen, pero enseguida explican que se debe a que el mandatario está mal asesorado. En la infancia de Rafael Correa, Ovidio trabajaba de portero en el San José, donde también estudiaron becados sus hijos. Los niños de ambas familias jugaban cartas en el soportal. La confianza se instauró enseguida: cuando los chicos Correa llegaban de sus jornadas escolares retiraban la llave encargada a los Rodríguez y subían el primer piso. El ambiente ofrecía cierta calidez de barrio. Los varones solo tenían que cruzar la calle y, por la puerta lateral, ingresar al San José La Salle, considerado en la época uno de los mejores centros de enseñanza de Guayaquil, donde la disciplina férrea se imponía como pedagogía articuladora. Así es como, desde su más temprana infancia, con el barrio, el colegio y un poco más tarde los scouts, se impregnaron en el carácter de Rafael Correa Delgado la rigidez de la conducta, la infalibilidad de la religión y la marcada conciencia de las diferencias de clase, cánones que condensarían su particular perspectiva de la sociedad ecuatoriana. La elección de la enseñanza lasallana estuvo condicionada por las circunstancias. Fabricio, el mayor de los Correa Delgado, entró a la preparatoria o kínder en el Cristóbal Colón, el colegio católico salesiano de la élite guayaquileña, ubicado en el barrio del Centenario. Su madre se educó como ferviente salesiana y ese parecía el camino indiscutible para su hijo. Un malentendido entre el rector y la abuela Sarita, que terminó con un carajazo de ella, cuando el niño debía asistir a la premiación de la Medalla de la Filantrópica por ser el mejor alumno, la obligaron a buscar un cupo en el San José para primer grado. Para entonces su papá todavía estaba en Ecuador y, debido al buen rendimiento del hijo y la medalla obtenida, le consiguió una beca. ¿San José o Cristóbal? ¿Hay alguna diferencia? Al fin y al cabo, ambos imparten educación católica y gozan de buena reputación. Aunque a vuelo de pájaro esa puede ser la percepción, los estilos de enseñanza difieren. En ese entonces la pedagogía lasallana, una congregación francesa

fundada por san Juan Bautista de La Salle en el siglo XVII, se caracterizaba por su intransigencia y dureza. Los salesianos, en cambio, intentaban usar métodos centrados en acompañar al alumno más que adoctrinarlo. Rafiquito llegó a las aulas del San José en mayo de 1968, lo recuerdan como un niño delgado, muy inquieto y juguetón, que debió acoplarse a este molde rígido y severo. Los hermanos de las escuelas cristianas, que regentan el colegio San José, no son sacerdotes, pero hacen votos de castidad, pobreza y de vida comunitaria para consagrarse a la educación. Como hombres religiosos vestían sotanas blancas, beige o negras, que complementaban con un cuello blanco de dos puntas, llamado rabat. Cambiaban su nombre terrenal por uno religioso. La congregación francesa llegó al Ecuador en 1863, durante el gobierno del ultracatólico Gabriel García Moreno. El primer colegio lasallano se instaló en Cuenca; de hecho, el hermano Miguel (Francisco Febres Cordero Muñoz), uno de los tres santos ecuatorianos, se formó en esas aulas y era un hermano cristiano. Pese a los embates de la Revolución liberal, el general Eloy Alfaro autorizó la reapertura de una escuela en Guayaquil en 1910. El San José La Salle se convirtió en un pilar de la sociedad guayaquileña, una institución que ha cobijado a miles de jóvenes de diversas clases sociales. A sus aulas asistieron millonarios como Álvaro Noboa Pontón, contra quien Correa se enfrentaría para la Presidencia de la República, o Vicente Wong Naranjo, así como un cobrador de colectivo, el hijo de un guardián o el futuro banquero y político Guillermo Lasso Mendoza, que en su momento trabajó para pagar la pensión. Ahí se educaron los exmandatarios Alfredo Palacio González, Sixto Durán Ballén Cordovez, Otto Arosemena Gómez, Clemente Yerovi Indaburu y Pedro Aguayo Cubillo. Asimismo fueron parte de esta institución extitulares de otras funciones del Estado como Héctor Romero Parducci, Ramiro Larrea Santos y Nicolás Parducci Sciacaluga. En sus listas constan los

exministros Jaime Damerval Martínez, Mario Canessa Oneto, Juan Carlos Faidutti Estrada, Jaime Nebot Velasco y Alfredo Pareja Diezcanseco. También en el San José estudiaron destacados personajes públicos como el sacerdote José Gómez Izquierdo, un referente social, y el líder político Abdón Calderón Muñoz, asesinado por la dictadura militar y cuya muerte aceleró el retorno democrático de fines de los setenta. La exigencia académica, enmarcada en una disciplina inflexible, que caracterizaba al San José, se moderaba con el deporte como válvula de escape. En cambio, el fomento a la imaginación y a la ligereza de espíritu escaseaba: en 1980 se graduó la última promoción de Sociales. Esa línea de formación explicaría el escaso apego a la literatura, y su preferencia por las biografías o las lecturas técnicas, que el presidente Correa ha revelado en varias entrevistas. Los hermanos privilegiaron al máximo la formación científica y matemática con tres paralelos de Físico Matemático y uno de Químico Biólogo. El motivo de orgullo del colegio se fundamenta en preparar futuros ingenieros, preferiblemente de la Escuela Politécnica. Tal vez por esa razón en el libro Oro Lasallano, por las 50 promociones del colegio, se destaca, solo en la última página, la trayectoria del artista plástico Julio Montesinos Burbano, a pesar del renombre que han tenido otros exalumnos, como el violinista Jorge Saade Scaff. Una única página da relieve a los “Hombres de Prensa... cuando eran colegiales” y que muestra las fotos de veinte articulistas y periodistas. Los temas “Banda de guerra: disciplina y marcialidad” y “Semillero de campeones” ocupan muchas más páginas. “Que vuestra trilogía de Dios, Patria y Familia siga alumbrando la conciencia de nuestros niños y de nuestra juventud”, recalcó León Febres Cordero Ribadeneira, entonces presidente de la República, para sellar un homenaje a la institución en 1985. ¿Cómo se irradiaban esos preceptos hacia los alumnos? Hasta fines de los sesenta, en primaria todavía regía el castigo físico

infringido con un puntero de madera. Era obligatorio ser diestro, de otro modo se recibía un golpe y el regaño: “¡Izquierdista, comunista, escribe con la derecha!”. Se rezaba un Padrenuestro y un Avemaría diariamente en la primera hora de clase, y cada período iniciaba con el grito “¡Que viva Jesús en nuestros corazones!”, llamado que los alumnos respondían con un “¡Por siempre!”. Cada vez que un enseñante entraba al aula todos los estudiantes debían, como un resorte, ponerse de pie. Una misa semanal completaba la formación católica impartida por los hermanos. Algunos exalumnos responsabilizan a los profesores laicos por el uso de los métodos represivos pues, aseguran, la mayoría de los hermanos podían ser más bien cálidos. Para otros esa disciplina surgía de ellos. En todo caso, hasta la arquitectura del San José, con sus enormes instalaciones de cemento que albergan aulas y corredores interminables, reflejan la rigidez de la enseñanza donde el futuro presidente pasaría trece años. ¿Hasta qué punto esta formación, que priorizaba el respeto irrestricto a la autoridad marcó al futuro presidente? “Majadero”, “malcriado”, expresiones usadas en incontables ocasiones, durante los diez años de su mandato, para reprender a los ciudadanos que, según él, irrespetaron la “majestad del poder”, ¿son las huellas de esta instrucción? Al concluir el preparatorio A, Rafael Vicente aparece en la foto de la Memoria Colegio San José 1969, una publicación que recoge los recuerdos y sucesos de cada año escolar: un niño de cara tierna y mirada triste, flaco, con terno y corbata. Solo los doce primeros, los sobresalientes del curso, tenían derecho a una foto individual, y el resto posaba en fotografías grupales. Las fotos van acompañadas por la lista de todos los alumnos de esa clase, en orden alfabético, con la sumatoria de los promedios anuales de cada uno. El honor del reconocimiento individual lo repitió durante toda la primaria. En cuarto grado, en 1972, luce unos lentes rectangulares de marco grueso (sufría de una afección ocular, por eso, en la primaria uno de sus apodos fue Lente de Palo), sin embargo, la tristeza de la

expresión de su rostro se esfumó. Coincidencia tal vez, pero para ese entonces su padre había regresado. Ese año y el siguiente compartió las páginas de excelencia con Danilo Roggiero Cevallos, con quien se enfrentaba como líderes de bandos opuestos. Un compañero de aula recuerda que Roggiero era más bien problemático y a veces buscaba pelea porque tenía dos hermanos mayores que lo protegían. Rafael Vicente, sobre quien muchos coinciden que había asumido el rol de defensor de los débiles, organizó un grupo con otros chicos (Carlos Escala, Francisco Gómez Nath y Vicente Pignataro, entre otros) para estar alertas y enfrentarse contra los de Roggiero. El destino los volvería a juntar y no precisamente para pelearse. En 2011, durante una reunión de excompañeros de la promoción 33, en la que ambos se graduaron, Roggiero abordaría al ya presidente de la República para pedirle un puesto en Nueva York. Así fue nombrado cónsul. Además, su nombre se hizo muy público ya que es el esposo de María del Carmen Garay Calero, también amiga de los Correa Delgado y propietaria de la empresa de relaciones públicas McSquared, que recibió un contrato de seis millones de dólares por una efímera campaña contra la multinacional Chevron y una página web que pocos conocen. En los tiempos lasallanos nadie hubiera imaginado que estos bandos terminarían asociándose. Por una razón u otra, los puñetes aparecen como una constante en la historia del pequeño Rafael. “Siempre defendiendo a media humanidad”, dice una pariente, quien lo evoca con cariño como Rafiquito: “Cuando usaba lentes los perdía cada vez y cuando, porque de repente, tenía que sacárselos para darse de tromponcitos defendiendo a otro niño”. La afección que lo obligaba a usar lentes desapareció; en cambio, lo de peleón e impetuoso se le quedó. En la Presidencia relató que, ya en secundaria, la única vez que se quedó suspenso para dar exámenes en abril, en lugar de enero, se debió a un castigo por “irme de puñetes... con un buen

amigo, Zenón Balda, un amigo del alma”. Durante la primaria, al terminar las clases, los hermanos Correa se quedaban en el colegio casi todas las tardes jugando a la pelota, como muchos chicos de esa época. Ambos se destacaban como alumnos sobresalientes y buenos deportistas, lo que significaba una recompensa para los sacrificios de su madre. Norma, como jefa de hogar, realizaba múltiples tareas para subsistir. Aprovechaba su agilidad en la máquina de escribir para pasar tesis de bachillerato a limpio o hacía manualidades que entregaba en un bazar del centro de la ciudad. Sus hijos conservan la imagen de una madre buena, generosa, seria, religiosa, trabajadora y que dormía pocas horas. Una que otra madrugada, pensando que los chicos no la veían, lloraba para descargar el peso del secreto sobre el destino de su marido y la ausencia de la pequeña Pierina. Al día siguiente volvía a la carga, al trabajo sin descanso. Entre sus múltiples actividades, se dedicó a preparar almuerzos para una decena de vecinos. En esa labor participaba su hijo mayor, Fabricio, cuya tarea consistía en repartir un segundo turno de viandas, pues el primero lo hacía sola una empleada doméstica. Ante la ausencia del padre, Fabo ocupó, en la medida de sus posibilidades, el rol del hombre de la casa y del muchacho de los mandados. Su hermano tres años menor, Rafael Vicente, no podía asumir esas responsabilidades por su corta edad. El tercero de los Correa estaba muy unido con su hermana Bernardita, apenas once meses menor que él, una nena hiperactiva y traviesa a la que llamaban Bananita. En este mundo infantil, donde los dos menores se permitían menos cargas, el orden no estaba entre las prioridades de Rafael. Su familia recuerda que llegaba a la casa, sudoroso después de jugar, y la ropa quedaba esparcida por la sala y el cuarto. Cuando arrojaba las prendas el niño parecía descamarse, por eso, la madre ironizaba al verlo llegar: “Ahí viene la culebra”. Al caer la tarde la familia se reunía en el departamentito; mientras, Norma

terminaba con los quehaceres, los chicos se dedicaban a los deberes. Desde una de las ventanas que daban a la calle, Rafael veía cómo todos los sábados niños un poco mayores que él, vestidos con relucientes uniformes verdes y azules, marchaban y maniobraban con sogas y navajas. Se empecinó entonces en formar parte del grupo de boy scouts. Pese a que la edad mínima para ingresar estaba establecida en ocho años, logró que lo aceptaran a los siete. No fue un capricho de niño: participó activamente con los scouts y realizó viajes internacionales en su representación hasta los veintisiete años, cuando se mudó a Bélgica para estudiar una maestría. Allí conoció a su esposa, la belga Anne Malherbe, quien también había integrado las filas de los scouts en su país. Firmeza, constancia y jerarquía, preceptos importantes en la mitología scout, encuadraron al niño y al adolescente. ¿Sabía el pequeño Correa que, detrás de esas insignias, nudos marineros y excursiones, existía un mundo de disciplina y valores cívicos y militares? El escultismo o movimiento scout fue fundado en 1908 por el militar retirado Robert Baden-Powell, a su regreso a Inglaterra después de pelear en las guerras coloniales de fines del siglo XIX. Inspirado en la organización militar, “bajo la presencia de Dios”, se enfoca en el servicio social y ciudadano, que encierra el lema “Tratar de dejar este mundo mejor de lo que lo encontraste”. En un libro sobre el escultismo, se definen las características que deben tener sus miembros: confiable, leal, servicial, amigable, amable, cortés, obediente, alegre, austero, valiente, limpio y reverente. Los scouts traspasaron las fronteras y se convirtieron en un fenómeno mundial con sede en Ginebra. Llegaron al Ecuador rápidamente: en 1913 ya se habían formado los primeros grupos en colegios públicos y, diez años después, la Oficina Internacional de los Boy Scouts los reconoció. En la primera Asamblea Nacional, en enero de 1968, se eligió presidente al banquero y empresario

guayaquileño Nahím Isaías Barquet, y, ese mismo año, el Ministerio de Educación declaró obligatoria la organización de estos grupos en escuelas y colegios, disposición que nunca llegó a cumplirse. Casi siempre los scouts que se forman en colegios adoptan un número para identificarse; Correa estuvo en los grupos 14 y 17. Las reuniones del Grupo 14 del San José se desarrollaban en los patios del colegio los sábados por la tarde. Al ser aceptados en el movimiento, los niños se inician en la Manada como lobatos a cargo de una Akela o lobatera, una joven que imparte el entrenamiento básico. A partir de los doce años, los muchachos integran la tropa y conforman patrullas, con distintivos como lagarto, antílope, murciélago, castor, oso, halcón, tiburón. Cada una tiene características especiales y los llamados de tropa reproducen los gruñidos y gemidos similares a la designación de su patrulla. Excursiones, aventuras, proezas y preparar el “pan de cazador”, una masa básica envuelta alrededor de una rama y asada al calor de la fogata, promovían una imborrable camaradería. Las excursiones del Grupo 14 se hacían a la playa de Chanduy, a los pueblos de Pascuales (Guayas), de Huigra (Chimborazo) o al terreno de los hermanos lasallanos en el norte de Guayaquil, donde ahora funciona una sección del colegio. Las patrullas las integran cinco niños y un jefe, estas a su vez forman la tropa que tiene un líder. Desde muy joven, el menor de los Correa fue jefe de patrulla, lo que implicaba un gran sentido de autonomía y formalidad pues dirigía a otros jóvenes apenas menores que él. “Mis muchachos eran como mis hijos”, diría en su campaña presidencial. Uno de sus subalternos recuerda su particular liderazgo: “Él siempre tenía que estar comandando, tenía mucha madurez y a los quince ya nos guiaba fuera de la ciudad. Los que teníamos un poquito más de plata traíamos más y mejores cosas, y los otros menos; él recibía todo lo que habíamos llevado, lo juntaba y el grupo comía por igual”. “Quien estaba en desacuerdo con él solo tenía dos opciones: irse o callar, no había más, así de sencillo. Pero como

siempre era muy convincente, entonces la gran mayoría se quedaba”, añade otro miembro de una de sus patrullas. “Siempre liderando, siempre rodeado de chicos más pequeños que él, siempre queriendo sobresalir y mandar”, recuerda otro compañero que no fue scout. Quizás este no era el más exitoso de sus intentos para descollar, pues los scouts carecían de la aureola de popularidad que daban los deportes. Algunos confiesan, con un dejo de picardía, que al final de su pubertad dejaron la tropa scout por el fútbol u otro deporte, más reconocidos en un mundo tan masculino. De hecho, algunos vacilaban a Rafael por llevar bermudas, lo que provocó una que otra arremetida a golpes. Dos eventos trágicos empañaron el mundo recreativo del joven Correa. El primero ocurrió cuando, aún pequeño, la lobatera que tenía a cargo su grupo murió en un accidente de tránsito, aprisionada entre dos vehículos. Los niños no asistieron a esta escena fatal, pero padecieron su partida. Años después, cuando el universitario Rafael Correa dirigía el Grupo 17 del colegio Cristóbal Colón, otro incidente más grave provocó una profunda conmoción. Durante una excursión a Riobamba, cuando realizaban un campamento cerca del Chimborazo, la patrulla a su mando debió enfrentar una tormenta eléctrica, un rayo impactó sobre uno de los chicos, que moriría pocas semanas después en Quito. El adolescente, de origen colombiano, se había adelantado al grupo y portaba una medalla, regalo de su enamorada. Al parecer, el metal atrajo al rayo y produjo el accidente fatal. Los salesianos tuvieron que reunir a los padres para explicarles lo que había sucedido y evitar que los chicos abandonaran masivamente el Grupo 17. Estas tragedias no socavaron el espíritu del joven Rafael; al contrario, esta es la institución a la que más tiempo ha pertenecido. Su credencial más certera es haber formado precisamente el grupo 17 del Cristóbal Colón, en mayo de 1981, justo después de graduarse del San José y a pesar de que ambos colegios se consideran enemigos tradicionales.

“Un verdadero scout es solo una vez en la vida desde que nace hasta que muere”, destacó en una entrevista, “ahí tengo los mejores recuerdos de mi infancia, de mi adolescencia, mis mejores amigos. Lo del escultismo son recuerdos imborrables. Aprendí valores y principios”. El esfuerzo, la ilusión, la entrega no bastaron: Rafael Vicente nunca obtuvo el taco o insignia de ma dera, un codiciado reconocimiento por el cual suspiran los seguidores de sir Baden Powell. Este distintivo es la máxima presea para un scout adulto, las barritas de madera testimonian que el scout adulto ha culminado su formación. “Eso no es lo único que me interesó en la vida. Con taco o sin taco, yo formé el grupo más grande del país, que era el 17 del colegio Cristóbal Colón, el más grande y nunca tuve ni medio taco de madera”, explicó a Andes, la agencia de noticias creada en su gobierno. Solo cuando llegó a la Presidencia de la República lo premiaron con un taco de madera “honoris causa”. “Lo que quería era educarlos, formarlos”, confesó al rememorar su relación de universitario con sus discípulos scouts, muchos de los cuales lo han acompañado en su gobierno, fortaleciendo unos lazos que los unen desde hace varios años. Uno de sus chicos lo recuerda como un jefe de tropa inteligente y compenetrado con el grupo, “muy devoto, pero era bastante malgenio, lo llamábamos Caballito Correa”. Por ello, en el Jamboree (así se llaman las reuniones internacionales de los scouts) de 2010, el presidente Correa y Jorge Glas Espinel, en ese entonces ministro coordinador de Sectores Estratégicos, no se perdieron la acampada en Quito, en el parque del Itchimbía, a pesar de ser ya cuarentones. ¿Coincidencia o amable despedida? En diciembre de 2016, Ecuador fue la sede de un Jamboree interamericano; se lo organizó con gran despliegue en el parque Samanes de Guayaquil, una de las obras emblemáticas de la revolución ciudadana. Correa inauguró el acto vestido de scout.

Su larga estancia en los scouts se cruzó con otros hitos determinantes de su vida. Su madre nunca les reveló el destino de Rafael María. Los chicos aceptaron la versión de que su padre había emigrado a Estados Unidos, y que estaba tan ocupado que no podía venir a verlos para las Navidades. Las cartas llenaban el vacío, José Fabricio y Rafael Vicente aseguran que las atesoran. La dramática situación fortaleció los nexos de Norma con su suegra Sarita —por las duras experiencias de su matrimonio—, con sus cuñadas Toyita y Graciela, y con algunos tíos de Fiche. Incluso, durante las vacaciones escolares, la familia viajaba a la hacienda de la familia Elizalde Icaza, en Los Ríos, o a la casa de la tía Elsie, media hermana de Sarita. Ellos y los hermanos de Norma que quedaban en el país serían el círculo familiar que apuntaló a los Correa Delgado. Muchos ayudaron en los preparativos del regreso de Correa Icaza, que implicó también el retorno de Pierina, ya que Fiche pidió que toda la familia estuviera en Guayaquil para su arribo. Casi todos se reunieron para esperarlo en el aeropuerto, en octubre de 1971. Fabricio recuerda que ese día, a sus casi once años, no pudo contener las lágrimas al reconocer a su padre, a lo lejos, cuando bajaba las escalinatas del avión. Ese instante comprendió que también se podía llorar de alegría. La salida de la cárcel marcó el epílogo de Fiche en su continuo recorrido al filo de la navaja. Ya no hubo más desafíos a la ley. En los primeros años de matrimonio con Norma, él se dedicaba al contrabando de sal por las carreteras de la península de Santa Elena —por ese entonces apenas había comenzado la desmonopolización del Estado sobre este producto—. Sin embargo, el regreso de Rafael María al hogar no logró reunir a la familia. Llegó cambiado, los músculos dejaron atrás su delgadez y ya no fumaba, pero la separación cavó diferencias profundas. El amor no lograba compensar las distancias abismales de esa pareja. Él, voluble e inestable, melancólico y rebelde —aunque cariñoso y divertido, en sus buenos momentos—, no asumió nunca el rol de jefe de familia.

Ella, estable y cándida, muy trabajadora y constante, práctica y mujer de palabra. La relación no se recompuso y al poco tiempo Norma tomó la decisión, muy a pesar de su religiosidad, de poner la demanda de divorcio, que poco tiempo después se concretó. La madre de los Correa Delgado, siempre regida por el sentido común, no separó a los chicos de su padre. Fiche vivía con Sarita en los bloques del IESS, a pocas cuadras de distancia, siempre estaba presente y finalmente sus hijos supieron lo que implicaba tener un protector, un hombre fuerte cerca de ellos. “Me lo presentaron con un orgullo tremendo, era un hombre inteligente y culto”, asegura un amigo. Los paseos en camioneta por Guayaquil o Durán, las salidas para remar por los ramales de El Salado donde les mostraba los barrios de los ricos y los barrios de los pobres, el viaje en lancha para visitar la estación del ferrocarril de Durán, las caminatas por el malecón o el cementerio para descubrir los panteones de los próceres guayaquileños, erigen los recuerdos familiares en los que destaca el cariño y las conversaciones sostenidas con el padre. Compañeros cercanos también recuerdan estos diálogos, sabían que podían acudir por su consejo. Correa Icaza firmaba las libretas de calificaciones de sus hijos y se daba tiempo para asistir a las mañanas deportivas o “revistas de gimnasia” colegiales. Los Correa Delgado se estabilizaron como familia de padres separados, algo poco usual para la época. Fiche y Sarita celebraban Navidad y Año Nuevo con Norma y los chicos. Los jóvenes Correa seguían destacándose como buenos alumnos en el San José, aunque Rafael un poco por debajo de Fabricio en la secundaria, además, el mayor de los Correa era seleccionado de vóley. Ya desde entonces, cuentan sus amigos, jugaba Rafael a ser presidente de la República. Y su madre asegura que ocupar ese cargo fue una de sus promesas juveniles. Pierina se graduó rápidamente en la escuela de inglés Bénédict, al tiempo que entró al Liceo Panamericano, otro colegio de élite en el barrio del

Centenario, con media beca. Bernardita estudiaba en la escuela Nuestra Señora de Lourdes. A Norma la contrataron en la cadena de supermercados Mi Comisariato en 1973, debía supervisar a las cajeras, ¡al fin un trabajo estable! Sujeta a horarios y restricciones por sus nuevas responsabilidades, que a veces incluían trabajar los fines de semana, la madre convirtió el desayuno en la comida familiar pues era el momento en que podía vigilar lo que comían. Además de la leche y los sánduches, les hacía tomar jugos de vegetales, cuyo color y sabor dependía de lo que pudiera tener a mano en ese momento. También dejaba adelantada la preparación del almuerzo que los chicos completaban. Algunos aseguran que Rafico siempre ha resentido que Norma trabajara los fines de semana, aunque había recompensas como tener acceso a buena carne, una de sus pasiones gastronómicas. A su vez, Fiche consiguió trabajo en la Cervecería Andina, como gerente de ventas. Para ello debió elaborar un levantamiento completo de todos los distribuidores del centro-norte del país. Emprendió el viaje con Fabricio, durante las vacaciones escolares, parando en cada pueblo para conocer a los intermediarios y contabilizar el volumen de ventas. En uno de los viajes sufrió un accidente que lo dejó parcialmente inhabilitado. No obstante, en esta nueva etapa hubo una cierta estabilidad familiar que duró unos cinco años. El golpe seco que significó la cárcel de Fiche sería solo un nubarrón comparado con lo que les deparaba el destino. En una jornada de clases interrumpida antes del mediodía, la madre de una amiguita le pidió permiso a Norma para llevarse a Bernardita a su casa. La madre dudó, conocía a su hija traviesa y sabía que en ese condominio había una piscina por lo que podía correr peligro si no la cuidaban con esmero. No obstante, cedió a las presiones y aceptó. No tenía con quién dejar a Bananita. Sus aprensiones no alertaron lo suficiente a la madre de la compañerita, que la encargó con una niñera adolescente. Bernardita se metió a la

piscina y se ahogó. Fue un 28 de mayo de 1976, dos días antes de que Pierina cumpliera quince años. La devastadora noticia le llegó a Norma en la sucursal de Mi Comisariato en Urdesa, al norte de Guayaquil. Desesperada salió en búsqueda de su hija. Desde ese local alguien más llamó a la casa familiar para advertir sobre el suceso. Fabricio, de dieciséis años, recibió el telefonazo y tomó un taxi en el que recogió a su padre para dirigirse a la Clínica Urdesa. Cuando preguntaron por la niña Bernardita Correa, les respondieron sin más miramientos: “Falleció”. El dedo de una enfermera les indicó la camilla sobre la que yacía, vistiendo un traje de baño color lila. Ya nada se podía hacer. El accidente se produjo como el desenlace fatal de una serie de incidentes infantiles que ya había sufrido Bernardita, típicos de niños inquietos. Su imagen se ha quedado congelada en el tiempo: alta, fuerte, zambita, de piel blanca y ojos turquesas. Se acordaba de la letra de todas las canciones y “tenía la misma facilidad que Rafico para recordar las caras y los nombres de todas las personas que había conocido”. Siempre sonreída y muy cariñosa con todos. Ya había tenido algunas caídas peligrosas, relata su hermano mayor, como aquella en la que se partió la lengua, tuvieron que operarla y sufrió un paro cardiaco del que pudo recuperarse, a diferencia de lo sucedido el viernes que murió. No fue posible velarla en la capilla del colegio porque ya estaba reservada para un matrimonio al día siguiente; entonces los servicios fúnebres se realizaron en el salón de actos del San José. A los doce años, Bananita se convirtió en el ángel de la familia, con todo el dolor que esa imagen sugiere. Los Correa Delgado nunca volverían a ser los mismos. El duelo y la desolación sellaron para siempre la vida de Norma, Rafael María, Fabricio, Pierina y Rafael Vicente. “El golpe más duro de mi vida”, ha afirmado en varias entrevistas el presidente Correa. Verse arrancado de su hermana y mejor amiga dejó al menor de los hermanos desgarrado. “Rafiquito casi se lanza por la ventana de la

desesperación”, recuerda Mercedes Hurtado, la empleada doméstica que los acompañó por algunos años y quien, sin saberlo, también perdería a su hija años después. Un amigo scout recuerda la escena de la primera vez que lo vio: el muchacho de segundo año de secundaria que lloraba desconsolado, rodeado por sus amigos que lo reconfortaban en el corredor; un adolescente que conoció la más honda de las tristezas. Como él conocía ese dolor, cuando la hija de Mercedes Hurtado estaba en el hospital, Rafael acudió presuroso a ayudarla, reclamó con furia por la desatención a la niña y, después del fatal desenlace, recolectó fondos para el funeral. ¿Cómo no rebelarse ante la injusticia por la muerte de su hermanita? ¿Por qué Dios lo había permitido? ¿Por qué una cruz tan grande? En medio de esta crisis y por la búsqueda de respuestas que dejó la muerte de su hermana, en la senda de los dos varones Correa Delgado se cruzó Gustavo Noboa Bejarano, un seglar salesiano evangelizador de jóvenes que se convirtió en el “padre espiritual” del mayor de ellos. Para el segundo de los varones Correa Delgado conocerlo también marcó su vida, la influencia de Noboa Bejarano devendría en otro puntal en la búsqueda de estructura de Rafael Vicente y su puerta de entrada al mundo salesiano. Sin embargo, el poder de Correa los ha llevado a crudas confrontaciones en la actualidad. Cuando el abogado cuarentón Gustavo Noboa —quien también ostentaría la Presidencia de la República— llegó a la vida de los chicos Correa, trabajaba en el Ingenio San Carlos, una de las empresas más poderosas del país. En paralelo llevaba una dinámica evangelización de adolescentes y daba clases en la universidad. Por eso, en sus memorias recalca que pudo cumplir la doble función “gracias a la comprensión de los ejecutivos de Sociedad Agrícola e Industrial San Carlos, don Juan X. Marcos, don Agustín Febres Cordero Tayler (padre de León Febres Cordero), Mariano González Portes y Xavier Marcos Stagg”. Alto, con su característica barba sin bigote y lentes, su militancia en Acción

Católica —movimiento seglar que asumió la evangelización en los sesenta— lo convirtió en un vigoroso creyente del trabajo de los laicos dentro de la Iglesia. Asumió la formación de grupos juveniles como un objetivo de vida. Él ha forjado generaciones de hombres, guayaquileños, fervorosos creyentes (muchos que han logrado tener poder, mucho poder), catequistas cercanos a la jerarquía eclesiástica, encarrilados en la Doctrina Social de la Iglesia, la corriente que desde fines del siglo XIX propugnó un acercamiento a los pobres, sin que esto implicara un cambio en el orden social. El carácter liviano y sencillo de Gustavo Noboa lo acercaba a los jóvenes con inquietudes de profundizar su relación con Dios y con la fe. Daba clases de orientación de vida (religión) en el colegio salesiano Cristóbal Colón, ubicado en el tradicional barrio del Centenario, considerado de élite hasta los ochenta. No tenía un contenido teológico, se trataba de una orientación juvenil. Su lenguaje coloquial y repleto de “malas palabras” hacía que los chicos compartieran en este espacio inquietudes que no podían plantear a sus padres, como el tener sexo antes del matrimonio o el masturbarse (él decía “hacerse la paja”). En el Cristóbal Colón encontró su cantera principal, ahí seleccionaba a ciertos estudiantes del colegio, líderes o influyentes, para formar grupos de estudio. Los cambios introducidos por el Concilio Vaticano Segundo, los textos de encíclicas y una Iglesia abierta a los jóvenes para hablar de sus problemas definían los ejes de las reuniones en la casa del barrio del Centenario de Gustavo Noboa y su esposa, María Isabel Baquerizo Valenzuela. Casi diariamente, esta pareja de jóvenes católicos recibía a distintos grupos. Mientras María Isabel los atendía con Fresco Solo y galletas, Gustavo armaba los debates. Al final, algunos se quedaban con el guía espiritual para tener una charla más privada. Como parte de su misión, dirigía también convivencias de jóvenes de los colegios particulares Cristóbal Colón, San José La Salle y Espíritu Santo, en la casa de retiros San Fernando de los padres claretianos, en Ballenita. Posteriormente, la

pareja Noboa Baquerizo adecuó su casa en Punta Blanca, en Santa Elena, para recibir grupos de hasta veinte jóvenes motivados por la fe católica. De entre los escogidos, llamados “gustavinos”, han surgido importantes líderes políticos a partir de los años ochenta. Ironías del destino, Ricardo Patiño Aroca, hombre fuerte de la revolución ciudadana, cuando era uno de ellos bautizó al grupo, al remitir una carta con el encabezado: “doctor Gustavo Noboa Bejarano y demás miembros de la comunidad gustavina”. A partir de ahí, el mote creado por Patiño (quien evolucionó de ferviente católico a radical de izquierda, tanto que en Nicaragua participó en el gobierno sandinista hasta 1984) ha ido generalizándose y creciendo junto con la importancia que adquirían sus miembros en distintos gobiernos. La primera camada de gustavinos reúne a Ricardo Noboa Bejarano, Alberto Dahik Garzozi y Raúl Patiño Aroca, entre otros. Esta cosecha de jóvenes ha dejado sus frutos: los gustavinos han orbitado en el poder desde el retorno de la democracia a fines de 1980. Fabricio Correa llegó antes que Rafael al grupo, cuando cursaba quinto curso y se animó a participar en un encuentro de formación religiosa en Ballenita, un balneario cercano a Santa Elena, organizado por los hermanos del San José. ¿Cuán gustavino era Rafael Correa? Para la primera convivencia a la que asistió Fabricio, Gustavo Noboa pidió a los hermanos cristianos una lista de los chicos que se perfilaban como líderes, una práctica usual de este militante católico, así como una alerta sobre cualquier tipo de problema que pudieran tener. En el colegio le contaron la tragedia de Bernardita. Por ello, al final de la tarde, Noboa le pidió a Fabricio conversar a solas, y poco a poco llegaron al tema del fallecimiento de su hermana menor “y desde ahí nació un afecto filial que dura hasta el día de hoy”, reconoce el mayor de los Correa. Esa búsqueda de amparo religioso llevó a Rafael al encuentro del catequizador. Ambos hermanos se convirtieron en asiduos de las tardes de reflexión en la casa del

Centenario. Sus condiscípulos los recuerdan como muy integrados al grupo, carismáticos y con mucho liderazgo. En las convivencias de la casa de playa de Noboa, el rebaño se afianzó en el apostolado de la evangelización, por eso se llamó Grupo San Pablo. Aunque concurrió a varios de estos encuentros, Rafael Vicente nunca llegó a ser un evangelizador a carta cabal, a diferencia de Fabricio. ¿Qué le faltó? El interminable runrún de quejas y objeciones, que refutaba hasta las afirmaciones de las encíclicas, fastidiaba al resto, más encasillados en el orden establecido. La imperiosa necesidad de siempre tener la razón tampoco jugaba a favor de su popularidad. Rafael tenía su camino propio de servicio a través de su trabajo con los boy scouts, sin que eso disminuyera su fervor religioso. Es decir, gustavino pero no tanto. Una dualidad de pensamiento religioso que persiste y que se extiende a la política: “En el plano personal, mis principios sociales y económicos se fundamentan en la Doctrina Social de la Iglesia Católica y en la Teología de la Liberación, y el socialismo del siglo XXI que estamos construyendo en América Latina, al menos en el caso ecuatoriano, también se alimenta de esas fuentes”, afirmó en su conferencia, en Oxford en 2009, titulada “Experiencia como un cristiano de izquierda en un mundo secular”. Correa explicó entonces que la justicia social es el punto de encuentro de estas tres teorías. Sin embargo, la Doctrina Social de la Iglesia no representa una corriente progresista; es un conjunto de encíclicas que, desde el siglo XIX, ha pretendido modernizar y acercar la Iglesia a los pobres, con una reflexión sobre temas sociales como el trabajo o el derecho al bienestar, pero sin la intención de trastocar el orden establecido. A diferencia de la Teología de Liberación, filosofía que nace del pensamiento de un grupo de obispos latinoamericanos, a fines de los años sesenta, que impulsó un cambio en la Iglesia desde una versión más radical de la justicia social, en la que se cuestiona el origen de la pobreza.

La relación con Noboa amplió también su círculo social. En los salones, las misas y los retiros de la playa, entablaron amistades más allá del San José y de su barrio. Así, todos los sábados a las seis de la tarde, asistía a la misa del salesiano Juan Vigna, un sacerdote italiano muy enfocado en las homilías para jóvenes. Ahí a la iglesia María Auxiliadora, junto al Cristóbal Colón, acudían los chicos de los grupos de formación de Gustavo Noboa, sus hermanas y amigas, de los aniñados colegios Panamericano y María Auxiliadora, y el scout Correa. Luego iban a tomar helados. A veces estos jóvenes organizaban fiestas bailables, en las que, mientras bailaba, Correa hablaba de religión y formación. “Era más bien una persona tímida, tranquila, con un fondo de tristeza”, recuerda alguien. Para el joven Rafael, a la profunda instrucción católica de las muchachas que frecuentaba “se debía sumar la disciplina y constancia que dan los scouts. Solo así una mujer podía ser una persona integral”, afirmaba. En las convivencias masculinas, fuera de las aulas, la formación religiosa se suavizaba con mucho esparcimiento. Las jornadas compartidas a la orilla del mar eran vitales. Los jóvenes podían nadar y jugar fútbol, mientras reflexionaban sobre la fe y las aptitudes de un buen cristiano. La camaradería se desarrollaba con naturalidad. Sonrientes, atléticos y despeinados por la brisa marina, aparece un grupo de dieciséis hombres, algunos en pantalón de baño y otros en ropa deportiva, en una gráfica con Gustavo Noboa y sus hijos pequeños Diego y Susana. “Encuentro del Grupo San Pablo en Data por el año 1984 cuando se inauguró la capilla de la casa de retiros”, se lee en un pie de foto del libro Mi vida del expresidente Noboa Bejarano. Además de los hermanos Correa, posan para la cámara Víctor Almeida, Carlos del Pozo, Alberto Dahik, Paúl Flor, Ernesto Weisson, Kenneth Shepard, Mario Patiño, Rodolfo Barniol, Víctor González, Juan Cavanna, Javier Ortiz, Carlos Borja, Xavier Chávez y Eduardo Peña. Todos nombres de familias “conocidas” de Guayaquil.

Más allá de la reflexión religiosa, la presencia de Rafael y Fabricio en la casa de Gustavo Noboa, en la calle Rosendo Avilés, era constante. Los hermanos entablaron amistad cercana con Laura María y Pablo Noboa Baquerizo, dos de los seis hijos de la pareja. Rafael llevaba a Pablo a largos paseos en bicicleta “para que conociera el verdadero Guayaquil”, tal como se lo había mostrado su padre en su infancia. Esa amistad continúa; Pablo Noboa Baquerizo trabaja ahora para el gobierno en el Ministerio de Agricultura y ganadería. Gustavo ayudaba mucho a la familia Correa, alguna vez les regaló una litera adquirida en la península, también les compraba ropa cuando viajaba fuera del país. Las vivencias religiosas se impregnaron más en Fabricio, quien hasta estuvo tentado en tomar los hábitos. Para definir su camino, después de haber terminado su primer semestre en la Escuela Politécnica del Litoral, emprendió un voluntariado con los salesianos en Riobamba, a fines de 1978. A los pocos meses, se dio cuenta de que quería continuar como seglar. Rafael, en cambio, se decantó por la labor social de los scouts mientras continuaba con su formación en el San José. Los últimos tres años de la secundaria, el menor de los Correa bajó su rendimiento académico. El régimen disciplinario del colegio se mantenía, aunque los hermanos cristianos habían cambiado las sotanas por el pantalón y la guayabera, y cada vez disminuían en número frente al profesorado laico. De esos tiempos de adolescencia, un exalumno recuerda con impresión el zapato del profesor a la altura de sus ojos mientras rendía exámenes. Esa humillante práctica se debía a que el profesor de química se paseaba encima de las bancas, pupitres dobles de madera, para evitar que los alumnos levantaran la mirada y copiaran a su compañero. Puños en el pizarrón para reafirmar que se debía escuchar el vuelo de una mosca en clase, mas no el susurro de los estudiantes. Tizas y borradores que volaban por el salón. Caracterizaciones excluyentes con alusiones racistas. La entrega de

libretas, con aplausos para los aplicados y desdén para los más dejados. El encierro de diez horas semanales, después de clases, en la biblioteca. Disciplina envuelta en religiosidad. De todas maneras, algunos profesores se ganaron un lugar en el corazón de Rafael. Quizás el educador que más lo marcó, pues lo considera un “maestro emblemático”, es Roberto Bitar, hacia quien ha mostrado afecto y agradecimiento. Cuando Correa obtuvo su PhD fue a saludarlo y a dejarle una de sus nuevas tarjetas de presentación. Ya como presidente de la República, invitó a Bitar a un viaje por Italia y España. El encargado de impartir los principios lasallanos y el rigor de una instrucción vertical incuestionable era el inspector del ciclo diversificado (el bachillerato actual), el hermano Dositeo o Adolfo Noé Armijos Jarrín. Muchos aseguran que su severidad se asemejaba al rigor militar. Los adolescentes afirmaban, medio en broma medio en serio, que con Armijos ya sufrían lo que luego padecerían en la conscripción. Otros sostienen que era incluso peor, porque en los cuarteles al menos se imparten órdenes, mientras que al hermano Dositeo le bastaba dar un golpe al micrófono en la formación de los lunes, para que todos supieran lo que debían hacer. Oriundo de Loja, Armijos Jarrín usaba gafas muy oscuras para proteger la fragilidad de sus pupilas. En 2010 el presidente Rafael Correa lo condecoró por sus 63 años al servicio de la educación. Cuando falleció en 2013, los alumnos le rindieron homenaje en la revista lasallana, asegurando que había representado “una institución dentro de la institución”. Los jóvenes escapaban del rigor de los hermanos con pequeños actos de irreverencia como poner apodos a sus profesores o cogerle la nalga al alumno que estuviera de pie respondiendo una pregunta. La ceremonia de los lunes se oficiaba como una especie de rito cívico comunitario. En el patio, a las 7:20 de la mañana, los alumnos del ciclo diversificado estaban obligados a permanecer en una formación perfecta para cantar el himno nacional, reflexionar

sobre una fecha importante, civil o religiosa, y recibir instrucciones y reproches. Terminado el momento cívico, todos permanecían en absoluto silencio, antes de subir de manera ordenada a sus clases. Los titulares o dirigentes de cada paralelo estaban pendientes de que todo funcionara como un reloj. En esos patios, durante casi dos años, impartió clases de educación física Abdalá Bucaram Ortiz, quien también llegaría al sillón de Carondelet en 1996 por el Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE) y sería destituido por el Congreso seis meses después. En ese entonces, un esbelto y joven Bucaram se destacaba como un gran atleta y buen basquetbolista, tanto que había llevado la bandera del Ecuador en los Juegos Olímpicos de Múnich, en 1972. A su cargo estaba el área de atletismo del San José, pero tomó la posta en educación física porque el profesor titular había viajado con una beca a Rusia. El lunes y los días de exámenes trimestrales, los alumnos vestían terno y corbata. El resto de la semana, debían lucir ropa semiformal, ya que el colegio no imponía un uniforme, algo inusual en esa época. Jeans, camisetas y zapatos de caucho estaban vedados, al igual que el pelo largo. La parada incluía obligatoriamente la correa, de otro modo se calificaba al estudiante de “persona incompleta”. En un Guayaquil de acentuadas clases sociales, las prendas de marca extranjera frente a las de contrabando que se compraban en La Bahía o a las de confección nacional revelaban el nivel económico de la familia. Al igual que ahora, aquello podía convertirse en una razón de desaire entre compañeros. ¿Lo sentían los Correa Delgado? Ellos aseguran que no, que su mamá siempre les recalcaba que lo poco que tenían provenía de un trabajo honrado, por lo tanto, motivo de orgullo. Además, los hermanos Correa sabían que había gente con más necesidades, conocían esa realidad de cerca y estaban dispuestos a ayudar. Como parte de esta acción social, Rafael hizo un voluntariado de evangelización en El Guasmo y optó por hospedarse ahí durante poco más de un mes, a diferencia de sus

compañeros que iban y volvían de sus hogares para cumplir con la tarea. A pesar de las estrecheces y del persistente recuerdo de Bernardita, la familia volvió a equilibrarse. Contaban con un ingreso estable con el empleo de Norma en Mi Comisariato, además, ella se reconfortaba en su inquebrantable fe. Rafael María siguió su periplo por varios empleos, trabajó una época en el hospital Martín Icaza de Babahoyo, donde conoció a la joven enfermera Azucena Calvachi, que tenía una nena de meses. Decidió casarse por segunda vez y adoptó a Viviana, la hija de su esposa. Los tres se instalaron en Quito, donde Fiche se desempeñó como inspector laboral del IESS. Estos años representaron un período más armonioso para el padre de los Correa Delgado; aunque con el pasar del tiempo todo cambiaría. Las dolorosas vivencias de su niñez, el accidente de trabajo, sus problemas con el alcohol y la muerte de su hija se tornaron en lastres cada vez más pesados, que terminaron en reiterados episodios de depresión. Luego de su segunda separación y del regreso definitivo a Guayaquil, la familia tuvo especial cuidado en rodearlo y atenderlo. El exvicepresidente León Roldós Aguilera ha testimoniado sobre esa desazón vital, ya que más de una vez le sirvió de confidente. Los unía un parentesco político: Mercedes Icaza Olvera, prima hermana de Fiche, fue la primera esposa de Roldós. Su hijo Fabricio, con quien tenía una relación muy cercana, siempre estaba muy pendiente pues sabía que sus crisis podrían tener un desenlace fatal, por sus reiterados intentos de suicidio. De nada valieron el amor y el esmero: el 10 de junio de 1995, el día del cumpleaños de su madre Sarita, que había fallecido siete años antes, Rafael María Correa Icaza se quitó la vida. Lo encontraron esa mañana en el departamento que había compartido con ella. Un desenlace que los jóvenes Correa Delgado no imaginaban ni en la peor de sus pesadillas, ya que disfrutaban de agradables momentos con su padre, quien, además de prodigarlos con

entretenidos paseos por Guayaquil, también los inició en la devoción en el equipo de sus amores: el Emelec. Años después, en un tuit de agosto de 2012 desde su cuenta @MashiRafael, el presidente hablaría de su padre: “Siempre recuerdo quién fue mi padre: un hombre extraordinario que pasó haciendo el bien, no un ladrón lunático”. En el Guayaquil de finales de los setenta, la vida continuaba para los Correa Delgado. Fabricio se graduó con gran éxito y popularidad en el San José y entró a la Politécnica a estudiar Ingeniería Mecánica. Pierina estaba por graduarse del Liceo Panamericano, uno de los colegios laicos de la élite de Guayaquil, ubicado en el barrio del Centenario. Su bilingüismo y su talento para el vóley la hicieron sobresalir, ya que formó parte de la selección de Guayas y del Ecuador; en el equipo se destacaba en su posición de bloqueadora. Rafael, como dirigente de tropa en los scouts, organizaba excursiones fuera de la ciudad, otras veces iba a la convivencia con los gustavinos o simplemente tomaba su mochila y se iba a viajar. En casa —según ha relatado a la agencia Andes— disfrutaba de la revista Selecciones y le encantaban los programas televisivos de Roberto Gómez Bolaños: El Chapulín Colorado y El Chavo del 8. También ha mencionado su gusto por las series policiales de la época, como Hawai 5.0 y Archivo Confidencial. Su liderazgo y elocuencia lo llevaron a la presidencia de la Asociación Cultural de Estudiantes Lasallanos (ACEL) en 1980 y a su cargo estuvo la organización de la semana cultural por el aniversario del colegio. Lo que cumplió a carta cabal con un maratón, la demostración de experimentos científicos y un certamen de oratoria. No ostentaba un puesto como primero de la clase, abanderado o escolta, pero el joven Rafael se destacaba en todo lo que emprendía, hasta en las confrontaciones. Su retórica y una disertación inadecuada provocaron su separación temporal del San José. Los hermanos consideraron que su discurso tuvo un tono

“muy hiriente”. En realidad, contó un compañero, los dardos estaban dirigidos contra el rector de ese entonces, Luis Páez Fuentes, el hermano Cornelio de Jesús, no muy apreciado en el San José. Lo apodaban Pedro Picapiedra y muchos consideraban que no igualaba en virtudes a su predecesor, el español Eusebio Arraya. En el ambiente también rondaban ciertos reclamos laborales de los profesores. “Sin embargo —agregó— esa no era la ocasión para cuestionar a Páez y peor aún meter en el mismo saco a todos los hermanos”. Un airado Páez encaró al joven Correa por sus palabras y lo conminó a abandonar la institución, ya que no le satisfacía. El adolescente aceptó la provocación y se marchó. Fabricio tuvo que ir a su rescate. Los hermanos lasallanos aceptaron reintegrarlo —quizás influyó el buen recuerdo que tenían del mayor de los Correa—, a escasos dos meses de la graduación de bachiller, a condición de que pidiera disculpas públicas y así lo tuvo que hacer. No fue el primer roce con las autoridades del colegio, alguien recuerda que era muy protestón y “llevaba a los hermanos por la calle de la amargura”. Cuando finalmente se graduó la promoción número 33 del colegio, en enero de 1981, Páez les recordó que “los colores verde y blanco de La Salle sean sinónimos de nobleza, superación y esperanza”. El epílogo de esta historia: el siguiente año lectivo, en mayo de 1981, se inició con una huelga de los profesores de primaria. El descontento se zanjó a los pocos días con un acuerdo conciliatorio. Cinco semanas después, la comunidad lasallana retiró a Páez del rectorado y en su lugar asumió Pablo Armijos Ordóñez, primo de Dositeo. Para el primer mandatario, la promoción 33 se ha convertido en un refugio: en sus años de gobierno, cada enero los reúne para rememorar la graduación. Al almuerzo bailable en Carondelet están invitados todos sus compañeros, sus profesores y los hermanos cristianos. Al primer festejo acudieron unos dieciocho profesores y casi todos sus compañeros, entre guitarreadas, canciones y bromas,

hizo gala de acordarse de todos los apodos de los ahí presentes. Años más tarde hasta crearía el eslogan “33, entre panas es mejor”, que mandó a imprimir en las invitaciones y en el menú. En otras ocasiones ha invitado también a sus amigas de la época colegial, aquellas con quienes salían a paseos y a fiestas, y que estudiaban en el salesiano María Auxiliadora y Asunción. Otros encuentros del grupo se realizan en Guayaquil. Nadie recuerda la presencia de su esposa Anne Malherbe en estos eventos sociales. De la infancia y adolescencia, Rafael Correa aún conserva muchos amigos y conocidos, un grupo que en su mayoría ha adherido a su gobierno por su lealtad incondicional a su persona, más que por cualquier principio ideológico. La mayor parte forma la estructura de sectores económicos y estratégicos. De su promoción de La Salle, seis son como sus hermanos: David Concha Becerra (cuñado de Nassib Neme, presidente del Emelec), Francisco Pancho Latorre Salazar, Rafael Guevara Miño, Guillermo Constante Mahfud y Cristóbal Punina Lozano. Solo el primero no ha pasado por la función pública y permaneció en su actividad privada de constructor. Otros compañeros lasallanos, que no pertenecieron a los scouts pero que han ocupado cargos en el gobierno, son Raúl Carrión Fiallos y Mario Montevideo Monroy (condenados por el caso del ‘comecheque’ relacionado con irregularidades en escenarios deportivos), Mario Latorre Salazar, Roberto Cavanna Merchán, Walter Poveda Ricaurte, Rolando Panchana Farra, Juan Carlos Jairala Reyes, Alfredo Jalón, Xavier Casal, Vicente Pignataro y los hermanos Vinicio y Fernando Alvarado Espinel. Algunos de los gustavinos que lo han acompañado son Enrique Arosemena, Javier Santillán, Rafael Guerrero Burgos y Alexis Mera. El Grupo 17 del Cristóbal Colón ha sido un semillero para el presidente Rafael Correa. De esos discípulos que formó de adolescentes han salido muchísimos ministros y cuadros para su gobierno. Participaron activamente desde la campaña presidencial y poco a poco ayudaron a organizar el triunfo de su líder de tropa, a

través de Alianza PAIS en 2006. El primero y más conocido es su vicepresidente Jorge Glas Espinel. De esas filas también provienen José Luis Cortázar, Manolo Jibaja, Jorge López Amaya, Santiago León, Homero Rendón, Miguel Ruiz (que lo acompaña desde el Ministerio de Finanzas), Gunter Morán, Álvaro Dahik Garzozi, Glenda Soto, Freddy Arellano Ruiz, Juan Carlos Peralta Estévez, Pamela Martínez y Arturo Escala. Los trece años de educación lasallana, su entrega a los boy scouts tanto en La Salle como en el Cristóbal Colón y el acercamiento con los salesianos y los gustavinos marcaron al séptimo Rafael. Sus vivencias en las aulas del colegio, en las excursiones al aire libre y en la práctica de la fe católica, matizadas por la ausencia de su padre “migrante” y la pérdida de su hermanita, labraron un muchacho disciplinado y trabajador, estudioso y deportista, con preocupaciones sociales y deseos de cambiar su entorno. Un joven que valoró la amistad y tejió lazos casi familiares con su grupo de amigos. Pero también un ser humano testarudo, soberbio y picado, cuyos comentarios, acompañados de una sonrisa sarcástica, pueden sacar a más de una persona de sus casillas. “Siempre tomará el camino más corto para lograr sus objetivos”, afirmó uno de sus maestros. Mientras que otro de sus profesores, César Gutiérrez, entrevistado para un documental de Ecuavisa en 2006, expresó sus dudas sobre el estilo del entonces candidato: “¿Será un Rafael que escuche?, ¿será un Rafael que imponga?”. Así se forjó el Rafael Correa Delgado que se encaminó a la universidad, en búsqueda de conocimientos y de reconocimientos.

III Un aprendiz de brujo en la Católica “su leyenda había empezado mucho antes de que él mismo se creyera dueño de todo su poder, cuando todavía estaba a merced de los presagios” Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca.

En medio del alboroto, el desorden y los gritos, la irrupción pasmó al gentío que se apiñaba en la amplia terraza de la facultad de Arquitectura. Desde un balcón una voz de mujer, ronca y profunda, inquirió: “Usted, señor Correa, ¿qué hace aquí?”. El interpelado respondió de inmediato: “Señorita Correa, yo estoy aquí porque soy el presidente de la Federación de Estudiantes, así que de aquí nadie me puede sacar”. Correa versus Correa. Pierina y Rafael se enfrentaron por una pugna política en medio de un hall abarrotado de estudiantes de Arquitectura de la Universidad Católica Santiago de Guayaquil (UCSG). La disputa se desató debido a una maniobra defensiva. Los miembros de Taller77, una de las agrupaciones políticas de la facultad, llamaron al presidente de la federación, Rafael Correa, para que avalara la designación de su candidato, Víctor Barrera Vega, como presidente de la Asociación de Arquitectura. El minoritario e izquierdista Taller77 se había alzado con la dirigencia estudiantil porque Contraste, el grupo rival en el que militaba con pasión Pierina Correa, trató de reelegir a su dirigente, Iván Casanova, a pesar de que los estatutos no lo permitían.

El forcejeo entre ambos grupos se jugó en varios tiempos. Contraste no aceptaba la descalificación, no quería entregar la presidencia, por lo que no daba quorum para instalar la asamblea. El tribunal electoral estudiantil había acudido a Edmundo Durán Díaz, exfiscal y abogado de la UCSG, para que emitiera su opinión sobre la legitimidad o no de la reelección, realizada en un cambio de reglamento de última hora. Con el dictamen de Durán Díaz a su favor, Taller77 decidió actuar. Conocedores del uso de los reglamentos para forzar los atajos de la política, no se presentaron a la convocatoria de la sesión a las cinco de la tarde. Merodearon por casi una hora en los amplios corredores y balcones del edificio de hormigón visto, hasta el tiempo límite marcado por el reglamento, entonces se agruparon rápidamente para instalarse en sesión y posesionar a su directiva. La asamblea fue dirigida por el estudiante de último año Florencio Compte Guerrero (Taller77) con megáfono en mano. Con ese quiebre, la partida parecía ganada, pero Contraste provocó el último muñequeo. Al darse cuenta de lo que sucedía, se agolparon también en el lugar para interrumpir la sesión e impedir la posesión de Barrera Vega. Alguien le quitó el megáfono a Compte y este reaccionó ordenando desconectar el amplificador. Mientras, dos alumnas salieron presurosas a llamar a quien consideraban su aliado, Rafael Correa Delgado, presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Guayaquil (FEUC-G). Entre alaridos y reclamos, que continuaron luego del pico a pico de los Correa, un partidario de Contraste encajó un puñetazo en el rostro de un contrincante que portaba lentes. Los cristales estallaron en su cara, la sangre puso fin a la riña y a la larga Barrera Vega se posesionó. El enfrentamiento de los hermanos Correa entre los balcones de Arquitectura —un edificio de inspiración brutalista que, enclavado en la loma de la universidad desde 1978, se destacaba por su modernidad— no fue el único. Sus compañeros recuerdan los

choques reiterados sobre temas políticos. Ambos hermanos habían ingresado a la universidad privada más elitista de la época, ubicada al norte de Guayaquil; ella a Arquitectura, él a Economía, y aunque tenían dos años de diferencia terminaron igualándose porque la hermana mayor arrastró algunas materias. A mediados de la década de los ochenta, la UCSG estaba en plena expansión, había unos 3 500 alumnos, casi todos hijos de la clase media y de las familias más pudientes de la ciudad y de las provincias cercanas. Las posiciones encontradas e irreconciliables de los Correa se hicieron públicas cuando el hermano menor se destacó en la política universitaria. Sin embargo, en el episodio del hall, Pierina tenía razón pues el presidente de la federación no tenía ni voz ni voto en el proceso interno de Arquitectura. La violencia de este incidente fue excepcional en la política estudiantil en la Católica, en la que cada facultad o escuela se movía a su propio ritmo. Sin embargo, para designar a los delegados de la FEUC-G, todos los alumnos votaban, ya que esta organización representaba a los estudiantes en el cogobierno universitario. La fuerza de la federación radicaba en que alrededor de una media docena de representantes estudiantiles se sentaba cada lunes por la noche en la sala de sesiones del Consejo Universitario, junto con el rector, los decanos y otros delegados de profesores y trabajadores, para decidir sobre la conducción de la UCSG. Un delegado del arzobispo, sin mayor poder, se sumaba a esta veintena de personas. Desde 1974, después de una huelga de varios meses en 1972, la Católica pasó a ser dirigida por este Consejo —a diferencia de la quiteña Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) presidida por la autoridad eclesial—, por lo que ya no la dirigía la autoridad eclesial. Para elegir al binomio de rector y vicerrector votaban todos los profesores, los delegados estudiantiles de cada facultad y los representantes de los trabajadores. La proporción de participación de los alumnos representaba la mitad de los docentes; es así que los dirigentes

estudiantiles tenían un poder nada despreciable. Año a año, las elecciones para la federación movilizaban campañas y cabildeos que llevaban a los alumnos a experimentar esbozos de la política real. No obstante, en esta universidad la política estudiantil tenía trazos muy característicos que, a primera vista, aparentaban ser contradictorios, porque iban de la autarquía con un alineamiento ideológico tibio a la reproducción de la realidad política ecuatoriana. Así la dirigencia centraba su trabajo en los asuntos internos de la universidad, sin mayor proyección hacia la política nacional. La mayoría de agrupaciones de las facultades no respondía a los partidos políticos (las excepciones se contaban con los dedos de la mano), lo que sí sucedía en otras universidades públicas y privadas del país. Sin embargo, la alineación de estos grupos reflejaba la extrema polarización en torno al gobierno de León Febres Cordero (1984-1988). En esa época, a quien no apoyaba al gobierno socialcristiano se lo catalogaba de “comunista”, lo que terminó configurando una oposición con un espectro bastante amplio que comenzaba con el expresidente democristiano Osvaldo Hurtado y llegaba al radical Movimiento Popular Democrático (MPD, actual Unión Popular). En la UCSG, hasta 1985, las fuerzas identificadas con esta “derecha anticomunista” tuvieron algunos triunfos sucesivos, el último representado por Roberto Gómez Lince, quien devino en un abogado cercano a los socialcristianos y a las cámaras de la Producción de Guayaquil. Al año siguiente, su movimiento Lista 1 o Fuerza Estudiantil (FE, que jugaba con el doble sentido de la sigla y del significado de la palabra), encabezado por Carlos Rabascall Salazar, perdió abrumadoramente contra Correa. Rabascall en la actualidad conduce un programa en EcuadorTv, la televisión pública cercana a la revolución ciudadana, aunque fue jefe de campaña para la vicepresidencia de Dahik y trabajó en ese gobierno. El flamante Frente de Estudiantes Democráticos de la Universidad

Católica (Feduc) jugó todas sus fichas con el alumno de quinto año de Economía Rafael Correa Delgado y ganó. Un estudiante que dedicó mucho de su tiempo en el campus a la política universitaria. El Feduc logró alinear a los movimientos y grupos antisocialcristianos, para lo que tejió acuerdos y concentró aliados, escogiendo a uno o dos movimientos de cada facultad, casi siempre aquellos a los que el poder les había sido esquivo. Correa consolidó su plataforma a partir de la Asociación Escuela de la facultad de Economía, cuya presidencia había ganado un año antes, cuando creó el grupo Alianza. Para entonces, esta facultad, que había estrenado un gran edificio en 1983, se convirtió en una de las más numerosas de la UCSG, y de sus votos dependía en buena parte la suerte del presidente de la federación. Irónicamente, allí los partidos políticos nacionales carecían de influencia. Sus alumnos recuerdan que había dos grupos, los “aniñados” y los “aplicados”, representados en la Lista 1 y la Lista 2 (o Eco80), hasta que Correa y sus amigos crearon Alianza. Economía se ubicaba como la más apartidista de las facultades, junto con Ingeniería y Zootecnia. La facultad de Derecho, en cambio, se inclinaba del centro a la derecha. Ahí, dos grupos se disputaban el control: LEX81 y el Movimiento Independiente Universidad Católica (MIUC), más al centro, cuyos representantes se erigirían en fieles acompañantes de Correa muchos años más tarde: Alexis Mera Giler, Rolando Panchana Farra, Rubén Montoya Vega, Juan Carlos Cassinnelli Cali y Andrés Martínez. En Medicina tuvo el respaldo de Juventud Médica Católica, con José Navarrete, y en Ingeniería se apoyó en Eduardo Rivadeneira Baquerizo. Al extremo del tablero político se situaban los alumnos de Filosofía y Letras, los “izquierdosos” de la Católica. Ahí operaban facciones del Partido Socialista Popular, el Frente Amplio de Izquierda (FADI), el Movimiento Popular Democrático (MPD) y la Izquierda Cristiana; casi todos estuvieron con Correa. La única facultad en la que perdió fue Arquitectura, donde su aliado natural Taller77 representaba al Partido Socialista

Popular. En el resto ganaría con un buen margen, y con él en 1986 se inició un largo período del Feduc en el poder. Durante sus diez años en la Presidencia de la República, muchos de sus oponentes universitarios también colaborarían en su gobierno: óscar Herrera, Nathalie Cely, Otto Suárez, Verónica Sión Montes, Francisco Falquez, entre otros. Rafael Correa ha relatado en varias entrevistas que, desde su cargo en la FEUC-G, mantenía una militancia combativa contra el gobierno de Febres Cordero. A la New Left Review declaró en 2012 que “ganó las elecciones en una universidad que es una de las más conservadoras del Ecuador, en una época muy dura, la del gobierno de LFC, un gobierno de derecha muy represivo”. Una historia sin eco. Sus colegas más políticos no recuerdan, por ejemplo, su participación entre la decena de alumnos de la Católica que desfilaba con la pancarta de la universidad el primero de mayo, la gran marcha reivindicativa de los movimientos obreros y de izquierda en el país. Hay quienes aseguran que los únicos gases lacrimógenos que recibió fueron los de un espray de autodefensa, que una muchacha del grupo opositor FE sacó de su bolso en una confrontación afuera de la federación. El entonces gobernador del Guayas, Jaime Nebot, tampoco lo tiene presente como un dirigente revoltoso al que había que vigilar. “Nunca escuché de él hasta que fue ministro”, ha señalado el alcalde guayaquileño. La mayoría coincide en que la política en la Católica se movía en escenarios más inocuos. Los debates de políticos nacionales sobre la pertinencia del referéndum convocado por Febres Cordero, para la participación de los independientes en las elecciones —en junio de 1986—, ponían el barniz político y de debate intelectual. Esa convocatoria socialcristiana marcó el declive del gobierno ya que la perdió abrumadoramente. El expresidente Osvaldo Hurtado tomó la bandera de la oposición, por eso visitó el campus guayaquileño como uno de los invitados de honor del presidente de la FEUC-G, Rafael Correa. En otra ocasión, también acudieron para

argumentar sobre sus posiciones Patricio Quevedo (secretario de Información Pública de Febres Cordero) con el exvicepresidente León Roldós Aguilera. Hasta Xavier Neira, el ministro de Industrias socialcristiano, explicaba en el Aula Magna las políticas de su gobierno; solo entonces se oyó la voz contradictoria de Correa que cuestionaba las prebendas gubernamentales a los exportadores. Debates y conferencias, esas prácticas se distanciaban de las acciones políticas más combativas en las universidades públicas de Guayaquil o Central del Ecuador, o incluso en la PUCE. Eran tiempos de gran movilización: durante el gobierno del presidente socialcristiano hubo siete huelgas generales y cuando el precio del barril de petróleo estuvo por los doce dólares (llegó a menos de diez) la crisis aumentó y la conmoción social se erizó aún más. Pero su respuesta no tuvo la fuerza que otros esperaban. De hecho, con el empuje de la FEUC-G Rafael Correa también ocupó en paralelo la presidencia de la Federación de Estudiantes de las Universidades Privadas del Ecuador (Feupe). Allí su gestión estuvo más encauzada en la organización de juegos deportivos de todas las universidades del país que en aspectos políticos. Incluso hay quienes afirman que él se negó a firmar un comunicado en defensa de los derechos humanos contra Febres Cordero. Seguramente, Correa Delgado enfocaba el ejercicio de la dirigencia estudiantil desprovista de un elemento polémico contra el poder político; si no, ¿cómo explicar que desde Carondelet haya sido un crítico y represor de los movimientos estudiantiles contestatarios, a los cuales ha descalificado, dividido y reprimido? Su designación y actividades fueron reportadas en la prensa de la época. En el diario El Universo de Guayaquil siete notas publicadas entre 1985 y 1986 testimonian desde su elección como presidente de la Asociación Escuela de Economía hasta su visita al periódico por la conformación de una comisión de honor por el Año de la Paz, cuando ya dirigía la FEUC-G. Sin embargo, al inicio de su gobierno aseguró que le cerraron las puertas del matutino cuando

organizaba estos actos. Su argumento: la FEUC-G había apoyado, a través de un remitido pagado, una ley que regulaba la publicidad en los medios de comunicación, prohibiendo la promoción de cigarrillos y bebidas alcohólicas. Después de eso, “no me dejaron ni entrar al diario”, sostuvo en una entrevista televisiva en 2007. En el comunicado el grupo estudiantil criticaba el “cotidiano atentado que, contra la moral, la cultura y hasta la salud de nuestro pueblo, realizan los medios de comunicación social, amparándose en una malentendida libertad de expresión”. Una posición que coincidía con la del presidente Febres Cordero. Si bien el brazo político estudiantil no germinó, la gestión de Correa tuvo mucho dinamismo. Las autoridades de la época reconocen su arduo trabajo en la construcción de la “pensión diferenciada”, gracias a la cual se crearon diversos estratos y cada alumno paga según sus posibilidades. Todo resultó por una conjunción de sucesos. A mediados de su mandato estudiantil, en 1986, los caminos de Gustavo Noboa y Correa volvieron a cruzarse. El exgobernador del Guayas había regresado a la facultad de Derecho al terminar la presidencia de Osvaldo Hurtado, en agosto de 1984. Al año siguiente apoyó la postulación de Ramiro Larrea Santos al rectorado de la universidad contra Gustavo Chavo Cornejo Montalvo, que buscaba la reelección. Durante un año se sucedieron cinco votaciones en las que ninguno de los dos alcanzaba la mayoría. Para superar el impasse, Larrea Santos retiró su candidatura y Noboa Bejarano tomó la posta. Para ello se postuló junto a Nila Velázquez Coello, periodista y profesora de la facultad de Filosofía y Letras. Un binomio que sorprendió a muchos, pues el abogado del Ingenio San Carlos se unía a una de las docentes progresistas que había apoyado la huelga de 1972. Correa Delgado, como presidente de la Federación de Estudiantes y líder indiscutible en el estudiantado, avaló la candidatura de su mentor espiritual, a quien le había abierto su alma durante su adolescencia. Finalmente, Gustavo Noboa resultó elegido en la primera votación.

Noboa y Velázquez se convertirían en los ángeles guardianes del futuro economista pues veían en él responsabilidad y compromiso, dos características que demostró ampliamente con el esquema de la “pensión diferenciada”. El tema ya flotaba en la universidad como una preocupación latente para los estudiantes, pues la sombra del aumento de las pensiones los acosaba. Como Correa había asumido este cambio como suyo, el nuevo rector no solo lo mandó a Quito para que conociera los procedimientos de la PUCE, que ya lo había implementado, sino que también le entregó los balances de la universidad para que estudiara la viabilidad financiera del nuevo sistema. Durante una semana no volvieron a verlo por el rectorado. Regresó, como cualquier otro día con su apariencia de siempre: camiseta tipo polo y pantalones de algodón de pinzas. Dentro de su inseparable maletín de cuero traía ya la propuesta detallada y la certeza de que “además de ser justo para los alumnos, a la universidad le conviene en lo económico, así que los estudiantes vamos a respaldar esto”. Asumió la tarea a fondo. Los jóvenes se tomaron por un día el Aula Magna con varias mesas de información sobre el nuevo sistema de pensión diferenciada. De ocho a ocho, recibieron a los interesados. La tarea de divulgación la compartían estudiantes que ya entendían el sistema y personal de los departamentos Financiero y de Bienestar Estudiantil. La jornada fue un éxito. Rafael Correa nunca se beneficiaría de la pensión diferenciada ya que solo se aplicó tres años después, en abril de 1989. ¿Cómo hizo para llegar tan lejos en el liderazgo estudiantil? La facultad de Economía catapultó su carrera en la política universitaria. En 1983, cuando cursaba su tercer año, se postuló para la presidencia de la Asociación Escuela de Economía. Fracasó. Perdió la presidencia contra William Hidalgo. La segunda vez que volvió a la carga lo logró gracias a una decena de votos que le permitieron vencer a Angelo Caputti, un año menor que él y quien se convertiría en gerente del Banco de Guayaquil. Su incursión en la

política universitaria se dio con el grupo llamado Alianza, que comenzó a gestarse en la casa uno de sus compañeros, en la avenida 9 de Octubre, en el centro de Guayaquil, donde se reunían chicos de diversos cursos como Camilo Samán Salem, Alexandra Granda Arias, Fausto Ortiz de la Cadena, María Elsa Viteri Acaiturri, Alex Morán Vicuña, Lucía Pezo Zúñiga, Martha Roldós Bucaram y Édgar Sánchez. En la Presidencia de la República los cinco primeros lo acompañarían como funcionarios de su gobierno. Entre las ideas que los unían: elevar el nivel académico mediante la selección de los aspirantes al preuniversitario, controlar a los profesores y mejorar el pénsum académico de la facultad. La novedad de este grupo: por primera vez se presentaban buenos alumnos, la mayoría ayudantes de cátedra, que aspiraban a algo más que la organización de buenas fiestas. La dinámica de campaña desarrolló un lazo de unión muy fuerte, una complicidad que se tejió a lo largo de las intensas tertulias. Los carteles se hacían en la casa de Martha Roldós o del mismo Correa. El grupo se lanzó con el color verde fosforescente, una cartulina más cara pero que sobresalía automáticamente. Con la presidencia de Economía, Correa se dio a conocer en la política universitaria con un buen perfil, aunque tuvo un fuerte altercado con su propio vicepresidente Ricardo Manosalvas, de quien sospechaba que conspiraba en su contra. Las reuniones semanales de su equipo con el decano lo encasillaron en las mismas funciones de los anteriores dirigentes, es decir, la organización de fiestas. Aunque en algo logró variar las actividades y pudo llevar al joven ministro, PhD en Economía por Princeton, Alberto Dahik Garzozi, en ese entonces de 36 años, a exponer sus políticas económicas en la universidad. Sin embargo, el joven Correa no cumplió con su oferta más ambiciosa: cambiar el pénsum. Los primeros años de estudio en esa facultad se centraban en materias contables y administrativas, solo en la especialización se tomaba teoría económica, una causa de

frustración para quienes estaban más interesados en empaparse de las distintas corrientes y que aspiraban a trastocar ese orden. En el otro andarivel, el del alumno, Correa calzaba en la categoría de aquellos que hacen lo necesario para pasar o para mantener su beca. Al evocarlo, sus profesores concuerdan en que no era el mejor alumno de su promoción, distinción que logró, dos años después, María Elsa Viteri, quien sería una de sus ministras de Economía. Tampoco lo evocan como un alumno “integral”, es decir, de intereses diversos. Eso sí, el universitario se mantenía inamovible en su fe, acudía casi a diario a la capilla de la UCSG. “O lo amas o lo odias”, señalan algunos de sus compañeros. Sus comentarios irónicos, su tono burlón y su arrogancia también sacaban de quicio a algunos universitarios, mientras que para otros con esas características cimentaba su liderazgo. “Es muy inteligente pero inseguro, necesita del adulo”, dice un amigo. Como además de dedicarse a los estudios y a la política también trabajaba, su desempeño académico y sus intereses intelectuales se manejaban al límite de lo necesario. Correa polemizaba en clases bastante bien y se destacaba por su inteligencia, pero sus notas reflejan tan solo un buen rendimiento, y no la aclamada y repetitiva excelencia que pregona en sus discursos presidenciales. De hecho, en sus alocuciones asegura que “estudió becado en la reaccionaria” universidad, pero en los registros consta que solo obtuvo becas en el segundo y tercer año. Su promedio final de los cinco años fue de 8,06 sobre diez. Sus peores años en cuanto a notas: el quinto, primero y cuarto, en ese orden, con promedios que van entre 7,7 y 7,8. Su segundo año, cuando alcanzó la mayor nota de 8,8, recibió la subvención de la universidad, y en tercero fue de 8,3. Sus peores calificaciones, cuando obtuvo siete sobre diez, fueron en las materias dinámica económica, introducción a la computación, análisis de la economía ecuatoriana y economía de empresa. Se destacó, en cambio, en derecho civil, macroeconomía I y estadísticas II. Nunca reprobó una

materia. Sus compañeros aseguran que tenía una gran capacidad de síntesis, una memoria fotográfica a toda prueba y que, estudiando poco, podía atravesar las marañas de los exámenes. Su facilidad para las matemáticas le permitieron solventar esta vida multidimensional. El Negro Correa, como lo llamaban algunos en la UCSG, optó por el camino de la tesis para terminar su carrera: uno de los pocos de su generación, la mayoría tomaba el Seminario de graduación en el que debían aprobar cuatro materias. El economista egresado escogió a la profesora de investigación Luisa Molina como directora de su trabajo. Molina conformaba el equipo que impulsaba la modernización de la Católica de Guayaquil, un proceso que emprendió junto con Noboa y Velázquez, y al parecer dejó una huella importante en el estudiante. Ellos también auspiciaban la apertura hacia ciertas corrientes progresistas de la Iglesia católica, por lo que esta directiva promovió la candidatura de monseñor Leonidas Proaño, conocido como el Obispo de los indios, al Premio Nobel de la Paz en 1986. Profesora y alumno llegarían a ser compadres dobles: Correa es el padrino de confirmación del hijo de Molina y ella madrina de bautizo de la primera hija de Correa. Además, un contacto importante en el futuro: Molina trabajó en la Presidencia de Gustavo Noboa y luego en el Municipio de Guayaquil con el socialcristiano Jaime Nebot. La tesis de Correa, un trabajo puntual y metódico, lo ayudó a subir sustancialmente su promedio final. Este estudio se convirtió en la base para su tesis de maestría en Bélgica. En las actas sobre el trabajo, del 3 de julio de 1987, se lee el siguiente texto: “En el Salón de Actos de la Facultad de Ciencias Económicas, Administración y Auditoría. Tribunal de sustentación presidido por el ingeniero Eduardo Egas Peña, decano de la facultad; los catedráticos Carlos Cortez C.; economista Jorge Morales; economista Luis Rosero M. y licenciada Luisa Molina Flores, esta última como directora de tesis. Tema: Diagnóstico de los

programas de apoyo al sector micro empresarial como alternativa y generación de empleo en Guayaquil. Nota promedio 9,85. La misma que sumada al promedio de los cinco años de estudio 8,06. Promedio final de 8,95, equivalente a Muy Bueno. El tribunal le concedió de inmediato la investidura correspondiente. Se recomienda que el trabajo sea difundido a nivel nacional por parte de la universidad para su discusión y posterior publicación. Así como su utilización en las materias de desarrollo que se dicten en la facultad”. Cortez, Egas Peña y Rosero Mallea acompañarían a Correa en la función pública. Para obtener algunos de los datos que apuntalaron su trabajo, Rafael Correa se apoyó en la información que generaba el Centro de Desarrollo Industrial del Ecuador (Cendes), una dependencia del Ministerio de Industrias, donde trabajaba como analista, según su hoja de vida oficial, entre 1984 y 1987. ¿Qué es el Cendes? Nada menos que una institución financiada por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), para impulsar ese sector y que se acoplaba con la política cepalina de Naciones Unidas de sustitución de importaciones. Caprichos del destino, esta estrategia de desarrollo ha regresado con fuerza en el siglo XXI en ciertos países de América Latina como una política de los gobiernos “progresistas y antiimperialistas”. En el Ecuador de la revolución ciudadana, políticos y activistas que recibieron financiamiento de la Usaid han sido acusados de agentes del imperio o espías de la CIA… ¿El joven Correa se hubiera autocalificado así por trabajar en esta dependencia? Lo más seguro es que no. En todo caso, esta no fue su única actividad laboral. De 1983 a 1985, el estudiante de Economía ejerció como asistente de cátedra en la UCSG. Y, antes de eso, apenas se graduó del colegio en 1981, comenzó a trabajar como profesor de primer curso en el Cristóbal Colón. La llegada tan expedita se dio por los contactos de su juventud: unos dicen que fue gracias a Gustavo Noboa y otros al capellán de los scouts, el padre Virgilio

Noboa. En todo caso, su pasado le abrió las puertas del salesiano Cristóbal Colón, el histórico rival del San José Lasalle. Estos centros educativos mantienen una competencia acérrima en los campeonatos de deportes y también se disputan por el número de políticos influyentes graduados en sus aulas. Ambos colegios masculinos han formado a la mayoría de la élite guayaquileña que ha gobernado el país en los últimos veinticinco años; gemelos en cuanto al policlasismo de sus estudiantes y a la enseñanza religiosa, el Cristóbal Colón se caracteriza por un poco más de apertura y relajación hacia el alumno. ¿Por qué buscó trabajo ahí y no en el San José? El incidente en el último año y la rigidez absoluta de los lasallanos lo empujaron hacia el rival escolar. El tradicional colegio, enclavado en el barrio del Centenario, simboliza el apogeo guayaquileño de la época del Gran Cacao. Fundado en 1911, no podía llevar el nombre de San Juan Bosco, patrón salesiano, ni de ningún otro santo, por la proscripción del gobierno liberal. Por sus aulas pasaron León Febres Cordero, Abdalá Bucaram, Gustavo Noboa, Alberto Dahik, Heinz Moeller, Ricardo Noboa, entre otros. A sus dieciocho años, Correa tenía a su cargo la clase de orientación de vida, una variante de la materia de religión, ya que trataba sobre el espíritu cristiano y daba patrones de comportamiento, la que años antes había tenido Gustavo Noboa. Además, le pagaban extra por ser profesor dirigente de uno de los tres paralelos de primer curso, es decir, hacía un seguimiento más personalizado de una cincuentena de púberes y entregaba las libretas de calificaciones a sus padres. Correa se preocupaba de la cotidianidad de sus alumnos, para lo cual organizaba tareas específicas. Uno de los deberes de su clase, por ejemplo, consistía en una narración sobre sus actividades diarias. Cuando alguna rutina le parecía fuera de lo normal, llamaba al alumno para darle las pautas de lo que él considerada el camino correcto. Los jóvenes de ese entonces lo recuerdan como “fregón y cálido”; otros, en cambio, como “prepotente y sardónico”. Todos

coinciden en que su apodo cristobalino era el Caballo. La lesión de sus ligamentos de la rodilla data de esos tiempos: en un partido de fútbol entre profesores y alumnos en el colegio, una patada en la pierna le provocó el daño que perduraría hasta 2010: quizás el único aspecto negativo de su paso por la institución, ya que, además de su trabajo, el Cristóbal le permitió continuar su labor con los scouts. Rafael Correa dejó al Grupo 14 del San José para revivir al Grupo 17 del colegio salesiano. Esos años retomó con fuerza esta pasión y ahí conoció a mucha gente que lo acompañaría en la Presidencia de la República. Entre ellos, al vicepresidente Jorge Glas Espinel, cristobalino y scout. Era tan fuerte la impronta scout que Glas rindió homenaje en julio de 2014, en el enlace número 383, al sacerdote Virgilio Noboa. Su fallecimiento “enluta al Ecuador y a la comunidad salesiana”, aseguró Glas al agradecer públicamente por las enseñanzas, la fe, la ética y firmeza del mentor religioso, quien también fue rector del Cristóbal Colón. El vicepresidente le dedicó casi tres minutos de su rendición de cuentas semanal para hablar de este tema tan personal, pues fue el sacerdote que “me casó con mi esposa”. Noboa era el capellán del Grupo 17 y oficiaba la misa del cierre de los campamentos, que se organizaban fuera de la ciudad. En la sabatina se mostró una foto del altar construido por los exploradores, en cuyo primer plano aparecía el joven Correa, como su líder. Estudiante universitario, profesor de colegio, dirigente de paralelo, jefe scout, asistente de cátedra, analista industrial, líder estudiantil universitario… Un dínamo que se movía en muchos ámbitos. El tiempo no alcanzaba para otros intereses: la ebullición del boom de la literatura latinoamericana le era ajena, al igual que el cine, como presidente ha contado que le gustan más las películas históricas y detesta las de ciencia ficción, el rock o la música disco. Eso sí, se deleitaba con Alberto Cortez, Leonardo Favio, Mocedades, Piero, Miguel Bosé, Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Cada vez que alguno de estos artistas

pasó por Quito durante su Presidencia no dudó en rendirles homenaje con almuerzos o cenas en Carondelet. En la universidad su pasión por esos géneros musicales llegaba a su clímax en “peñas” a las que él y sus compañeros llevaban guitarras y otros instrumentos. A veces, las reuniones se armaban donde el Negro Correa, cuya familia se había mudado a un departamento en un mejor edificio muy cercano a su antigua casa. La espontaneidad de las veladas no encubría al desafinado anfitrión, en broma le decían que él era “la voz que acaricia cuando calla” y lo relegaban a tocar el bongó. En cambio, a pedido de los muchachos, Jaime Guerrero, que llegaría a ser su ministro de Telecomunicaciones, tocaba bien la guitarra y cantaba todas las canciones de la Nueva trova cubana. No en vano, el presidente aseguró a un periodista extranjero que le gustaría “ser más afinado para cantar y tener más habilidad para tocar instrumentos”. Rara vez Correa se divertía en las discotecas de moda de la época, Infinity o LQ, tampoco acudía al parque de Urdesa a tomarse unas cervezas —sus más cercanos no recuerdan haberlo visto pasado de copas— ni tenía aspiraciones de Don Juan. Hay pocos nombres en su lista de enamoradas; a todos les viene a la mente Alexandra Granda Arias o Suad Manzur Villagrán, quienes años después serían gerente del Banco Nacional de Fomento y superintendente de Compañías, respectivamente. Tenía su club de fans, en el que sus compañeros distinguen a María de los Ángeles Duarte. La vivienda de los Duarte, una elegante casona sobre la calle Francisco Segura en los límites del barrio del Centenario, con un gran jardín que daba la vuelta a la calle, servía de centro de fiestas y “peñas”. La admiración de Duarte perduró fuera de las aulas universitarias. Cada vez que Correa regresaba a Guayaquil, las cenas de reencuentro entre amigos se organizaban en su casa. Ese fervor duraría hasta el penúltimo año del gobierno de Rafael, en el que ocupó varios cargos públicos.

Cuando terminó este intenso período juvenil, el camino no estaba claro para Rafael Correa. La experiencia acumulada y los años de estudio solo le dejaron la certeza que no quería ejercer como un “economista-contador”. Eso explica la siguiente etapa de su camino: Zumbahua. El recién graduado economista de veinticuatro años seguía buscando su senda y calmar sus inquietudes de trabajo social. Le repelía la idea de entrar a la práctica profesional en un banco, opción natural en el Guayaquil de fines de los ochenta. Él no fue un militante de izquierda, aunque siempre tuvo una conciencia social bien marcada: “Yo no quiero trabajar para hacer más ricos a los ricos”, decía cuando ya iba a culminar su carrera de economista, en 1987. Entonces, optó por embarcarse en un voluntariado con los salesianos para explorar el mundo rural e indígena. El padre Jorge Ugalde, rector del colegio Cristóbal Colón, consiguió que lo recibieran en Zumbahua, enclave indígena de la Sierra centro norte, cerca de la laguna del Quilotoa y una de las comunidades más pobres del país. Localizada a 280 kilómetros de Guayaquil y a unos 3 500 metros sobre el nivel del mar, la parroquia Santa Cruz de Zumbahua se erigió como uno de los símbolos de la educación bilingüe castellano-kichwa. Una reivindicación esencial del movimiento indígena: cuando su población, mayoritariamente analfabeta, tenía limitado acceso a la educación se la hacía en castellano, una lengua ajena para todos, por lo que el esfuerzo casi siempre caía en el vacío. Al kichwa se lo asimilaba como un dialecto bárbaro al que había que eliminar. Por eso, con el retorno democrático de 1979, Jaime Roldós marcó un hito en este campo. Cuando asumió el poder en agosto de ese año, el mandatario terminó su discurso inaugural ante el Congreso Nacional con una conmovedora alocución en kichwa, es decir, se adelantó casi treinta años a Rafael Correa al hablar en ese idioma. Estas son las palabras traducidas

del jovencísimo Roldós, quien llegó a los 38 años a la Presidencia: “Ahora todos podemos dirigir tomando la valentía de nuestros antepasados... Ayudándonos entre todos seguiremos adelante, no solo de boca, hablando al aire, avanzaremos haciendo lo que pensamos hasta terminar con la pobreza, solo así alcanzaremos la libertad”. Sus declaraciones no se las llevaría el viento; tiempo después solo en Cotopaxi existían como 700 centros de alfabetización y material impreso en kichwa. Es decir, esa señal de reconocimiento marcó la partida de nacimiento de lo que se institucionalizaría diez años después en la Dirección de Educación Bilingüe en el gobierno del socialdemócrata Rodrigo Borja Cevallos, y que ha sido menoscabada con Rafael Correa en el poder. El joven economista llegó con mochila a cuestas a la misión salesiana, asentada en Zumbahua y manejada entonces por el padre José Manangón. Una pequeña iglesia, una sala comunal y una vieja casona de latifundio comprendían las principales edificaciones del pueblo. En ese lugar se asentaba una hacienda que había sido entregada a los indios en 1965 como parte del proceso de la primera reforma agraria de la dictadura militar. Eso los convirtió en propietarios pobres de un suelo poco fértil, debido a lo escarpado del terreno. Alrededor del pequeño poblado, el paisaje de extensos pajonales se matiza con empinadas laderas cuadriculadas con los colores de los sembríos. En el panorama se perdían las chozas de adobe casi negras, pequeñas, bajas y con techo de paja, el refugio de las familias indígenas y sus animales. Las construcciones de bloque con techo de zinc se podían contar. El frío húmedo de páramo, con temperaturas que bajan hasta los seis grados centígrados, y una leve neblina, que evoca la proximidad de las nubes, son dos constantes en Zumbahua. A mediados de los ochenta, el índice de pobreza alcanzaba a 98% de la población, la tasa de analfabetismo rebasaba a 85% de los hombres y a 98% de las mujeres, que tenían en promedio trece hijos, de los cuales solo sobrevivían uno o dos.

Quienes convivieron con el Rafael de esa época rememoran a un joven bueno, amable, dedicado y deseoso de integrarse a la comunidad, al punto que aprendió kichwa y logró hablarlo de manera coloquial. La altura no fue un impedimento, el uso del rústico poncho de rayas verticales se incorporó en su cotidianidad y el “mono” jugaba fútbol en la cancha de tierra del pueblo. En la misión se le asignaron dos tareas específicas: los molinos de Casa Quemada y el Oratorio. En la primera aplicaba sus conocimientos de administrador y en la segunda afianzaba sus valores de servicio. Los salesianos llaman Oratorio al espacio del voluntariado que hacen los jóvenes bajo distintas actividades que pueden ir desde impartir clases de matemáticas hasta catequizar para la primera comunión, o también la enseñanza de manualidades o nivelación escolar. El Oratorio funcionaba en la casa comunal, los fines de semana o durante los feriados. En ese ambiente de distensión salesiana, le tocaba dar clases de matemáticas o castellano, formar parte de talleres de nivelación para que los indígenas, algunos mucho mayores que él, pudieran pasar los exámenes que certificaban la conclusión de la primaria o el ciclo básico (ahora educación general básica). “Insistía en que usemos materiales propios, nos preparaba para las clases de alfabetización en las comunidades, era muy amable con nosotros, como uno más”, relata uno de sus exalumnos. Algunos de estos discípulos se ocupaban, a su vez, como maestros de la educación bilingüe, y ellos debían caminar diariamente hasta tres horas solo de ida para llegar a una comunidad a enseñar a leer y a escribir. A veces a Correa también le tocaba supervisar el cumplimiento de esta labor y se iba con los educadores a las comunas. Por las noches se enfrascaba en profundas reflexiones con los sacerdotes. Se ha popularizado de esos tiempos su apodo de Rascabonito, como lo comenzaron a llamar cuando sufrió el ataque del poderoso ácaro que invade el cuerpo con avasalladora picazón, vulgarmente conocido como sarna.

El trabajo en los molinos, que se había creado con dinero del Fondo de Desarrollo Rural Marginal (Foderuma, adscrito al Banco Central), funcionaba en Casa Quemada, un poblado cercano a Zumbahua, al otro lado de la carretera, a una buena hora de caminata. Esa era la principal actividad de Correa, la administración de estos centros comunitarios donde se molía cebada, maíz y habas. Muy empeñoso en su labor, el gerente comenzó a organizar el funcionamiento con sus dos ayudantes, el molinero y el cernidor, pesando los productos antes y después. Al poco tiempo comenzaron los problemas para el economista pues las cuentas no cuadraban y no podía encontrar la causa, por más que revisaba los procesos. Hasta que descubrió la razón: sus colaboradores regalaban a sus familias parte de lo procesado. El reclamo comenzó airadamente alrededor de si los productos regalados les pertenecían, pues la empresa era comunitaria y eso afectaba a todos, y seguía subiendo de tono. Alguien avisó a las madres de los ayudantes, beneficiarias de las libras de arroz de cebada o máchica, que vinieron con palos a pegar al universitario. Por ello recibió el nombre de Caspiuma, que significa “el que no entiende”. “No estás entendiendo, no nos entiendes a nosotros”, le decían. El incidente no llegó a mayores y es solo una anécdota más para quienes la vivieron. En esas largas caminatas, en la formación y en el deporte, el mono Correa entabló amistad con muchos de los jóvenes de la comunidad, al punto de que a veces dejaba la casa de los salesianos, que quedaba al frente de la residencia de los voluntarios de la organización italiana Operación Mato Grosso (salesianos seglares), para irse a dormir en las humildes viviendas de sus amigos. No todo era trabajo, encontraba tiempo para uno que otro paseo, como la extraordinaria ruta que lleva de Zumbahua a la población costera de La Esperanza, en Quevedo, una travesía a pie de más de una jornada. En una entrevista para un medio internacional, el presidente de la República recordaría de su

estancia en Zumbahua: “Ahí aprendí algo de kichwa, aprendí el rigor de la vida campesina indígena, hice alfabetización y trabajo político de capacitación a gente que ahora es dirigente de la Conaie”. ¿Capacitación política? Seguramente Correa se refería a las reflexiones y la evangelización en el Oratorio salesiano. No obstante, ya como mandatario ha cuestionado la politización de la Confederación de Nacionalidad Indígenas del Ecuador: “la Conaie es un movimiento indígena y como tal no debería estar haciendo política”. Su voluntariado en los páramos de Zumbahua marcó a Correa, le mostró un mundo de verdaderas carencias —que capitalizaría en su vida adulta de político—, pero también le enseñó la distancia que había entre su mentalidad y la de los indígenas. Por ello, más de un año después, volvió al punto de partida: la Universidad Católica de Guayaquil. Al economista lo acogió enseguida su mecenas Gustavo Noboa y lo nombró director financiero de la UCSG; bajo su administración, se implementaría la pensión diferenciada. Además, Correa daba clases de macroeconomía. En la Universidad Católica Santiago de Guayaquil, Rafael Correa afianzó cuatro pilares en su vida: su profesión de economista; su formación como profesor; la relación con sus mecenas: Gustavo Noboa, Nila Velázquez y Luisa Molina; y el viaje a Bélgica, en el que conoció a su esposa Anne Malherbe, con quien tendría sus tres hijos. La idea del viaje a Europa para estudiar Economía Social o Economía para el Desarrollo nació de su propia iniciativa. La UCSG, a través de su Departamento de Relaciones Internacionales dirigido por Jorge Tola, se mantenía al día en la oferta de becas de estudios de las embajadas que muchas veces aseguraban todos los gastos. La UCSG seleccionaba a sus postulantes cuyas carpetas pasaban por el Instituto de Crédito Educativo (IECE) para luego analizarlas en las comisiones mixtas del gobierno y el país oferente, decisión que posteriormente debía ser ratificada por la universidad receptora. Una admisión que no se

puede considerar como una “beca obtenida a través de concurso nacional de merecimientos para realizar estudios de posgrado en Bélgica”, según cita el presidente en su hoja de vida. En realidad, su primer periplo europeo comenzaría en Francia, en una de las Sorbonas de París (hay tres universidades que funcionan con ese nombre), donde aprendió francés, lengua que nunca lograría perfeccionar. Inició un semestre de estudios que no era lo que se ajustaba ni a su formación ni a sus expectativas, tiempo que capitalizó hasta ser aceptado en la belga Université de Louvain La Neuve (Lovaina La Nueva, UCL) que se había inaugurado diecisiete años antes. Asentada muy cerca de Bruselas, Louvain La Neuve es una pequeña ciudad universitaria que forma parte de la comuna de Ottignies, en la parte valona de Bélgica. Cuando se formalizó la separación entre flamencos y valones —los primeros de cultura más próxima a los holandeses y los segundos a los franceses—, la Université de Louvain también se escindió. La tradicional Universidad Católica de Lovaina, fundada en 1425, se quedó en territorio flamenco bajo el nombre de Katholieke Universiteit Leuven. Y en territorio valón se erigió una nueva institución, para lo que se desarrolló un ambicioso proyecto urbanístico que gira alrededor de la UCL y de su parque científico, un bosque de 200 hectáreas y un lago artificial. Parecería que la Ciudad del Conocimiento Yachay, creada por el gobierno de la revolución ciudadana en 2013, se inspiró en este modelo. A media hora en tren desde Bruselas, Louvain La Neuve palpita como un vigoroso centro universitario con alrededor de veinte mil estudiantes y una decena de facultades. Para construir la ciudad, totalmente peatonal, se aprovechó una depresión del terreno que sirve de vía de circulación motorizada y parqueo, mientras que por encima se levantan los edificios, esparcidos a poca distancia alrededor de plazas y pequeños anfiteatros. Todo está integrado de tal manera al paisaje, que a veces es difícil determinar si las

construcciones son una facultad, una residencia estudiantil o simplemente un edificio de departamentos. Cafés, restaurantes y librerías completan una atmósfera estudiantil y relajada. El College J. Leclercq, localizado entre la Place Montesquieu y la Place des Doyens, alberga la facultad de Ciencias Económicas, Sociales y Políticas, una construcción rectangular de ladrillos café claro y grandes ventanales. En ese lugar Correa comenzó a recibir clases durante un año para desarrollar una tesis que le valdría el título de magíster de Artes en Economía (Maître en Sciences Économiques). Para esto escogió las materias capital y repartición, teoría de la economía de riesgo, teorías del desarrollo y planificación del desarrollo, impartidas en francés. También asistió a clases especiales y seminarios dictados en inglés: teoría monetaria, economía pública y modelos de macroeconomía. Pasó los exámenes “con distinción”, según estipuló la universidad en su diploma de magíster fechado el 28 de junio de 1991. A su tesis la tituló “El rol de la microempresa en el desarrollo: el caso de Ecuador”, un trabajo de más de 100 páginas redactado en español. El reconocido intelectual belga Jean Philippe Peemans, experto en modernización y desarrollo, dirigió ese trabajo académico. Calificado como “cálido y heterodoxo” por uno de sus discípulos, Peemans, economista, abogado e historiador, se constituyó en un pensador del desarrollo e impulsador de la colaboración Sur-Sur. A pesar de los miles de kilómetros de distancia, el economista centró su trabajo en los informales del centro de Guayaquil de mediados de los ochenta, el sector informal urbano (SIU). A partir del estudio y mapeo del SIU, elaboró algunas sugerencias de política económica con miras a garantizar la evolución de estas formas de producción en la economía nacional: “Los datos nos permiten ver la irracionalidad del proceso de industrialización seguido, la urgencia de alternativas de desarrollo y la potencialidad de formas de producción del SIU…”, señaló desde una visión crítica al proceso de modernización impulsado por la internacionalización

de la economía. “En esencia —añade— nuestra proposición es que un verdadero y trascendente apoyo al SIU exigiría una reestructuración social, en la cual el estado juega un rol determinante y donde en última instancia el problema constituye un conflicto de poderes”. Para Correa el Estado debía privilegiar estas formas de producción del sector informal, especialmente a través de la demanda de bienes y servicios, no solo de los consumidores sino también de la gran industria. El estudio de los informales de Guayaquil, muchos migrantes de provincias cercanas que trabajaban en condiciones paupérrimas en pequeños talleres, hizo que acuñara la idea de que en la modernización “parece ser que el sistema informal urbano no solo fue la ‘etapa que faltó’, sino que continúa siendo la ‘etapa indispensable’”. En su trabajo, el economista agradeció a Peemans y al lector de la tesis, el economista costarricense Adolfo Rodríguez Herrera, a quien considera “uno de los hombres más buenos que conozco”. También cita a su familia, especialmente a su padre, así como a sus compañeros: “Mi fragilidad siempre me ha hecho depender de mis amigos, y siempre han estado allí sin merecerlos”. No podía faltar el reconocimiento a su pareja: “Ann, cuya bella y serena presencia fue vital para soportar estos duros meses”. Se refería a su futura esposa, Anne Malherbe, cinco años menor que él y que estudiaba en Louvain La Neuve para profesora de educación física. Menuda, de apariencia más bien frágil, nadie pensaría que se trata de una gran deportista y scout. En varias entrevistas ambos han señalado que se conocieron en una residencia estudiantil, cuando el ecuatoriano iba a buscar a una amiga taiwanesa. El romance comenzó de a poco, pero la relación ha perdurado a pesar de las diferencias culturales y de los diez años de poder. Correa terminó su tesis y encargó a un profesor de la Católica de Guayaquil que llevara a Bélgica los anillos de matrimonio. Durante una entrevista con la agencia Andes, el presidente aseguró en broma que sus veinte años de unión con Anne Malherbe

gosseline “han sido como 20 minutos, pero debajo del agua”. En ese diálogo reconoce que ha tenido que superar el sexismo y machismo, y quizás su única queja es el haber encontrado una compañera con quien no comparte sus recuerdos de adolescencia ni sus canciones preferidas. Diferentes culturas y diferentes familias. Paul Malherbe, el padre de Anne, es militar y ha ocupado altos cargos dentro de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte, el acuerdo militar entre Estados Unidos y Europa Occidental). Vive su jubilación en Namur, cerca de Louvain La Neuve, con su esposa Chantal gosseline. Michel Malherbe, el cuñado de Correa, ha tenido importantes funciones públicas: portavoz de la Casa Real y embajador en China. “Me impactó, primero por sus ojos y después por sus ideas”, dijo Anne, en una entrevista para el documental promocional que se hizo por la campaña de Correa en 2006. Rafael ha asegurado, en esa misma entrevista, que después de conocerla le comentó a un amigo: “esa sería una chica con la que valdría la pena casarse porque transmitía esa paz, esa dulzura...”. El enamoramiento arrancó y en agosto de 1991 la pareja vino a visitar Ecuador. Por su noviazgo, el becario pospuso unos meses su retorno al Ecuador, mientras realizó los más variados oficios, desde atender en restaurantes hasta cuidar niños o limpiar baños. Se casaron el civil allá y regresaron para instalarse en Guayaquil. Luego, a fines de 1992, se celebró la ceremonia eclesiástica en Bélgica, a la que asistió su mamá, Norma Delgado. Correa retomó sus clases en la Católica, pero la joven belga tuvo arduos problemas de adaptación al subtrópico. Por eso, un trabajo en el clima frío y seco de Quito parecía una gran opción. Esa posibilidad se le presentó con el proyecto del Ministerio de Educación y del Banco Interamericano de Desarrollo (MEC-BID), patrocinado por el ministro de Educación de ese entonces, Eduardo Peña Triviño, un amigo cercano de Gustavo Noboa y Nila Velázquez. Pronto la joven pareja se embarcó para

Quito, y así se selló la etapa universitaria de la Católica de Guayaquil. Atrás dejaría la política universitaria y también las viejas rencillas con Pierina, a quien incluso apoyó en sus proyectos profesionales. Rafael Correa Delgado aparece, en 1997, como editor asociado de la revista de su hermana, Kassaestilos, su guía inmobiliaria y de negocios. La arquitecta editaba una publicación bimestral pionera en la promoción de los bienes raíces. En los números 4 y 5, León Febres Cordero y Jamil Mahuad, alcaldes de Guayaquil y Quito, respectivamente, fueron sus entrevistados principales en diálogos muy amigables. Ambos políticos ocuparon el sillón presidencial y han sido el blanco de las críticas más peyorativas y ácidas desde el púlpito de las sabatinas. En sus años universitarios, de consolidación personal y académica, Rafael Correa reforzó dos extremos de su personalidad. Por un lado, descollaba su empeño, su seriedad, su capacidad de trabajo y su conciencia social. En contraparte, lo socavaba su terquedad, su intolerancia y sus arrebatos que podían llegar a la violencia. Virtudes y defectos afincados en su profunda necesidad de reconocimiento. ¿Quién diría que torbellinos de furia presidencial se desatarían contra su alma mater? El primer encontrón envolvió a la universidad en actos de violencia como nunca se habían visto, ni en las épocas de Febres Cordero. El presidente de la República organizó su enlace presidencial o sabatina del 16 de agosto de 2008 en el aula magna de la universidad. Tres días antes, había arrancado la campaña para el referéndum aprobatorio de la nueva Constitución. El aula magna se llenó con partidarios de Alianza PAIS y con algunos alumnos que apoyaban a Correa. En las afueras, estudiantes repartían volantes por el No, y, según denunciaron, la policía armó un escudo humano que les impedía ingresar. Aunque en un principio Correa sugirió que los dejaran pasar, “si se iban a expresar con respeto, porque así es la democracia”, cambió de parecer y desde el micrófono un sarcástico

presidente se quejó: “Dice la seguridad que hay unos 50 estudiantes ahí, con huevos y tomates, para tratar de ofenderme... Yo no voy a dejar ofender la majestad presidencial. Así que, chicos, resuelvan ustedes mismos el problema. Ustedes son 400 y ellos son 50...”. En los exteriores se acató enseguida la subliminal orden: piedras y otros objetos volaban entre quienes apoyaban el No y los seguidores del mandatario. Las escenas de lado y lado (hubo cuatro cadenas nacionales y un video de los estudiantes) muestran golpes, ataques y sangre. Hubo al menos dos cadenas nacionales para explicar los hechos. El aparataje de propaganda se puso en marcha y en una de las escenas aparece una joven insultando a un anciano partidario del Sí. La muchacha aclaró en televisión que ella no pudo proferir esos insultos ya que tenía una discapacidad permanente auditiva y del habla... Las autoridades de la universidad aseguraron que ellos no dieron la autorización para que se realizara el enlace, y los estudiantes elaboraron un video con una versión opuesta a la oficial. Desde el poder y con micrófono amplificado, Correa aseguró que el incidente respondía a “una celada de los hijos de la oligarquía guayaquileña”. Los estudiantes César Coronel, Werner Moeller, Raúl Gómez-Lince, Francisco Ycaza, Guido Jalil y Rodolfo Baquerizo, hijos de sus conocidos y rivales de la Católica y muchos cercanos a la derecha, fueron encausados por la ley. La historia no terminó ahí, una segunda provocación se dio un año después. En el enlace 141, del 10 octubre de 2009, cuando Correa rindió homenaje a su asistente de seguridad Anthony Villamar, el gordo Anthony, fallecido unos días antes, recordó el incidente de la Católica. Relató que cuando los “hijos de la oligarquía” atacaron al gordo en el parqueadero de la universidad, él se defendió y les dio “la del zorro a estos peluconcitos”. En la exaltación de este suceso, Correa contó muy orgulloso que, desde entonces, al interior del gobierno llamaban al difunto Kung Fu Panda. Acto seguido, en la sabatina, el presidente comenzó a atacar

a las universidades, ya que se estaba gestando la Ley de Educación Superior, una reforma muy polémica que, entre otros cambios, instauró la clasificación en categorías de los centros de educación superior y disminuyó la participación de los estudiantes y trabajadores en el cogobierno universitario. Correa lanzó arengas grandilocuentes y contradictorias sobre la excelencia académica y la necesidad de poner fin a la mediocridad. Descalificó los grafitis sobre la “universidad del pueblo”, en alusión a los pedidos de la extrema izquierda, y los retó “a debatir con ideas y no con frases clichés”. Al hablar sobre la necesidad de mejorar las universidades, puso un ejemplo: “Yo en la universidad tenía un profesor que de ocho de la mañana a seis vendía pollos, lo que es una actividad muy digna, y de seis a ocho daba macroeconomía. No puede ser, el nivel académico exige que estén preparándose día a día”. Una frase que lanzó después de asegurar que “cuando fui a Lovaina lloraba de la rabia del tiempo que me hicieron perder, porque era pésima la formación que tuve”. En respuesta, el rector de la UCSG, Michel Doumet —padre de Michel Doumet Chedraui, que llegaría a presidir la Agencia Nacional de Tránsito (ANT)—, arremetió contra el mandatario, quien después de estos incidentes continuaría recibiendo invitaciones y honores en la Católica de Guayaquil. Un grupo de estudiantes hizo una pancarta con la frase “Fuera el llorón de Lovaina”, cuando salieron a marchar contra la nueva ley. Al calor de la polémica, Doumet respondió al quejumbroso exalumno: “Pensábamos que estábamos formando a un profesional y cuando llegó a la Presidencia creía que estábamos formando también a un estadista, no es así. Yo no sé si como Rector de la Universidad Católica debo pedir perdón a la ciudadanía, al pueblo ecuatoriano, por la calidad de persona que hemos formado”.

IV Del encanto al desquite “los reconoció uno por uno con la memoria inapelable del rencor y los fue separando en grupos diferentes según la intensidad de la culpa” Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca.

La crítica del presidente repicó en el enlace ciudadano 441 del 12 de septiembre de 2015, casi a los nueve años de su llegada a Carondelet: “Las cuatro universidades con categoría A son: las tres politécnicas —la Nacional, la del Litoral y la del Ejército— y la San Francisco. Con la diferencia que las tres primeras son gratuitas, la San Francisco cuesta un ojo de la cara y la mitad del otro. Con lo que se paga en la San Francisco yo, de padre de familia, mando a estudiar a mi hijo al extranjero porque cuesta menos enviarlo al extranjero y con mayor nivel académico. Yo conozco la San Francisco porque he sido profesor ahí. El costo-beneficio no se justifica, pero está en categoría A. En buena hora, las otras están en categoría A, pero son públicas y gratuitas”. Con esas palabras, una vez más la “sabatina” dejó de ser la rendición de cuentas de la semana presidencial para convertirse en un ajuste de cuentas de Rafael Correa con su pasado. Desde su paso por el Ministerio de Finanzas y luego en la Presidencia de la República, la Universidad San Francisco de Quito (USFQ) se convirtió en uno de los blancos de sus bombardeos. En

público y en privado, los constantes reproches contra la San Pancho —el apodo de la universidad— dan la impresión de que en ese lugar hubiera transitado por una vivencia traumática y desagradable. Sin embargo, allí desembarcó y se quedó doce años. Llegó como un joven profesor con alguna práctica y con una anterior experiencia laboral corta y conflictiva, y en ese campus forjó y consolidó su carrera académica y profesional. ¿Qué cambió su perspectiva? ¿Por qué las constantes embestidas? El cheque del banco Bolivariano por 42 000,97 dólares, girado a favor del economista Rafael Correa, disolvió para siempre el lazo que lo unía a la que alguna vez consideró, en una confesión nostálgica a sus excolegas, como “mi linda universidad... un paraíso si no fuera por el que sabemos”, refiriéndose a Santiago Gangotena, el canciller (rector) de la universidad. La citación laboral para la entrega de la indemnización se dio el 6 de septiembre de 2005, en el Área de Mediación de la Dirección Regional de Trabajo. La USFQ y el demandante firmaban el acta de finiquito de una querella que no prosperó porque sus empleadores optaron por aceptar las condiciones de Correa. La liquidación beneficiaba al denunciante porque se calculaba su último sueldo mensual, de 3 500 dólares, por doce años ininterrumpidos desde 1993; pese a que ya había recibido una primera liquidación (1993-1997) cuando partió para realizar sus estudios de doctorado. Además, se contabilizaban los cuatro años (1997-2001) de esa preparación en Estados Unidos. De hecho, cuando se incorporó a la University of Illinois (U of I), con un programa solventado por la San Francisco, había renunciado a su cargo de mutuo acuerdo con las autoridades. Las relaciones fluían con tanta armonía que la USFQ calculó al alza la liquidación, con vacaciones de treinta días y décimos sueldos, lo que sumó veinte millones y medio de sucres que, a la tasa de cambio, equivalía a unos cinco mil dólares. En agosto de 1997, su sueldo superaba los seis millones de sucres, es decir, unos 1 500 dólares.

Esta nueva liquidación, firmada en el segundo piso del ministerio, tenía otro matiz. Se había llegado a la instancia de ruptura porque el exministro sentía que la Universidad San Francisco había vulnerado sus derechos. Según él, no se le permitió reintegrarse a su cátedra después de su paso por el Ministerio de Economía y Finanzas, donde se transformó en un hombre público con aroma presidenciable. El paréntesis de la función pública se percibió desde la USFQ como cien días de un limbo laboral: ni se despidió ni renunció. Tal vez no pudo hacerlo, porque cuando asumió su nuevo cargo lo hizo en medio del caos que estalló en Quito con la destitución del entonces presidente, Lucio Gutiérrez Borbúa. Todavía latían las imágenes de violencia y anarquía de Carondelet, del Ministerio de Bienestar Social, del Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (Ciespal) y del aeropuerto de Quito. Los estertores de la caída del coronel seguían estremeciendo al país. Nadie le quitaba un ojo a la televisión. Por eso sus compañeros de trabajo, muchos de los cuales se habían unido a las protestas “forajidas” que salieron desde la USFQ, se enteraron de su nombramiento cuando Rafael Correa apareció en la pantalla investido por Alfredo Palacio González, la mañana del 21 de abril de 2005. Solo una semana después, el ministro se puso en contacto con la San Francisco para formalizar una licencia sin sueldo. Sin más trámites, una camioneta oficial llegó a Cumbayá a retirar sus pertenencias, incluida su apreciada guitarra. Uno de sus colegas guarda vívida esa imagen, observada a través de una ventana. En similar acto de prestidigitación, cuando lo renunciaron de Finanzas, su figura reapareció un viernes a mediados de agosto en uno de los patios de la universidad. Unos aseguran que todo estaba listo para su regreso —las clases, los horarios, las listas de alumnos — y el arranque de un nuevo semestre en septiembre. Los ajustes habrían sido preparados por una leal colaboradora que

posteriormente lo siguió a la Presidencia. Otros sostienen que hubo una mala coincidencia ya que, pocos días antes de su salida del ministerio, los encargados de armar la malla curricular lo sacaron del registro pensando que había Correa para largo en Finanzas. Lo cierto es que su nombre ya no constaba y él lo tomó como una señal de despido, al punto que comenzó a buscar un abogado laboral. Con esos sentimientos encontrados, subió a las oficinas de los directivos. Al inicio, el reencuentro con las autoridades de la universidad, en el despacho del entonces director académico, Carlos Montúfar Freile, transcurrió informal y distendido. Luego de los saludos y del intercambio de frases inocuas, trataron sobre el abandono inesperado de sus clases para aceptar el cargo de ministro. El ambiente se tensionó. Él les recordó que, al haber dejado la enseñanza para servir al país, se acogía a su derecho constitucional… ¿Cómo continuaría su vida académica? Para Montúfar y los colegas reunidos en esa oficina no estaba clara la afinidad de su actividad profesional con su nueva opción. La USFQ no quería que la política se inmiscuyera en las aulas. Ante la pregunta de si iba a correr para la Presidencia, solo contestó: “Es muy posible”. Una salida poco creíble: en el campus ya se daba por hecho su candidatura. La reunión dejó resultados inciertos. Algunos profesores recuerdan que Correa, a la salida de la oficina, les contó a viva voz que lo habían despedido y desapareció, mientras que para los otros participantes la negociación había quedado en el aire: ¿retomaría sus cursos a tiempo completo o impartiría unas pocas clases? El domingo por la noche, cuando lo llamaron para ofrecerle una sola clase a pocos alumnos, de inmediato y a la defensiva, contestó que la propuesta era ilegal y que atentaba contra sus derechos. A los pocos días, su abogado, Ezequiel Valarezo, comenzó el trámite de demanda laboral contra la USFQ. El demandante no quiso entregar la boleta en la universidad, adujo que no quería ser “vejado”, por lo

que un exasesor se encargó de entregarla personalmente el 1 de septiembre. La notificación era por “franco despido intempestivo”. Esta estocada ponía fin a doce años de relación y confirmaba las sospechas de que, desde el Ministerio de Economía, él había dispuesto al Servicio de Rentas Internas (SRI) la revisión de las cuentas de la universidad. “Esas son calumnias de Elsa de Mena, yo pedí que se investigue a todas las fundaciones sin fines de lucro. Existen 19 mil fundaciones y muchas eluden impuestos”, aseguró a la revista Vistazo durante su primera campaña electoral en 2006. Muchos colegas recuerdan que, aunque no criticaba frontalmente a la USFQ, al menos antes del doctorado, siempre cuestionó el manejo de las cuentas y el sistema de afiliación al Seguro Social. Para él carecían de transparencia. Aunque la San Francisco estuvo entre las primeras investigadas, ni los inspectores del SRI ni los de Trabajo ni los de la Seguridad Social pudieron encontrar incorrecciones. Quizás el azar o las voluntades que Rafael Correa no pudo controlar volvieron estéril este afán de zanjar su encono contra la universidad. Un resentimiento que al parecer se fraguó a fuego lento, porque el hombre del encuentro de esa tarde de fines de agosto, que vestía guayabera y estaba pendiente de sus dos celulares, ya no era el de siempre. Tres meses en la función pública le cambiaron de piel, su mirada se dirigía hacia otros horizontes. El profesor dedicado, puntual, simpático, que iba en jeans y camisetas polo, y al que le encantaba organizar las fiestas de cumpleaños cada último jueves de mes, se había esfumado. Se cerraba así un paréntesis de doce años dedicados a la vida universitaria. Cuando ingresó a la San Francisco, a fines de 1993, Rafael Correa encajó en el ambiente distendido de esa embrionaria institución privada, creada por un grupo de académicos y empresarios bajo el esquema estadounidense. Venía de una tormentosa experiencia en el programa del Ministerio de Educación y del Banco Interamericano de Desarrollo, donde fue despedido y

perseguido. El joven magíster había ido a buscar trabajo en esa universidad por lo que visitó a Susana Cabeza de Vaca, directora del Colegio de Administración para el Desarrollo (CADE). Ya no había vacantes para septiembre, pero Cabeza de Vaca se quedó fuertemente impresionada por el joven economista que había vivido en Zumbahua y estudiado en Bélgica. La puerta se abrió en diciembre. Correa fue contratado primero como coordinador para manejar la relación con el Babson College, de Boston, con el que se mantenía un programa de intercambio. A partir de enero de 1994, ya comenzó como profesor de planta del CADE. La universidad contaba en ese entonces con algunas centenas de alumnos y unos cuantos colegios, equivalentes a las facultades de las universidades tradicionales. Si se hubiera aplicado la categorización del gobierno de la revolución ciudadana en la época en la que él ingresó a este claustro, la San Francisco habría sido calificada una universidad informal o de “garaje”, pues solo fue reconocida en 1995, siete años después de su fundación. El economista formó parte del gran salto que culminó en el campus de 3,5 hectáreas en Cumbayá, en el cálido valle de Tumbaco, en septiembre de 1994, “gracias al apoyo del empresario y banquero Marcel Laniado”, según una reseña institucional. Allí se construyeron eclécticos edificios pintados en colores pastel, con estatuas chinas, templos budistas, bloques de estilo neoclásico y decorados art déco, que se alternan entre estrechos corredores y amplios espacios, que compone un gigante patchwork kitch o, desde la perspectiva de la universidad, “uno de los más bellos campus universitarios del Ecuador”. La filosofía de la USFQ rompió con el esquema tradicional de educación ecuatoriano. Asimismo, modificó los patrones de vida de Rafael Correa, siempre cobijado por la educación católica. La San Francisco es una institución laica, donde se predica que la libertad del individuo está por encima de todo, bajo el paraguas de las llamadas artes liberales, es decir, una formación integral no centrada

en la especialización. El trato solemne de doctor o licenciado se abolió al interior de sus muros; aunque ese patrón no caló a profundidad en el espíritu del académico, que orgulloso repartiría años después su nueva tarjeta de presentación: Ec. Rafael Correa, PhD. Hubo otros principios con los que tuvo que transar. Para él la economía debía enfocarse en una veta social; mientras que en la San Francisco la ruta estaba marcada hacia el emprendimiento. De hecho, el CADE se autodefine como “un modelo de educación en negocios dentro de la filosofía de las Artes Liberales, líder en la formación de emprendedores en el Ecuador...”. Ese claro precepto académico se compaginaba con un ambiente cordial. Los profesores no tenían que timbrar tarjeta ni estaban sometidos a rigideces administrativas. Ninguna de estas innovaciones representó un problema para él. En el CADE el treintañero Correa dictó clases de macro y microeconomía, economía cuantitativa, desarrollo económico, teoría de juegos, entre otras. Cátedras que mantuvo mientras trabajó ahí. Quienes lo conocieron en las aulas lo evocan como un profesor más, un buen profesor de introducción a la macroeconomía; era protagonista en el micrófono pero no un profesor estrella, un poco machista, enojón, como profesor excelente pero irrefutable, no se podía dudar de su sabiduría, polémico pero superficial, no era marxista sino más bien socialdemócrata, un tipo inteligente, no era protagonista académico, celoso de lo que tenían los otros, picado, un poco cabeza dura, trabajador, empático, no era brillante ni líder, extremadamente humano, quejumbroso y un poco fosforito, protector con los débiles, no había quejas en su contra. Algunos aseguran que trataba a todos sus alumnos por igual, otros aseguran lo contrario. Entre las varias anécdotas está la del primer día de clases, cuando el profesor pedía a los alumnos becados que se sentaran en primera fila como un signo de preferencia, “los otros ya tienen la vida hecha”. Eso sí, advertía a sus discípulos que no

entraran a sus clases con la camiseta de la Liga Deportiva Universitaria de Quito porque su corazón emelecista no resistía esos colores. Su facha usual guardaba tintes de su época de boy scout, con botines Columbia, jeans o pantalones casuales a tono con sus camisas y camisetas; para capear el clima serrano usaba sacos con cuello en V. Nunca llevaba prendas folclóricas. Así, con su caminar desenfadado, llegaba a dictar clases que son recordadas por amenas, “aprendías mal que bien, pero si estabas en contra tenías que fajarte porque te podía dar cuatro vueltas”, rememoran los estudiantes de ese entonces. En las materias técnicas todo fluía porque había poca discusión, pero en la de desarrollo, una de sus especialidades, “si no estabas de acuerdo con él, ibas a enfrentártele”. Sin embargo, en la memoria de todos, está claro que nunca habló de cambios en los medios de producción ni de marxismo: sintonizaba más con la socialdemocracia. Una apreciación sobre la cual no hay discrepancia: su alto nivel de exigencia académica. Sacar una A en un examen con Correa planteaba un verdadero reto, “entraba a matar, no sabías qué te iba a preguntar”. Quienes no lograban simpatizar con él y su método preferían abandonar la materia. Otros que sí congeniaban recuerdan, además, gestos de consideración y empatía, pupilos a los que una conversación sobre situaciones personales o relaciones filiales conflictivas les proporcionó un poco de alivio. Queda en la memoria su preferencia por los ingenieros, ya que sus conocimientos matemáticos les facilitaba hacer derivadas, importante herramienta para los modelos económicos. Su huella también se marcó por el trato amable hacia el personal administrativo. Así la calidez de Correa con sus subalternos contrastaba con la prepotencia y desdén de uno de sus colegas que saltaría a la política con él, Fernando Bustamante, considerado, sin embargo, mucho más brillante como profesor. Son evocaciones recurrentes el desaire con el que Bustamante trataba a

las señoras de la limpieza o a las cajeras, mientras que Correa las lisonjeaba. Nadie hubiera imaginado que Bustamante, el académico liberal e hijo de un prestigioso embajador, sería, por muchos años, el subalterno de su excolega... Por eso no extrañó que tanto profesores como asistentes de limpieza fueran invitados a los almuerzos de excompañeros de trabajo en Carondelet. Sus maneras de Robin Hood se extendían a los cuestionamientos sobre el manejo de la universidad por mejores sueldos y beneficios. Sus compañeros y discípulos tienen muy presentes sus reproches y arengas por la falta de claridad en las cuentas de la institución. Siempre enfilaba sus críticas y displicencias contra el canciller Santiago Gangotena: “En lugar de gastar en el leoncito de mármol que tiene en su oficina, podría pagar mejor a los profesores”. Un despropósito para sus colegas, pues se conocía que él negociaba muy bien su sueldo, indexado en dólares en los años noventa. Cada vez que el sucre se devaluaba, el profesor se hacía escuchar en la administración para que el ajuste se concretara con rapidez. Como la San Francisco duplicaba anualmente el número de estudiantes y los ingresos de la universidad aumentaban, esto agudizaba su insistencia por un incremento salarial. Las pensiones habían evolucionado, en el equivalente en sucres, de cuatro mil a ocho mil dólares en esa época. No por ello lideró un movimiento sindical dentro de la USFQ ni promovió el cogobierno estudiantil. Sin embargo, como catedrático gozaba de ciertos beneficios. Correa podía rehabilitarse de su persistente molestia en la rodilla en la piscina del Club Jacarandá, gracias a un acuerdo con la USFQ. Además, disponía de tiempo para disfrutar con sus hijos, él salía temprano para ayudar en los quehaceres de su casa donde, a la europea, se compartían las tareas. Tenía tiempo para sus amigos y su afición al fútbol. Le gustaba organizar parrilladas en su casa porque le encanta la carne. En todo caso, las fortalezas pesaban más que las debilidades, y su reputación de un profesor dedicado y

con entrega al trabajo le permitía seguir a flote en un ambiente de respeto a su disidencia. Sus cualidades de maestro contrastaban con las de su primo Pedro Delgado Campaña, quien se convertiría en un símbolo de corrupción de la revolución ciudadana, por el manejo de los bienes incautados a los exbanqueros y por haber falsificado su título de economista. De aquellos tiempos, a Delgado Campaña, a cargo de la materia de finanzas, se lo recuerda como un profesor deslucido, sin ningún interés por los estudiantes y poco cumplido. Su mal rendimiento llevó a que un grupo de alumnos pugnara por sacarlo, un intento que no cuajó: él renunció tiempo después para trabajar en la Corporación Financiera Nacional (CFN) a mediados de 1996, cuando iniciaba el gobierno de Abdalá Bucaram. Las falencias académicas de Delgado se contraponían con su talento de vendedor de estrategias y cursos para la universidad. Uno de sus compañeros lo calificó como “un emprendedor de la academia, mientras que Rafael era un académico”. El economista guayaquileño se ganó así el aprecio de las autoridades universitarias. Como parte de la coordinación del programa conjunto de maestría en Administración de la USFQ y del Babson College, los estudiantes visitaban el país dos semanas, durante las vacaciones del invierno estadounidense, para introducirlos en la realidad nacional con conferencias y visitas a lugares de experiencias sociales y empresariales exitosas; por ejemplo, a las Queserías de Bolívar, productores de la línea de quesos El Salinerito. Uno de esos ciclos de conferencias se plasmó en el libro El reto del desarrollo: ¿estamos preparados para el futuro?, editado por Correa en 1996. Con él compartieron páginas destacados economistas que, años después, fueron etiquetados como agentes de la “larga noche neoliberal”, una de las fórmulas usadas para descalificar a los políticos del pasado. Ellos eran Alfredo Arízaga, Augusto de la Torre y Ana Lucía Armijos, los dos últimos altos funcionarios de Sixto Durán Ballén, presidente en funciones en esa época. Además,

escribieron artículos algunos empresarios entusiastas del llamado proceso de modernización: Kurt Freund, Javier Espinosa, Patricio Pinto y Marco Peñaherrera. La centro derecha intelectual estuvo representada con ensayos del expresidente Osvaldo Hurtado y del entonces director de la Corporación de Estudios para el Desarrollo (Cordes), Esteban Vega. El grupo se completó con los profesores de la USFQ: Claudio Creamer, Günther Reck y Pedro Delgado. El toque divergente lo puso el economista de izquierda más mediático de la época, Alberto Acosta. No se trataba de un extraño en el campus: Correa siempre lo invitaba a participar en sus clases de maestría y en otras actividades, a pesar del desagrado que provocaba a ciertas autoridades de la universidad. Correa ignoraba esas quejas, tampoco hacía caso a sus superiores cuando insistían en una mayor participación de Mauricio Pozo —un reconocido economista liberal que precedería a Correa en el Ministerio de Finanzas— para esos cursos. En el ensayo introductorio de la publicación, “Un vistazo a la historia del desarrollo económico ecuatoriano”, Correa se mide de igual a igual con el resto de autores. En las veintiséis páginas de su análisis, intercaladas con doce gráficos y once cuadros, el economista recorre 174 años de historia económica. No se trata de un documento de profundidad académica sino, como especifica en su título, un “vistazo”, una revisión bastante resumida. El joven profesor se maneja con austeridad y cautela en los calificativos a las políticas económicas y a los gobiernos de Osvaldo Hurtado, León Febres Cordero, Rodrigo Borja y Durán Ballén. El primero de los apartados, la “Etapa agroexportadora (desde la Independencia de España hasta los años sesenta del siglo XX)”, ocupa apenas una página y media del estudio. La “Industrialización sustitutiva de importaciones y el boom petrolero” tiene mayor profundidad. Su conclusión sobre este período: “los recursos petroleros fueron orientados en mayor medida al consumo, y dentro de este, al consumo de bienes importados. Los persistentes déficits

fiscales por el aumento del consumo público, junto con la facilidad de crédito externo, comienzan a gestar un problema fundamental de la economía ecuatoriana: la deuda pública externa…”. Nunca imaginó que, diez años más tarde, él conduciría el segundo boom con similares resultados. Si bien parte del excedente de ingresos del petróleo se orientó a bienes de capital, el gasto público se disparó. La falta de mecanismos de ahorro fiscal impidió, una vez más, que los recursos extraordinarios de este período, el más prolongado de la historia republicana, consolidaran la economía y que las mejoras en los indicadores socioeconómicos fueran sostenibles. En el siguiente apartado, “La crisis de los 80: la década perdida”, una de sus observaciones más fuertes sobre las dificultades de ese período se enfoca en el alto índice de subempleo, que alcanzaba a 50% de la población económicamente activa. Durante su gobierno, el “empleo inadecuado” —que es la suma de tres subcategorías: subempleo, otro tipo de empleo inadecuado y empleo no remunerado—, que corresponde, a grandes rasgos, a lo que antes se denominaba subempleo, pasó de 38,3% en diciembre 2008 a 45,6% en diciembre 2016, según las cifras que maneja el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Finalmente, el economista plantea como los “desafíos a futuro”: la alta dependencia del petróleo, el servicio de la deuda externa, la baja capacidad de inversión (pública y privada) y la evolución del comercio internacional. No deja de lado la cuestión social y subraya en su conclusión que el reto fundamental para el desarrollo es “la pobreza y la polarización de su población”. La publicación de este libro tiene gran recordación entre los directivos de la universidad por el desempeño político que años después tendrían muchos de sus autores. Las virtudes de Correa caminaron de la mano con los golpes de suerte. Una variable importante que recalcaba a sus alumnos: “La suerte es un factor preponderante en la vida de un estudiante”.

Y también lo fue en su ruta; de hecho, fundamental. Un día de 1997, de carambola, lo eligieron para un intercambio a la University of Illinois (U of I), ubicada entre las primeras 75 de Estados Unidos. El esquema permitía que un alumno de la San Francisco que pagaba la matrícula a costos ecuatorianos, muy por debajo de los precios gringos, pudiera ir a estudiar a Illinois, a cambio de que un estudiante de ese centro viniera al campus de Cumbayá. La USFQ enfrentaba entonces un desbalance en el programa de intercambio con esa universidad. La situación económica de mediados de los noventa produjo un déficit, porque no muchos ecuatorianos podían participar, ya que debían financiar la estadía en Illinois por cuenta propia. Para disminuir el desequilibrio surgió la idea de enviar a un profesor para cursar un doctorado, canjeando ese posgrado por varios cupos de estudiantes. Cuando los estadounidenses aceptaron la oferta, el nombre de Rafael Correa saltó de inmediato, pues uno de los responsables había escuchado que estaba muy interesado en especializarse en el extranjero. Hay más de una versión sobre quién tuvo la iniciativa; lo cierto es que no hubo competencia ni preselección. La suerte no se le despegó. No solo hubo el trueque de cupos; además de la liquidación comedida, la USFQ le entregó dinero de los fondos del mismo programa y continuó pagando el seguro médico para su familia. En la U of I obtuvo un puesto de asistente de cátedra con sueldo, lo que le permitió vivir en las residencias para estudiantes con familia. Algo más pudo juntar con la venta del Mazda azul modelo 1994, adquirido con el Plan Carro que facilitaba la San Francisco. A su regreso, en 2001, la universidad quiteña le facilitó cinco mil dólares para sus gastos de mudanza. Su esposa, Anne Malherbe, también dejó su trabajo en el Colegio Menor, una dependencia de la San Francisco que la había acogido por estar casada con Correa y donde daba clases de educación física desde su fundación en 1995. Sus colegas del Menor, un colegio pequeño en esa época, la recuerdan como una mujer tímida que no hizo

mayores amistades. Con estos asuntos saldados, empacaron y se fueron. La pareja y las pequeñas Sofía, de tres años y medio (1994), y Anne Dominique, una bebé de brazos (1997), emprendieron en esta aventura al norte de Estados Unidos. Miguel Rafael nacería cinco años después, en Quito. El estado de Illinois es parte de la gran zona industrial del medio oeste gringo y uno de los más importantes ejes financieros, que recibió los flujos de migración afroamericana del sur, en busca de libertad y mejores condiciones de trabajo. Su clima está marcado por los Grandes Lagos con crudos y largos inviernos, y veranos cálidos. Para el viaje los estudiantes del intercambio generalmente hacían uso de un pasaje de avión, incluido en los beneficios universitarios, que los dejaba en el aeropuerto de la ciudad de Champaign. Otros volaban a la cosmopolita Chicago, distinguida por sus rascacielos y sus grandes contrastes, y el tramo final lo hacían por carretera en los buses de la empresa Greyhound, cuyo terminal está en el centro de la urbe. Los buses comienzan su recorrido a través de los populosos y degradados barrios de esa ciudad, conocidos por su violencia y pobreza. El contraste con el otro lado de la ciudad es chocante. La periferia termina y empieza una monótona recta bordeada por infinitos campos de maíz que se diluyen al cabo de dos horas al llegar a Urbana y Champaign. Estas dos ciudades siamesas están unidas por su fuente de vida: la Universidad de Illinois, un enorme campus de 1 842 hectáreas con la segunda biblioteca universitaria más importante de Estados Unidos, después de Harvard. Esta universidad pública acoge a 40 mil estudiantes. Es la número dos a nivel nacional en ingeniería civil, física, biología y agricultura; otras facultades se sitúan entre los diez primeros puestos del ranking nacional. Su edificio principal, Union, construido en un estilo georgiano, alberga un hotel, pistas de bolos, tiendas y restaurantes. A la entrada, en dos paredes enormes, están inscritos los nombres de los mejores y más destacados alumnos, entre ellos

once premios Nobel. Pero la lista de alumnos famosos —que no necesariamente tienen su nombre consignado en los muros del Union— es mucho más larga. Ahí aparecen Hugh Hefner, fundador del pornoimperio Playboy; Jesse Jackson, activista de los derechos civiles afroamericanos; y el director de cine taiwanés, Ang Lee. El presidente ecuatoriano consta como el alumno destacado 543. Años antes, Ana Lucía Armijos, funcionaria estrella de los gobiernos de Durán Ballén y de Mahuad, también se graduó ahí. A la salida del edificio principal, entre amplios espacios verdes se alternan construcciones con aulas, laboratorios, centros de investigación, bibliotecas y hasta un observatorio astronómico. En los veranos, cortos y calurosos, ambas ciudades, que suman 200 mil habitantes, lucen desoladas, solo unos pocos estudiantes pasean en bicicleta y se dedican a recorrer los sembríos cercanos. El alto nivel de educación y todas las posibilidades académicas que ofrece la U of I se reflejan en el orgullo y devoción de sus exalumnos. Rafael Correa no es tan explícito como otros ecuatorianos en su admiración a ese centro académico, al menos no en sus intervenciones en Ecuador. Volvió a Illinois para recibir el reconocimiento Madhuri & Jagdish N. Sheth International Alumni Award for Exceptional Achievement, otorgado a los exalumnos extranjeros con logros excepcionales en sus países. Según un reportaje del periódico de esa universidad, en 2010 dijo que: “sus años en la Universidad de Illinois fueron los más felices de su vida”, y alabó a esa “portentosa” institución y al sistema de educación estadounidense, al que calificó como “el mejor del mundo”. La profesora mexicana Elvira de Mejía, una de las encargadas de las postulaciones, nominó al presidente ecuatoriano para este premio; el primer año la iniciativa fracasó, pero tuvo éxito en el segundo intento; aunque hubo cuestionamientos que llegaron a la U of I por premiar a una autoridad intransigente con los derechos fundamentales y con las libertades públicas. Correa asistió al

homenaje con su familia y aseguró que se trataba de un “regreso al hogar”. Se refería con nostalgia al lugar en el que estudió trece años antes. Entonces los Correa Malherbe llegaron al 1910 S Orchard Street, un sencillo conjunto residencial muy cercano a la universidad, donde el ladrillo y los tubos de acero inoxidable predominan. Se alojaron en un departamento cómodo, pequeño y básico. Pese al inglés rudimentario de Correa, la institución le ofreció un trabajo de asistente de cátedra. En las universidades estadounidenses esta situación es usual en las carreras técnicas, donde se prioriza el manejo de fórmulas y ecuaciones sobre el dominio del idioma. Más tarde, la familia se mudó al 1715 E Florida Avenue, un edificio con más comodidades, destinado a los alumnos aspirantes a PhD, que generalmente vivían en Urbana, junto a profesores y personal administrativo. Esta zona es más tranquila que Champaign, donde los alumnos de pregrado se encargan de ponerle un ambiente juvenil y relajado, aunque ambas ciudades tienen un vibrante entorno estudiantil, donde todo se dispone para su bienestar, incluso se les brinda gratuidad en el organizado sistema de transporte. En la U of I, los asiáticos (chinos e indios) son los estudiantes extranjeros más numerosos. Los latinos constituyen una minoría, sin embargo, había una importante presencia ecuatoriana debido al intercambio con la USFQ, pero también por muchos becarios de la Fundación Fulbright y del programa BID-Fundacyt, o transferidos de la Universidad Agrícola del Zamorano, en Honduras. Por eso alrededor de treinta nostálgicos ecuatorianos se encontraban para preparar locro y otras comidas nacionales. Alguna vez invitaron a Rafael Correa a jugar fútbol y sus compatriotas lo recuerdan por su escasa habilidad con el balón. La vida de los Correa Malherbe transcurría plácida: el padre estudiaba, la hija mayor iba a la escuela privada St. Matthew Catholic School y la pequeña a la guardería.

Mientras Anne también colaboraba en un establecimiento educativo. Ella atesora estos momentos como un período de gran felicidad. En las reuniones familiares con compañeros que también tenían hijos pequeños, el economista disfrutaba entreteniendo a los niños con su guitarra y las canciones del popular Tiko Tiko; lo recuerdan sobre todo cantando “El lápiz”, uno de los éxitos del payaso a inicios de los setenta. El poder permitió a Correa explayarse con estos gustos tan infantiles y personales: en 2012 Tiko Tiko hizo una entrada triunfal en el enlace 266 para festejar el cumpleaños 49 del presidente, con una torta verde Alianza PAIS coronada por el escudo del Emelec. A dúo cantaron “El lápiz”. Correa no perdió la oportunidad para justificar esta celebración: “¡primera vez que tengo una fiesta infantil con globos y payasito!”. Tiko Tiko se convirtió en un asiduo de los enlaces ciudadanos y de las campañas electorales. Cuando el cómico inglés John Oliver en 2015 satirizó sobre la falta de tolerancia y de humor de Correa, la presencia de Tiko Tiko potenció las burlas de su sketch. Finalmente, el payaso se candidatizó para la Asamblea de 2017 por el Partido Socialista, cercano socio de Alianza PAIS, y perdió. En la U of I estas veleidades no se dibujaban ni en sus sueños más estrambóticos. En ese entonces Rafael Correa Delgado se concentraba en la preparación de su Philosophae Doctor o Doctor of Philosophy (PhD, doctor en Filosofía), el acrónimo utilizado en el sistema anglosajón para un doctorado. El PhD es el peldaño culminante de una carrera académica; dura alrededor de cuatro años y acredita un aporte del egresado a las ciencias, representado en su tesis doctoral. A diferencia de la licenciatura o maestría, donde se certifica el manejo del conocimiento, el PhD refrenda la capacidad de creación de conocimiento. Lo que el graduado produzca podría, o debería, ser nuevo en el área de su especialidad. Werner Baer, un profesor emblemático de Illinois (fallecido en 2016), con un PhD en Economía por Harvard, dirigió la tesis del futuro presidente. En el

mismo reportaje de la visita a Illinois, Baer lo califica como “un estudiante modelo, determinado y disciplinado”. El académico también tuteló a otros latinoamericanos que dirigieron los bancos centrales de Colombia, Brasil, Paraguay y Guatemala. La tesis de Correa, de unas cien páginas, se titula Tres Ensayos sobre Desarrollo Latinoamericano Contemporáneo. Y comprende tres ensayos: “Structural Reforms and Economic Growth in Latin America: A Sensitivity Analysis”; “One Market, One Currency? The Economic Desirability of a Monetary Union for the CAN”, y “The Washington Consensus in Latin America: A Quantitative Evaluation”. En la página de agradecimientos el aspirante a doctor subraya: “El apoyo de la Universidad San Francisco de Quito fue vital a lo largo de estos cuatro años”. Además de sus profesores, constan entre los reconocimientos sus amigos: Andrés Gallo, Ana María Morelli, Marcelo Morelli y Pedro Elosegui. La relación con Elosegui, economista argentino, se perpetuó durante el gobierno de Alianza PAIS. En 2008 él asesoró al Banco Central del Ecuador para los cambios de metodología estadística. En 2009 Correa también le agradeció por su colaboración en su libro Ecuador: de Banana Republic a la No República. Ese mismo año Elosegui cayó en desgracia cuando, junto a Gastón Duzac, protagonizó el caso Cofiec, un préstamo de 800 mil dólares que otorgó ese banco estatal sin garantías, tan solo por la relación con el presidente. El primo Pedro Delgado también fue condenado por este caso, aunque no formaba parte del directorio de Cofiec. Elosegui regresó a Quito en marzo de 2017, justo antes de que Correa dejara el poder, esta vez para dar una conferencia en un seminario realizado en memoria de Werner Baer. Algunos exalumnos ecuatorianos de la University of Illinois — que conocían su exigencia académica y testimoniaron las largas horas de estudio del aspirante al doctorado— se sorprendieron por el nivel de inglés de Correa en 2014. Las intervenciones en su

periplo presidencial por las universidades y la televisión gringas develaron un manejo básico del idioma, a pesar de que se había preparado con tiempo para ello y hasta viajó con su profesor de inglés y un traductor. Más allá de su acento, Rafael Correa no parecía manejar la estructura del lenguaje. ¿Cómo escribió el postulante a doctor una tesis con un conocimiento básico del inglés? Esta barrera explicaría la opción por la econometría en su tesis, una rama en la que prevalecen los modelos matemáticos y estadísticos sobre la teoría, con el objetivo de analizar o predecir políticas y fenómenos económicos. Es decir, más cifras que palabras. Su trabajo muestra un buen manejo de estos modelos, que han sido muy utilizados en los últimos treinta años por los organismos multilaterales como el Banco Mundial (BM) o el Fondo Monetario Internacional (FMI). De hecho, en su texto doctoral, Correa refuta las conclusiones sobre el desarrollo a las que llegan estas instituciones. Como en estos modelos todo depende de las variables utilizadas, se abre la posibilidad de encontrar conclusiones opuestas, aunque se utilicen las mismas herramientas econométricas. El trabajo del economista ecuatoriano se enmarcó en parámetros técnicos y adecuados, sin embargo, ninguno de los artículos mereció una difusión en una revista indexada, el máximo reconocimiento del mundo académico. Una anécdota sin trascendencia si no fuera porque la revolución ciudadana ha impuesto a los profesores universitarios un mínimo de publicaciones en revistas indexadas… Uno de los tres ensayos de su tesis apareció en 2002 en La Revista, publicación de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y el otro fue descartado cuando Correa quiso convertirlo en libro. En la U of I no se desconectó completamente del Ecuador, mientras preparaba su doctorado, escribió para diario El Universo como editorialista invitado en dos ocasiones: “El rol político del FMI”, publicado el 26 de junio de 2000, y “Elecciones made in USA”, el 22 de enero de 2001.

De esos cuatro años en Illinois le queda una admiración por ciertas cualidades de los estadounidenses. “La gente es honesta, afable, amable, solidaria”, le contó a un periodista venezolano, al relatar que su esposa tuvo un problema grave de salud que la mantuvo en cama durante dos semanas. “A diario encontrábamos comida preparada fuera de la puerta de nuestra casa y nunca supimos quién era. Y nadie se llenó la boca diciendo qué solidarios somos”. “Es un pueblo al que aprecio mucho —agregó—, creo que la cultura anglosajona tiene grandes valores como el amor por la verdad. Para un anglosajón es antinatural mentir, con pena tengo que decir que para un latinoamericano es natural mentir. ¡Y en política, el que no miente es el tonto!”. Sin embargo, las vivencias en Estados Unidos no fueron tan seductoras como para quedarse. La oportunidad no faltó, ya que, según un amigo cercano, tuvo una oferta. Él siguió el proceso, acudió a la entrevista, quizás para dar gusto a Anne, pero finalmente la descartó para emprender su regreso al Ecuador. Lo hizo a fines de agosto de 2001, dos semanas antes de que Estados Unidos cambiara para siempre por el atentado de Al Qaeda contra las Torres Gemelas de Nueva York. El doctorado no suponía un pase instantáneo al panteón de la USFQ. Era uno de los más de cien doctores con los que contaba ya el centro universitario. A su regreso los colegas lo acogieron como al amigo de siempre. Pero el economista PhD había cambiado: robusteció sus opiniones, reforzó su carácter, fraguó sus posturas ideológicas e intensificó ese andar seguro en sus convicciones. Esos rasgos acentuaron la intensidad de la confrontación con Gangotena en el plano ideológico y por el manejo de la universidad. Las discusiones sobre temas económicos eran candentes en la intranet de los profesores, sobre todo con los llamados libertarios, radicales que propugnan la no intervención del Estado y la libertad del individuo a ultranza. Gangotena abandera esta tendencia en la San Francisco.

El canciller de la USFQ, PhD en Física, nacido en 1945, ha sido el dínamo de la universidad. No pertenece a las élites tradicionales quiteñas ni ha heredado fortuna, sin embargo, para Rafael Correa, sentado ya en el sillón presidencial, se convirtió en “el pelucón de Pillagua”, en referencia a la urbanización donde vive, una de las más lujosas de Cumbayá. Un calificativo peyorativo que nunca ha dirigido a Carlos Montúfar, otro de los pilares de este centro, vecino de Gangotena y descendiente de una linajuda familia quiteña. La peculiar personalidad de Santiago Gangotena González es una característica que ha marcado su quehacer en la Universidad San Francisco. Delgado, de mediana estatura, amante de la cocina y de la meditación, un excéntrico en su comportamiento, en su vestimenta y en la forma en que expresa sus ideas. A diario va vestido como modelo de revista italiana y para mostrar que siempre hace lo que le da la gana; en la gala por los veinticinco años de la universidad, se dio el lujo de entrar con falda escocesa mientras entonaba una gaita. A esto le añade un toque snob en su ferviente promoción de cursos de etiqueta en la universidad. gran lector, es rápido y agudo en sus argumentos, una especie de académico new age californiano en Cumbayá. Una mezcla que sorprende más al compararlo con su padre, Emilio Gangotena Morán, también fundador de la USFQ, tres veces secretario del Partido Socialista del Ecuador, cónsul en La Habana y titular de la Caja del Seguro Social, actual IESS. Por discrepancias ideológicas, diferencias de personalidad y quizás por la manera como terminó su relación con la universidad, Gangotena González se convirtió en el punching ball del candidato y luego presidente Rafael Correa. Hacia él enfiló sus críticas con los calificativos de pelucón y de manejar una fundación de “lucro sin fin”. Siempre ha rondado la sospecha de que las exigencias de la Ley de Educación Superior fueron con dedicatoria contra la USFQ. Se cita, como ejemplo, la norma que impide la reelección de los

decanos aun en las universidades privadas. Gangotena nunca ha respondido a los ataques en público, aunque sí ha hecho saber su descontento con ciertos toques de ironía. Así, en 2012, para la celebración de la semana del Espíritu USFQ, donde alumnos y profesores se disfrazan y juegan, decidió que el tema central fuera “Los pelucones del siglo XVIII”. En contrapartida, con el otro personaje ícono de la USFQ, Carlos Montúfar Freile, Correa siempre ha sido respetuoso y no lo ha atacado personalmente. Aunque tuvo un derrape el 5 de mayo de 2012, en el enlace ciudadano 270. Ese día criticó y ridiculizó al alcalde de Quito de entonces, Augusto Barrera, por haber convocado a un concurso para rebautizar al aeropuerto Mariscal Sucre de Quito. Entre las opciones para el cambio estaba el del prócer Carlos Montúfar Larrea. El presidente aseguró que se trataba de un nombre “bien dudoso”; al parecer se dejó llevar por lo aristocrático del personaje y confundió al patriota, asesinado por la causa independentista, con su abuelo monárquico, el primer marqués de Selva Alegre, Juan Pío Montúfar. Correa, a partir de los gestos que le hizo Barrera desde el público, corrigió el error. El ahora rector de la USFQ es descendiente de ese Carlos Montúfar. PhD en Física, Montúfar Freile emana calidez y, por su labor de director académico, ha llevado siempre buena relación con los profesores. Su sonrisa a flor de labios, enmarcada en unos tupidos bigotes, son otra de las marcas de la universidad. ¿Por qué Gangotena y no Montúfar? Finalmente, es el actual rector quien encarna las características de un verdadero pelucón, según los parámetros de Correa. Quizás la figura patriarcal de Montúfar se asemeja más a la de Gustavo Noboa, a la que Correa tanto respetó en su juventud. Mientras que la personalidad de Gangotena le resulta una imagen demasiado conocida, en algunos aspectos tan parecida a la suya por el dominio de un ego superlativo. Por eso el cruce candente entre estas dos personalidades forma parte del anecdotario de la USFQ. En una

ocasión, el canciller le llegó a increpar en la intranet de la universidad: “Rafael, estás en contra del criterio con el cual se fundó la Universidad, el cual es formar personas para que creen empresas y donde el gobierno no tenga mucho que decir. No es una universidad para moldear burócratas”. A lo que el profesor respondió “Yo estoy totalmente de acuerdo con el destino de la USFQ, si no, no estuviera aquí. Creo fervientemente que el Ecuador necesita doce millones de verdaderos empresarios”. Las escaladas se daban con frecuencia, pero la relación continuaba… El profesor Correa estuvo siempre muy involucrado con la vida de la universidad, en los almuerzos conversaba con todos y compartía sus opiniones sobre lo que sucedía dentro y fuera del campus. Sus colegas de entonces reconocen en él la vehemencia y la fuerza de carácter, en cambio no entienden los trazos arbitrarios y autoritarios que afloraron durante la Presidencia. Los roces y la acidez de las discusiones con el director se diluían cuando se armaba la fiesta para celebrar los cumpleaños de los profesores, los últimos jueves de cada mes, en que “los hombres llevaban el trago y las mujeres los bocaditos”, cuenta uno de los participantes. La música estaba a cargo de Songocho, un grupo conformado por profesores. Correa tocaba la guitarra y siempre buscaba la oportunidad para cantar; también acudían Carlos Peñaherrera, Iván Ulchur, Nacho Quintana, entre otros, y de vez en cuando Gangotena se unía con los bongós. Cumbias, vallenatos y guarachas sonaban de preferencia, así como algunos clásicos de Soda Stereo y Mocedades. Correa insistía en interpretar canciones protesta, en especial “Comandante Che Guevara”. Su voz no se destacaba como la más afinada, pero esto no era un impedimento, como tampoco lo era el no sincronizar la cadencia de sus caderas con los ritmos tropicales, una característica que no hace honor a su origen guayaquileño. Cuando bailaba sus colegas lo comparaban con RoboCop.

A veces las farras terminaban fuera de la universidad en un bar cercano, el Songo Sorongo. Algunos recuerdan el último correo electrónico que envió Correa invitando a una fiesta a la que no llegó porque el ministerio se le cruzó en el camino. “Peña, peñita” era el asunto y le hacía la broma a un colega, porque iba a cantar como primera canción “Brujería”, segunda canción “Brujería” y tercera canción “Brujería”. Su buen humor y la predisposición para armar una fiesta lo hacían sobresalir. De estas reuniones y festejos hay varias anécdotas, pero en ninguna aparece Anne Malherbe. La distancia y la reserva, que contrastaban con su extrovertido cónyuge, son memorias que se repiten en casi todos los testimonios. Los cuatro años en el extranjero no cambiaron esta ecuación. La única excepción se dio con Raúl Gangotena Ribadeneira, quien volvió luego de su paso por el gobierno de Sixto Durán Ballén a la USFQ, donde era vecino de oficina de Correa. La buena relación lo llevó a presentarlo a Anne Patteet, una íntima amiga de Anne Malherbe que estaba de vacaciones en Ecuador, quien poco tiempo después se convertiría en su esposa. Él ha sido uno de los embajadores con mayor permanencia en el exterior. El doctorado consolidó a Correa profesionalmente y su actividad académica se alternaba con consultorías externas. Entre 2002 y 2004 elaboró al menos seis estudios. Uno de ellos, de marzo de 2004, fue Vulnerabilidad de la economía ecuatoriana: hacia una mejor política económica para la generación del empleo, reducción de la pobreza y desigualdad, publicado como libro por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Además, daba cursos en las universidades Católica y de Guayaquil, y en la Andina y la Flacso de Quito. Aunque no siempre su trabajo tenía un sesgo tan social y académico: durante un tiempo asesoró a la Asociación de Agencias de Carga y Logística Internacional. Al Ecuador al que Correa volvió lo había atravesado la dolarización, adoptada en enero de 2000. Engancharnos al dólar y abandonar el sucre fue la respuesta de Jamil Mahuad a la crisis

económica y bancaria, un golpe de timón tardío que le costó su sillón en Carondelet pocas semanas después. La derecha, sobre todo en la Costa, saludó la decisión, mientras que para el centro y la izquierda serranos la medida era suicida. Correa siempre estuvo en contra, así lo hizo saber en una entrevista. Las palabras de un economista costeño, técnico y claro, en una entrevista por televisión, atrajo el interés de Ecuador Alternativo, un grupo de economistas socialdemócratas serranos antidolarización que marcaba opinión. Ser parte de este grupo le valió una mayor difusión en las radios quiteñas, donde se convirtió en el analista económico contestatario, antidolarización y anti Tratado de Libre Comercio (TLC), avalado por ser profesor de la San Francisco y director del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales SUR, nombre que algunos dicen que escogió para “picar” a Gangotena. En sus artículos va tomando posiciones más firmes y críticas al neoliberalismo. En un debate frente al auditorio de la universidad usó esta poderosa metáfora: “Imaginémonos que el TLC es un tren de esos con unas locomotoras a diésel gigantescas, que viene con 200 vagones de carga, a una velocidad de 200 km por hora y entonces un pequeño agricultor ecuatoriano se para sobre los rieles y cuando el tren se acerca, se abre la camisa y le desafía: ‘Aquí uno de los dos sale ganando’. ¿Quién creen que será el ganador?”. Parecería que emuló esa imagen el 30 de septiembre de 2010, cuando se abrió la camisa y gritó: “¡Si quieren matar al presidente, aquí está, mátenlo si les da la gana!”, desafiando a los policías que protestaban en el Regimiento Quito. Para la leyenda oficial ahí se fraguó un golpe de Estado blando. Sin embargo, se olvidó de la metáfora en la concreción del acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, que se firmó en 2016, sin mayores aspavientos y en las mismas condiciones que Colombia y Perú, que lo habían rubricado cuatro años antes. El novel PhD trazó incluso la ruta para la salida de la dolarización. En un artículo publicado en la revista Íconos de la

Flacso en 2004, aseguró: “La salida de la dolarización debería realizarse de manera paulatina, e implicaría un largo período de tiempo, dividido en forma general en tres etapas: una primera etapa de ‘blindaje financiero y externo’, una segunda etapa de ‘desdolarización’ y una tercera etapa de ‘corrección de precios relativos’”. Por estos antecedentes, cuando sus colegas en la universidad se enteraron de su nombramiento en el gabinete de Alfredo Palacio, a algunos de ellos lo primero que se le vino a la cabeza fue “¡Este nos desdolariza!”. Como ministro no dio marcha atrás con la dolarización, en cambio, sí comenzó una persecución a la USFQ que se prolongó durante su estadía en el poder. A pesar de todo, la universidad logró situarse como la única institución privada en categoría A y hay quien dice: “Correa se ha convertido en nuestro principal publicista”. El presidente ha seguido buscando las costuras de la USFQ y, como no pudo detener su calificación en categoría A, pidió a la Secretaría de Transparencia de gestión, poco antes de que desapareciera, que investigara todos los detalles sobre la compra del terreno donde se asienta para tratar de comprometerla. Y en 2016 la señaló en el tema de los paraísos fiscales. Años antes, en 2011, en un concurso convocado por la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Investigación (Senescyt), para auspiciar proyectos de investigación científica con un jurado académico internacional, la San Francisco ganó con varias de sus propuestas. Esto produjo el rechazo presidencial porque era “darle plata a Gangotena”. René Ramírez —segundo secretario de Senescyt, funcionario incondicional de Correa y exalumno de la USFQ— se apresuró a suspender el programa: estocadas de un malqueriente que nunca se sintió satisfecho. Muy a pesar del desprecio hacia la universidad, el cheque de indemnización de la USFQ sirvió para que Correa y su esposa pudieran, pocas semanas después de haberlo recibido, firmar la escritura de compraventa de una vivienda en el sector de

Monteserrín, una de cuatro casas del conjunto residencial Serrín del Norte, en el que hasta ahora habitan. En el documento, rubricado el 21 de noviembre de 2005, el valor declarado fue de apenas 2 730 dólares, muy por debajo del real. La pareja adoptó así la práctica tan común en Ecuador de declarar una cantidad mucho menor para adquisiciones de bienes inmuebles con miras a reducir, principalmente, el pago de las alcabalas, que en ese entonces no superaba 5% del valor transado. Por su lado, los vendedores deducían el impuesto a la plusvalía. Junto con la compraventa se inscribió también una hipoteca abierta a favor del Banco MM Jaramillo Arteaga (que luego se convertiría en Banco Promerica), es decir que en la escritura no consta el valor ni el plazo de la deuda que contrajeron los Correa Malherbe para terminar de pagar su primera morada. Casi dos años después, el 14 de enero de 2007, ya como primer mandatario del Ecuador, Correa declaró esta vivienda como parte de su patrimonio por un “valor comercial real” de 140 mil dólares y a esa fecha seguía endeudado con el MM Jaramillo Arteaga en 84 mil dólares. En agosto de 2009, nuevamente elegido presidente, declaró el mismo monto y una deuda hipotecaria de 71 mil dólares. El Municipio de Quito, en cambio, la avaluó en 64 714 dólares en 2008 y ha aumentado paulatinamente esa tasación hasta llegar a 108 247 en 2015. El conjunto Serrín del Norte, de la parroquia Chaupicruz, fue declarado propiedad horizontal en abril de 2005 y consta de cuatro casas, con sus respectivas bodegas y dos parqueaderos por unidad, levantadas sobre un terreno de mil metros cuadrados, en la calle Arellano Portilla. Los vecinos saben cuándo está ahí el presidente pues el nivel de seguridad aumenta considerablemente con motos, patrulleros y hasta ambulancia. Es una casa típica de clase media quiteña, sin ostentaciones ni decorados extravagantes. Dos plantas de construcción de 168 metros cuadrados, con un amplio jardín, han

albergado a la pareja y a sus tres hijos en los diez años que Correa ha estado en el poder. En el fragor de la campaña electoral de 2006, tanto Correa como Malherbe accedieron a dar entrevistas en su hogar para revelar la sencillez de su entorno. Esta vivienda no difiere mucho, aparte de ser propia, de las que alquiló la familia en Quito. Mientras trabajó en la San Francisco, el profesor arrendó primero en La Primavera, el límite entre Tumbaco y Cumbayá; luego se mudó a tres departamentos en el norte de Quito; dos de ellos ubicados en el pelucón barrio Quito Tenis, y el último arrendado un poco más al norte en la urbanización Unión Nacional. De ahí salió al Ministerio de Economía para iniciar un viaje sin retorno. Dejaba atrás un mundo apacible, donde había crecido académicamente y evolucionado, por la quimera de la Presidencia de la República. Una aventura en la que lo siguieron algunos colegas: René Ramírez, Ramiro Noriega, Sandra Naranjo, Susana Cabeza de Vaca, Manuel Baldeón, Juan Sebastián Roldán, María Paula Romo, Fernando Bustamante, entre otros. Muchos se quedaron en el camino, ya no comulgaban con el Rafael Correa de la Presidencia; otros le han sido leales a toda prueba. El presidente nunca ha querido abandonar definitivamente la esfera universitaria. Tiene mucha necesidad de reconocimiento en ese ámbito y, como alguna vez lo ha dicho, se ve en el futuro como profesor universitario en Europa. Hasta abril de 2017, Rafael Correa ha acumulado catorce doctorados honoris causa, títulos honoríficos que se dan a personajes prestigiosos. En Latinoamérica, las universidades de Buenos Aires, Córdoba, de Chile, de Santiago de Chile, La Habana, Nacional de Asunción, de Chiclayo (Perú) y Autónoma de Santo Domingo le han otorgado este diploma. En el resto del mundo, las universidades de Barcelona, de Lyon IClaude Bernard (Francia), de Bahcesehir (Estambul, Turquía), así como las rusas Estatal de Economía de los Urales, de la Amistad de los Pueblos de Moscú, de Relaciones Internacionales de Moscú.

Como algún expresidente relató, estos títulos se deben a un fuerte cabildeo de las embajadas en el extranjero. Son reconocimientos que contrastan con la ausencia de publicaciones en revistas científicas indexadas. Aunque desaconseja estudiar en la USFQ por la ecuación del costo beneficio, a él sí le resultó: la San Francisco lo impulsó para proyectarse como académico desde una vitrina de prestigio. ¿Cuáles fueron las razones para esas agrias quejas contra la universidad que lo cobijó cuando era un desconocido y desempleado joven guayaquileño en la capital? ¿Por qué ese resentimiento se proyectó desde el poder en algo que muchos consideran una persecución, tanto que, en la UFSQ, a la Ley de Educación Superior la bautizaron como la Ley Gangotena? Aunque fueron solo 106 los días en el Ministerio de Finanzas estos le permitieron saborear el poder y descubrir potencialidades adormecidas. La seducción de la política, que ya vivió en sus épocas de estudiante en la Universidad Católica de Guayaquil, pudo más que la enseñanza.

V El primer sorbo “el régimen no estaba sostenido por la esperanza ni por el conformismo, ni siquiera por el terror, sino por la pura inercia de una desilusión antigua e irreparable” Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca.

Su salida del Ministerio de Economía y Finanzas no fue una renuncia cualquiera. En su última rueda de prensa como funcionario, el hervidero de periodistas, burócratas y políticos impregnó su dimisión con el olor penetrante de una campaña electoral. El joven y vehemente economista tuvo 106 días de una gestión de infarto, y cuando se hizo pública su dimisión remató su cargo con manifestaciones de apoyo y llamados solidarios de organizaciones populares. El Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (Ciespal), sitio escogido para esas declaraciones, no surgió al azar. El edificio se había convertido en el símbolo de las protestas “forajidas” que tres meses antes llevaron a la destitución del presidente Lucio Gutiérrez Borbúa y su reemplazo por el vicepresidente Alfredo Palacio González. La salida del ministro estrella del nuevo gabinete reactivó, aunque en baja intensidad, el ambiente de consignas y movilizaciones. Para finalizar ese 5 de agosto de 2005 en Quito, Rafael Correa acudió a despedirse de los empleados de la institución que abandonaba. En medio de la calurosa tarde, típica de los veranos quiteños, Correa y algunos subsecretarios y asesores se trasladaron de

Ciespal al viejo edificio de Economía y Finanzas de la avenida 10 de Agosto, muy cerca del parque El Ejido. Llegaron en caravana y entraron por la puerta posterior. La atención al público se había suspendido durante toda la jornada, en rechazo a los últimos acontecimientos en la cúpula ministerial. Una medida de hecho que se tomó porque circulaba el rumor, sin fundamentos, que Elsa de Mena, la directora del Servicio de Rentas Internas, se posesionaría como ministra. Su reputación la precedía: en 1998 cuando entró a dirigir el flamante SRI, que reemplazaba a la Dirección General de Rentas dependiente de ese ministerio, se quedó con menos de diez funcionarios de carrera y despidió a casi dos mil personas. De esas cenizas levantó una de las instituciones más sólidas y reconocidas del país hasta la actualidad. El liderazgo de Correa se había ubicado en la vereda opuesta: empoderó a los funcionarios frente a sus rivales del Banco Central del Ecuador (BCE) y tendió puentes con los líderes sindicales. En agradecimiento, querían despedirse. Entre abrazos y palmadas en el hombro lo condujeron al comedor, donde lo esperaban los 450 empleados. Un lleno completo con ayuda: los dirigentes sindicales advirtieron que la ausencia implicaba una multa. El presidente de la Asociación de Empleados y de la Federación de Trabajadores Públicos, Miguel García Falconí, inició el acto con unas conmovedoras palabras. Más de uno asegura que el economista, emocionado por el discurso del dirigente, casi lloró en público. El grupo de acompañantes, entre los que estaba su hermano Fabricio Correa, vibró con el ambiente. Cuando llegó el turno del ministro saliente, los aplausos y la emoción desbordaron la asamblea. Alguien recuerda incluso que la canción “Cuando un amigo se va”, del cantautor argentino Alberto Cortez, uno de los favoritos de Correa, sonaba como música de fondo. Una a una estrechó las manos de sus colaboradores. Las funcionarias se tomaban fotos con él. Al lado izquierdo, al fondo, estaban Patricio Rivera Yánez y Fausto Herrera Nicolalde. Cuando pasó cerca de ellos, Correa comentó en son de broma: “Señores,

este es un gran ministerio. ¿Cómo es posible que estos derechosos sigan trabajando aquí?”. Estos jóvenes economistas, mucho menores que el exministro, trabajaban como contraparte de Finanzas con las instituciones internacionales de desarrollo, representaban un sector tecnocrático y moderno. A pesar del recelo que tenía hacia esos organismos, el ministro saliente los reconocía por su aporte profesional, y ambos llegarían a dirigir el ministerio bajo su Presidencia. Los dos dejaron de lado sus orígenes más liberales y se convirtieron en vigorosos portavoces del discurso revolucionario soberano y antiimperialista. Esa tarde de agosto, la mayoría se alineaba con su exjefe, que había sido gentil y abierto. ¡Qué diferencia entre este emotivo adiós y lo sucedido en 1993! Cuando ocho años antes, Rafael Correa, un completo desconocido, dejó su primer cargo en la función pública. Al inexperto treintañero lo habían cesado abruptamente del MEC-BID, un programa que el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) ejecutaba con préstamos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Su gestión había sido buena, nunca se le ocurrió que se quedaría sin empleo. La tierra se abrió bajo sus pies. Este trabajo en Quito le había permitido iniciar su carrera y consolidar su hogar, incluso Anne, su esposa, estaba ya en la primera etapa de embarazo. No se amilanó. Se puso en pie de guerra y emprendió ataques en distintos frentes, mientras buscaba un nuevo empleo. Lo que podía ser un revés, usual en la vida laboral de cualquiera, se convirtió en una maraña de acusaciones, juicios, denuncias ventiladas en la prensa y tramas políticas. El presidente Correa ha narrado este polémico episodio como una cruzada anticorrupción. En cambio, sus contratistas aseguraron que, en realidad, él emprendió una persecución contra dos miembros del proyecto que, al parecer, tenían una relación extramatrimonial. Una motivación moralista que lo atormentaría al inicio de su carrera. En represalia por sus acusaciones, sus antiguos empleadores lo desprestigiaron —lo denunciaron en la prensa

asegurando que trató de cobrar sueldo sin trabajar— y lo descalificaron ante la Universidad San Francisco de Quito, donde se hizo caso omiso de las recriminaciones. Todo comenzó el 1 de septiembre de 1992, cuando lo nombraron director administrativo financiero del MEC-BID. El proyecto manejó alrededor de unos 48 millones de dólares, invertidos a lo largo de casi una década en infraestructura y mejoramiento de la educación básica del país. Un fondo con recursos nada despreciables, ya que se destinaba a obras, en un lustro en el que el presupuesto del MEC bordeaba los 300 millones de dólares anuales. ¿Cómo ocupó Rafael Correa a sus veintinueve años este cargo? Eduardo Peña Triviño, un abogado especialista en seguros y profesor de la Universidad Católica de Guayaquil, llegó a la cartera de Educación por su amistad con el binomio de derecha Sixto Durán Ballén-Alberto Dahik Garzozi, en agosto de 1992. Peña nombró a Jaime Santoro Donoso como director del MEC-BID. Este ingeniero de la Escuela Politécnica del Litoral, con dos maestrías, trabajaba en Consulconti, una empresa del Banco Continental, y fue parte del grupo de altos ejecutivos que pasaron en “préstamo” a la función pública, por pedido de Sixto Durán Ballén. El ministro de Educación dio total libertad al director ejecutivo para que formara su equipo, pero Gustavo Noboa y Nila Velázquez apadrinaron una vez más a Correa y pidieron a Peña que lo contratara. La razón: su esposa belga no se acostumbraba al calor de Guayaquil y la pareja quería trasladarse a la templada y montañosa Quito, donde se adaptaba mejor. Noboa insistió directamente con Santoro. Rafael Correa no era un extraño para el politécnico que había asistido a los retiros gustavinos cuando era adolescente e incluso conocía a su hermano Fabricio. Durante la campaña presidencial, Correa renegó de la “palancocracia”; sin embargo, para este empleo sus conocidos le fueron de mucha utilidad. Finalmente, el viernes 28 de agosto, después de recibir la aprobación del BID, el ministro Peña Triviño

firmó el acuerdo para el nombramiento de Correa y el contrato corrió desde el 1 de septiembre. La pareja Correa Malherbe se trasladó a Quito y hasta instalarse definitivamente vivió durante varias semanas en la casa de Santoro Donoso. Comenzaron así su vida en la capital. A mediados de enero de 1993 Santoro Donoso renunció y lo reemplazó José Iván Agusto Briones, ingeniero de la Católica, que ocupaba otra dirección de la Unidad Ejecutora. Casi paralelamente estalló el conflicto denunciado por Correa. En el ojo del huracán estaba la arquitecta Ana Cecilia Escandón Robles, empleada del ministerio en comisión de servicios sin sueldo, que laboraba para la unidad con el gobierno anterior. Santoro Donoso la había contratado nuevamente como consultora general, casi al mismo tiempo que a Correa. En ambos casos se contó con la aprobación del BID. La colocación de Escandón se fundamentó en el criterio del especialista del BID a cargo del proyecto, el costarricense óscar Edwin Aguilar. Ese mismo enero, antes de irse, Santoro aumentó el salario de Escandón de 2 000 a 2 500 dólares mensuales, incremento sustentado en un informe de Aguilar. De ahí las sospechas del economista sobre un affaire entre Escandón y Aguilar. Correa se negó a cancelar la remuneración de la consultora por “su evidente ilegalidad” y entonces “para sorpresa mía, se me vino el mundo encima”, según explica el presidente en su libro Ecuador: de Banana Republic a la No República (2012). “Fui despedido en forma totalmente ilegal, se me incluyó como contratista incumplido del Estado pese a que era un funcionario público, e incluso se me quiso acusar de incompetente, cuando en una dolosa evaluación de diez rubros, se me calificó de insuficiente... ¡hasta en comunicación oral!”. Su salida del programa fue el 14 de abril de 1993. Hay quienes aseguran que todos los que trabajaban en esa unidad eran contratistas y que al joven economista no se lo despidió, sino que no se le renovó el contrato.

Su denuncia originó un examen de la Contraloría General del Estado, que estuvo listo a fines de 1993, cuando el economista ya era profesor de la USFQ La Contraloría señaló que no se respetó la Ley de Consultoría y se cometieron errores en la contratación, emitió recomendaciones para los funcionarios, pero el informe no encontró indicios de mal uso de fondos públicos (peculado) ni señaló responsabilidades penales. Es decir, el exdirector financiero tenía razón sobre el incumplimiento de los requisitos, pero no en la magnitud de los actos de corrupción denunciados. A pesar de esta conclusión, un proceso penal se puso en marcha. Después de un gruesísimo expediente de 1 200 hojas y cinco años de acusaciones y pruebas de descargo, la justicia tampoco encontró una falta. ¿Llover sobre mojado? ¿Por qué la justicia penal acogió una causa ya desestimada por Contraloría? Al final del proceso, en marzo de 1998, una Cecilia Escandón abrumada apunta a quien consideraba su inquisidor. En un escrito judicial señala que todo se fundamentó “solamente en base a la tozuda y malévola porfía del denunciante, Ec. Rafael Correa”. Las afirmaciones de la arquitecta se deben a que el fiscal de Pichincha de ese entonces, José García Falconí —actual asesor del fiscal general, Galo Chiriboga— inició una causa penal fundamentada en el informe de Contraloría. El juicio se siguió contra Santoro Donoso, Agusto Briones y Escandón Robles por “favorecer nombramiento en perjuicio del Estado”, como consta en el expediente. Además de los tres acusados, también se notificaba el avance del caso a tres ciudadanos que no formaban parte del proceso: Eduardo Peña Triviño, Édgar Rodríguez (diputado del MPD) y Rafael Correa, cada uno con su respectivo abogado. Durante el juicio, en octubre de 1995, Peña Triviño asumiría la Vicepresidencia de la República, debido a la salida del cargo de Alberto Dahik. Hacia fines de 1996, el juez de primera instancia absolvió a los acusados, pero el caso no concluyó; se insistió y el proceso subió a la Corte Superior. Meses después, otro fiscal, a contracorriente del

primero, pidió que el tribunal terminara definitivamente la causa, pues no se había establecido “ningún tipo de responsabilidad penal... lo que ha habido es inobservancia a las normas de contratación”. En febrero de 1998 —cuando Rafael Correa ya cursaba su doctorado en Estados Unidos—, los jueces acogieron el dictamen y exoneraron definitivamente a todos. Correa sostiene en su libro que las decisiones de las autoridades y el desenlace judicial respondían a la sumisión ante los organismos multilaterales y su injerencia en el país, porque uno de los implicados era el representante del BID. Ya sobreseída, Cecilia Escandón solicitó, sin resultados, declarar la denuncia como maliciosa y temeraria, con miras a revertir el juicio penal en contra de Correa. El argumento de Escandón se basó en que, a pesar de que la Contraloría no había encontrado indicios de responsabilidad penal, se entabló el juicio que “generó gastos innecesarios de tiempo y recursos para los acusados y al Estado”. Obstinación y testarudez, dos de los rasgos que caracterizan a Rafael Vicente, brotaron con este episodio. Su empecinamiento lo había llevado al desempleo, pero él estaba convencido de que lo sucedido en el MEC-BID se trataba de un gravísimo acto de corrupción y su lucha no se limitó al campo judicial. En su desesperación explicó su caso a Gustavo Noboa y también trató de llegar al vicepresidente Dahik, a través del hermano de este, Álvaro, con quien tuvo una buena amistad en sus años de scout. Noboa se limitó a aconsejar mesura a Correa, ya que no entendía las motivaciones de esta fogosa reacción. De hecho, el incidente pudo influir negativamente, si no, ¿cómo se explica que su antiguo protegido nunca formara parte de su gobierno (2000-2002)? En lo que respecta al pedido a Dahik, aunque constató las incorreciones cometidas, no logró restituirlo en su cargo. Pero Correa siguió adelante: construyó una estrategia política y mediática sobre el tema. La primera etapa tuvo como destino las oficinas de la Comisión de Fiscalización del Congreso Nacional. En

esa época, la comisión estaba presidida por Juan José Castelló, un maestro del sindicato de profesores de la Unión Nacional de Educadores (UNE) y diputado por el Movimiento Popular Democrático (MPD, actual Unión Popular), situado a la extrema izquierda del tablero. En el argot político se los conoce como chinos. El partido y el sindicato, tan poderosos en esos años que paralizaban al país entero, casi siempre confrontaban al ministro de Educación de turno. La opción del economista se revestía entonces de un buen componente de estrategia política. Con su carpeta bajo el brazo, llegó Correa a la oficina de Castelló. El equipo del diputado recibió sin problemas a este joven que traía denuncias sobre el manejo de los dineros del Estado en un préstamo de una multilateral: un plato servido para ellos. Una gran oportunidad para el MPD de cuestionar al ministro de un gobierno de derecha, y, para el solitario justiciero, una manera de blindarse del ataque de los poderosos. El joven Correa, simpático y entrador, escribía junto con la secretaria de la comisión los oficios y aprovechaba para alabar el trabajo político del partido. De hecho, la relación perduró, pues al economista lo invitaban a dar charlas y talleres. Los dirigentes del MPD aseguran que, muchos años más tarde, lo quisieron contratar para que gerencie el Fondo de Cesantía de los maestros. Todavía resuenan, en la memoria del equipo del MPD, las teclas de la máquina de escribir en la que redactaban las denuncias del apadrinado político. Nunca imaginaron que, en menos de veinte años y desde Carondelet, él los borraría del mapa político y disolvería a la UNE. Los emepedistas, a quienes ensalzaba porque luchaban “al lado del pueblo”, quedaron reducidos al epíteto de “tirapiedras” en la Presidencia de Rafael Correa. En sus años de inocencia política no los consideraba así y más bien, gracias a la apertura del MPD, el caso llegó a tratarse en la Comisión de Fiscalización del Congreso, aunque la denuncia no trascendió. La

táctica ofensiva de Correa no se quedó ahí: buscó otras formas de amplificar su voz. La misma determinación que lo empujó a las oficinas del MPD lo llevó al despacho de Alberto Acosta, consultor del Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (Ildis), la agencia de cooperación de la socialdemocracia alemana. El arrojo costeño causó buena impresión en el economista quiteño, quien, además de ser la voz de la izquierda intelectual, tenía una presencia constante en los medios y un espacio semanal en el canal de televisión Ecuavisa. Al conocer los avatares de su joven colega, el consejo de Acosta fue que acudiera a los medios, como en efecto lo hizo. A finales de 1993 el caso estuvo presente en los periódicos, el informe de Contraloría se divulgó en los diarios Hoy y Expreso. En cambio, el ataque a Correa, por denuncia de José Agusto, se publicó en El Universo, en 1995, bajo el titular “Ex funcionario cobró sin trabajar 1.300 dólares”, basado en un informe de Auditoría Interna del MEC. En la sabatina 368 del 5 de abril de 2014, el presidente explicó durante catorce minutos el tema. Según el mandatario, aprovecharon de una arista burocrática para acusarlo de cobrar ese dinero que era su sueldo mensual, sin trabajar. En realidad había pedido unos días de permiso que unió al puente del feriado de inicios de noviembre de 1992 y que tomó para casarse por la Iglesia de Bélgica. Reiteró la persecución en su contra por denunciar actos de “tremenda corrupción” y aseguró que en la Contraloría se ablandó el informe para eliminar las responsabilidades penales. A partir del encuentro en el Ildis, Correa y Acosta entablaron una amistad que duraría muchos años. Así, ese acto premeditado para buscar una figura que apadrinara su causa se convirtió, sin querer, en una pieza fundamental en su futuro político: el quiteño forjaría el engranaje de Correa con grupos de izquierda y académicos. No solo con los serranos, él lo acercó incluso a Ricardo Patiño: guayaquileño, cristobalino, gustavino, estudió los primeros

años de su carrera en la Católica; pero nunca coincidió con Correa en esos espacios por su diferencia de edad —Patiño es nueve años mayor— y porque él militaba en los círculos de izquierda, lo que nunca hizo Correa. Con la tranquilidad de su empleo fijo en la USFQ, al que se dedicaba en profundidad, y de las nuevas relaciones motivadas por su tropezón en el MEC-BID, Correa fue tejiendo desde entonces una sutil red con algunos sectores sociales. Los años en Estados Unidos para obtener su PhD (1997-2001) marcaron un paréntesis en el boceto de relaciones políticas que retomaría con soltura a su regreso. Sin embargo, Rafael Correa y su familia regresaron a un Ecuador muy diferente, trastornado. Durante la estadía en Estados Unidos de los Correa Malherbe, el país se estremeció con la crisis financiera y bancaria: un cataclismo económico que provocó el empobrecimiento general — solo en el sector urbano llegó a 70%— y la emigración masiva. Este escenario estuvo precedido por un brutal fenómeno de El Niño, que en 1998 inundó la Costa y destruyó la producción agrícola y la infraestructura, y por la caída abrupta de los precios del petróleo: el barril rozó los seis dólares. La economía devastada tuvo como trasfondo un manejo desordenado y abusivo del poco controlado sistema financiero, con préstamos y prebendas a empresas vinculadas a las instituciones bancarias. En menos de dos años, esto provocó la quiebra de la mitad de los bancos y las financieras del país, casi todos de la Costa. Mientras la atención de los ecuatorianos se centraba en las negociaciones con el Perú, un vecino con el que nunca había logrado zanjar sus diferencias limítrofes. Los acuerdos de paz se firmaron en octubre de 1998. Sin embargo, la crisis avanzaba incontenible. En el Banco Central y el Ministerio de Finanzas se armaba la Ley de la Agencia de Garantía de Depósitos (ley de la AGD), un cuerpo legal creado para trasladar las pérdidas de los bancos a la estatal AGD y proteger a los ahorristas.

Así arrancó el salvataje bancario del gobierno demócrata popular de Jamil Mahuad Witt y Gustavo Noboa Bejarano. Como parte de los pactos políticos, la garantía del Estado a los ahorristas se extendió al 100% de los depósitos y se eliminó el impuesto a la renta para dar paso a un impuesto de 1% por cada transacción financiera. El mayor banco del país, Filanbanco, de propiedad de los hermanos Roberto y William Isaías Dassum, se refugió enseguida en el salvavidas estatal. Como un castillo de naipes, las otras instituciones fueron cayendo, el sucre perdía su valor frente al dólar y la inflación se aceleró. Marzo de 1999 fue un mes fatídico. Entre paros por aumento del costo de combustibles y huelgas de sindicatos públicos por atraso en el pago de los sueldos, el gobierno decretó el cierre de los bancos durante cinco días (feriado bancario) y el congelamiento de todos los depósitos del sistema financiero durante un año. Días después, el 22 de marzo, el Banco del Progreso cerró sus puertas. Este salvataje marcaría la historia ecuatoriana contemporánea para siempre. Cientos de miles lo perdieron todo, mientras en los altos estamentos del poder, como si no supieran compadecerse, se desarrollaban las argucias más oscuras. La crisis se ahondaba, pero no se confirmaba la sospecha de un poder político al servicio de los banqueros… hasta que el dueño del Banco del Progreso, Fernando Aspiazu Seminario, detenido por los militares, denunció un aporte de tres millones de dólares a la campaña presidencial de Mahuad. Fue una estocada. La calle seguía encendida con paros y movilizaciones en las que el movimiento indígena jugó un papel protagónico. La economía se le iba de las manos a Mahuad, el país cerró 1999 con un retroceso de 6,3% de su producción. Como una medida desesperada, el presidente de la República decretó el 9 de enero de 2000 el fin del sucre, la moneda ecuatoriana, para reemplazarlo por el dólar estadounidense, a una tasa de veinticinco mil sucres por dólar. De nada le sirvió: doce días después sería derrocado por un golpe de

Estado, liderado por indígenas y militares —entre los que se destacaría el posteriormente destituido coronel Lucio Gutiérrez Borbúa—. Mahuad salió del país. La dolarización se quedó. Casi veinte años después, la política aún se rige por este capítulo de la crisis bancaria y la dolarización. Un episodio no resuelto en el que se mezclan, según la necesidad electoral, las pérdidas de los miles de pequeños depositantes con la permanente influencia de los grandes deudores y el poder de los banqueros, en especial de los hermanos Roberto y William Isaías Dassum, los millonarios y exiliados dueños de Filanbanco. A pesar de los diez años en el poder, de las múltiples reformas legales, la creación de varias instituciones y las confiscaciones a los exbanqueros, la revolución ciudadana no ha dado una respuesta definitiva al trágico capítulo que dejó como herencia la dolarización. La madrugada del 21 de enero de 2000, Gustavo Noboa Bejarano asumió el mando de un Ecuador desplomado y no se atrevió a dar marcha atrás a ese proceso. La metamorfosis del país se legalizó con la Ley para la Transformación Económica del Ecuador, conocida como Ley Trolebús I, el 13 de marzo de 2000. Finalmente, el 9 de septiembre los sucres dejaron de circular para siempre. Los primeros meses de la dolarización sacudieron al Ecuador con pasajes traumáticos en que los ecuatorianos vieron cómo sus salarios y pensiones se degradaron a menos de un tercio, por la alta paridad a la que se fijó el cambio; la inflación llegó a 108%. Este primer impacto produjo un rechazo total: 70% de ecuatorianos desaprobaba la medida. Un grupo autoproclamado como Foro Económico, compuesto en su mayoría por empresarios guayaquileños, con la ingeniera Joyce de Ginatta como su cabeza más visible, defendía la dolarización a capa y espada. En la vereda opuesta se constituyó el Foro Ecuador Alternativo, al que adherían economistas serranos y empresarios cercanos a los movimientos sociales. El 18 de mayo de 2000, como acto fundacional, lanzaron una propuesta para salir de

la dolarización, un documento que difundieron con fuerza en medios de comunicación y en universidades. Para elaborar sus planteamientos Luis Maldonado Lince, Eduardo Valencia Vásquez, Marco Erazo Bolaños, Carlos Vallejo López, Enrique Sierra Castro y Alberto Acosta Espinosa, entre otros, se reunían una vez a la semana, al inicio en la Federación de Exportadores, presidida en ese tiempo por Maldonado Lince, en búsqueda de soluciones para un país al borde de la asfixia. Sin embargo, la situación evolucionó. Poco a poco, a los partidarios de la dolarización se sumaron otros grupos, ya que los efectos negativos iniciales del cambio dieron paso a otros muy provechosos como la baja de la inflación, que comenzó en 2001 y en 2003 llegaría por primera vez en 30 años a un solo dígito. La estabilidad se convirtió en costumbre. Así la dolarización inició su popularidad, una tendencia que se mantiene hasta la actualidad, con tasas de aceptación que oscilan alrededor de 85%. Pero Ecuador Alternativo no abandonaría su bandera antidolarización; para ellos la medida perjudicaba la economía, dependiente al extremo de los dólares, y eliminaba la principal herramienta de política monetaria. Algunos de sus miembros aseguran que por navegar a contracorriente enfrentaron censura en los medios de comunicación, no obstante, en los periódicos de la época se evidencia una presencia frecuente de sus opiniones. Ecuador Alternativo encaraba, sin embargo, otro tipo de frenos para la difusión de sus ideas: todos eran hombres serranos, no tenían una contraparte en Guayaquil, donde la tendencia del Foro Económico reinaba sin competencia… Por eso cuando a fines de 2001 Eduardo Valencia oyó, en una entrevista de televisión, que alguien con un evidente acento guayaquileño se oponía a la dolarización, su oído se agudizó. ¡Al fin un “mono” que pensaba como ellos! Valencia ha rememorado en varias ocasiones que esa presentación lo llevó a buscar al entrevistado, identificado como

Rafael Correa, economista, “director de un centro estudios económicos de una universidad”. Nunca se imaginó que lo iba a encontrar en la serrana San Francisco de Quito, la universidad de élite de ese entonces. Lo invitó a incorporarse al Foro Ecuador Alternativo, el joven PhD aceptó de inmediato. El grupo estaba constituido por profesionales reconocidos, la mayoría había ejercido altos cargos públicos y privados, y la presencia de su amigo Alberto Acosta era una garantía. Además, Valencia y Correa eran cercanos al padre jesuita Alonso Ascanio, su confesor. Para entonces los encuentros semanales habían cambiado de sede al departamento del sociólogo Marco Erazo. En medio de la neblina de la calle González Suárez, al norte de Quito, semana tras semana se reunían en el pequeño salón de Erazo (nombrado embajador en Francia en el gobierno de Correa) para discutir la coyuntura económica. Solo unos vasos de agua y los contundentes chocolates Garoto acompasaban esos debates vigorosos. En algunas ocasiones sesionaban también en Ciespal. Para estos economistas y políticos las reuniones de Ecuador Alternativo llenaban el vacío que dejó en el país la crisis de los partidos, cómplices decadentes ante las circunstancias, por lo que el espectro ideológico de sus asistentes se amplió. En los encuentros se integraron desde Francisco Borja Cevallos (hermano y secretario del expresidente Rodrigo Borja, y que devendría en embajador de Correa en Chile y Estados Unidos), pasando por Carlos Vallejo (que saltó a la arena política en la Democracia Popular hasta llegar al Prian de Álvaro Noboa Pontón y convertirse en funcionario recurrente de la revolución ciudadana), y su sobrino Antonio Ricaurte Román. Para unos miembros de Ecuador Alternativo, sobre todo para los mayores, Correa tenía un perfil más bien discreto y no participaba ni rebatía. Otros dicen lo contrario: que exponía con claridad y sobresalía; de hecho, afirman, ya se dibujaba como una potencial figura política. Entonces, los más maduros disertaban sobre sus posturas, amparados en su experiencia y querían

construir propuestas que reflejaran esas vivencias, más estructuradas y consensuadas. El resto, como Correa, Acosta y el jovencísimo Antonio Ricaurte, apostaba por dar una marcha más rápida a sus ideas. En esa línea, más activa, Ricaurte logró un puesto para correr como concejal municipal en las listas de Pachakutik, la tienda política que articula al movimiento indígena con algunos grupos de izquierda. Correa sintonizaba con el enfoque más activo de intervención política, e incluso le ayudó con una escueta colecta de fondos en la Universidad San Francisco para su candidatura en el año 2002. Antonio Ricaurte (sobrino de Carlos Vallejo) ganó un puesto en el Concejo de Quito a los veinticuatro años y comenzó una polémica carrera política. La entrada en Ecuador Alternativo le permitió a Correa retomar el incipiente tejido político, que había interrumpido por dedicarse a su doctorado. Su integración a Ecuador Alternativo lo impulsó también a una mayor exposición pública, que él supo optimizar. Como miembro de este grupo, sus entrevistas radiales se volvieron recurrentes. Los oyentes de las radios quiteñas Democracia y Visión, dos de las más importantes de la ciudad, se acostumbraron a escucharlo. Ahí exponía con vigor sus ideas antidolarización y sus posiciones económicas sobre el desarrollo, pero también hablaba de democracia, de derechos humanos y comentaba los acontecimientos políticos coyunturales. Los micrófonos de estos medios significaron sus pinitos en política, sin embargo, durante su Presidencia no ha tenido ningún empacho en acosarlas y las ha convertido en sus enemigas. De hecho, el concurso para la adjudicación de frecuencias convocado por su gobierno en 2016 ha puesto en riesgo su supervivencia, debido a una sucesión de trabas. En 2001 nadie podía adivinar que la relación con los medios se transmutaría a esos niveles: en ese entonces Correa se convirtió hasta en una fuente de consulta de algunos reporteros. En paralelo encontró sus consejeros para los temas que no conocía en

profundidad como, por ejemplo, el petróleo, uno de los más candentes asuntos públicos, ya que de su fluctuación ha dependido el bienestar de los ecuatorianos desde 1972. En efecto, el olfato político que Correa iba desarrollando lo empujó a acercarse a Henry Llanes en los corredores de radio Democracia. Llanes, en ese entonces diputado de la Izquierda Democrática, se destacaba por su activa dirigencia sindicalista en la empresa pública Petroecuador y por profesar una política nacionalista de la explotación de hidrocarburos. Entablaron una buena amistad. Cada vez que a Correa se le planteaba un debate en las radios sobre petróleo, acudía a Llanes para asesorarse. A su vez, cuando Llanes en 2004 presentó en Ciespal su libro Estado y política petrolera, estuvieron en el panel de presentadores los economistas Rafael Correa y Wilma Salgado Tamayo y el expresidente del Congreso, Wilfrido Lucero Bolaños. Correa promovió buenas relaciones con otros sindicalistas petroleros, como Fausto Robalino, hasta convertirse en un asesor recurrente. En una intervención ante el Parlamento, en junio de 2004, el presidente de la Asociación de Profesionales de Petroecuador citó a un desconocido Rafael Correa, como un especialista. En marzo de 2005 Correa presentó un informe en el Congreso sobre la actividad petrolera, en el que rescataba el trabajo de Petroecuador. El Legislativo se aprestaba a tratar la llamada Ley Topo, presentada por el presidente Gutiérrez, que abría la puerta para la privatización en los sectores eléctrico y petrolero. El proyecto fue rechazado el 7 de abril de 2005. En ese entonces los sindicatos petroleros protagonizaban los puestos estelares de la escena política, por lo que estas relaciones cerraron una parte importante de su embrionaria red. Durante esos años, cuando el Ecuador se reconstruía de a poco, el coronel golpista Lucio Gutiérrez fue amnistiado por el Legislativo luego de cuatro meses en prisión, y así se precipitó su debut en la política ecuatoriana. En menos de dos años el militar se

revistió con los destellos del discurso de la izquierda: anti TLC, anti OXY, anti Plan Colombia, anti Base de Manta. Es decir, la otra cara de la medalla de los gobiernos de Mahuad y Noboa. Gutiérrez fundó su partido, Sociedad Patriótica, y como para muchos representaba la reencarnación ecuatoriana del presidente venezolano Hugo Rafael Chávez Frías, los partidos y movimientos de izquierda se adhirieron a su figura, entre ellos Pachakutik. Antonio Ricaurte se convirtió en un puente entre su movimiento, Ecuador Alternativo y la campaña del coronel. Por eso, cuando se buscaba un candidato guayaquileño para conformar el binomio de Gutiérrez, Correa sugirió a través de terceros a algunos de sus conocidos de juventud, como Rolando Panchana Farra o Carolina Portaluppi Castro. Sus propuestas no cuajaron, la designación recayó sobre un desconocido para los medios políticos: el médico guayaquileño Alfredo Palacio. La conexión con la izquierda del exministro de Salud de Sixto Durán Ballén se daba básicamente por la antigua militancia de su padre, el escultor Alfredo Palacio Moreno, en el partido comunista Unión Democrática Popular. Se consideraba al binomio Gutiérrez-Palacio el outsider del momento. Lucio Gutiérrez, nacido en Quito y afincado en la ciudad amazónica de Tena durante mucho años, inició la era que sepultó a los partidos políticos tradicionales, desprestigiados por las crisis sucesivas y su participación en la destitución de Bucaram, en enero de 1997. En la primera vuelta de fines de 2002, Gutiérrez venció a los candidatos de los partidos representados por los expresidentes Osvaldo Hurtado Larrea (DP) y Rodrigo Borja Cevallos (ID), al exvicepresidente León Roldós (socialista) y al exministro Xavier Neira, que corrió por los socialcristianos. En segunda vuelta triunfó contra el millonario Álvaro Noboa (Prian), quien, a su vez, en las elecciones de 1998 había llegado a la segunda vuelta como un outsider. El 15 de enero de 2003, tres años después de su intentona de golpe de Estado, Lucio Gutiérrez se instaló en Carondelet con una alianza con Pachakutik y apoyado por el MPD.

La oscilación de Gutiérrez hacia la derecha sembró sospechas desde un inicio en sus compañeros de izquierda cuando, por ejemplo, ellos tenían en mente a Alberto Acosta o al propio Rafael Correa para la cartera de Finanzas, pero él nombró en ese cargo a Mauricio Pozo, adalid de los economistas liberales. Menos de un mes después, sus dudas se confirmaron con un baldazo de agua fría: el 12 de febrero de 2005, luego de un encuentro de media hora con el presidente George W. Bush, declaró a los periodistas en Washington: “Ecuador quiere convertirse en el mejor amigo y aliado de Estados Unidos en la lucha permanente por alcanzar la paz, por fortalecer la democracia, por reducir la pobreza, por combatir el narcotráfico y también por terminar con otra lacra humana que es el terrorismo”. Seis meses después, Pachakutik rompió la alianza con el gobierno de Sociedad Patriótica. Gutiérrez, atrincherado en una mayoría de ministros y funcionarios militares en servicio pasivo, empantanó su administración en contradicciones y escándalos de corrupción. A Palacio González lo marginaban como una figura de segunda, un mandatario que, desde el olvido de las oficinas de la Vicepresidencia, trataba de sacar su oferta electoral del aseguramiento universal de salud. Su propuesta planteaba un seguro popular que permitiera el acceso paulatino a toda la población a los hospitales públicos, del IESS y privados. Gutiérrez jugaba con Palacio dándole y quitándole el manejo del programa. En ese período Correa había comenzado un camino de oposición desde su trinchera académica: escribió algunos artículos críticos contra el gobierno del presidente Gutiérrez y contra la dolarización, en la misma vía de sus colegas de Ecuador Alternativo. A fines de 2003 Rafael Correa, Eduardo Valencia y Marco Flores participaron en un simposio de la Universidad Andina Simón Bolívar. En su análisis sobre la gestión presidencial de Gutiérrez, calificaron de “desastrosa” la situación económica del Ecuador.

Mientras, Palacio, que aparecía muy seguido con su mandil de médico en presentaciones públicas, no quería limitar su proyecto de aseguramiento universal y reaccionó ante la exclusión construyendo su propio equipo de asesores. Quería aportar al gobierno o, quién sabe, estar listo en caso de asumir la Presidencia ya que desde inicios de 2004 las calles quiteñas se volvieron a calentar con protestas y la inestabilidad política rondaba a Gutiérrez. A mediados de 2004 Palacio llamó a Rafael Correa para que le asesorara en temas económicos. El médico Rubén Barberán (que ocuparía varios cargos en el gobierno de Palacio), amigo del vicepresidente y conocido del economista, los presentó. El segundo mandatario negaba públicamente la conformación de un gabinete en la sombra, pero no desmentía la existencia de sus consultores. De hecho, la asesoría de Correa no tenía connotaciones clandestinas; sus amigos de juventud más cercanos estaban al tanto de esta relación, así como algunas relaciones quiteñas. Algunos de los miembros del Foro Ecuador Alternativo ayudaban a Correa para generar sugerencias en temas económicos para el vicepresidente. Como Correa realizaba constantes viajes a Guayaquil para dar clases de posgrado en las universidades de esa ciudad, aprovechaba y se reunía con Palacio y a veces también lo hacía en Quito. Poco a poco Correa iba sumergiéndose en el mundo de la política, asistía a charlas de opositores y a manifestaciones. Estaba tan imbuido en esta corriente de oposición que la noche del 6 de abril de 2005, día de su cumpleaños 42, cenó con Luis Maldonado, Marco Erazo y un conocido reciente, Mauricio gándara. Los encontró en una de las tantas conferencias que se organizaban en Ciespal para escrutar la nueva crisis. Desde inicios de 2005, los cercanos a Correa aseguran que el economista presagiaba la caída del coronel Gutiérrez. La volátil política ecuatoriana volvió a acelerarse desde fines de 2004, pese a que el país recuperaba la estabilidad económica. Una vez que Gutiérrez se definió en la centroderecha política, buscó

alianzas hasta con los socialcristianos, pero después de varios traspiés con ese partido terminó en los brazos del populista PRE, cuya condición siempre ha sido el retorno de su líder Abdalá Bucaram Ortiz, asilado en Panamá desde febrero de 1997. En ese entonces el Congreso Nacional había destituido al autoproclamado el “loco que ama”, la razón: “incapacidad mental”. Más de siete años después, a fines de 2004, bajo el paraguas de esta nueva mayoría parlamentaria, Gutiérrez convocó a un Congreso extraordinario. Este cambió, mediante una cuestionable maniobra, a toda la Corte Suprema de Justicia, quitándosela de las manos a los socialcristianos y socialdemócratas, lo que viabilizó el retorno de Abdalá. Un capítulo más en el uso y abuso de acuerdos políticos para satisfacer intereses de los líderes de los partidos por encima de cualquier ideología, y que había provocado el exilio de Alberto Dahik (1995), Bucaram (1997), Mahuad (2000) y Noboa (2003). Pero también una traición más de Lucio a sus electores hartos del manejo de los partidos tradicionales, ya que, en poco tiempo, Sociedad Patriótica comenzó a actuar bajo los mismos esquemas. Apenas posesionada, en diciembre de 2004, la nueva corte anuló los juicios de Dahik, Noboa y Bucaram. El aterrizaje en helicóptero del “loco que ama”, el 2 de abril de 2005 en Guayaquil, atizó la indignación. La clase media quiteña no resistió esta afrenta y las calles se llenaron de “forajidos”, genérico que nació de la boca de Gutiérrez cuando unos cuantos manifestantes fueron a su casa a protestar. Radio La Luna, una pequeña emisora local, propagaba día y noche mensajes incendiarios contra Gutiérrez. Las manifestaciones se organizaban desde el parque La Carolina, al norte, y desde la Villaflora, al sur, para confluir en el centro histórico de Quito, frente al Palacio de Carondelet, el corazón del poder. En esas marchas se mezclaron una clase media cada vez más organizada y movilizada con los movimientos sociales y sindicales. Todos pedían la salida de Lucio que se tambaleaba en la Presidencia. Algunos de los excolaboradores de Correa aseguran

que él no formó parte de esas protestas, que evitaba las duras luchas callejeras. En cambio, otros de sus excompañeros sí recuerdan haber recibido junto a él gases lacrimógenos en las manifestaciones forajidas, constantes desde inicios de 2005, en las que la violencia y la represión aumentaban día a día. Eso sí, todos coinciden en que nunca estuvo entre los líderes de las protestas. Hay quienes aseguran que no quería un perfil muy alto para no incomodar a las autoridades de la Universidad San Francisco de Quito. Ecuador Alternativo no se quedó al margen. A principios de enero de 2005, el grupo hizo público un manifiesto titulado “¡Basta ya!”, firmado por Alberto Acosta, Rafael Correa, Eduardo Valencia, Marco Erazo, Jorge Jurado, Luis Maldonado, Franklin Proaño, Marcelo Quevedo, Carlos Vallejo y Antonio Ricaurte. Al tiempo que llamaban a “desembarazarnos ya del gobierno del coronel”, porque “un impostor jamás dará la talla de un estadista”, exponían algunas pautas básicas para el futuro del país. La primera de ellas era la convocatoria a una Asamblea Constituyente y una consulta popular sobre los más variados temas: desde la dolarización y los tratados de libre comercio hasta el pago de la deuda externa o la adopción de un sistema parlamentario. La declaración recoge el ambiente de crisis del momento y apunta a la Constitución de 1998 como la causante de todos los males. De hecho, cuando Palacio asumió la Presidencia también quería promover una constituyente y así refundar el país. En esos días, Correa se dividía entre Quito y Guayaquil. Sus amigos de ambas ciudades recuerdan que él vaticinaba la caída del gobierno y su nombramiento a la cabeza del ministerio. El sábado 16 de abril, en el centro cardiológico de Palacio, en la Kennedy Norte, en Guayaquil, había un movimiento constante. Mientras atendía a sus pacientes, Palacio conversaba con asesores y aliados, entre ellos Rafael Correa y Luis Maldonado Lince, fundador de Ecuador Alternativo. Todos regresaron a Quito, los

acontecimientos cambiaban cada hora, aumentaban la incertidumbre y la expectativa sobre el destino del gobierno. Desde el lunes 18 de abril, la represión se profundizó, los gases lacrimógenos invadieron las calles de Quito, de la Villaflora a la Av. de los Granados, pero nunca se acusó de terroristas a los manifestantes. Cada jornada, las protestas comenzaban por la tarde alargándose hasta la noche y los insurrectos aumentaban. El miércoles 20 de abril el ambiente en toda la ciudad se encendió desde muy temprano. Oficinistas y estudiantes salieron a las calles sumándose a una masa de manifestantes que leudaba sin control. El gobierno llamó a los contramanifestantes, que llegaban en buses desde otras provincias. En el Ministerio de Bienestar Social, ubicado en el céntrico barrio de La Mariscal, hombres armados comenzaron a disparar para dispersar a los manifestantes. La situación se volvió insostenible y el enfrentamiento entre civiles y policías se palpaba en varios puntos de la ciudad. El gobierno presionaba por intensificar la represión; entonces, el jefe de la Policía, Jorge Poveda, renunció. Casi de inmediato la cúpula militar retiró su apoyo al presidente. Estos dos hechos marcaron la imposibilidad de Gutiérrez para mantenerse en el poder. En media jornada los manifestantes llegaron a Carondelet y Gutiérrez huyó en helicóptero. En Ciespal, donde se refugiaron los diputados desalojados del Congreso ya que el pedido de los ciudadanos era “Que se vayan todos”, las decisiones se precipitaron. La nueva mayoría cesó al presidente del Congreso, el roldosista, Omar Quintana Baquerizo; una vez más, los partidos pactaron la salida de un presidente constitucional y de inmediato cesaron a Lucio Gutiérrez. Con la misma viada, la vicepresidenta del Legislativo, Cinthya Viteri (PSC), posesionó a Palacio. Esa foto dio vuelta al mundo: él con la mano alzada respondía al juramento; ambos con corbatas negras, el símbolo del luto por la democracia agonizante. La designación de un nuevo presidente y su promesa de reencauzar por la izquierda al gobierno no calmó los ánimos. En el

edificio de Ciespal, la violencia contra los políticos se agudizó. Las cámaras de televisión mostraron escenas como la de una atribulada Cinthya Viteri que servía de escudo humano a un temeroso Carlos Vallejo. Otros diputados lograron evadir a la multitud disfrazados de policías. Palacio salió semiescondido hacia el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, luego de más de cinco horas de negociaciones con los manifestantes, en las que hasta se llegó a pedir la intervención del radiodifusor Paco Velasco (quien también ocuparía varias funciones en el gobierno de Correa). Después de una escala en el Comando Conjunto, Palacio llegó a Carondelet poco después de las once de la noche. Antes de que comenzara el nuevo día firmó nueve decretos presidenciales: en el primero ratificaba su nombramiento como presidente de la República, los siete restantes fueron las designaciones de los primeros ministros de su gabinete, en este orden: Luis Herrería Bonet, secretario de la Administración Pública; Mauricio gándara, ministro de gobierno; Antonio Parra Gil, ministro de Relaciones Exteriores; Aníbal Solón Espinoza, ministro de Defensa; Oswaldo Molestina, ministro de Comercio Exterior; Rafael Correa Delgado, ministro de Economía y Finanzas, y los nombramientos del secretario particular de la Presidencia, Carlos Eduardo Muñoz, y del representante del Ejecutivo al Banco del Estado, José Jouvín. Un grupo conformado por quienes lo acompañaron durante su convalecencia vicepresidencial. Este primer paquete de decretos reflejó una muestra de lo que sería el gobierno de Palacio: cuotas del forajidismo, representantes de la derecha, conservadores nacionalistas, la mayoría hombres y mayores. En los veinte meses que duró su gobierno, rotaron 33 ministros en dieciséis ministerios, y en las cinco secretarías hizo diez nombramientos. En ese período Palacio parecía tolerar su cargo más que ejercerlo, mientras el Congreso se creía con derecho sobre sus decisiones por haberlo llevado al poder. La tibieza de su liderazgo y las disputas entre las facciones de su gobierno

permitieron que uno de los pocos jóvenes del gabinete inaugural, aquel que encabezaba el Ministerio de Economía y Finanzas gracias al Decreto Siete, brillara sin que nadie le hiciera sombra. Cuando sus amigos le llamaban la atención por este hecho se jactaba: “qué culpa tengo yo si los otros tienen la simpatía de un cáncer de páncreas”. Solo estuvo en ese cargo 106 días (del 20 de abril al 4 de agosto de 2005), sin embargo, capitalizó esa vitrina con tanta eficiencia que no volvería a salir de la cotidianidad de los ecuatorianos en la siguiente década. “Sancho, si los perros ladran es porque cabalgamos”. Esta frase atribuida a Miguel de Cervantes en Don Quijote de La Mancha —en realidad no consta en la novela— se ha convertido en el lugar común por excelencia para legitimar acciones que levantan controversia. La falsa cita de Cervantes calza a la perfección para enmarcar la gestión de Rafael Correa en Economía y Finanzas. En los pocos días que estuvo en el ministerio, el joven economista trabajó como si no hubiera un mañana en los temas más críticos del país, se encaminó en todas las direcciones y levantó mucho ruido, por lo que a su paso logró que la gente se fijara en él. A través de sus iniciativas y de su discurso puso a funcionar el engranaje que había armado desde que llegó a Quito. Subía y bajaba de aviones, visitaba provincias y acaparaba la atención de los medios, mientras preparaba el proyecto para cambiar el fondo de ahorro del Estado, intervenía en los temas petroleros, transaba paros y temas de seguridad social, se acercaba a los movimientos de izquierda, se reunía y polemizaba con los organismos multilaterales de crédito, y además, negociaba bonos y cooperación energética con Venezuela. Su agenda se asemejaba más a la de un diputado que a la de un usualmente monótono ministro de Finanzas. En su primera jornada como funcionario, el 21 de abril de 2005, la ciudad todavía olía a gases lacrimógenos, incluso quedaban unos pocos testarudos que insistían en las consignas forajidas “¡Que se vayan todos!” y “¡Basta ya!”, parados en la Plaza

Grande. Muy temprano en la mañana, Correa desayunó en su departamento con su mentor ideológico, Alberto Acosta. Intercambiaron opiniones sobre algunos temas y prepararon una incipiente hoja de ruta para esa cartera de Estado. Después se dirigió a la casa de gobierno, donde, poco después del mediodía, comenzó la ceremonia de posesión de los ministros. Los funcionarios nombrados la víspera prestaron juramento para su nuevo cargo. Después todos se quedaron para tratar, reunión tras reunión, de aclarar el panorama: el destino de Gutiérrez —estaba en la residencia del embajador de Brasil y todavía podía volver como lo hizo Chávez en Venezuela 2002—, y la falta de reconocimiento internacional mermaban la seguridad del nuevo gobierno. Con el pasar de las horas la calma se instaló y el flamante ministro Correa comenzó a trazar la estrategia de su ministerio. Con esa tarea continuaría por la noche con Lenín Pablo Dávalos Aguilar, en el departamento de la familia Correa Malherbe en el norte de Quito. Según aseguró su esposa en una entrevista en 2006, ella estaba en esos días fuera de la ciudad en un paseo escolar del colegio La Condamine, conocido como “La clase verde”. Dávalos no era un íntimo de Correa, pero habían compartido espacios comunes: coincidieron en la cátedra de maestrías en Guayaquil; él también estudió en la Universidad de Louvain La Neuve, aunque no en la época de Correa, donde obtuvo su doctorado, y los dos dieron conferencias en Jubileo 2000, un grupo antideuda externa de la sociedad civil, que manejó Ricardo Patiño durante mucho tiempo. Dávalos asesoraba a la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), por lo que su presencia aseguraba a Correa cercanía con ese sector. Con todo en orden acudió al día siguiente, el viernes 22 de abril al ministerio. Ocupó por un tiempo una oficina provisional, en el edificio Río Amazonas en la avenida del mismo nombre, ya que el despacho estaba en remodelación. Su equipo lo formó con conocidos de varias etapas de su vida y estuvo listo el lunes 25 de

abril, día en que firmó sus designaciones. Magdalena Barreiro Riofrío, colega de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ), PhD por Illinois Institute of Technology de Chicago, tuvo el primer nombramiento como subsecretaria general de Finanzas, es decir, viceministra. A Pablo Dávalos lo designó subsecretario general de Economía. En cambio, a su amigo de la Universidad Católica de Guayaquil, Fausto Ortiz de la Cadena, lo puso a dirigir la subsecretaría de Tesorería. Nombró a Juan Carlos Toledo Gradín, amigo y periodista profesional, subsecretario general de Coordinación, es decir, también viceministro. Toledo dirigiría la comunicación y la relación con la prensa; hasta ese momento trabajaba con Isabel Noboa Pontón, empresaria guayaquileña, hermana de Álvaro Noboa. Hay quienes afirman que la transición del sector privado al público la hizo Toledo en calidad de “préstamo”. Otro de los subsecretarios nombrados: Luis Rosero, uno de los jurados de su tesis en la Católica de Guayaquil, manejaba la Política Económica. También incorporó días más tarde a Miguel Ruiz Martínez, de su grupo de scouts, como subsecretario del Litoral, y a Henry Llanes como asesor en petróleo. Curiosamente, nadie de Ecuador Alternativo participó en ese grupo. Una de sus puntas de lanza como ministro se forjó en la reorganización de las finanzas estatales. Para ello apuntó al cambio del polémico Fondo de Estabilización, Inversión y Reducción del Endeudamiento Público (Feirep), un fondo especial creado por ley en junio de 2002 y destinado a disponer de una reserva para el pago de la deuda externa. En todo el espectro político se escuchaban las críticas a ese fondo. La alcancía se nutría del dinero proveniente del excedente que producía la exportación de crudo pesado. El Feirep comenzó a acumular millones de dólares pues su creación coincidió con la recuperación del precio del petróleo, principal fuente de financiamiento del Estado. El fondo, administrado por el Banco Central, garantizaba que el Ecuador cumpliría el pago de sus papeles de deuda externa. Con el pasar del tiempo, estos títulos se

sobrevaloraron en el mercado internacional, ya que los inversionistas no corrían mayores riesgos. Correa ya había trabajado en este tema cuando fue asesor económico del entonces vicepresidente Palacio, quien aspiraba a invertir parte de esos fondos en el Programa de Aseguramiento Universal de Salud. En sus primeras declaraciones como ministro, Correa señaló que el Feirep no tenía “sentido técnico ni ético” y que “somos el único país del mundo que los ingresos petroleros los comprometió anticipadamente para comprar deuda”. El desmontar este esquema se convirtió en una de sus prioridades. Una de esas acciones que incrementaron la algarabía sobre su gestión. Mientras casa adentro el Ministerio de Economía trabajaba en los fondos petroleros y readecuaba el presupuesto, el ministro no perdía un minuto. Las primeras semanas dedicó una parte importante de su tiempo a asesorar a Palacio en algunos nombramientos. Tres de sus recomendaciones: Galo Chiriboga Zambrano —abogado funcionario del Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (Ildis)— al Ministerio de Trabajo; Raúl Vallejo al Ministerio de Educación; y Alejandra Cantos Molina para la gerencia de la AGD, que manejaba la mayoría de las instituciones financieras quebradas. Sin embargo, no tuvo eco cuando propuso nombrar a Eduardo Valencia al Banco Central. Walter Spurrier, el politólogo guayaquileño que mide la temperatura del acontecer nacional a través de análisis y talleres periódicos, lo invitó a participar en un seminario sobre las perspectivas económicas en el nuevo gobierno. En ese primer foro como ministro tuvo un altercado público con el español Roberto González, vicepresidente del Banco del Pacífico, institución controlada por el Ministerio de Finanzas. La posible fusión del banco con la Corporación Financiera Nacional y las tasas de interés sobre los préstamos originaron la disputa, que se zanjó con un recordatorio de Correa: “Yo soy su jefe y usted hace lo que yo le

diga”. En enero de 2008, González y su coterráneo Félix Herrero, presidente ejecutivo del Pacífico, abandonaron la institución. El ministro aprovechó su estadía en Guayaquil para reunirse con el alcalde Jaime Nebot Saadi. Un encuentro solicitado por él y facilitado por su directora de tesis Luisa Molina, que trabajaba en el municipio muy cerca de Nebot. La visita se dio en un lugar símbolo de la élite guayaquileña: el Bankers Club. Un primer encuentro cordial en el que ambos coincidieron sobre la extrema rigidez del Feirep, cuya única consecuencia era el aumento del precio de los bonos de deuda ecuatoriana en los mercados internacionales. Otra visión común entre ellos: las condiciones para entregar préstamos del Fondo Monetario Internacional (FMI) siempre tienen un alto costo social, por lo que, como ha dicho en varias ocasiones el alcalde socialcristiano, a ese “matasanos” es mejor no acudir. Mientras Correa fue ministro se encontró con Nebot una vez más. Tan solo cuatro semanas después de su llegada al despacho ministerial, y como lo había solicitado días antes, el Congreso Nacional recibió en el pleno al ministro Correa Delgado para explicar la reforma al Feirep. Ese mismo día, el presidente Palacio envió el proyecto con carácter de urgencia económica, es decir que, si el Legislativo no lo aprobaba en un mes, entraría en vigencia sin más. Ese 19 de mayo de 2005 articuló su intervención en un tono de total respeto a los diputados, cuyos votos habían permitido el relevo en Carondelet. “Como académico y como hombre demócrata me parece lo más natural, me parece mi más elemental deber y su más elemental derecho, estar en el pleno para explicarles las razones de este cambio”, aseguró a los legisladores, insistiéndoles en que acudiría las veces que fueran necesarias. Primó la mesura, no se le escaparon adjetivos burlescos ni denigrantes. Solo criticó a los “economistas ortodoxos que hicieron esta ley”. Hasta pidió disculpas porque al proyecto se lo había enviado como urgente: “no queremos presionar a los diputados”.

Según explicó, en una alocución muy convincente, su principal argumento contra el Feirep se basaba en el exagerado ahorro que se destinaba al fondo, que ya llegaba a unos 700 millones o el 10% del Presupuesto General del Estado. Esto distorsionaba el valor de los títulos de deuda y, además, dejaba al gobierno central sin recursos para invertir en proyectos sociales pues era una preasignación. Correa puso como ejemplo el desastre económico en Rusia, que quince años antes había abandonado el régimen comunista, por la falta de capital social y de cohesión social. Su ejemplo para Ecuador se enfocó en que la escasa inversión en salud provocaba que en el país se viviera una epidemia de dengue, “una enfermedad del siglo XVIII”. El nuevo gobierno, después de analizar más de una decena de proyectos presentados por los legisladores para cambiar el Feirep, proponía que el fondo ya no se destinara por completo al pago de la deuda externa: para ese fin dejaría solo el 20% de los ingresos. Un porcentaje con el membrete de “estabilización y catástrofes naturales”. Lo restante se repartiría para ciencia y tecnología (10%), educación y salud (30%) y 40% para proyectos de inversión productiva, la recompra de la deuda pública externa e interna y el pago de la deuda con el IESS. “No podemos aceptar esa desesperanza que, por la corrupción, ineficiencia, es mejor no hacer nada”, afirmó al concluir su intervención y tras la rápida acotación: “Por supuesto que siempre me acuerdo del mundo indígena”, y comenzó a hablar en kichwa. A todos les quedó claro que el joven ministro personificaba una de las mejores cartas del nuevo gobierno. Su porte y dotes de orador lo convertían en un protagonista político, indispensable aliado para algunos y peligroso contrincante para otros. La alerta se prendió en el Congreso que tenía afinado su olfato político. Los partidos que depusieron a Gutiérrez querían tener el control absoluto sobre el gobierno de Palacio y la situación se les salía de las manos. Diputados de centro y de izquierda alertaron a la

prensa que en el Legislativo se intentaba conformar una nueva mayoría parlamentaria para frenar al ministro, que ya había comenzado a despuntar como un posible candidato. La nueva alianza se sellaría entre socialcristianos y prianistas, junto con Sociedad Patriótica del depuesto Gutiérrez. Ante la posibilidad de que el dique para desarmar el Feirep triunfara, radio La Luna volvió a la carga y llamó a las calles el martes 7 de junio, cuando el Legislativo debía tratar la propuesta del Feirep. Como ajeno a lo que sucedía, Correa había planificado el sábado 4 de junio su visita a Zumbahua, durante las fiestas de la parroquia. Un retorno organizado por los líderes indígenas, luego de diecisiete años de haber salido de esa comunidad al terminar su voluntariado. Esta vez llegó como ministro, acompañado de su esposa Anne Malherbe, sus tres hijos y una amiga. César Umajinga, entonces prefecto de Cotopaxi por Pachakutik, lo recibió en una corta pero emotiva ceremonia en la plaza del poblado, frente a un millar de asistentes. El ministro recorrió varios lugares de la comunidad; mostró a su familia la casa donde había vivido, la iglesia, la misión salesiana y almorzó con los dirigentes y amigos. Luego la familia visitó la laguna del Quilotoa. Ese fin de semana marcó el fin de la luna de miel con los diputados. Al enterarse de la posible nueva mayoría legislativa y las críticas al proyecto del Feirep, comentó sobre la “irresponsabilidad” de los legisladores y aseguró que existía “una clase política obsoleta y fracasada”. De todas maneras, a Correa le tocó negociar con esa clase política para convencerla de cómo redistribuir los fondos. Se organizaron reuniones con los jefes de bloque para explicar en profundidad el proyecto y escuchar sugerencias. Los diputados no aprobaron el proyecto tal cual lo envió Palacio. A mediados de julio los congresistas resolvieron definitivamente la suerte del Feirep, pues tampoco aceptaron totalmente el veto presidencial. Se mantuvo el 20% para la estabilización y equilibrio presupuestario. El resto del dinero fue a una cuenta especial y se le cambió el nombre

a Cuenta Especial de Reactivación Productiva y Social (Cereps), con algunas variaciones en los porcentajes propuestos inicialmente, pero incluyendo estos recursos definitivamente en el presupuesto del Estado. En su Informe a la nación de enero de 2006, Palacio dio cuenta de la utilización de ese dinero. En apenas cinco meses ya se había entregado 159 millones de dólares para los diversos sectores y se habían acumulado 313 millones de dólares. Para entonces el precio del crudo escalaba en una indetenible curva ascendente y el país comenzaba a saborear el inicio del segundo boom petrolero de su historia. El año 2005 cerró con un precio promedio de 56 dólares. El despunte comenzó a mediados de 2002 y fluctuaría sobre los 90 dólares, a veces incluso sobrepasó los 100 dólares, entre 2008 y 2013. En efecto, el petróleo representa un sector fundamental para la economía y la política del país desde 1972, cuando el primer barril de crudo atravesó el oleoducto ecuatoriano. Quizás por eso el ministro Correa se enrumbó por esas sendas que también levantaron mucha agitación, aunque no estaban directamente ligadas a sus competencias. Al llamar como su asesor petrolero a Henry Llanes, Correa no estaba dando un tiro al aire. De hecho, al inicio de su gestión, el economista le pidió que trabajara sobre temas muy específicos: la repotenciación de la refinería de Esmeraldas, la recuperación de la producción de los campos petroleros y el diferendo con la compañía estadounidense Occidental, conocida como OXY. En acuerdo con el ministro, Llanes descartó los dos primeros lineamientos, ya que concernían de manera directa al área de energía, y se concentró en el caso OXY, otro de los temas más candentes del país junto con el Feirep. Los atribulados inicios del gobierno de Alfredo Palacio provocaron un vacío en la orientación del sector, y, como en el poder no existen vacíos, Correa se apresuró en llenarlos. Todo comenzó cuando el “forajido” Fausto Cordovez, un octogenario conservador

riobambeño, ocupó la cartera de Energía, Minas y Petróleos, en mayo de 2005. Las deudas no canceladas de Cordovez durante la crisis financiera y su escaso conocimiento del tema petrolero indujeron su salida al cabo de cuatro semanas. Lo sucedió en el cargo el guayaquileño Iván Rodríguez, un ingeniero con experiencia pública y privada en el sector eléctrico. Pero cuando el segundo ministro de Energía de Palacio se posesionó, a mediados de junio, el equipo de Correa ya se había enclavado en las entrañas del sector. En esas primeras semanas, Correa todavía tenía cierta influencia sobre el presidente. Por eso cuando Robert Pinzón, presidente ejecutivo de Petroecuador, debió dejar su cargo también por deudas no saldadas, Correa se permitió proponer su reemplazo. El ministro de Economía también apareció entre los once funcionarios morosos con la banca; según una lista del diario La Hora, adeudaba 97,29 dólares. El monto no generó polémica en ese momento, pero sería el motivo de un juicio contra el Banco del Pichincha al inicio de su Presidencia. Con la salida de Pinzón, el ministro acudió a su asesor y a otros de sus amigos sindicalistas para aportar con nombres; las sugerencias confluyeron en Carlos Pareja Yannuzzelli, un ingeniero químico y funcionario de Petroecuador desde 1981, quien ocupó varios cargos en la estatal petrolera hasta llegar a la Dirección Nacional de Hidrocarburos y la vicepresidencia de Petroindustrial. Palacio aceptó la sugerencia, ese nombre había sido señalado por otras fuentes. Y así Pareja Yannuzzelli llegó a la Presidencia Ejecutiva de Petroecuador, en junio de 2005. Los dos guayaquileños, Correa y Pareja, hicieron buena liga, que se evidenciaba cuando coincidían en los directorios de Petroecuador o del SRI. Ambos trabajaron desde sus despachos en el tema petrolero de la OXY, un polémico asunto plasmado como una máxima violación a la soberanía. Todo se originó en el año 2000, cuando Occidental, que explotaba el bloque 15 desde 1985, traspasó 40%

de sus acciones de su contrato de prestación de servicios a Encana, una petrolera canadiense, sin notificarlo al ministro de Energía, como lo establecía la ley. Esta operación solo se hizo pública tres años después, al ser detectada por una auditoría internacional, lo que arrastró una gran controversia y la exaltación de los sindicatos petroleros y de los movimientos sociales, que insistían en que se castigara a la petrolera, terminando ese contrato con la figura de caducidad. Años después, con la publicación de las filtraciones diplomáticas de Estados Unidos, los famosos WikiLeaks, se conoció públicamente el enredado forcejeo de meses entre la embajada estadounidense y el procurador de ese entonces, José María Borja Gallegos, para que no se recomendara la caducidad del contrato. Borja Gallegos terminó haciéndolo el 16 de marzo de 2005 y con ello pasó la decisión final a Petroecuador y al Ministerio de Energía. El caso OXY se transmutó en un símbolo de las reivindicaciones antiimperialistas que sostenían quienes llevaron al poder a Palacio, además de la no firma del TLC, la oposición al Plan Colombia y el replanteamiento de la deuda externa. Al llegar al poder debía manejar la papa caliente de la caducidad de la OXY, que saltaba entre las presiones de los grupos de izquierda, la vigilancia del Legislativo y la coacción de la embajada gringa, todos puntales de un endeble gobierno. Pareja, el cuarto presidente de Petroecuador que tenía en sus manos el caso, le puso el acelerador. En el gabinete de Palacio se recelaba que el Ministerio de Economía y la Presidencia Ejecutiva de Petroecuador hubiese coordinado sus acciones para estudiar el caso, sin tomar en cuenta al Ministerio de Energía ni los intereses del presidente de la República. Lo cierto es que al mes y medio de su gestión, un martes 2 de agosto, Pareja firmó el informe que recomendaba la caducidad de la OXY. ¡Alegría para unos, desconcierto para otros! Cuando Correa en su despacho conoció la decisión dio saltos —literalmente— de emoción. En cambio, a las

pocas horas de haber rubricado el documento, Pareja Yannuzzelli recibió el pedido de que renunciara y así lo hizo. ¿La firma de la caducidad empujó su separación? ¿O él la firmó porque sabía que su salida era un hecho? Las voces en contra de Pareja Yannuzzelli saltaron desde el día de su posesión. La Contraloría había examinado su gestión al frente de Petroindustrial y le impuso una glosa por 34 mil dólares, por haber pagado en exceso a una empresa a finales de los noventa, es decir, debía restituir ese dinero al Estado. La Comisión de Control Cívico de la Corrupción, una poderosa y reconocida organización ciudadana, puso mucha presión en el caso. En esa época, el acento estaba en cambiar la política, en vigilar los asuntos públicos, en que primara la transparencia. El gobierno no podía ignorar este tipo de denuncias que, por una razón u otra, lo acosaban. Esto precipitó la salida de Pareja Yannuzzelli. Años después, con Correa en la Presidencia, el ingeniero químico ocupó los más altos cargos en el área petrolera y dirigió la repotenciación de la refinería de Esmeraldas. El entramado de corrupción que se destapó en esta obra en 2016, que costó al menos 1 200 millones de dólares, y por la que ha sido acusado de enriquecimiento ilícito, convierte a la glosa de 34 mil dólares en una suma risible. Al dejar firmado el informe de la OXY, que fue respetado por sus sucesores, Pareja Yannuzzelli obligó a que el Ministerio de Energía finalizara el proceso. Iván Rodríguez firmó la caducidad del contrato el 15 de mayo de 2006, presionado por las movilizaciones sociales e indígenas que amedrentaban al gobierno de Palacio. La salida de la compañía arrastró al país a un arbitraje internacional en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (Ciadi), dependencia del Banco Mundial, por violar el Tratado Bilateral de Protección de Inversiones. La compañía demandó al Estado ecuatoriano por 3 770 millones. Rafael Correa, como candidato presidencial, aseguró que Ecuador no debía someterse al fallo de ese tribunal, si resultaba adverso, y que quien

lo hiciera debía ser declarado “traidor a la patria”. Sin embargo, el arbitraje impuso un pago de 1 700 millones, que podían ser cobrados con el embargo de los bienes ecuatorianos en otros países. La revolución ciudadana se vio abocada a pagar a la OXY, aunque el presidente realzó “el triunfo” del Ecuador al reducir a menos de la mitad esa sanción… Pero en 2005 el tema de la OXY se asoció a un triunfo de la corta gestión de Correa en Finanzas: así lo vitoreaban los movimientos sociales cuando alababan su gestión progresista. La renuncia de Pareja se dio dos días antes de la salida de Correa y la correlación entre ambas se hizo más evidente cuando el todavía ministro se negó a asistir al directorio de Petroecuador que debía ratificar la dimisión del presidente ejecutivo. En esa misma línea Correa marcó un distanciamiento con los organismos multilaterales de crédito, otra de esas faenas con ruido amplificado, fundamentada en la recuperación de la soberanía. Estos argumentos lo llevaron a dirigir su mirada hacia el venezolano Hugo Chávez. Desde principios de 1999, el destino de la nación sudamericana con las mayores reservas petroleras del mundo estaba en manos de este carismático coronel, que había participado en un fallido golpe de Estado y, años después, llegó a la Presidencia por elección popular. Partidario del socialismo cubano y ferviente admirador del Libertador Simón Bolívar, Chávez impulsaba una alianza bolivariana en la región. Con las reservas de petrodólares bien aseguradas, gracias al aumento de los precios del oro negro, afianzó su liderazgo en Venezuela y se embarcó a conquistar al continente. Cuando el joven y desconocido Correa lo conoció en una cumbre en Paraguay, Chávez acaparaba la atención mundial, su discurso antiimperialista y su carisma lo catapultaron como la estrella de esos anodinos encuentros presidenciales. A la primera oportunidad, el ministro se acercó al coronel para presentarse. El mismo Chávez lo relataría años después: estaba sentado a la mesa,

cuando un muchacho se arrodilló a mi lado, me pasó un papelito con su nombre y se presentó como el ministro de Economía del Ecuador, Rafael Correa. “Enseguida noté que se fijó en mí y desde ahí nunca perdimos contacto”, recordaría años más tarde el guayaquileño. El ministro buscaba que Venezuela comprara 300 millones de dólares de bonos ecuatorianos, cuya emisión estaba trabajando con su equipo de Finanzas, Magdalena Barreiro y Fausto Ortiz. A largo plazo quería establecer con Venezuela una alianza petrolera amplia que permitiera la refinación del crudo Oriente ecuatoriano y la importación directa de gas licuado desde el país llanero. Chávez tenía las ganas y una chequera con petrodólares para hacerlo. La sola idea de un acercamiento con el comandante provocó resquemores en algunos funcionarios cercanos a Palacio. Chávez representaba el nuevo enemigo de Estados Unidos, el líder de una tendencia que se afianzaba con Ernesto Kirchner en Argentina, Ignacio Lula da Silva en Brasil y Evo Morales en una carrera ascendente en Bolivia. Luis Herrería, secretario de la Administración, visibilizó este malestar al interior del gabinete, al hacer públicas sus críticas, calificando el proyecto bolivariano de “horrible” y advirtiendo que “puede ser el detonante para que se incendie la región”. Estas palabras provocaron un impasse diplomático. Chávez inmediatamente calificó como “insolente” al jurista. Antonio Parra, entonces canciller, viajó a Venezuela a inicios de julio para destrabar la relación, pues el tema de los bonos seguía en pie. Para Ecuador esta emisión era un retorno a los mercados financieros internacionales para levantar fondos frescos después de la crisis bancaria. Con estas operaciones, un país pone a circular papeles a un valor nominativo con la promesa de que, al cabo del plazo acordado, pagará ese valor más la tasa de interés. Este financiamiento es mucho más costoso que el de los organismos multilaterales de crédito, que a cambio exigen condiciones como la

revisión de las cuentas nacionales y la adopción de un programa de ajuste, además de que el dinero se invierta en proyectos específicos de desarrollo y no en pago de sueldos de la burocracia. La economía ecuatoriana estaba en franca recuperación, 2004 cerró con un crecimiento de 6,6%. La situación era muy distinta a la de agosto de 2000, cuando en plena crisis se emitieron los global 2012 y 2030, un canje de los bonos Brady que databan de 1995, pues el país no podía honrar esas deudas. El primer ofrecimiento de Chávez era de un interés de 6%. Correa estuvo en Caracas a mediados de julio; luego de una reunión con el comandante, aseguró que la compra de esos bonos daría holgura al presupuesto que tenía un desfinanciamiento de 358 millones dólares. En medio de esa búsqueda de recursos, Barreiro y un grupo de funcionarios viajaron a Caracas, a inicios de agosto. ¡Sorpresa! La tasa ofrecida subió a 8,5%. En estas idas y venidas, los grandes contratistas del Estado, sobre todo la compañía brasileña Odebrecht, pusieron el ojo a este dinámico ministro. En al menos dos de sus viajes internacionales, los altos funcionarios y los lobistas de esa empresa se acercaron a él para tender puentes. Querían entablar buenas relaciones ya que, evidentemente y más que nunca, desde Economía y Finanzas se dirigía el cauce de los recursos del Estado. El entramado de la negociación con Venezuela, los porcentajes pactados, las visitas a Caracas, un acuerdo petrolero amplio, la perspectiva de que otros países amigos como Brasil también compraran bonos... se convirtieron en gotas que rebosaron el vaso. Al interior del gobierno y de las Fuerzas Armadas su figura comenzó a crear malestar. El joven ministro parecía un dínamo que quería impulsar demasiados temas al mismo tiempo y sabía que no podía perder ni un solo día. Mientras daba rienda suelta a su lenguaje mordaz y a calificativos denigrantes sobre economistas, banqueros, políticos y periodistas, ya acusó a algunos de querer desprestigiarlo; desafueros que ya comenzaban a pasarle factura al presidente.

Esta actividad incesante se reflejaba en su omnipresencia en los medios de comunicación: los periódicos, la televisión y la radio reportaban todos los días sus andanzas. A pesar de ello, los tenía a raya. Cuando no le gustaba la cobertura de un reportero no dudaba en llamar a los directivos para quejarse. Los jefes de Información de entonces debían explicarle que las observaciones a su trabajo nada tenían que ver con la simpatía o la antipatía de los dueños de los medios. A fines de julio renunció el viceministro Pablo Dávalos por malentendidos con Correa, diferencias que nunca se saldarían. Su cargo lo ocupó Ricardo Patiño, que entonces le manejaba la agenda. Con el pasar de las semanas, Alfredo Palacio recelaba del protagonismo y de la autonomía de Correa; de hecho, en privado, el ministro diferenciaba su manera de trabajar con el escaso liderazgo de Palacio. Las fricciones se dispararon a mediados de mayo, posiblemente cuando designó a su medio hermano y funcionario de Cancillería, Gustavo Palacio Urrutia, representante del Ecuador ante el BID en Washington. Rafael Correa cumplió la orden y firmó el decreto, aunque de mala gana. Las relaciones se tensaron. ¿Coincidencia? En la primera semana de julio el otro medio hermano del presidente, Emilio Palacio Urrutia, editor de Opinión de El Universo, publicó un duro artículo contra Correa, titulado “Bocazas”. El articulista criticaba con furia la falta de sobriedad en las sucesivas declaraciones del ministro. Ya desde el poder, Correa demandaría al matutino guayaquileño, a sus tres propietarios y a Palacio por otro editorial de este último. Tasó su honor en 80 millones de dólares. Palacio Urrutia terminaría exiliado en Miami, en tanto que, en la condena judicial confirmada en tercera instancia, el monto se redujo a 40 millones de dólares y a tres años de prisión para los cuatro acusados. En febrero de 2012 y mientras el director del diario estaba asilado en la embajada panameña en Quito, Correa anunció su perdón en una ceremonia en Carondelet ante el cuerpo diplomático, invitados especiales y la prensa extranjera.

Otro desencuentro entre Palacio y su ministro de Economía se produjo a mediados de julio de 2005, por la reforma a la Ley de Seguridad Social. Cuando Palacio no estaba en el país, Correa declaró a la prensa que se debía poner un veto total a la reforma parlamentaria que permitía retirar los fondos de reserva del IESS, una propuesta legislativa impulsada por los socialcristianos. El presidente tomó su propia decisión y la entrega se aprobó de manera escalonada. Una muestra que la desconfianza presidencial crecía: el cardiólogo convocó a un grupo de economistas para que lo asesoraran en temas coyunturales. Pablo Lucio Paredes (ahora decano de la Escuela de Economía de la USFQ), Santiago Ribadeneira (quien terminaría en prisión por el cierre de la financiera Proinco) y Diego Borja Cornejo (que luego sería ministro de Palacio y también de Correa) acudían a Carondelet para dar su visión sobre asuntos que competían a Correa. En medio de las intrigas palaciegas y días antes de viajar a Washington para su reunión con las multilaterales, Correa negó públicamente que se considere su salida del ministerio y declaró: “queremos decirle al presidente que se cuide”. En la capital estadounidense recibió la noticia de que el Banco Mundial no desembolsaría el ofrecido préstamo de 100 millones, debido a la eliminación del Feirep. Un golpe bajo a la gestión de Correa, pero que en los medios de izquierda se asumió como un triunfo del economista que desafiaba a las multilaterales. A su regreso el vaso se desbordó por completo. El canciller Parra relató en una entrevista a TC Televisión que estuvo presente ese miércoles 3 de agosto cuando Palacio llamó a Correa para pedirle explicaciones por su negociación de bonos con Venezuela. Entre otros casos no estaba claro si se trataba de una negociación gobierno a gobierno o a través del mercado neoyorquino. El presidente le pidió un informe a su ministro. ¿Fue grosero con su subalterno? Parra obvió responder esa pregunta. Pero Correa consideró que “son informes que se piden en un tono

que claramente dice ‘presénteme la renuncia’, y como yo nunca me he aferrado a un cargo ni lo he buscado, se la presenté en el término que me tomó redactar la carta y el informe”, relató en una entrevista. En efecto, esa misma noche comenzó a empacar sus cosas con la ayuda de su fiel edecán, Rommy Vallejo, que posteriormente sería secretario de Inteligencia de la revolución ciudadana. ¿Una renuncia con piola? La carta, con fecha 4 de agosto, no lleva las palabras de cajón para estos casos de “renuncia irrevocable”. Circularon muchas versiones alrededor de la salida del ministro más popular de ese gabinete, un verdadero éxito político, considerando que estaba a cargo de un sector tan árido como economía y finanzas. Algunos aseguran que las cosas llegaron a un plano personal que sobrepasó cualquier problema de gestión ministerial. Otros señalan que en realidad el ministro no quería irse y que hubo negociaciones durante dos días. Incluso se comunicó con ciertos sectores políticos en busca de respaldo, como el alcalde de Guayaquil, el socialcristiano Jaime Nebot. Otros indican que decidió hacerlo porque era el mejor momento para salir y dedicarse a su futura candidatura presidencial. En el cuarto párrafo de su carta de renuncia, publicada por diario Expreso, Correa relieva: “tengo que manifestarle, con todo respeto, que no entiendo su disgusto por supuestos compromisos internacionales adquiridos por mí sin su conocimiento. Temo que el verdadero problema son las fuertes presiones para impedir cualquier relación con un país hermano como Venezuela y como corolario de ello la desconfianza en mi labor como ministro de Economía y Finanzas”. Había puesto tanto empeño que no podía irse de un día para el otro, por lo que finaliza pidiendo: “Le agradecería, señor Presidente, me permitiera en una semana presentar el respectivo informe de labores así como la propuesta económica que hemos preparado en este Ministerio y que pensábamos ponerla en consideración del país”.

Cuando el ministro renunció, sus subsecretarios Barreiro y Ortiz estaban fuera del país negociando el tema de los bonos. En diciembre de 2005 Ecuador emitió 650 millones en estos papeles a una tasa de 9,375%, los llamados bonos global 2015. La operación tuvo el apoyo de Deutsche Bank y JP Morgan, y se hizo en el mercado de Nueva York. Venezuela compró unos veinticinco millones de dólares, según fuentes cercanas a esa venta. El desarrollo de la transacción se mantuvo en andariveles técnicos. Mientras, Correa se había subido ya en el caballo de la política. Desde la noche del miércoles 3 de agosto no volvió al ministerio, mientras que radio La Luna pedía a la gente que saliera a las calles para apoyarlo. Esa noche y al día siguiente hubo algunos manifestantes que salieron a apoyarlo, lo poco que pudieron conocerlo en esos meses les bastaba para saber que encarnaba al nuevo líder de izquierda. De hecho, en su rueda de prensa en Ciespal, no dudó en realzar el tema de los bonos con Venezuela. Muchos de sus amigos más cercanos acudieron a su casa la noche del jueves, incluyendo Pablo Dávalos, que ya había salido del ministerio. Ese ambiente, sumado a la efervescencia que despertó su salida, confirmó sus presentimientos. El camino estaba abierto. El viernes 5 de agosto Rafael Correa, luego de la despedida de los empleados del ministerio, tomó un avión a Guayaquil. Sus excompañeros de la UCSG se organizaron enseguida y lo fueron a recibir al aeropuerto para expresarle su respaldo. Inclusive hubo una pequeña manifestación de apoyo en las afueras del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), en el Malecón 2000. Se hospedó en la casa de uno de sus amigos. La noche siguiente se reunió con su hermano y sus más cercanos amigos en el Café del Cerro, en las escalinatas del cerro Santa Ana. La hermosa vista del río Guayas, el ambiente acogedor y la conversación cómplice sobre tiempos de juventud lo cobijaron en ese momento de desasosiego. Cuando comenzó la guitarreada,

hicieron pasar a Rafael al tablado para que se explayara cantando. El propietario, Octavio Villacreses Peña (futuro concejal y asambleísta de Alianza PAIS), escribía en una pizarra de tinta líquida donde estaban los menús. Cuando Rafael la veía, leía efectivamente la carta de platos, pero mientras el exministro cantaba, Villacreses mostraba al público el lado que anunciaba “Rafael Presidente”. Las risas y los aplausos desconcertaban al cantante, quien ignoraba la broma; para muchos ya no se trataba de un guiño de ojo. Esa misma noche una compañía de seguridad le puso a disposición dos camionetas, una en Quito y otra en Guayaquil, para que comenzara su trabajo proselitista. Y así es como comenzó esta historia...

VI Los astros se alinearon “no dejaba sin esclarecer un solo detalle de cuanto conversaba con los hombres y mujeres que había convocado en torno suyo llamándolos por sus nombres y apellidos como si tuviera dentro de la cabeza un registro escrito de los habitantes y las cifras y los problemas de toda la nación” Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca.

Su mano daba vueltas en el interior del bolsillo, recorría las costuras y sus esquinas con la esperanza de encontrar el pendrive donde había guardado su presentación. El público esperaba. El exministro no tuvo más que rendirse ante la evidencia: a través del hueco de su ropa pasó su dedo y lo mostró al auditorio, por ahí se le había escapado el dispositivo. Resonó una carcajada general. La espontaneidad del gesto de Rafael Correa cautivó a los asistentes, que querían escuchar el relato sobre su gestión en Economía y Finanzas. Ese día en el anfiteatro de la Flacso en Quito no necesitó de los gráficos que había preparado y a capella comenzó a explicar sus 106 días en el ministerio y su perspectiva sobre la economía ecuatoriana. Era la novedad, la estrella del momento, y él aprovechó ese empujón político que le dio el paso por el gabinete de Alfredo Palacio. Al final de la conferencia, arrancó aplausos entusiastas. Correa le había pedido al presidente, en su carta de renuncia del 4 de agosto, que le permitiera presentar su informe de labores y una propuesta económica que tenía preparada. La demanda no tuvo acogida oficial. De todos modos, el exministro comenzó la difusión

por cuenta propia y lo expuso en cuanto escenario se le presentó. En algunos casos se trataba de invitaciones espontáneas; así llegó hasta Manabí para hablar con los estudiantes politécnicos en Calceta, y en otros se las apañó para que lo llamaran a foros ciudadanos, como en Santo Domingo de los Colorados, donde consiguió la atención de la prensa y de los caciques locales. En pocas semanas visitó varias poblaciones del país tratando de demostrar la eficiencia de su trabajo, las proyecciones sobre la política ecuatoriana y su perfil de izquierda. En ciudades y pueblos exponía para concurrencias reducidas y, aunque todavía faltaba más de un año para las elecciones, esbozó con trazo firme su figura de precandidato presidencial. A la par de construir una figura pública, en Economía y Finanzas el exministro había consolidado la amistad con Ricardo Patiño, a quien llamó el 15 de junio de 2005 para que fuera su asesor y un mes después lo nombró viceministro de Economía. Rafael Correa explicó a New Left Review, en 2012, que él lo animó a dar el paso decisivo: “Me dijo que no podíamos desilusionar a la gente y dejar sin colmar las expectativas que habíamos creado. ‘Recorramos el país, creemos conciencia y formemos un movimiento político para conquistar la presidencia’, dijo [Patiño]. Porque teníamos claro que, para cambiar el Ecuador, había que conquistar el poder político”. Las visitas a las provincias para explicar un árido informe económico se convirtieron en acción proselitista, sin dinero, sin estrategia, guiados por la intuición. Sin embargo, en una entrevista en el programa La Televisión, el candidato Correa aseguró que muchas de esas conferencias fueron pagadas y que con ellas recaudó casi medio millón de dólares… Su amigo Alberto Acosta también apuntaló la aspiración desde el inicio. A los pocos días de la salida del ministerio, argumentó en su columna semanal del desaparecido diario Hoy: “El intento por cambiar de rumbo en la economía sacudió el tablero. Los planteamientos del recientemente defenestrado ministro de

Economía, Rafael Correa, que apenas comenzaban a cristalizarse, fueron rechazados desde el inicio por los banqueros, los acreedores de la deuda, la banca de inversión, los organismos multilaterales de crédito, algunas transnacionales petroleras, algún padrino tuerto de la oligarquía criolla y la embajada, contando siempre con el concurso de sus recaderos: los economistas ortodoxos, conservadores y prudentes (OCP). Los ‘yerros’ de Correa —según ellos— precipitaron su caída... La salida de Correa lejos de alimentar el desencanto hay que verla como una oportunidad. Inclusive abre la puerta a la esperanza. Su corta gestión sentó algunas bases concretas para cambiar el rumbo. Transformó el discurso en práctica. El pensamiento alternativo y las palabras se convirtieron en hechos. Demostró que otra agenda de política económica es posible. Pero no es menos cierto que esta experiencia enriquecedora nos enseña que un ministro solo no cambia la correlación de fuerzas dentro de un gabinete. Legitimidad que exige una propuesta ganadora, que sintonice la demanda popular y que canalice su simpatía en la construcción democrática de una estrategia contra hegemónica. La disputa real no sólo es por la agenda; ¡en juego está el poder!”. Paralelamente, Acosta organizaba reuniones en su casa y en su oficina con cercanos de la izquierda intelectual quiteña, para discutir sobre la embrionaria propuesta. Además de Acosta y Patiño, Fander Falconí Benítez, Hugo Jácome Estrella, Javier Ponce Cevallos, Jorge Jurado Mosquera, Antonio Ricaurte Román, Augusto Barrera Guarderas y Virgilio Hernández Enríquez conformaron el primer Club de Tobi, bautizado así por su monolítica configuración masculina y porque parecía más un grupo de amigos que una iniciativa política. La alusión rememoraba la tira cómica La pequeña Lulú, en la que Tobi tenía un club con un cartel que advertía: “No se admiten mujeres”. Pocos seguirían firmes en el camino hasta la primera vuelta. Ponce adujo que prefería seguir su lucha desde los medios, ya que

era un reconocido periodista y editorialista, primero en el diario Hoy y luego en El Universo. Ricaurte abandonó las reuniones para unirse a la campaña de León Roldós, que para entonces se perfilaba como el candidato ganador. Barrera y Hernández dieron un paso al costado, ya que consideraban que la iniciativa “pro Rafael” se podía convertir en un proyecto autoritario y preferían afianzar su movimiento. Pero ambos volvieron para la segunda vuelta y resultaron puntas de lanza de la revolución ciudadana durante la Presidencia de Correa, sin que el autoritarismo les molestara en lo más mínimo durante diez años. Correa ejercía un encanto sobre esos nuevos amigos de su etapa profesional: a la complicidad de un pensamiento similar se unía su facilidad para comunicarlo. En parte gracias a que él poseía esa inasible cualidad que se llama carisma, que palpita en quien tiene una fe ciega en sí mismo y que permite atraer a otros hacia su persona. Desde el inicio, en nombre de esa ventaja, él se alzó como el precandidato y manejó las distintas capacidades de quienes lo rodeaban y de los que se fueron sumando a la aventura de la campaña. Por un lado, la gente de izquierda, militantes e intelectuales, que veían en su figura la posibilidad de encarnar un proyecto político. En el otro, las personas con las que se conectaba en una visión más pragmática para llevarlo a conseguir el poder, sin que por ello comulgaran en un plano ideológico, muchos de ellos amigos de larga data en Guayaquil. Su inagotable capacidad de trabajo, su facilidad para aprender y el dominio del mando marcaron este camino. Una vía comenzó después de la mediática renuncia y del fin de semana que pasó en su ciudad natal. El 7 de agosto volvió de Guayaquil en carro, enseguida se entrevistó con su viceministra Magdalena Barreiro para disuadirla de dirigir esa cartera de Estado como le había propuesto Palacio. Barreiro, una mujer firme y de ideas propias, se mantuvo en su posición y encabezó el ministerio hasta diciembre de ese año. Sin embargo, Correa no se desconectó

de cuajo; se quedaron algunos de sus subsecretarios: Patiño y Juan Carlos Toledo salieron el 22 de ese mes, fechas con las que fueron publicadas sus renuncias en el Registro Oficial. Fausto Ortiz volvió semanas más tarde como subsecretario de Barreiro. Con esa continuidad, el débil gobierno de Palacio calmaba las protestas por la separación de Correa, ya que garantizaba que se mantendría su línea. Entre tanto, la posición del economista hacia la Universidad San Francisco estaba clara: la demanda por “franco despido intempestivo” se puso en marcha y se resolvió con rapidez a principios de septiembre de 2005. Apenas se hizo pública la salida de la USFQ, le ofrecieron un puesto en la Universidad Andina Simón Bolívar. Durante aproximadamente dos años había dictado unos cursos y mantenía una buena relación con el rector de entonces, el socialista Enrique Ayala Mora, aunque durante el gobierno de AP, Correa arremetería en varias ocasiones con ferocidad en contra de Ayala y de la UASB. Pero el economista rechazó la oferta, quería entrar de lleno en la política y al parecer tenía cómo mantener a su familia sin esos ingresos. Hasta ahí llegó el profesor universitario, a partir de entonces nació, frontalmente, el político. En esa nueva etapa integró y mezcló las redes que había tejido a lo largo de sus 42 años. La instalación en el local de la Whymper y Almagro selló su nacimiento como candidato. Unos 80 metros cuadrados acogieron a los primeros cómplices, en unas pocas oficinas con una sala de reunión. Según Correa, en su nuevo despacho realizaba consultorías privadas luego de su salida de la USFQ. Si en realidad fue así, en muy poco tiempo, dio un viraje de timón y se convirtió en la central de un candidato. Ricardo Patiño entró de lleno en la incipiente organización cuando dejó su subsecretaría y fue reemplazado por Armando Rodas Espinel —quien también sería ministro de Finanzas de Palacio y estaría envuelto en los Pativideos, uno de los primeros escándalos del gobierno de Correa—. Patiño

comenzaría un trabajo metódico: los lunes viajaba a Quito para planificar la semana y regresaba para armar la estructura en Guayaquil. Él ya tenía experiencia pues, en la campaña presidencial de 1996, organizó en Guayaquil una central al empresario quiteño Rodrigo Paz Delgado, candidato de la Democracia Popular. De hecho, en pocas semanas en 2005 logró juntar a algunos grupos de apoyo a la iniciativa. Patiño, un economista graduado en México, que luego de su trabajo con los sandinistas en Nicaragua regresó al Ecuador, militó en el socialismo, siempre trabajó de cerca de los sindicatos socialistas y organizó Jubileo 2000, un movimiento antideuda externa. El exviceministro de Economía emprendió su labor proselitista con las redes de esos sectores de izquierda en Guayaquil y en el sur del país. Otra de las convocadas a la oficina de la Whymper: la abogada sindicalista Betty Amores, viceministra de Trabajo de Galo Chiriboga en el gobierno de Palacio. Según ha contado en varias ocasiones, las dificultades que tenía con el subsecretario José Serrano y el camino que estaba tomando el nuevo gobierno —que giraba cada vez más a la derecha— la llevaron a renunciar de manera espontánea en solidaridad con Correa. Lo hizo en los micrófonos abiertos de radio La Luna, que convocó a defender el cargo del ministro. Aunque no mediaba una amistad con él, dio ese paso por simpatía ideológica. Su nombramiento como viceministra se produjo por su cercanía con Galo Chiriboga, con quien había trabajado en el Ildis junto a Alberto Acosta. Cuando la convocaron a la oficina de la Whymper, ella se ocupaba también de armar la estructura y recurrió a sus conocidos de la izquierda, como el Movimiento Revolucionario de los Trabajadores (MRT), una organización sindicalista cercana a los socialistas donde conoció en su juventud a los hermanos Raúl y Ricardo Patiño Aroca. Rafael Correa nunca había participado en una campaña real, su experiencia se limitaba a la política estudiantil, pero el instinto lo

guio en esos primeros pasos. Por eso dio a la comunicación un papel estelar y siguió con Juan Carlos Toledo, quien trabajó con eficiencia en el ministerio dada su experiencia en el Grupo Nobis. Más adelante, su amigo scout José Luis Cortázar —quien ocuparía varios cargos en el gobierno, el último de los cuales fue la gerencia de Petroecuador en 2016, tras la renuncia de Pedro Merizalde por el escándalo de los Papeles de Panamá— sería uno de los encargados de la seguridad. Françoise Villalba —quien trabaja en el equipo de secretarias de la Presidencia de la República— era la secretaria. Entonces el exministro, la exviceministra y el exviceministro del gabinete de Alfredo Palacio trabajaban muchas horas para sacar adelante la naciente candidatura. Correa hacía sus desplazamientos en una camioneta Mazda doble cabina y en su propio carro, dispuesto a comer donde fuera, no tenía problema en pasar incomodidades o complicaciones, pero exigía lo mismo de los otros. La tarea era titánica. Su presencia constante en los medios y su discurso fogoso lo habían catapultado en la esfera pública como reseña el 7 de agosto de 2005 el periódico digital Ecuador Inmediato: “Correa era el ministro más popular del gobierno de Palacio, según las últimas encuestas, que le daban un 57,4 por ciento de confianza, casi 20 puntos porcentuales más que la del propio presidente, que tenía apenas el 38,12 por ciento”. Sin embargo, estas encuestas de popularidad ministerial casi siempre determinan la opinión urbana y de la población más informada, y no reflejan cuán conocida es una persona a nivel nacional. En las primeras mediciones electorales, al exministro apenas lo conocía 4% de la población. Sin embargo, al evaluarlo como precandidato tenía varios puntos a su favor: una gran posibilidad de crecer, pocos negativos (no tenía antecedentes políticos, su imagen creció fuera de los partidos y de los políticos tradicionales), era joven y un buen comunicador. En el análisis estratégico que hizo el pequeño grupo, el precandidato contaba con una ventaja: la competencia evidenciaba sustanciales flaquezas.

En efecto, los otros posibles candidatos cargaban con importantes lastres, comenzando por el último mandatario destituido que todavía figuraba como un actor relevante. Desde su caída, Lucio Gutiérrez se había convertido en un exiliado errante; partió a Brasil, donde obtuvo un asilo que declinó casi enseguida; después pasó a Estados Unidos, Perú y Colombia (donde le concedieron un segundo asilo al que renunció en menos tiempo aún). Desde la frontera norte lanzaba consignas contra el gobierno de Palacio, hasta que regresó al país, donde fue detenido en Manta apenas aterrizó el 13 de octubre de 2005. Hubo partidarios que lo recibieron en el aeropuerto y otros en las afueras del penal García Moreno, nada masivo. El futuro político del expresidente no estaba claro y al parecer era un contendor menos, a pesar de que gozaba de una buena aceptación fuera de la ciudad de Quito. Gutiérrez estuvo privado de su libertad durante tres meses y después la justicia no le permitió presentar su candidatura, pero él y su partido siguieron en el trabajo de puerta a puerta como lo habían hecho en la campaña de 2002, en la que obtuvieron el triunfo electoral. Más a la derecha del tablero también se abría un gran interrogante. Álvaro Noboa Pontón había perdido las dos últimas elecciones en la segunda vuelta electoral, contra los depuestos Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez. El hombre más rico del país saltó a la palestra pública en 1997, cuando en el gobierno de la “Fuerza de los pobres”, presidido por Abdalá Bucaram, fue nombrado presidente de la Junta Monetaria. Noboa no representaba a la derecha tradicional de los socialcristianos; su estilo simple, mesiánico y asentado en su fortuna, lo convertían en un candidato que movilizaba al electorado pero con debilidades. En la centroizquierda, donde él aspiraba situarse, estaba León Roldós Aguilera, el candidato con mayor intención de voto, que se había mantenido durante meses en un sólido 26%. El exvicepresidente de la República (designado por el Congreso tras la muerte de su hermano Jaime Roldós en 1981) podía jactarse de su

hoja de vida: un abogado reconocido, una exitosa gestión como rector de la Universidad de Guayaquil, militó en el socialismo, ostentaba dos candidaturas a la Presidencia de la República (1992 y 2002), y en la segunda ocupó un sorpresivo tercer puesto, y tenía un discurso coherente y sosegado. Roldós conocía a Correa desde siempre. Conoció a su abuela Sarita, ya que ambos trabajaron en el Municipio de Guayaquil con Assad Bucaram. Conoció al sexto Rafael, cuando este último pasó de la gobernación de la dictadura al municipio y hasta fueron parientes políticos, ya que su primera esposa, Mercedes Icaza, era prima de Rafael Correa Icaza. Y trató al séptimo Rafael en su juventud cuando su sobrina, Martha Roldós Bucaram, mantenía una cercana amistad en la UCSG. En búsqueda de lanzar una sola candidatura, el economista y sus amigos se acercaron a esta precampaña y conversaron, pero no llegaron a ningún acuerdo. En realidad, el no alineamiento del exvicepresidente con la llamada a una constituyente, el eje central del proyecto de Correa, diluyó cualquier posibilidad. Entonces, la búsqueda de coaliciones se amplió a otras fuerzas de izquierda, movimientos ciudadanos y partidos. Correa entabló negociaciones con la dirigencia del Partido Socialista Frente Amplio (PSFA), la fusión del Frente Amplio de Izquierda (FADI) y del socialismo tradicional. Durante meses hubo varios encuentros entre ambos grupos. Desde un inicio su cúpula estuvo dividida entre el apoyo incondicional al candidato naciente, quien quería el apoyo del partido pero rechazaba identificarse plenamente como un socialista, o una alianza con límites y acuerdos. Un fraccionamiento que llevaría a la desmembración del partido durante el gobierno de Correa. Los incondicionales como Patricio Zambrano, Silvia Salgado, Rafael Quintero y Erika Silva apoyaron en todo a su gobierno; a pesar de algunos desaires contra la organización y se quedaron con el partido, que volvió a llamarse Partido Socialista Ecuatoriano, en 2015. Otros más cuestionadores,

como el propio Ayala, mudaron su soporte inicial en oposición. A principios de junio de 2006, se hizo público un acuerdo entre el movimiento PAIS y el PSFA, el único partido tradicional que lo apoyaría explícitamente. El movimiento indígena —que nació con fuerza en los noventa pero que se fue debilitando y dividiendo desde la presidencia de Abdalá Bucaram— también constaba entre sus objetivos. Correa trató en varias reuniones de conformar un binomio con el líder de la Conaie, Luis Macas. Él se había acercado a ese sector desde el ministerio, apurando partidas y asistiendo a encuentros. El movimiento era cercano a Alberto Acosta y, además, movilizaba a sus integrantes en los temas sobre los que Correa estaba construyendo su plataforma: la Constituyente, la no firma del Tratado de Libre Comercio, la salida de la base militar estadounidense de Manta, el rechazo a cualquier acuerdo con la OXY. Correa logró que uno de sus aliados, César Umajinga, prefecto de Cotopaxi y con el cual reanudó sus vínculos de Zumbahua cuando ocupó el ministerio, lo llevara a una asamblea de Pachakutik, el brazo político de la Conaie. Entonces tuvo que enfrentar uno de sus primeros tropezones públicos. El 2 de octubre de 2005, Correa se subió al podio del IV Congreso Nacional del movimiento y habló en kichwa. ¿Sorprendente? Esta vez su capacidad de seducción no le funcionó: muchos dirigentes lo tomaron como una actitud folclórica. Enseguida Auki Tituaña, el exitoso alcalde de Cotacachi (Imbabura), le respondió en inglés. No era fácil convencer a ese auditorio. El movimiento indígena se sentía traicionado por el coronel Gutiérrez, su apoyo a los mestizos produjo efectos contraproducentes, por lo que estos acercamientos los cogían con pinzas. Aunque hubo negociaciones intensas durante varios meses finalmente no se concretaron. De hecho, Correa propuso unas primarias para saber si su líder histórico y presidente de la Conaie, Luis Macas Ambuludí, sería su candidato a la Presidencia o a la Vicepresidencia. Las

primarias nunca se llevaron a cabo por negativa del movimiento y postularon candidaturas separadas. En el escenario político a fines de 2005 prevalecía una línea que atravesaba el país entero: el hartazgo del manejo de las cúpulas de los partidos, lo que se popularizó con el sobrenombre de “partidocracia”. Este alias servía para satanizar a los partidos, condenar los acuerdos políticos en el Congreso y, en general, el funcionamiento y la legitimidad de la representación del Legislativo. Correa asumió esa saturación como su bandera y se reunía con quien podía para concretar esta aspiración. Se manejaba en un doble andarivel. El primero era su posición de neófito, un recién llegado al tablero, por lo que escuchaba con atención a todos los que se le acercaban con más experiencia. En el otro borde usaba esa debilidad como su fortaleza, ya que por su no contaminación con el mundo político se catapultaba como la única opción. Por eso llegó a un nivel de entendimiento con algunos movimientos y con grupos de Quito, Guayaquil y de provincias. En octubre y noviembre hubo varias reuniones que se emprendieron para armar los estatutos de la nueva formación, cuyo nombre o estructura no estaban definidos, pero se trabajaba en memorandos y listas para la directa aprobación de Correa y Patiño. La agitación política que movía Correa no pasó desapercibida para Gustavo Larrea Cabrera, un político quiteño de larga data, quien había formado Iniciativa Ciudadana con un objetivo categórico: la convocatoria a una constituyente. Larrea, reconocido por su sagacidad, entendía el momento antipolítico. Bajo ese estandarte y como fluía entre los movimientos sociales cooptó varias organizaciones. Cuando los estertores “forajidos” comenzaron a enfriarse, él no paró de organizar reuniones, encuentros y charlas con las fuerzas políticas que promovían un cambio radical a través de una nueva Constitución. Larrea había recorrido todos los senderos políticos: en su juventud militó en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR),

una organización estudiantil radical y marxista que se enfrentaba a las dictaduras de los setenta. Una curiosidad histórica: el MIR se jacta de su “conquista histórica” por la eliminación de los exámenes de ingreso a la universidad en esa década, es decir, la línea opuesta a los lineamientos de Correa para la educación superior… En el MIR también militó Lenín Moreno, ambos se conocieron en esos años. En 1994, Larrea fue elegido diputado por Acción Popular Revolucionaria Ecuatoriana (APRE), partido entonces dirigido por el general Frank Vargas Pazzos, de quien fue su subsecretario cuando al militar retirado lo nombraron ministro de gobierno de Abdalá Bucaram. Además, trabajó como director regional de la Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos (Aldhu), una reconocida organización no gubernamental que en 2008 fue cuestionada por sus supuestos nexos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), lo que coincidió con la segunda vez que Larrea cayó en desgracia en el gobierno de la revolución ciudadana. Correa y Larrea se habían conocido en un par de foros. La mediática gestión ministerial de Correa y el malestar social que se vivía llevaron al político quiteño a juntar las piezas y no dudó en acercarse al economista. Rafael Correa no veía mal cualquier ayuda, pero Larrea tuvo que luchar para ser integrado en la cúpula. En el buró se aglutinaban tan variadas vertientes de izquierda, que se conocían de viejas militancias y de múltiples desencuentros ideológicos, que los recién llegados a la Whymper tenían un aire advenedizo para los integrantes originales. Sin embargo, su capacidad política le permitió en poco tiempo ingresar a la dirigencia de la naciente campaña. Para noviembre de 2005, en un acto reservado en el hotel Amazonas, los representantes de Iniciativa Ciudadana se adhirieron a la precampaña. Esta organización se diluiría con el embrionario Alianza PAIS. Tan solo cuatro meses después de su renuncia ministerial, el 3 de diciembre de 2005, Rafael Correa Delgado lanzó su precandidatura presidencial, estaba nervioso pero feliz. De hecho, la

sonrisa no se le borró todo el día del rostro, el primer paso estaba dado. La UASB le prestó sus instalaciones para el acto —una costumbre que la universidad ha mantenido con los más diversos sectores políticos, satanizada en varias ocasiones por el presidente Correa—. Al paraninfo de la Andina acudieron grupos organizados y representantes de provincia, movilizados durante las visitas de Correa y por el trabajo de Patiño, Amores y Larrea. Este encuentro, por supuesto, tuvo su manifiesto, y en la primera página de sus principios se proclama: “impulsamos un cambio de época para recuperar el Ecuador que durante más de 500 años de ignominia y explotación, nos han robado los ambiciosos, los corruptos y los destructores de sueños que medran de las necesidades de los pobres de nuestra tierra”. Algunos periódicos consignaron una pequeña nota de ese hecho, aunque podía ser irrelevante y diluirse en el tiempo como tantos otros, el imán que ejercía el precandidato en los medios promovió ese espacio en sus páginas. Unos dicen que hubo 40 personas, otros sostienen que llegaban a cien. En todo caso, de esa primera reunión emergió el candidato antipartido y antiorganización social. Ese gen se mantendría por siempre en el ADN político del movimiento. Sin una organización partidista clara, se abrió la puerta para que todo se definiera a través de su líder, de él dependería la organización del movimiento, la cercanía o distancia de su persona determinaría el destino de los otros. La reunión en la Andina dio el pistoletazo de partida con el que Rafael Correa entró de lleno en la carrera. En un principio solo él, Patiño y Amores movilizaban el tema de organización; él sabía, y lo repetía, que no podía limitarse a los apoyos de los pequeños grupos de izquierda ni a las disquisiciones del Club de Tobi. A pesar de su falta de experiencia, intuía que debía ampliar su perímetro. Al principio, con sus más cercanos renegó sobre la aproximación de su hermano Fabricio (una costumbre que mantendría en su gobierno), pero a las pocas semanas la adhesión fraternal era evidente y

abierta. El mayor de los Correa ha asegurado, cada vez que ha tenido la oportunidad, que fue él quien se dedicó a recolectar fondos para la campaña, aunque los tesoreros fueron el exsubsecretario Fausto Ortiz y posteriormente su compañero de la Católica, Camilo Samán Salem, a quien se lo inscribió como el tesorero oficial de la campaña. Pronto, muy pronto, en la oficina de la Whymper un equipo funcional, alejado ideológicamente de Patiño y del Club de Tobi, comenzó a trabajar. Ellos moldeaban la candidatura, aunque Correa había hecho buenas amistades en Quito y entendía la idiosincrasia serrana, con la cercanía de estos guayaquileños volvía a sus orígenes y se sentía como pez en el agua. De hecho, la distancia que mantenía con sus nuevos colaboradores se borraba apenas volvía a ver a sus amigos de siempre. Con ellos se permitía las malas palabras y hablar en doble sentido, actos de confianza vetados para los otros. Algunas características que definieron al movimiento cuajaron en este grupo de Guayaquil. Por ejemplo, la idea de que PAIS fuera el acrónimo de Patria Altiva I Soberana surgió de Fabricio Correa. Quienes comenzaron a organizar el movimiento rondaban alrededor de denominaciones como Alianza Ciudadana o Movimiento Ciudadano Esperanza. También se jugaba con la posibilidad de cambiar MAIS —un grupo de fugaz existencia que había dirigido Larrea— por PAIS. Al pensar y repensar esta idea, el mayor de los Correa la concretó con el juego de palabras. En cambio, el color verde lo encontró el propio precandidato en un viaje internacional de donde trajo la camiseta con el tono que marcaría al Ecuador: verde manzana, verde flex, verde agua, verde fosforescente, un tono difícil de determinar. En todo caso en el Pantone (la escala de color) al verde se lo define con estas particularidades: “A nivel psicológico el verde, por su situación transicional en el espectro, está en el centro del arcoíris entre los fríos y los cálidos. Es un color de gran equilibrio, porque está compuesto por colores de la emoción (amarillo que es cálido) y del

juicio (azul que es frío)”. ¿Remembranzas de su campaña en la universidad? Puede ser, ese era un tono muy parecido al que usó en las elecciones universitarias. ¿Corazonada? También. Los estrategas lo consideraron un acierto. En esa época había entrado con fuerza en Ecuador la telefónica celular Movistar, con su logo en “verde lima” —así lo define la empresa— y azul. El país estaba inundado con ese color y la campaña podía aprovechar ese impulso. También con eficiencia y celeridad se estructuró la parte técnica y así llegaron los publicistas, asesores y encuestadores. Para contratar a un publicista se organizó un concurso relativamente formal pero pequeño entre agencias de Quito y Guayaquil. Juan Carlos Toledo llamó a su amigo Vinicio Alvarado, quien en ese entonces manejaba su agencia Creacional, para que participara. Alvarado ostentaba una buena carrera en el mundo del mercadeo político, ya que había trabajado en la primera campaña presidencial de Abdalá Bucaram y participado en las campañas socialcristianas de Isidro Romero (diputación) y de Jaime Nebot (segunda vuelta presidencial). Correa y Alvarado compartieron los patios del recreo del San José, aunque Correa es menor, por lo que su conexión no data de esos tiempos. El publicista presentó un video conmovedor sobre Correa con la canción “Sueños”, original del cantautor argentino Diego Torres, adaptada e interpretada por Quino Orrantia, vocalista y tecladista pop famoso en las décadas de los ochenta y noventa. También llevó un eslogan preparado: “Dale Correa”. La propuesta batió a las otras por su calidad. De Alvarado también nació la idea del uso de la correa, “para castigar a los corruptos” en asociación con el apellido del candidato, un símbolo que ya había usado Abdalá Bucaram diez años atrás. Alvarado entró por la puerta chica, desde la publicidad y el mercadeo, con gran habilidad saltó primero hasta la dirección de la campaña y luego se propulsó como el hombre duro del régimen. “Él es tan eficiente como Rafael. Al igual que él, duerme pocas horas y es muy competitivo pero, además, es un témpano para tomar

decisiones, y en eso lo aventaja”, cuenta un cercano. Él conocía la política y la comunicación desde siempre: su padre Humberto Alvarado Prado fue radiodifusor y concejal socialcristiano en Quevedo (Los Ríos), más tarde ocuparía una curul como asambleísta de PAIS. El publicista se sumaría al grupo de los costeños no ideológicos, o al menos no de izquierda, que le dieron el impulso que el candidato necesitaba. A la precandidatura llegó como consultor y estratega político Ralph Murphine, con 65 años en ese entonces, un experimentado asesor estadounidense de gran prestigio, quien entre sus más de 500 campañas había asesorado a Mijail Gorbachov, Bill Clinton y Hugo Chávez. En Quito, donde vive desde hace treinta años, se lo considera el padre de la consultoría política local. Él asesoró las campañas de Nebot y Jamil Mahuad. Murphine, al contrario de los otros postulantes, escuchó al equipo, analizó la realidad nacional y adaptó las propuestas. Murphine presentaba una ventaja adicional: a pesar de su fama, su tarifa era muy asequible. Para muchos la entrada de Murphine marcó la diferencia, pero la relación con el candidato no se mantuvo en un lecho de rosas. Correa para ese momento había perdido la frescura que lo caracterizaba en las aulas. Su nivel de exigencia y el estrés, que poco a poco lo iba sometiendo, marcaban un permanente ceño fruncido, solo con sus amigos más cercanos lograba relajarse. Unos pocos aseguran que mantenía su simpatía y que seguía siendo agradable. Su carácter ansioso lo llevó, en abril de 2006, a una primera ruptura con Murphine. En una entrevista periodística tres meses más tarde, el consultor contó las razones del distanciamiento: “Yo creo que Rafael es una persona bienintencionada porque hace las cosas con el corazón, es brillante, inteligente, joven y tiene ideas nuevas... Pero es muy centrado en sí mismo… Él tiene sus ideas, no le gusta el debate y la política es abierta… Lo que pasa es que rechaza un consejo en una primera conversación; en una segunda reunión ya lo

acepta más. Otra cosa que no me gusta, y se lo dije, es que quiere atacar a todos. La política es para sumar...”. Murphine entraría y saldría de la campaña en más de una ocasión y, a pesar de los enfrentamientos, durante el gobierno, trabajó al lado de Correa como su asesor en varios períodos. El consultor gringo les aconsejó tener su propio encuestador, y por su recomendación contrataron a Santiago Pérez, de la encuestadora Santiago Pérez Investigación y Estudios, quien trabajó y se formó en Informe Confidencial, la firma ecuatoriana de asesoramiento político más reconocida nacional e internacionalmente. La travesía de Pérez en los diez años de revolución ciudadana ha estado envuelta en la polémica, es casi el encuestador oficial con reiterativos contratos, sin embargo, sus errores en algunos procesos electorales le valieron condenas públicas. En 2006 las encuestas comenzaron a trazar el perfil del candidato: su nivel de conocimiento, los negativos, las redes que podía armar. Para febrero, según las encuestas de Pérez, Correa tenía casi 10% de la intención de voto. La organización de base se instituyó a través de los llamados comités familiares, una forma que rompía con los tradicionales comités electorales. Intencionalmente, la campaña obvió a las organizaciones sociales y a sus dirigentes para establecer células. Inspirados en las movilizaciones familiares y ciudadanas de los “forajidos” en Quito, se trazó un camino diferente: a cada ciudadano que simpatizaba con el movimiento se le encargaba la difusión del mensaje y del candidato en su familia y en su barrio. Patiño en Guayaquil había integrado a otro antiguo socialista de larga data, Gustavo Darquea, para armar esta estructura. Otro tanto se ocupaban Larrea y Amores en Quito y en la Sierra. Como pocos conocían al precandidato, para contrarrestar esta debilidad se grabó un video sobre su vida, donde se esbozaba a un joven luchador que había surgido solo a partir de su esfuerzo. Se imprimieron más de cien mil CD que se repartían a los comités familiares. Un recurso

que no se desperdiciaba: los voluntarios volvían a los barrios para preguntar si ya lo habían visto e insistían para que la gente lo hiciera. Según los militantes de izquierda, esta estrategia permitió grandes éxitos; los otros, los pragmáticos, minimizaban y se burlaban de su alcance, para ellos el método solo llegaba a unas pocas “chancletudas”, el apodo de las militantes de izquierda en la Costa. También se integró Patricio Chávez Zavala —que sería casi ocho años embajador en Rusia donde había estudiado la universidad, y gerente de la quebrada Tame— a la dirección de AP de Pichincha. Larrea y Chávez encontraron una pequeña joya: la casa de la avenida De los Shyris. Una enorme residencia en la arteria quiteña, situada casi frente a frente de la tribuna de los Shyris, la tarima construida en los años setenta en el borde del parque La Carolina para actos cívicos, que se ha convertido en el núcleo de manifestaciones ciudadanas de distinta índole. Desde entonces esa central de campaña se erigió en otro de los símbolos de la revolución ciudadana; los sucesivos festejos electorales se han focalizado en ese lugar: se arman tarimas, bailes y proclamas verdes cada vez que la ocasión lo amerita. En la primera campaña el nuevo local reflejaba el espíritu de la candidatura. La estrategia se centró en la oficina de la Whymper y el trabajo intelectual se desplazó a la casa de los Shyris. Allí desembarcarían los restantes miembros del Club de Tobi para estructurar el plan de gobierno. Allí se hicieron largas y sesudas reuniones de trabajo, en las que se dibujaba al país soñado, grupos y talleres sobre cada tema, manejados por Alberto Acosta, y apoyados por Fander Falconí y Betty Amores. Nada personal ni original, esa división física reflejaba lo que sucede en toda campaña. Por un lado, un equipo se enfoca en el trabajo con el candidato, la estrategia y el financiamiento, y por otro, los pensadores se encargan de la elaboración de los planes de gobierno —en las

organizaciones tradicionales esto corresponde al trabajo ideológico del partido—. Acción y pensamiento sutilmente divididos. Desde abril de 2006 llegaron a la campaña dos asesores de la fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS), de Valencia. Esta fundación, que se autocalifica de anticapitalista, ha saltado a la palestra pública en España porque los miembros de su Consejo Ejecutivo, como Pablo Iglesias, Íñigo Errejón o Luis Alegre, son los principales directivos del partido de izquierda Podemos y han recibido financiamiento desde Venezuela. El CEPS, según publicó el periódico El País de España: “ha recibido desde 2002 al menos 3,7 millones de euros (alrededor de cuatro millones de dólares) del gobierno de Hugo Chávez, según las cuentas depositadas en el registro de fundaciones del Ministerio de Cultura. En algunos ejercicios, los pagos del gobierno venezolano, retribuciones por convenios de asesoramiento político, superaron el 80% de los ingresos de esta fundación ‘sin ánimo de lucro’ nacida en 2002 para promover ‘la redistribución de la riqueza’. El gobierno español y la Generalitat valenciana son también clientes de esta fundación”. Otro controversial apoyo a Podemos se develó en 2016: el Irán de los Ayatolas ha financiado un programa de televisión y el sueldo de Pablo Iglesias con casi 800 000 dólares en tres años. ¿Esta asesoría era entonces una colaboración en especies del gobierno de Venezuela? ¿Irán se acercaba a través de terceros al Ecuador? Quizás. Los asesores del CEPS recibían su cheque directamente desde España, la campaña de PAIS no pagaba sus salarios. Uno de los asesores, José Alonso, se dedicó a dar apoyo en el tema de comunicación que cada día se volvía más urgente. Por ejemplo, Correa debía aflojar su discurso, volverlo más accesible, algo que parecía un hecho por su experiencia en las aulas universitarias, pero no era así. Debía aprender a hablar para un público más diverso, no ser tan académico ni tan técnico, y esa fue una de las tareas del comunicador. Como siempre, aprendió

rápido. El otro consultor, Roberto Viciano, asesoraba en temas jurídicos y en la Constituyente. Correa también luchaba por ampliar sus apoyos y respaldarse en lo financiero, un trabajo que en principio lo hacía en persona ya que sabía que él era el mejor producto para promocionar. El soporte del presidente venezolano Hugo Chávez se convirtió en un objetivo primordial, por lo que viajó a Venezuela a finales de 2005 para entrevistarse con el comandante y contarle de sus planes. Siempre hubo buena química entre ambos y Correa pasó un día entero conversando con él. No era un secreto que los venezolanos estaban buscando al “candidato bolivariano” en Ecuador para darle su apoyo en las elecciones; por eso también Luis Macas viajaría a ese país. El único precandidato de la centroizquierda que se mantuvo al margen de la égida venezolana fue León Roldós. El economista intensificó sus contactos internacionales de izquierda. En enero de 2006 viajó a la asunción presidencial del líder indígena socialista Evo Morales. Y en marzo llegó a Chile a la investidura de la socialista Michelle Bachelet. Pero Correa no se limitó a esas conexiones ideológicas. Sus amistades de la universidad le sirvieron para entrevistarse con empresarios, banqueros y gente de influencia de Guayaquil; conocidos de sus conocidos le organizaron reuniones en sus casas. Por su preparación, juventud y su origen guayaquileño impresionó a más de uno, sobre todo por su conocimiento de los temas económicos. Había otros que, a pesar de no simpatizar en nada con sus señaladas ideas de izquierda o estatistas, tampoco adherían al poder socialcristiano, por lo que decidieron apoyar esta candidatura. En esa misma línea, de una élite guayaquileña al margen de los socialcristianos, se entrevistó con el banquero Guillermo Lasso, su futuro contrincante político. Después del encuentro en la residencia de Lasso, Correa reivindicó su imagen diferenciándolo de los malos banqueros, en alusión indirecta a los Isaías; a quienes, sin embargo, tampoco hizo ascos. Según Carlos Pareja Yannuzzelli, en

las denuncias conocidas como #CapayaLeaks de 2017, en estas visitas también se presentó donde Estéfano Isaías, hermano de los banqueros exiliados. Además, según las mismas declaraciones, al candidato no le molestaba para nada la cercanía socialcristiana encarnada en Carlos Chali Pareja Cordero, primo de Pareja Yannuzzelli. Él los acompañaría y asesoraría en este período. Como el mayor de los prestidigitadores, Correa hablaba de enterrar a la partidocracia, pero usaba todas sus armas para entrar en la política. Correa también se encontró con el banquero quiteño Fidel Egas. A través de sus conexiones guayaquileñas, el entonces candidato pidió una cita con él y en abril de 2006 almorzaron en el restaurante La Malagueña de Quito. Un tranquilo y distendido Carlos Pareja Yannuzzelli lo acompañó, en cambio el candidato estuvo más en guardia. Luego de un rápido análisis sobre los daños que han provocado las oligarquías al país, y una distinción entre los buenos y malos empresarios, el acompañante de Correa sugirió la posibilidad de financiamiento a la campaña. Egas expuso sus dudas sobre estas contribuciones, sobre todo por lo sucedido con Mahuad y por las limitaciones de la Ley Electoral. La respuesta fue que podía hacerse con canje: como Egas representaba a una casa automotriz, podría aportar con veinte camionetas. El banquero declinó cooperar de esa manera. Colaboró con austeros aportes. Según Pareja Yannuzzelli, Isaías y Egas se rehusaron a financiar la campaña y por eso se ganaron el odio de Correa. En ese acercamiento a empresarios y banqueros, Correa también acudió —según lo reseñó su hermano en una grabación que se hizo pública en 2017— a sus conocidos de la empresa Odebrecht. Un asunto que nunca ha sido esclarecido. ¿Cómo consiguieron recursos? Había más de una cabeza que recolectaba, pero el precandidato no los pedía directamente. Fabricio Correa se ha ufanado de haber ingresado fondos a la campaña. Pero también ha ratificado, en más de una ocasión, que se escabulló cuando tuvo el ofrecimiento del coronel Jorge Brito

para recibir 100 000 dólares de las FARC. Una nube de duda ondeó sobre el movimiento por ese tema, más cuando se hizo público en 2009 un video del defenestrado Jorge Briceño o Mono Jojoy, uno de los más altos jefes de la guerrilla de las FARC, en el que detallaba ese aporte. Alianza PAIS ha desmentido con uñas y dientes tal relación; los cuestionados orígenes del financiamiento de esa primera campaña solo saltarían años después: en 2011 la Fiscalía abrió una indagación previa. En 2006 algunas de esas visitas dieron sus frutos y la campaña se puso en marcha, aunque no había holgura. Todo cambió para la segunda vuelta, cuando Correa se alzó como un posible triunfador, los recursos fluyeron con facilidad. De hecho, en 2007 el TSE sancionó a PAIS con una multa de 965 843,06 dólares por exceso de gasto lectoral en la segunda vuelta, y a Camilo Samán, tesorero de la campaña, con la destitución del cargo de gobernador del Guayas. En el campo proselitista la memoria trae el recuerdo de un hombre público en construcción. Rafael Correa ponía sus encantos a funcionar en grupos pequeños, pero no tenía la solvencia actual, que atraviesa de manera omnipresente la radio y la televisión ecuatorianas. Además, para hablar desgastaba su garganta fácilmente, los asesores trataban de enseñarle a respirar mejor para que su voz saliera desde el diafragma. Siempre fue canchero, pero al principio le costaba acercarse a la gente para promocionarse; sus amigos lo empujaban para que repartiera los primeros volantes con su imagen. Sentía que podía molestar, todavía tenía el pudor del desconocido y solo poco a poco fue estableciendo una relación con su figura pública. Uno de su cercanos asegura que descubrieron cómo él cambiaba ante las cámaras: apenas se prendía el foquito rojo que anunciaba que lo estaban grabando, la sonrisa aparecía en sus labios. Entonces, como todavía usaban las grandes cámaras con casete, decidieron que la encenderían como si fuera una

grabación, aunque estuviera vacía. Enseguida, el candidato entraba en acción. Correa trabajaba sin descanso al igual que su equipo, y hay quienes aseguran que no controlaba todo, pues se trataba de una labor colectiva. Sin embargo, es evidente que todo se construyó a partir de su figura y estilo, por lo que desde un principio, incluso en las reuniones del buró de campaña, él decidía a quién convocaba o a quién aislaba. Pero la red se iba tejiendo sistemáticamente, y el 5 de abril de 2006, casi como un regalo de cumpleaños para el séptimo Rafael que cumpliría al día siguiente 43 años, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) aprobó el registro del Movimiento PAIS con el número 35. Un mes después su directiva quedó constituida así: el director general era Rafael Correa; Betty Amores, la subdirectora; secretario ejecutivo, Ricardo Patiño; responsable de Finanzas, Raúl Carrión — primer ministro de Deportes, famoso porque cuando estuvo implicado en un caso de corrupción su asesor se comió el cheque de la prueba—; responsable de capacitación, Fander Falconí; y vocales: Manuela Gallegos, Gustavo Larrea, Diego Landázuri, Gustavo Darquea, Wilma Gavidia y Patricio Carrión. ¿Por qué no estaba Alberto Acosta? Nadie ha podido contestar esa pregunta. Hay quienes atribuyen a que Correa siempre lanzaba puyas en contra de su amigo, porque sentía que no se comprometía como él. De hecho, Acosta no tenía celular y al candidato le molestaba no localizarlo con facilidad. Más adelante, la advertencia de Acosta de que no estaría 100% disponible durante el mes de junio por el Mundial de Fútbol lo sacó de quicio. Acosta es hijo de una de las más tradicionales familias quiteñas, la oveja negra de su círculo por su incuestionable militancia de izquierda. Esas pequeñas disidencias eran insoportables para Correa, ya que le parecían el reflejo de actitudes de prepotencia de las clases altas. Sin embargo, los desencuentros no obstaculizaron la amistad, la complicidad entre ambos se mantendría durante la campaña.

La cúpula del Movimiento PAIS no quería limitar el avance de las adhesiones de otros grupos que no lo integraron. En reuniones previas, casi todas en el hotel Chalet Suisse en el barrio quiteño de La Mariscal, había muchas asociaciones que querían apoyar a Correa pero sin perder su personalidad. Entonces se ideó un sistema para incorporarlos: estos colectivos serían parte de la campaña, incluso con participación en burós ampliados, pero mantendrían su identidad unidos bajo el gran paraguas de Alianza PAIS, una figura que nunca se inscribió legalmente pero que pervive hasta la actualidad y que se conformó con alrededor de treinta grupos, como la Alianza Bolivariana Alfarista, el Movimiento Ciudadano por la Nueva Democracia, Amauta Jatari, Poder Ciudadano, etc. En cambio, otros como Iniciativa Ciudadana de Larrea o Acción Democrática Nacional (ADN), de Fausto Cordovez y Manuela Gallegos (un movimiento nacido de las protestas “forajidas”), se diluyeron en el Movimiento PAIS. Todos ellos se movían alrededor de una idea base: la realización de la Constituyente como el camino para salir de la profunda crisis del país. La principal preocupación de Correa era mantener la subida en la aceptación de las encuestas. Entonces vino un segundo momento de realidad. Los comités familiares llegaron a su tope, la aceptación en la clase media y la juventud con el tema de la Asamblea Constituyente alcanzó su límite. Había que ampliar la influencia, y en esa vía explorar los caminos tradicionales de la política: se incorporó Nicolás Issa Obando, un exmilitante de la Izquierda Democrática (ID) y luego del PRE. El fallecido guayaquileño, que llegaría a ser embajador de Correa en España, encarnaba todo lo que los miembros del nuevo movimiento abjuraban: era un político a carta cabal. Issa Obando había sido presidente de la ID e incluso presidió el desacreditado Congreso Nacional; además, controlaba una fuerte organización clientelar en los barrios marginales de Guayaquil. Su presencia causó mucho malestar entre los más

ideológicos, pero ante el pedido de Correa tuvieron que ceder. De esa manera, a pesar de que de dientes para afuera se descartaba a la partidocracia, sus desprestigiadas prácticas entraron en PAIS con la venia del economista. Sus objetivos estaban claros y debía llegar a ellos por cualquier camino. Los motores se calentaban, la fecha para el inicio de campaña estaba cada vez más cerca: el 15 de julio el TSE convocó a elecciones, los binomios debían inscribirse el 15 de agosto. El apremio por designar al candidato a la Vicepresidencia creció. La elección de su acompañante de fórmula se convirtió en una de las movidas de Correa con aura de apuesta. La designación del binomio presidencial salió de Correa, con la asesoría de Gustavo Larrea. Se barajaban nombres: desde el propio Acosta o una mujer serrana que equilibrara a la dupla, combinaciones que aportaran, ya que no funcionó el acuerdo con Pachakutik. Cuando la fecha de definición estaba más cerca que nunca, Gustavo Larrea desayunó en privado con el economista. Le propuso una idea que se le había ocurrido a su mujer, Lourdes Endara, quien después sería asesora en la Vicepresidencia y es hermanastra de Rocío González, esposa de Lenín Moreno. El candidato podía ser Lenín Moreno, un excompañero de Larrea en el MIR, que luego de un trágico accidente, un balazo en un asalto, estaba confinado a una silla de ruedas. Moreno le dio la vuelta a la situación y se convirtió en un motivador, y dictaba charlas sobre el efecto curativo del humor. Su elección podía convertirse en un mensaje integrador, una novedad más de la campaña. Lenín Boltaire Moreno Garcés, nacido en Nuevo Rocafuerte (Orellana) en 1953, hijo de maestros de escuela, era un pequeño empresario que vendía una revista de turismo. Aficionado al tenis y a los deportes, sus amigos del Club de Tenis Buena Vista, situada al norte de Quito, lo recuerdan por su simpatía, por las buenas fiestas a las que invitaba y por vivir por encima de sus posibilidades. Todos sabían que, a pesar de su intensa vida social, a veces no alcanzaba a pagar el condominio del

primer piso del edificio Cumbres, en El Bosque, o la pensión del colegio de sus hijas. El accidente que sufrió en 1998 lo llevó a una nueva etapa de su vida que siempre sobrellevó con entereza. Para Endara, Moreno encarnaba a los relegados de la sociedad. De hecho, durante la revolución ciudadana, Moreno capitalizó grandes resultados con su imagen durante su Vicepresidencia (2006-2013), lo que lo colocó en el sillón presidencial en 2017. En julio de 2006 la idea del compañero de fórmula le gustó a Correa, y el asunto se guardó como un secreto para los medios hasta el 5 de agosto, cuando se lanzó la candidatura del binomio en el cantón rural Palestina (Guayas). Una apuesta que tuvo eco en las encuestas. Además de que un acto tan integrador daba coherencia al mensaje del candidato, la figura bonachona de Moreno permitió que la imagen de Correa continuara siendo la predominante. Los reporteros que siguieron esa campaña recuerdan haber visto en pocas ocasiones a Lenín, mientras que Correa se subía a cuanta tarima se le presentaba, probaba todos los platos en los mercados y cantaba cuando podía. Se había enamorado ya del micrófono y manejaba a la perfección los escenarios electorales. Pero la vida al interior de Alianza PAIS no era sosegada. Los diferentes grupos y los miembros del Partido Socialista buscaban sus puestos para el Congreso. La repartición de candidaturas y las aspiraciones personales, similares a las luchas intestinas por el poder de los partidos, amenazaban la coalición. La agitación interna presionaba a la cúpula, y fue entonces cuando en uno de los burós ampliados surgió la idea de no postular candidatos al Congreso y convertir ese en otro mensaje de PAIS: si su gran crítica se dirigía a los diputados, a la partidocracia que representaban, lo más lógico era prescindir de ellos. Sin embargo, podía ser contraproducente la falta de un apoyo político en el Congreso para la realización de la Constituyente. Nada le aseguraba un triunfo con esa idea que rompía el esquema tradicional. La idea dio vueltas y vueltas, hasta que fue aceptada,

aunque ya se habían establecido las listas en algunas provincias. Correa hizo el anuncio el 9 de agosto. El candidato lo pensó, apostó y ganó; él saboreaba con placer cada vez que una de sus propuestas audaces le generaban un eco aprobatorio. En efecto, el salto al vacío lo diferenció, lo que impulsó la aceptación en las encuestas, ya que se recubrió con una imagen de coherencia. En la parte práctica permitió que todos los recursos se monopolizaran en la campaña presidencial. Para afianzar su apoyo incondicional a la convocatoria a una Constituyente, se reunió el 10 de agosto con Freddy Ehlers y con Ramiro González, el binomio de León Roldós, en la sede del Parlamento Andino en Quito. Mientras Ehlers declinaba su precandidatura presidencial, Correa y González —quien también devendría un funcionario multifuncional de la revolución ciudadana — firmaron un compromiso que establecía que en caso de alcanzar la Presidencia de la República se comprometían a convocar a una consulta para una Constituyente. Al día siguiente, la campaña de Roldós se demarcó de este compromiso, por considerarlo extremo. Esto catapultó a Correa, quien se definía ideológicamente como un “socialista con fuentes cristianas no marxistas”, e insistía en que pertenecía a “los Correa sin pedigrí”. Con ese bagaje lleno de novedades empezaron oficialmente la campaña el 15 de agosto de 2006. Es de consenso que las creaciones de Vinicio Alvarado se convirtieron en definitorias, aunque muchas piezas se quedaron en el camino porque fueron rechazadas por Murphine o por el propio buró, sin embargo, el publicista tuvo dos aciertos esenciales. Debutó con el spot de los payasos: un primer plano, con música de fondo de la película de Fellini Amarcord, enfoca a un hombre con terno esperando un ascensor; en el reluciente aluminio de la puerta sobresalen las palabras Congreso Nacional. Las puertas, cadenciosas como la música, se abren y en el interior oscuro aparecen dos payasos; el hombre entra al ascensor, aprehensivo, se sitúa entre ambos; la

puerta se cierra y la imagen también para dar paso a un “¡ya basta!” (uno de los lemas “forajidos”), y luego a la frase “Dale, Correa. Vamos a la Asamblea”. Para finalizar sale la punta de una correa que se convierte en un esferográfico que vota por la 35. Con esa pieza publicitaria resumían el desprestigio del Congreso, que era un sentimiento generalizado: Ecuador, según los datos de Latinobarómetro, un estudio de opinión pública que se aplica en 18 países del continente, era el país de América Latina donde más desprestigiada estaba esta institución, con 4% de aceptación. Otro de los tesoros de la campaña es el comercial No a la partidocracia; en este la primera toma enfoca a una gacela perseguida por una feroz leona que salta sobre una duna para atraparla. La voz en off, con una flecha que señala a la leona, advierte: “Esta es la prepotente partidocracia que se ha ensañado contigo (entonces aparece una toma de la gacela), el ciudadano común. Te ha hecho su súbdito, su presa”. Estas palabras coinciden con el momento en que la leona atrapa a la gacela y la voz continúa: “Se creen los dueños de la patria, ¿hasta cuándo?”. La frase se cierra con una toma de la melena de un león que se alza entre la maleza hasta que su cara queda completamente definida. “Ya basta, los ciudadanos somos los dueños de la democracia, los dueños de nuestro país, acabemos con la dictadura de estas mafias que se hacen llamar partidos políticos, terminemos con los abusos de un Congreso decadente, vamos juntos a la victoria, en octubre 15 de 2006, vamos juntos a la Asamblea Constituyente”, recalca un jovencísimo Rafael Correa. Enseguida aparecen las palabras revolución ciudadana, se quedan las iniciales de ambas palabras y se sobrepone el nombre del candidato, mientras otra vez la voz en off dice: “La patria vuelve”. Esa publicidad, además de permitir a Vinicio Alvarado recuperar un puesto que estaba siendo cuestionado, empaquetaba en 45 segundos los conceptos del candidato: lo antipartidocrático, el sentido de la patria, el castigo a ciertas élites, y omite el discurso de

la izquierda tradicional como lucha de clases, oligarquía, etc. Con estas piezas y el documental de Correa obtuvieron también un éxito con una herramienta que ese año acababa de conquistar el mundo: YouTube. El canal de videos por internet tenía hasta 60 mil visitas para esta campaña. Así llegaban a los jóvenes, un target al que maximizaron con la página web rafaelcorrea.com. Al respecto, William Franco, uno de los creativos que trabajó en el equipo de Alvarado, en una entrevista para la tesis de maestría de la Flacso, Estrategias de comunicación política para jóvenes, cuenta: “El de la gacela tiene una historia increíble… era un comercial para la izquierda, pero que tuvo influencia en un comercial de derecha… Bush había sacado un comercial donde se veían unos lobos que venían y devoraban un conejo, lo mataban, lo asesinaban, lo destrozaban, entonces luego salía Bush y hacía una metáfora entre el terrorismo y el ciudadano norteamericano como el conejo, entonces yo puse eso en la discusión, lo comenté como una idea, y al otro día a Vinicio le pareció válido… Fue algo simpático que algo que había hecho la derecha lo usamos para la izquierda, e hizo la metáfora perfecta porque a los terroristas no les decían lobos, pero a nosotros si había dos leones acá… o sea era una relación mucho más fuerte… ahí empezó todo” [sic]. Ambos comerciales fueron producidos con imágenes de un banco de videos, es decir que se toman las imágenes prefabricadas y se compran los derechos para usarlos en el comercial. Vinicio Alvarado no hubiera podido hacer estos comerciales con la actual Ley Orgánica de Comunicación (LOC), aprobada en 2013, que estipula que el 80% del contenido de una publicidad debe ser nacional. El nivel de recordación, el impacto que causaba en las encuestas, los resultados positivos de sus audaces acciones fortalecían en Correa la percepción de que sus decisiones eran siempre jugadas ganadoras. Por eso cuando las encuestas no le favorecieron como él pensaba, no dudó en despedir al encuestador.

O cuando Ralph Murphine trataba de calmar su carácter explosivo, ya que podía ser nocivo para la campaña, prefirió prescindir de sus servicios. Otros asesores evitaban el enfrentamiento, y en cambio adaptaban el carácter de Correa a la campaña. Así, por ejemplo, en los debates presidenciales de Quito y Guayaquil, cuando la personalidad irascible del economista se evidenció, lo que podía convertirse en un arma de las otras campañas, con rapidez convirtieron su debilidad en una fortaleza y lanzaron el eslogan “Pasión por la patria”. El candidato se embarcó en este tren del pragmatismo; los miembros del Club de Tobi sentían que su amigo Rafael Correa había sido raptado por este grupo mayoritariamente guayaquileño y aideológico. La trocha hacia el triunfo parecía despejada. Los sondeos comenzaron a serle muy favorables: para todas las firmas él iba primero en la carrera, tanto que sus encuestadores le aseguraron que no habría segunda vuelta, que él ganaría en la primera. Sobre ese suceso hay varias versiones. Unos aseguran que fue absolutamente planificado porque les faltaba un porcentaje de los electores que solo consignan su voto útil, es decir, votan por el candidato ganador. Y si a él lo hacían sentir ganador, irradiaría ese sentimiento hacia su equipo y a los indecisos; así podrían sumar ese porcentaje. Otros sostienen que se trató de un error de Vinicio Alvarado y de su equipo, quienes querían congraciarse con Correa. Y otros dicen que el miedo que ya producía el economista cuando las cosas no salen como él quiere es el que hizo que la elaboración de los números marcara lo que el candidato quería oír. Para la primera vuelta electoral del 15 de octubre de 2006, los ecuatorianos recibieron una papeleta presidencial con trece binomios: seis de partidos políticos, dos de alianzas entre partidos y movimientos, y el resto de movimientos políticos. Una muestra de la fragmentación de la política ecuatoriana con los nombres más variados, algunos inmutables en la política, otros que se quedaron en el olvido para siempre, representando a tendencias viejas y

nuevas. Así, junto con el binomio Correa-Moreno, se presentaron: Álvaro Noboa-Vicente Taiano por el Prian; Gilmar GutiérrezLeonardo Escobar de Sociedad Patriótica; León Roldós-Ramiro González de la Red Ética y Democracia y la ID; Cynthia ViteriErnesto Dávalos del PSC; el movimiento Pachakutik postuló a Luis Macas-César Sacoto; mientras que el PRE a Fernando Rosero-Susy Mendoza. El movimiento de Reivindicación Democrática respaldaba a Marco Proaño Maya-Galo Cabanilla. Luis Villacís-César Buelva corrían por el MPD; Jaime Damerval-Lida Moreno, por el CFP. Marcelo Larrea-Miguel Morán, candidatos de la Alianza Tercera República (ALBA); Lenín Torres-María Pareja, apoyados por el Movimiento Revolucionario de Participación Popular (MRPP) y Carlos Sagnay de la Bastida en dupla con Luis Cuarán, por la Integración Nacional Alfarista (IAN). En el padrón estaban inscritos 9 165 125 ecuatorianos. Votaron 6 617 167 de electores. Noboa obtuvo 26,83% de la votación total, Correa logró 22,84%. Según narra Paulina Recalde, en ese entonces directora de investigación de la encuestadora Perfiles de Opinión, en su artículo “Elecciones presidenciales 2006: una aproximación a los actores del proceso”: “Eran las 17h00 del 15 de octubre cuando sorprendidos recibíamos los resultados de la primera vuelta de la elección presidencial de Ecuador. Los resultados que nos daban cuenta de lo sucedido no correspondían al conteo rápido oficial contratado por el Tribunal Supremo Electoral (TSE), sino a las encuestas de boca de urna (exit poll) que habían aplicado 3 empresas de investigación de opinión pública (Informe Confidencial, Market y Cedatos en convenio comercial con los canales de televisión Teleamazonas, TC Televisión y Ecuavisa, respectivamente). Estos serían finalmente los únicos datos con los que contaríamos para el análisis hasta varias horas después del cierre de la jornada electoral, pues la empresa contratada para el efecto E-Vote incumplió con el objeto del contrato suscrito con el TSE. La primera sorpresa que saltaba a la vista era el hecho de que

el candidato de Alianza PAIS (AP), Rafael Correa, ocupara el segundo lugar a 4 puntos porcentuales del candidato triunfador, Álvaro Noboa, del Partido Renovador Institucional (PRIAN). Esto llamaba la atención porque Correa era el candidato que se había mantenido por varias semanas como favorito en las encuestas de intención de voto. Incluso él mismo había anunciado desde sus arengas de campaña electoral que llegaría en ‘una sola vuelta’. Correa lucía, entonces, como el perdedor de la jornada”. En efecto, las facciones tensas, las venas salientes y palpitantes del cuello del candidato Correa y su reacción violenta ante las cámaras de pronto cambiaron el escenario. Pasó de ser el desconocido triunfador, que había crecido de la nada, a un quebrantado contendiente. Desde ese momento, el hombre de la sonrisa confiada se apagó, y comenzó a circular de canal en canal un resentido Correa que vociferaba por el fraude y responsabilizaba a las autoridades nacionales e internacionales. Entre otros problemas, los resultados se demoraron en llegar, mucho más allá de lo ofrecido por el TSE, por una controvertida contratación. En septiembre de 2006 el organismo electoral había concertado con la empresa brasileña E-Vote un conteo rápido, con un costo de tres millones de dólares. Según lo pactado se conocerían los resultados de los candidatos finalistas y la composición de los 100 diputados del Congreso a las 7:30 de la noche. La empresa brasileña tuvo serias dificultades para entregar los datos, de hecho, nunca los terminó de procesar. Sus directivos brasileños abandonaron precipitadamente Ecuador, luego de indemnizar al Estado por no cumplir con lo establecido. Este incumplimiento reforzó las dudas de Rafael Correa. Desde el regreso a la democracia, los ecuatorianos se habían acostumbrado a tener resultados en pocas horas y relativamente certeros, por el trabajo de los centros de cómputo de los bancos, en asociación con las cadenas de televisión. El reñido resultado en las elecciones de 1998, entre Jamil Mahuad y Álvaro Noboa, prendió las alarmas del

fraude. Eso llevó a tomar este tipo de previsiones y las de otros conteos rápidos, como los de la organización cívica Participación Ciudadana que se creó en 2002 para este efecto. En las elecciones de 2006, además del primer puesto inesperado de Noboa, hubo otros resultados sorprendentes: el tercer puesto de Gilmar Gutiérrez con (17,4%) y el cuarto puesto de León Roldós (14,84%). De pronto el partido del defenestrado Gutiérrez, que había hecho campaña puerta a puerta, alejado de los medios, era uno de los duros de la política, que logró, además, el segundo bloque de diputados. En las elecciones al Congreso los partidos más votados fueron el Prian (28 escaños), el PSP (24), el PSC (13) y la coalición RED-ID (12). Mientras tanto Correa se desmoronó. Se negaba a aceptar el desenlace y lo calificó como un “robo de las mafias de los partidos”. ¿Quién diría que diez años después pesarían denuncias similares sobre la todopoderosa Alianza PAIS? Sus cercanos aseguran que desde que terminó la campaña había enfermado, pero otros sostienen que el resultado lo llevó a una profunda tristeza que lo condujo a unos días de receso obligado. Correa llamaba a defender el voto porque se sentía víctima de un verdadero atraco, con la complicidad de la misión de observadores de la OEA. Según declaraba en televisión, las papeletas en blanco computadas como votos válidos a favor de otras candidaturas cambiaron los resultados. Sus amigos y colaboradores más cercanos trabajaron para apaciguarlo. Con las aguas más calmadas, finalmente lograron que aceptara el resultado y que volviera a la central de la Shyris. Un callejón de niños y jóvenes lo recibió cantando y con banderas verdes. El candidato se emocionó profundamente y se puso a trabajar con más vehemencia. Borrón y cuenta nueva, tenían seis semanas para cambiar la tendencia. Había que enfrentar la segunda vuelta con una estrategia distinta; la inesperada derrota abrió el oído del candidato a otras visiones. Así, los mexicanos de la empresa Cuarto de guerra, que

entraron en agosto para hacer el análisis de coyuntura, crecieron en influencia al igual que los amigos y asesores más pragmáticos, encabezados por Alvarado. Al rearmar la estructura decidieron, en muy pocos días y a pesar de los reclamos de los más intelectuales, romper con los candados de la primera vuelta. Entonces ajustaron el rumbo, cambiaron de táctica y se focalizaron en promesas de campaña concretas, bajando el tono al tema de la Asamblea Constituyente, aunque sin abandonarlo. Así nació Socio País, la oferta que abarcaba desarrollo, trabajo y vivienda, con la duplicación del bono de desarrollo (creado en el gobierno de Mahuad) y un bono para construir casa de 3 600 dólares. Alianza PAIS pidió la unión a su candidatura para obtener “un triunfo contundente de la ciudadanía, para evitar que el país siga en las manos de los mismos de siempre y se convierta en una gran hacienda bananera”. El llamado del candidato de izquierda encontró eco: su opción fue respaldada por Pachakutik-Nuevo País, la ID y el MPD. La ruta parecía cuesta arriba: a fines de octubre el candidato Álvaro Noboa tenía 59% de la intención de voto frente a 41% de Correa, según una primera encuesta realizada por Cedatos. Los estrategas también pusieron el acelerador en la campaña negativa: Álvaro Noboa era un blanco fácil, entre otras cosas pesaban sobre él denuncias de explotación laboral infantil. En cuatro semanas, Correa se levantó. Aunque le molestaba lo que él llamaba la falta de organización y disciplina, y los sucesos imprevistos le hacían perder la cabeza, logró encaminar a su equipo. En cambio Noboa se sintió triunfador y dejó de lado las ofertas concretas de la primera vuelta para convertirse en un mesías, el enviado de Dios... El heredero también emprendió con agresivos ataques y profetizaba la conversión del Ecuador en “otra Cuba” si el “bacalao mentiroso” o el “diablo comunista” se imponía en las urnas. El líder del Prian, bien asentado en Guayas y en general con una buena acogida del electorado costeño, puso a los ecuatorianos ante la disyuntiva de elegir entre el “populismo comunista de Correa” (lo mismo que había

imputado a Gutiérrez en 2002) y la “libre empresa que yo represento”. Pero Correa esquivó poco a poco esas amenazas. El 27 de octubre se entrevistó con la embajadora de Estados Unidos, Linda Jewell; muy enternado y sonriente, derrochó simpatía. Habló de extender las preferencias arancelarias que estaban llegando a su fin, pero no cedió en temas como el TLC. Al día siguiente concretó un nuevo apretón de manos con Jaime Nebot, de camino a la visita recalcó que, como ya lo había dicho cuando era ministro y durante la primera vuelta: “Tengo un alto aprecio por el señor alcalde de la ciudad de Guayaquil; en todos los partidos hay gente decente y rescatable, Jaime Nebot es una de esas personas”. Las cámaras enfocaban a un Correa con un traje beige de muchos botones que con un aire muy confiado agradecía por “todo lo que ha hecho por mi ciudad”, y a un Nebot que, a pesar de recibirlo en su despacho y en una holgada guayabera blanca, parecía incómodo con el saludo protocolario. El alcalde nunca dijo por quién votaría, solo afirmó que lo haría por su tendencia. El candidato abrió su hogar que hasta ese momento había mantenido aislado. De pronto una relacionista pública comenzó a ofertar encuentros con Anne Malherbe a todos los medios, y a ella le tocó someterse a entrevistas de medios escritos y de televisión. Con su ligero acento contaba su historia de amor con su marido y cómo lo veía ella. Un evidente contrapunto dirigido a Annabella Azín Arce, la esposa de Álvaro Noboa, que fortalecía la campaña del Prian; su figura esbelta, su actitud dinámica en su profesión de médico, su capacidad de comunicación, equilibraban las falencias del candidato de la derecha populista. Anne Malherbe justificaba entonces su ausencia en la primera vuelta: “Estoy trabajando, soy profesora de segundo grado y no puedo pedir permiso cuando me da la gana, y para desmentir lo que dicen de mi marido, la familia siempre lo ha apoyado, desmentir que es comunista, que es terrorista, que es

machista, que la familia no lo apoya”. Incluso filmó una cuña en la sala de su casa con sus tres hijos. Correa aumentó la intensidad de su campaña, no paraba un segundo: prensa, desayunos populares, tarimas, desde muy temprano en la mañana. En esa época aún aceptaba ciertas debilidades de su carácter y con un toque de humildad sostenía: “Soy bastante apasionado. Prepotente, sinceramente, no lo soy. Es más, es lo que más detesto; prepotente significa atropellar los derechos de los demás. ¿Arrogante? ¿Soberbio?: yo creo que el hombre que dice que no es soberbio es el más soberbio, ¿verdad? Creo que todos tenemos ese problema, ese incipiente problema, y hay que saberlo controlar; probablemente no lo sé controlar muchas veces, pero trato de hacerlo; yo creo que la soberbia incluso es la madre de todos los errores, el orgullo desmedido hace que uno cometa graves errores en las decisiones, y trato de controlarlo, pero probablemente lo sea, les ruego que me disculpen”. Así respondió al periodista Freddy Ehlers cuando este lo interrogó sobre la desconfianza existente ante sus reacciones y actitudes. Ehlers —quien se convertiría en uno de sus reincidentes funcionarios, hasta convertirse en el controversial secretario del Buen Vivir— había convocado a un debate entre los dos candidatos finalistas en su programa La Televisión, transmitido por la cadena Ecuavisa. Noboa faltó y Correa, durante una hora, tuvo el monopolio de esa transmisión. En ese programa el conductor hizo público su voto por Correa. Al final de la segunda vuelta, con una Biblia en mano, el millonario Noboa aseguraría: “He tenido una guerra sucia venida del Diablo, en la que todos los días me insultan; he tenido al canal Ecuavisa metido en esa guerra [...] deshonrando al periodismo en Ecuador”. Además, Correa no dejaba de alertar contra la posibilidad de un fraude en su contra, por lo que pedía a los ciudadanos que llevaran su propio esferográfico; a los delegados de mesa los apremió para que se quedaran con una copia del acta y así evitar

que “en el centro de cómputo nos alteren los resultados, que las urnas estén vacías, que no haya votos premarcados, que el esfero con el que se está votando no sea de tinta que se borre después de un lapso de tiempo, que no se esté comprando el voto en la fila, eso es pena de cárcel al que vende o compra el voto, denuncien enseguida a la autoridad”. Era una petición, no una exigencia, la de aquel que todavía no había llegado al poder. La amenaza parecía latente, por lo que sus amigos de Guayaquil recolectaron pequeñas cuotas para apoyar el control electoral y tener observadores en las más de seis mil juntas receptoras del voto. Dos encuestas, divulgadas el sábado anterior a la elección, le dieron al candidato de AP una ventaja de entre siete y diez puntos, ¡finalmente se había quebrantado el empate técnico que se sostenía hasta el día anterior! El domingo de las elecciones, 26 de noviembre, un confiado Rafael Correa salió de su casa a las 8:00 de la mañana. Después de votar en el colegio Central Técnico, al norte de Quito, fue a oír misa en La Dolorosa, la iglesia de los jesuitas del colegio San Gabriel, donde acudía cuando era anónimo. Enseguida voló a Guayaquil, ahí estuvo menos de una hora para acompañar a su madre a votar. Confiado de su triunfo regresó en un avión que Aerogal había puesto a su disposición con 70 personas. En el aire, emocionado, cantaba con sus amigos David Concha y Rafael Guevara. Ese mismo día Rafael Correa fue declarado ganador con 56,67% de los votos. El candidato recibió los resultados de la segunda vuelta en el Dann Carlton, un hotel de cinco estrellas de Quito, que está a pocas cuadras de la sede de la Shyris, donde llegó con su familia en medio de la aclamación general. En su primera conferencia de prensa, tras conocer el avance de resultados, Correa se proclamó presidente electo y aseguró que había ganado “el afán de cambio” en una “jornada histórica”. También reafirmó que la Asamblea Constituyente era inclaudicable. Por tercera vez consecutiva Álvaro Noboa (43,6%) se quedó a un palmo de la

Presidencia, aunque esta vez la distancia con el primero fue mucho mayor. Noboa se presentó en dos ocasiones más a elecciones presidenciales, pero nunca repetiría una segunda vuelta. “Recibimos con profunda serenidad, con profunda esperanza y profunda gratitud el triunfo que nos ha dado el pueblo ecuatoriano... Después de muchos años de tinieblas, nos pudieron robar muchas cosas, pero no nos robaron la esperanza y hoy esa esperanza ha vencido”. Lo dijo apenas supo de su triunfo, no el oficial, sino el anunciado por tres encuestadoras y un conteo rápido, y enseguida lanzó los primeros nombres de sus ministros: Patiño en Economía, Larrea en gobierno y Acosta en Energía y Minas. Cuando el triunfo se daba por hecho un camión promocional con gigantografías en ambos costados que exhibían la felicitación del comandante Chávez a Rafael Correa recorrió las principales calles de Quito. Después de ratificar sus promesas de campaña, con énfasis en el tema de la Constituyente, desde el lunes Correa comenzó a planificar su nuevo gobierno; le quedaban solo seis semanas para posesionarse. Nuevamente el dínamo que lleva adentro comenzó a funcionar, y en ese período emprendió dos giras internacionales — luego de un pequeño descanso en Galápagos con su familia—: la organización de los actos de posesión y la planificación de su gobierno. Entonces el Rafael Correa que sus amigos serranos e intelectuales conocían reapareció, para organizar el gobierno debía volver a contar con ellos. El gabinete estaría listo a finales de diciembre, pero una tensión marcó los nombramientos. Acosta recelaba sobre el nombramiento de Pareja Yannuzzelli, que fue el vocero de asuntos petroleros durante la campaña. Los enfoques de ambos chocaban en cuanto a la explotación del ITT, los contratos petroleros y la participación de la empresa privada en el sector petrolero. A pesar del resquemor de Acosta, fiel a su posición ambientalista y de izquierdas, Correa lo nombró. En general sus movimientos fueron tan turbulentos que en esas semanas también tuvo que enfrentar su primer impasse

diplomático… El presidente electo apenas había regresado a Quito el 5 de diciembre, y saltó la noticia que Colombia había retomado las polémicas aspersiones con glifosato en la frontera, un método cuestionado para erradicar las plantaciones de coca, parte del Plan Colombia, que ese país llevaba a cabo junto con Estados Unidos en su combate al narcotráfico y a la guerrilla de las FARC. Esas aspersiones eran condenadas por el daño que infringían a las poblaciones vecinas y provocaron más de un enfrentamiento entre ambos países. Correa emprendería entonces su primera gira, su destino inicial: Brasil. Luego de una reunión el 7 de diciembre con el presidente Lula da Silva, ambos viajaron al día siguiente a Bolivia, para participar en la Cumbre Sudamericana en Cochabamba. Además de Evo Morales, se encontraría con otros presidentes sudamericanos, entre ellos Hugo Chávez. Correa también planificaba visitar Colombia. Pero a último momento este destino se suspendió sin mayores explicaciones. En cambio, viajó a Perú donde se entrevistó con Alan García el 10 de diciembre. Solo regresó por un par de días al país, donde la tensión con Colombia subía cada hora. El 13 de diciembre se embarcó para Argentina y Chile. Antes de comenzar esa gira Correa anunció el resto de ministros. A María Fernanda Espinosa Garcés la puso a la cabeza de Cancillería y unificó ese ministerio con el de Comercio Exterior; su nuevo nombre: Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio, Promoción de Inversiones e Integración. En el Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi) nombró a su amiga de la universidad María de los Ángeles Duarte. Además, adelantó la creación del Ministerio de Cultura que lo dirigiría Antonio Preciado, un poeta afroecuatoriano. El Ministerio de Industrias estaría a cargo de Raúl Sagasti. El Consejo Nacional de Competitividad sería presidido directamente por él y Verónica Sión fue ratificada como directora ejecutiva. Además, informó que se reestructuraría el Banco

Central del Ecuador (BCE) y la Agencia de Garantía de Depósitos (AGD). A ellos se sumarían: Ana Albán en Ambiente; Mónica Chuji, secretaria de Comunicación; Caroline Chang, Salud; Jeannette Sánchez, Bienestar Social; Fander Falconí, secretario de Planificación; Antonio Gagliardo, Trabajo; Trajano Andrade, Obras Públicas; Raúl Vallejo, Educación; Guadalupe Larriva, Defensa — quien murió a los nueve días de instalado el nuevo gobierno, en un accidente de helicóptero—; Raúl Carrión, Deportes; Carlos Vallejo, Agricultura; María Isabel Salvador, Turismo y Vinicio Alvarado, secretario de la Administración Pública. Eran tiempos en los que el gabinete no superaba la veintena de ministros. Para alivianar la carga en los nombramientos, les pidió a sus íntimos de la Católica, encabezados por María de los Ángeles Duarte, que elaboraran las listas de funcionarios públicos del Guayas. Alexis Mera, quien no había participado directamente en la campaña, entró en acción en esta etapa. Al parecer su aspiración apuntaba a la Cancillería, pero recibió una llamada del presidente electo: debía trabajar a su lado en la Secretaría Jurídica. Y ahí se quedó los siguientes diez años. En Buenos Aires, luego de un encuentro muy publicitado con Néstor Kirchner, en una rueda de prensa, declaró: “Estamos recibiendo una agresión de parte de Colombia; consideramos eso un acto hostil hacia Ecuador”. Correa comenzó a pedir apoyo para Ecuador en cada país que visitaba. El 15 llegó en un avión del gobierno argentino, a Santiago de Chile, donde, además de tratar con la presidenta Michelle Bachelet sobre posibles acuerdos comerciales y refinación de petróleo, reiteró el pedido de respaldo para el país en el caso de las aspersiones. Cinco días después, el 20 de diciembre aterrizó en Caracas, en el avión de Hugo Chávez. La agenda: el refinado de crudo ecuatoriano en plantas venezolanas, así como la importación de urea para la agricultura y el intercambio comercial. Lo acompañaron

Larrea, Patiño, Espinosa, Pareja Yannuzzelli y Chuji. Acosta debía tomar otro avión, pero no llegó por un problema con los vuelos; Correa hizo público el enojo que le causó su ausencia. En ese viaje puso especial énfasis en el tema de las aspersiones. Las relaciones entre Colombia y Venezuela se venían complicando años atrás por las constantes pugnas entre Uribe y Chávez, antagónicos ideológicos. Bastaron unas pocas horas en Venezuela para que la visita a Colombia se suspendiera por segunda vez. Desde que Colombia retomó las aspersiones, el canciller de Palacio, Francisco Carrión Mena, llamó a consulta al embajador del Ecuador en Bogotá. Las relaciones se tensaban día a día; con la decisión de Correa, la tirantez diplomática se acentuó. Sus viajes internacionales afianzaron sus relaciones con los presidentes de América del Sur, a excepción del vecino del norte, segundo socio comercial del país. Una semana después de la segunda anulación de la visita, justo antes de Año Nuevo, Correa viajó a la frontera norte para visitar las zonas afectadas por las aspersiones. El 10 de enero partió hacia Nicaragua a la ceremonia de asunción presidencial de Daniel Ortega, donde coincidió con Uribe. Este encuentro mitigó las tensiones y abrió la puerta a un diálogo mediado por la OEA. En un mes ya había delineado lo que sería su política continental. El presidente electo terminó el año con un gesto mediático: ordenó la devolución de todos los regalos que le habían enviado; además, se entrevistó con el director de protocolo de Cancillería, ya que tenía planificado varios actos novedosos como el acto en Zumbahua y un festejo popular en la Mitad del Mundo. Con su buró, en paralelo con la reorganización del Estado, buscaba símbolos de identidad para el nuevo gobierno. En esas reuniones surgió la idea de usar camisas bordadas, con ello rompía el símbolo burgués de la corbata, como lo hacía Ricardo Patiño, quien siempre usaba cuello redondo tipo Mao. También ahí se decidió la organización de la ceremonia de posesión simbólica en Zumbahua, un acto que fundía

la vida del candidato —por el voluntariado evangelizador que realizó en la comunidad— con las reivindicaciones de izquierda de AP. No dejó de lado su presencia en los medios y grabó un programa del dominical Cero Tolerancia, con Carlos Vera Rodríguez. El conocido entrevistador y periodista manabita mantuvo una relación privilegiada con él durante su ministerio y su campaña, pero apenas llegó al gobierno, la concurrencia de dos egos superlativos terminó en estallido. El desencuentro desembocaría en la salida de Vera de Ecuavisa en abril de 2009. Sucedería lo mismo con Jorge Ortiz de Teleamazonas, otro entrevistador estelar, quien había cuestionado a Correa desde un principio; él tuvo que dejar su espacio periodístico en agosto de 2010. Como presidente electo sus enfrentamientos con la prensa no afloraban aún, podía dirigirle duras palabras una que otra vez, pero nada más. Eso sí, quienes se ocupaban de la comunicación en su equipo de campaña no ejercían ningún control sobre él. Correa hacía y decía lo que pensaba. Después sus asesores acomodaban los entuertos. Un día antes del cambio de mando oficial, Hugo Chávez y Evo Morales llegaron al país para asistir a la sui géneris ceremonia en la provincia de Cotopaxi. La pequeña comunidad de Zumbahua se vistió de fiesta, el 14 de enero de 2007 los líderes indígenas de la comunidad invistieron simbólicamente a Correa. Las autoridades municipales le confirieron la vara de mando, el poncho y el sombrero, en representación de su poder. Los yachacs o chamanes le hicieron una limpia para quitarle la mala energía. Una ceremonia parecida a la oficiada un año atrás en Tiahuanaco, Bolivia, para Evo Morales, quien junto con Chávez, flanqueó al presidente electo. ¿Folclore o real reconocimiento? En todo caso, ese día Correa hizo un conmovedor discurso bañado con proclamas como: “La larga noche neoliberal está terminando… empieza a surgir la democracia digna y socialista del siglo XXI”. Al día siguiente en Quito, a la ceremonia del Congreso Nacional llegaron su esposa, sus pequeños hijos y muchos de sus

parientes, entre ellos la familia materna que vivía en Estados Unidos, encabezada por su abuelo Valentín. Desde el estrado, escoltó al presidente entrante una robusta delegación de jefes de Estado de América del Sur. Además de Chávez y Morales, estuvieron el nicaragüense Daniel Ortega, el brasileño Lula da Silva, la chilena Michelle Bachelet, el peruano Alan García, el paraguayo Nicanor Duarte, el colombiano Álvaro Uribe —un acercamiento explícito luego del encuentro en Nicaragua—, el haitiano René Préval. El entonces príncipe Felipe de Asturias, una figura usual en los cambios de mando presidenciales de América Latina, también lo acompañó. A ellos se unió el presidente de la república islámica de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, cuya presencia determinó las líneas de la nueva política internacional. De los expresidentes ecuatorianos solo acudió Rodrigo Borja Cevallos. Correa se deleitó al establecer sus diferencias. Sorprendió con su camisa bordada con motivos de la cultura Jama Coaque, pero sobre todo asombró por su actitud. Cuando el presidente del Congreso, Jorge Cevallos Macías (Prian), le preguntó: “¿Jura usted por su honor cumplir la Constitución y las leyes de la República?”, Correa respondió: “Ante Dios y ante el pueblo ecuatoriano juro cumplir el mandato que me dio el pueblo ecuatoriano el pasado 26 de noviembre”. ¡A pesar de su apabullante triunfo en la segunda vuelta, no dio su brazo a torcer en sus denuncias de fraude! Los sonoros aplausos enaltecieron lo que para muchos era un desacato al no juramentar la Constitución, y una muestra de arrogancia inquebrantable. Después de que Alfredo Palacio le impusiera la banda presidencial y de un rápido abrazo entre los mandatarios saliente y entrante, Correa pasó al podio. Sin teleprompter, pronunció su discurso durante casi una hora, cada hoja leída se la entregaba al edecán, quien con orden y cuidado las ordenaba. Atrás estaban Alan García y Hugo Chávez. Ambos con rostros serios e

inexpresivos seguían sus palabras y de vez en cuando aplaudían y asentían las palabras del joven presidente. Rafael Correa inició su alocución inaugural retomando los eslóganes de su campaña; explicó por qué su triunfo significaba volver a tener patria, una frase del escritor Benjamín Carrión, y también expuso el sentido de la revolución ciudadana. Con gran despliegue pedagógico detalló las razones del fracaso y de la crisis política ecuatoriana. Desde sus primeras frases anunció el fin del poder del Congreso para elegir autoridades, por su falta de representación. Al parecer, se adelantó un año y medio en el bosquejo de lo que sería el nuevo poder ciudadano que se institucionalizaría con el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, una institución que hasta entonces solo existía en Venezuela... ¿fruto del asesoramiento del CEPS? La columna vertebral de su discurso se estructuró en la explicación de sus cinco revoluciones: la constitucional, la económica, la de educación y salud, la lucha contra la corrupción y “el rescate de la dignidad, soberanía y búsqueda de la integración latinoamericana”. Para eliminar la corrupción ofreció la implementación del gobierno electrónico, de leyes y de veedurías ciudadanas. Sin olvidar los crímenes de los banqueros corruptos, los atentados contra los derechos humanos y la autonomía del Banco Central. Según dijo, iba a “priorizar el ser humano sobre el capital”. También anunció que solo endeudaría al país cuando fuera estrictamente necesario. Al rememorar la historia del país y sus gestas históricas de liberación, las dividió en tres: la primera, la de Simón Bolívar; la segunda, la de Eloy Alfaro (100 años después), y al mencionarlo acotó: “Tengo el honor que me acompaña mi abuelo materno, de 101 años de edad, y sobrino del general Eloy Alfaro Delgado”. Enseguida, el séptimo Rafael pasó a mencionar la tercera: “Ahora, a los cien años de la última Presidencia de Alfaro, nuevamente ese despertar es incontenible y contagioso. Solamente ayer, en el

páramo de Zumbahua, con nuestros hermanos indígenas, se repetía aquel coral rebelde y cívico que inunda las calles de América: ‘Alerta, alerta, alerta que camina la espada de Bolívar por América Latina’”. En ese momento, con todos los presidentes de pie y aplaudiendo, le trajeron una espada, una réplica de la espada de Bolívar, un regalo de Perú al Libertador en el siglo XIX, que Hugo Chávez le había hecho llegar. Ya antes había asegurado: “Entré sin nada y saldré sin nada, como los hijos de la mar, como cantó Antonio Machado… Ustedes son los mandantes, yo soy el que obedezco”. Tras pronunciar unas frases en kichwa y alusiones a Dios, se despidió. Durante su discurso había anunciado que en pocos minutos firmaría la convocatoria a la Asamblea Constituyente con plenos poderes. Enseguida lo hizo. Y así, con ese segundo decreto presidencial, marcaría la siguiente década del Ecuador, una república que en 177 años de existencia se lanzaba por su vigésima Constitución.

VII El Jefe “cuando lo dejaron solo otra vez con su patria y su poder no volvió a emponzoñarse la sangre con la conduerma de la ley escrita, sino que gobernaba de viva voz yde cuerpo presente a toda hora y en todas partes” Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca.

“Lo que pueden esperar los ecuatorianos es un hombre sencillo... con todas sus energías sirviendo a la patria. Lo que no deben esperar es un mesías, un hombre con todas las respuestas, un hombre con todas las recetas, eso no existe, mis queridos amigos, de esta salimos todos juntos. No es un hombre que va a rescatar al Ecuador, es todo un pueblo, si yo puedo ser el facilitador para este cambio, ahí estaré”. Con estas frases, un convincente Rafael Correa Delgado, sentado cerca de un escritorio donde reposaba abierta una laptop, concluía el video biográfico de la campaña presidencial de 2006. Con el ejercicio del poder, el séptimo Rafael Correa devino mesiánico y se transformó en el hombre que tiene todas las respuestas y todas las recetas. El pedido de no esperar a un mesías parecería más bien un lapsus. Rápidamente el académico comprendió el poder de la comunicación, se creó su propio programa para construir su verdad a punta de un lenguaje mordaz y enfiló todas las armas contra la prensa que se atrevía a criticarlo, por ser la única que podía editar o darle otro sentido a esa verdad. Se dio cuenta de que un telefonazo del presidente podía ser

intimidatorio para burócratas, alcaldes, jueces y hasta periodistas. Se sintió fuerte y confiscó los bienes de los hermanos Isaías Dassum, exaccionistas de Filanbanco y dueños de uno de los mayores grupos de poder del país. Impulsó el plan B para la explotación del Parque Nacional Yasuní mientras en el exterior se promocionaba una opción A, con miras a mantener intacto ese pulmón selvático y proteger a los pueblos no contactados. Y en poco más de dos años dejó ir a dos de sus principales estrategas: Gustavo Larrea Cabrera, el experimentado político que le abrió todas las puertas para cristalizar la Constituyente, y Alberto Acosta Espinosa, su amigo y mentor ideológico, que presidió la Asamblea de Montecristi por casi siete meses. Hacia 2009 su poder se había consolidado, su imagen se había elevado a la de luchador invencible... Ahí es hasta donde llegará este relato, que no pretende ser un balance de los diez años de gobierno ni de la revolución ciudadana. Hemos preferido navegar en otras aguas, como lo señalamos en el capítulo inicial: tratar de entender la transformación del personaje. ¿Acaso Rafael Correa fue producto del azar y de la manera vertiginosa en que llegó a la Presidencia de la República, con una campaña centrada en su figura y doblegando a los anquilosados partidos tradicionales? ¿O se fue puliendo de a poco por las experiencias vividas a lo largo de sus 43 años y a medida que abandonaba las arenas del debate ideológico y del consenso para asumir el combate en la política real? La imagen del hombre sencillo y trabajador, que para distinguirse viste camisa con bordados folclóricos, se fusionó con la de un iluminado que estaba predestinado a poner orden y a dirigir los destinos del Ecuador hacia un futuro lleno de esperanza. Apenas elegido comenzó a hablar de la majestad del poder y del respeto que merecía por ser presidente. gran trabajador que espera resultados inmediatos, comenzó a impacientarse rápidamente cuando no se concretaba lo ordenado. Su malgenio se hizo más

evidente. A su mirada furiosa le dicen “rafaelazo” y ha habido ocasiones en las que ha insultado y despedido a gritos a sus ministros. La Asamblea Constituyente y una nueva Carta Magna contribuyeron a abrirle los espacios para fortalecer su mandato, reiteradamente validado en las urnas. Esa popularidad, según el líder, le dio la autoridad suficiente para ya no escuchar a nadie, alejándose de ideologías infantilistas u opositores mediocres. A su vez, el aparato de propaganda diseñó su rostro silueteado en verde y azul, con el mentón en alto, una fusión con la iconografía del santo Don Bosco, mientras lo convertía en el protagonista de la tarima, en el sabio que rendía cuentas a sus mandantes cada sábado o en el académico que explicaba a los jóvenes el socialismo del siglo XXI. Ecuador no solo encontró a su mesías, sino que depositó en él su confianza durante diez años y cuatro meses, desde el 15 de enero de 2007. Es el quinto político que más tiempo ha ocupado el sillón de Carondelet. Los otros han sido: José María Velasco Ibarra, Gabriel García Moreno, Eloy Alfaro y Juan José Flores, en ese orden. Aunque no regrese por una nueva elección en 2021, que a partir de entonces podría ser indefinida porque su mayoría oficialista parlamentaria cambió la Constitución, ya tiene un lugar asegurado en la historia. Un sitial que se reforzará con el Museo de la Presidencia de la República, creado por él mismo a un costo de casi medio millón de dólares. Cambió de parecer y ahora se llevará la banda presidencial a su casa, al igual que el resto de sus colegas. En enero de 2007 firmó un decreto para que esa prenda tricolor, que simboliza el poder, se transmita de presidente a presidente, pero diez años después rubricó otro para eliminar el primero. A los pocos meses de su gobierno, en una entrevista con Canal Uno y cuando aún conversaba con la prensa independiente, Correa afirmó: “Mi principal rol es el de motivador. Levantar el ánimo a la gente, estar en cada rincón de la patria. Decirles: nos acordamos de ustedes, son parte de este país...”. Una tarea

seguramente inspirada por sus experiencias como jefe de tropa scout y profesor universitario. Añadió un tinte de revancha para los “majaderos” y “mediocres” que no comprenden su misión. Otros recuerdan haberlo escuchado decir: “A mí me va mejor confrontando”, ante la sugerencia de tender puentes con otros líderes. Estas facetas se vuelven visibles en los enlaces ciudadanos de los sábados, ahora convertidos en un púlpito: el mandatario predica su verdad y es el personaje central de un show, donde explota su carisma hipnotizando a la audiencia. Un programa completamente distinto al de aquel sábado 20 de enero de 2007, el enlace radial número uno. Ese día el presidente dialogó una media hora en el salón amarillo de Carondelet con tres periodistas de radio. El primero era Emilio Espinoza Albuquerque, antiguo relacionista público del depuesto presidente Abdalá Bucaram (PRE) y cuya productora organizaba para Correa la cadena de emisoras Unidos por el Ecuador. El nexo era Vinicio Alvarado Espinel, secretario de la Administración Pública en el nuevo gobierno, quien sería el cerebro del aparato comunicacional de la revolución ciudadana. El segundo, Paco Velasco Andrade, de la “forajida” radio La Luna, posteriormente elegido asambleísta por la lista 35 y que se deshizo del medio de comunicación. Y el tercero, Jorge Yunda Machado, de radio y televisión Canela, quien luego presidiría el Consejo de Radio y Televisión (Conartel) y, en 2017, sería elegido asambleísta por Movimiento PAIS. La introducción de Espinoza marcaba la pauta del programa: “El presidente y su pueblo”. Alrededor de una mesa de madera, Correa sentado y rodeado de los tres comunicadores. El objetivo era producir “información dinámica, clara, objetiva, que no sea manoseada precisamente por actores que intentan empañar la acción de gobierno”. Una gestión que tenía apenas cinco días de haber iniciado, pero en la que ya se destacaba el ímpetu del joven economista, quien después de la posesión había asistido como

invitado a la cumbre del Mercosur, en Río de Janeiro, entre el 18 y 19 de enero. El 20 de enero ya había firmado los decretos para convocar a consulta popular para la Asamblea Constituyente, bajar su sueldo a la mitad y nombrar a casi todo el gabinete. Había logrado que el nuevo secretario de la Comunidad Andina de Naciones fuera el periodista ecuatoriano Freddy Ehlers (quien luego asumiría la Secretaría del Buen Vivir). Había cristalizado el acuerdo de crudo por derivados y de importación de urea con el presidente venezolano Hugo Chávez Frías y, gracias a las gestiones de su flamante ministro de Finanzas, Ricardo Patiño Aroca, estaba por concretarse el financiamiento del Banco de Desarrollo de Brasil para la hidroeléctrica Toachi Pilatón, el aeropuerto de Tena y el puente Bahía de Caráquez-San Vicente, los dos primeros adjudicados a compañías brasileñas. Junto con la enumeración de sus logros y las promesas de estar dispuesto a dar su vida para cumplir el mandato ciudadano, anunció que siempre estaría a disposición de su pueblo. Para ello inauguraría los gabinetes itinerantes, las reuniones de ministros que funcionan una o dos veces al mes en distintas ciudades. El ingrediente de enfrentamiento lo centró en las mafias políticas. Calificó a los diputados opuestos a la consulta popular como seudorrepresentantes que habían secuestrado a la democracia. Correa se refirió a un bloque parlamentario que “baila en la política y se va al mejor postor cual meretriz, perdóneme, por un plato de lentejas”, acusó sin especificar a cuál se refería. Fueron 34 minutos de preguntas y respuestas, en una cadena con más de 50 radios en todo el país. Así comenzó el espacio Enlace Ciudadano, llamado sabatina, en el que se pretendía una entrevista semanal de no más de una hora con periodistas para que el mandatario rindiera cuentas de su gestión. Para el segundo programa ya se introdujo un corto resumen en kichwa, a cargo de Mónica Chuji Gualinga, secretaria de Comunicación, conductora del

programa junto con Espinoza. Ahí nació el apelativo de mashi, que significa compañero en esa lengua y que el mandatario adoptó para su cuenta de Twitter @MashiRafael. Al mes siguiente, el presidente concretó su ofrecimiento de gabinete itinerante en Tena, bastión del coronel Lucio Gutiérrez. El enlace duró casi hora y media con la participación del vicepresidente Lenín Moreno y cinco periodistas. A fines de junio, el programa quedó a cargo solamente de Espinoza con un par de periodistas invitados. Chuji renunció para postularse a la Constituyente. La traducción al kichwa quedó a cargo del excolega de Correa de la USFQ y profesor de ese idioma, José Maldonado, llamado también mashi Maldonado. Posteriormente, con la creación del estatal EcuadorTv, se introdujo la traducción al lenguaje de señas que aparece en la parte inferior de la pantalla. La canción “Patria” fue escogida por la revolución para la apertura. Hacia fines de 2008, la nueva Constitución se aprobó con casi el 64% de la población. La intolerancia del presidente se acentuó, el diálogo abierto se convirtió en cuasimonólogo. La tarima se mudó a escenarios al aire libre o a coliseos, donde asisten miles de personas para poder verlo en vivo y en directo. Si tienen suerte, podrán estrechar su mano o abrazarlo. El único que está a su lado es Maldonado, el mashi. Ya nadie pregunta nada, el presidente tiene tanto que contar: se demora tres o cuatro horas para exponer paso a paso todo lo que hizo en la semana. Al mismo tiempo explica que “por primera vez en la historia” se hace tal o cual obra, que nadie más que él se ha preocupado por algo, golpea sobre la mesa, lee un informe, advierte de complots en su contra o rompe periódicos. Desde ahí también estigmatiza a sus enemigos, da clases de economía, pregona la eficiencia y la meritocracia, resalta los logros de su gobierno, ajusta cuentas con su pasado, emite conceptos sobre política o el buen vivir y pide a los camarógrafos enfocar a chicas guapas. Después se comenzaron a instalar pantallas

gigantes a su alrededor y antes de su intervención un cantante o un grupo de artistas sirven de teloneros. Es su show estelar. Da la pauta de sus futuras acciones y exhibe su magia discursiva, usando calificativos y conceptos que puede acomodar a discreción, en uno u otro sentido. Acaso despierta una estética morbosa en la audiencia o escarba en los resentimientos más profundos de los ecuatorianos. Sus seguidores lo escuchan con admiración, creen a pie juntillas esa verdad, les aclara sus dudas, les explica sus derechos, les da voz. Los reafirma en esa relación directa que han creado con él. Muchos le piden autógrafos, otros lo contemplan embelesados y él se transforma para cada uno de ellos. Quienes lo detestan escuchan igual la sabatina, intentan pescar las frases que adelanten los cambios de leyes, las nuevas políticas económicas, así como las órdenes o los llamados de atención a sus funcionarios. Los guiones son cuidadosamente elaborados por un equipo de la Secretaría de Comunicación, los ministros que van a ser citados deben estar obligatoriamente en primera fila, y el presidente, que es capaz de improvisar en cualquier momento, domina la escena. A lo largo de diez años se han añadido segmentos como “La caretucada de la semana”, “La cantinflada de la semana” o “La libertad de expresión ¡ya es de todos!”, enfocados en burlarse de los opositores, y, dentro de esa categoría, los periodistas y medios de comunicación, considerados sus principales enemigos. Su gobierno terminará con más de 521 programas, algunos realizados por sus vicepresidentes de turno, Moreno y posteriormente Jorge Glas Espinel. En 2007, por ejemplo, se organizaron 49 sabatinas repartidas así: veinticinco en provincias, diecinueve en Pichincha y cinco en el extranjero (Chile, China, España, Estados Unidos e Italia). Desde la palestra del poder y su posición de fuerza, ha proferido los insultos más floridos: agoreros del desastre, alcalde garrotero, amargado, amarillistas, aniñaditas, antipáticos, babosada,

basura, bestias salvajes, bocones, buitres especuladores, cadáveres políticos, caretuco, cavernario, charlatanes, chiflado, cloacas con antenas, cínicos, cobarde, coloradita, conspiradores, dan asco, descalificados, desequilibrado por la codicia, desquiciado, doble moral, enano fachín, enano latin lover, estafador, explotadores, gallinazos, garroteros, gordita horrorosa, grandes delincuentes, hijos de la oligarquía, hipócrita, idiota, imbécil, incapaz de pensar, inestables, insolente, jauría, la mentirosa más mentirosa del año, ladilla, ladinos, limitaditos, locos furiosos, mitómano, mafia, machito ignorantón, mala fe, matón de barrio, medio trastornadito, mercenaria, mentirosos, miserable, narcopolíticos, panfletario, pasquines, pelafustanes, pelagatos, pelucón, pendenciero, pequeñez de alma, periodiqueros corruptos, perros hambrientos, perros rabiosos, perverso, pitufo gruñón, pornógrafo, porquería, prensa corrupta, prepotente, puerco, ridículo, sátrapa, sepultureros de la educación, sicarios de tinta, sinvergüenzas, sufridora, terrorista, tiene un zapato en la cabeza, tipejo, tirapiedras, traidor, troglodita, trompudos, vacas sagradas, vendepatria... Al impacto comunicacional de las sabatinas se suman los gabinetes itinerantes. La idea, según relató Ricardo Patiño en una entrevista con Marta Harnecker, publicada en el libro Ecuador. Una nueva izquierda en busca de la vida en plenitud, se las dio una compañera uruguaya, al comentarles la experiencia del entonces presidente de ese país, Tabaré Vásquez Rosas. Una vez presidente, en marzo de 2005, el uruguayo cumplió su promesa de visitar todos los pueblos que había recorrido durante su campaña. Pero quien realmente ha sido el catalizador de esta idea en Sudamérica es el paisa Álvaro Uribe Vélez. En agosto de 2002 el colombiano arrancó con los Consejos Comunales de gobierno, considerados su mejor estrategia de comunicación y la personalización de su poder como jefe de Estado. Lo cierto es que Correa y su equipo comenzaron a armar el esquema de un gabinete cada quince días fuera de Quito.

El primero fue el 10 de febrero de 2007 en Tena, que culminó con la sabatina número cuatro. Los gabinetes itinerantes también se sofisticaron y son el punto de encuentro directo entre Correa, sus ministros y sus mandantes. Un equipo de avanzada viaja a la ciudad escogida. Se reúne con las autoridades locales, inspecciona los escenarios, sondea las preocupaciones de la población, a quién puede dar entrevistas el presidente, cómo está la imagen de Correa, dónde puede alojarse o qué va a comer... Con esa información se prepara la agenda de la sesión, en la que se tratan temas específicos. Los ministros reciben un correo electrónico detallado y todos los involucrados en los temas deben preparar los avances que cada secretaría ha logrado. La jornada del viernes es larga: comienza a las siete de la mañana, entran solo los ministros y va hasta la noche. generalmente arranca con una presentación sobre los atractivos turísticos de la zona, para luego concentrarse en el trabajo. Los secretarios de Estado deben preparar informes y presentaciones PowerPoint para estas reuniones. Todos van con sus laptop y, además, se proyecta información en varias pantallas medianas dentro de la sala. Los celulares se conectan a una señal satelital para evitar intromisiones o espionaje. Las ministras deben estar impecables, bien maquilladas y peinadas. Los asesores esperan afuera vigilando su teléfono, por si se les pide una precisión. Si un experto es invitado para que exponga sobre algún tema, alguien de protocolo lo alecciona para que no tutee ni le diga Rafael, sino “Señor presidente”. La jornada es intensa, pocas veces salen a almorzar en otro lugar. Luego todos asisten a la noche cultural, un show preparado por las autoridades locales. No importa si el presidente mandó callar a uno de sus secretarios de Estado o lo insultó delante de sus colegas, por inoperante e inepto, o si alguna ministra salió llorando de la reunión. Él es un poco fosforito pero se le pasa enseguida, como ha reconocido. Igual todos deben asistir y sonreír durante al

espectáculo. El mandatario da una corta alocución y presenta a cada uno de sus ministros ante los asistentes. Correa pregunta directamente al público sobre los problemas que tienen o si ha mejorado o no la infraestructura estatal. Luego los artistas se toman el escenario y las noches culturales se convierten en farras bailables que terminan en la madrugada. “Este contacto le permite al presidente saber cuál es la apreciación que la gente tiene de sus ministros, de sus funcionarios y de la gestión del gobierno... más que un acto formal, es un momento de comunicación con el pueblo”, resumió Patiño, en la misma entrevista antes citada. Al día siguiente, el presidente suele ir a pedalear más de una hora por los alrededores, desayuna en “los agachaditos”, como se llama a los comedores populares. De ahí, junto con sus ministros, se reúne con las autoridades locales, prefectos y alcaldes, para escuchar sus pedidos y analizar el avance de programas y obras en la provincia. Solo después Correa aparece en el escenario para la sabatina, alrededor de las diez de la mañana, fresco como una lechuga. Entre tanto, los funcionarios que no asisten al enlace deben participar en las ferias ciudadanas que se organizan en el lugar, con stands donde se promocionan los servicios que brinda cada institución gubernamental: préstamos, bonos, capacitación, atención médica... En un país con tan alto nivel de desigualdad, ¿cómo no sentir entonces que ahora sí hay un presidente que se preocupa por el pueblo?, ¿cómo no creer que la suya es la única verdad?, ¿o que ya forman parte del “milagro ecuatoriano”? Todo este aparataje sobrevive gracias al dínamo llamado Rafael Correa Delgado y su sentido de eficiencia, al dinero para pagar el espectáculo y la movilización, y al cumplimiento de por lo menos algunas ofertas. El gobierno no llega con las manos vacías a las ferias ciudadanas, no hay improvisación. Los gabinetes itinerantes y sabatinas no son su única exposición pública. Los martes siempre viaja a Guayaquil para recorrer obras, mantener reuniones y abrir otro diálogo de al menos una hora con periodistas.

A eso se suman actos solemnes y viajes en los que el presidente pronuncia discursos. En su primer año de gobierno dio 57 y en el siguiente treinta. En su obsesión por lograr resultados se apoya mucho en la tecnología de punta, aunque a veces recurre a una simple grabadora para no olvidarse de alguna idea, de un pendiente o probar que dio tal o cual disposición. Ya en el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) probó que sabe ejercer su don de mando, lo que, acompañado de su memoria fotográfica y su capacidad de trabajo, lo vuelven difícil de igualar. Lo peor es su malgenio. Una de sus colaboradoras clave desde el inicio de su gestión ha sido Sandra Naranjo Bautista, quien luego fue ministra de Turismo y, a los 31 años, vicepresidenta encargada durante la campaña electoral de 2017. Delgada, sencilla y de amplia sonrisa, Naranjo fue su alumna en la USFQ. Su tarea es tomar nota en su computadora de todas las reuniones y compromisos presidenciales, que son muchísimos. Algunos aseguran que Correa labora veinte horas al día como mínimo. Cuando la adrenalina está al máximo incluso más. Esa intensidad hace que cada funcionario tenga asignadas sus tareas con una fecha determinada para su cumplimiento. Para que no se le olvide, por correo electrónico, recibe una alerta de que le quedan seis meses para cumplirla, y luego otros mails a medida que se acerca el vencimiento del plazo. Alrededor mantiene un séquito de jóvenes eficientes prestos a decir: “Sí, presidente”, “Bueno, presidente”, “De acuerdo, presidente”, “Lo que usted diga, presidente”. En los últimos años, la excepción en sus largas jornadas son los lunes, cuando se organizan los almuerzos con invitados especiales en Carondelet, que terminan en cantata y farra hasta bien entrada la noche. Además de la bicicleta, parecería que cantar y bailar son sus maneras de liberar el estrés. La residencia de Carondelet también sirve para invitar a almuerzos y cenas más

íntimas a sus amigos cercanos, quienes van con sus parejas. A muchas de ellas asiste también Anne Malherbe. Sin embargo, Correa se cuida de no comer demasiado porque subir de peso agrava el problema de una de sus rodillas, donde tiene una prótesis. En septiembre de 2009 viajó a Cuba a operarse, tiempo que aprovechó para escribir su libro Ecuador: de Banana Republic a la No República. Pero la operación no resultó. Un año después fue intervenido nuevamente, esta vez en el hospital del Seguro Social Carlos Andrade Marín, en Quito. El tiempo sagrado dedicado a su familia es la tarde del sábado, después de la sabatina, hasta la noche del domingo. En algunas ocasiones su esposa Anne Malherbe y sus hijos también se desplazaban ese día para esperarlo al terminar el enlace ciudadano y emprender luego un tour fuera de la capital. En una entrevista concedida a Harnecker, el presidente señaló que lo más duro del tiempo que llevaba en el poder había sido “perder la vida privada. Tú trastornas la vida de tu familia, siempre estás rodeado de gente de la seguridad”. En 2017 sus dos hijas mayores de edad estudian en Francia, en tanto que a Miguel Rafael le faltan tres años para obtener su bachillerato. En el mismo diálogo aseguró que “lo segundo más duro es la cantidad de gente que se pasa la vida tratando de demostrar lo malo que eres... Por ejemplo, muchísimos periodistas, que incluso eran de izquierda, hoy están contra nosotros porque osamos enfrentar a la prensa, denunciar que nos parece corrupta, mediocre. Ellos viven para demostrar la mala persona que supuestamente soy. Esas cosas desgastan mucho, fastidian. Uno no es mala persona y te tratan de hacer aparecer como un monstruo”. Posiblemente esa es la razón por la que su enfrentamiento con los medios de comunicación cae en las arenas movedizas de lo personal. Da igual si fue porque no le publicaron lo del festival de la paz cuando era joven, si lo incluyeron en una lista de deudores de la banca cuando fue ministro o si malinterpretan con mala fe lo que

hace. Siempre tendrá su verdad al respecto. La prensa, al igual que la banca, es considerada parte de los poderes fácticos del Ecuador y por eso había que darle un escarmiento; si fuera posible, ir podando a los medios como a la mala hierba. Lo lograría en 2013, con una nueva mayoría en la Asamblea Nacional, cuando se aprobó la Ley de Comunicación que crea una superintendencia para controlar a las empresas de comunicación y a periodistas, así como un nuevo delito: el linchamiento mediático. La sabatina más emblemática de su bajo nivel de tolerancia fue la número 18, en Carondelet, el 19 de mayo de 2007, cuando aún participaban periodistas de medios independientes. Las otras, en las que un furioso Correa ha roto periódicos o llamado a la gente a que vayan a reclamar a la sede de los medios, se han dado después, cuando ya el formato de entrevista había desaparecido. En aquella ocasión la mayoría del público invitado era el estudiantado del colegio Luciano Andrade Marín. Mónica Chuji, Emilio Espinoza y Marco Pérez eran los moderadores. Después de explicar sus actividades de la semana, se abrió el diálogo con los cuatro periodistas. El presidente inició con un reclamo por noticias de los diarios Hoy y La Hora, y se enfrascó en una discusión idiomática que llegó a la grosería con el periodista Carlos Jijón Morante, director de noticias de Ecuavisa. Poco después pidió a la seguridad que sacara del lugar a otro de los invitados, Emilio Palacio Urrutia, editor de opinión de El Universo. Correa ya había iniciado dos juicios. El primero contra el Banco Pichincha, por daño moral, en el que pedía cinco millones de indemnización, y el segundo contra La Hora, por injuria contra la majestad del poder, debido al editorial “Vandalismo oficial”, publicado a raíz de que manifestantes rodearan al Congreso para presionar por la Constituyente. La piedra de toque con Jijón fue la nota de La Hora “Correa asaltó la Junta Bancaria”. El argumento del presidente era que ese diario lo acusaba de romper la ley, de haber presidido la Junta Bancaria y hasta de ser asaltante. Jijón le rebatía sobre el

significado de tomar por asalto a ese cuerpo colegiado, pues se nombró ilegalmente a uno de sus miembros, lo que consolidaba la mayoría gobiernista. Correa reclamaba, además, por el maltrato que había recibido Chuji, cuando había pedido una réplica. Al hablar de eufemismos y palabras de más de un significado, como promiscuo, puso también el ejemplo de que en la visita a la fragata Escuela Guayas había aprendido el nombre de los palos transversales de madera. Preguntó al público para saber cómo se llamaban. Al segundo intento de la respuesta correcta, con el micrófono que tenía el presidente dirigido hacia el público, alguien respondió “verga”, por lo que pidió que lo dijeran más fuerte. Los alumnos respondieron presurosos, en medio de risotadas. Después de escuchar la palabra, Correa dijo: “que le diga ‘ándate a la...’ (y puso el micrófono hacia el público, que en coro respondió ‘verga’); no lo he insultado, por favor, no seamos ingenuos...”. Lo que arrancó las risas y aplausos de los asistentes. Jijón quiso rebatir algo pero ya no se escuchó lo que decía. Después le tocó el turno a Palacio, quien, descolocado por el incidente con Jijón, acaloradamente cuestionó a Correa por no reconocer el rol que la prensa había tenido en el país en los últimos treinta años, desde la dictadura militar y durante la crisis bancaria. Como esa es una de las acusaciones de Correa contra los medios, Palacio le insistió en que la denuncia de los medios contra la AGD y la debacle financiera sí se había dado y que para hacerlo los periodistas habían tenido que vencer a la mafia política que la había creado. La discusión se crispó y ambos se interrumpían y subían el tono. El periodista le llegó a decir que su descontento con la prensa era porque no publicaban lo inteligente que era el presidente. Y atacó entonces por el lado del juicio contra La Hora, por hacerlo bajo la figura de atentar contra la majestad del poder (desacato). Irritó aún más al presidente cuando le dijo que el dinero que obtendría del Banco Pichincha “también va a ser para sus hijos”. “Con mi familia no se meta”, respondió Correa. Palacio insistió en que era el

mandatario quien los había mencionado y, por eso, él también los nombraba. Palacio terminó su intervención y puso el micrófono sobre la mesa. El presidente retomó el diálogo y señaló que sobraban las palabras, por la clase de ciertos periodistas. “Incluso ni siquiera manejan bien el castellano. Yo como académico siempre me cuido de generalizar, pero aquí se confunde no precisar con generalizar. Cuando ustedes dicen: ‘Hay prensa corrupta’, no están generalizando, no están diciendo toda la prensa es corrupta, no están precisando. La prensa lo toma como generalización. ¡Ya qué culpa tengo de que no manejen bien el idioma!”. Cuando parecía que los ánimos se habían calmado, Correa insistió en que la prensa no había cumplido su labor de denunciar “el atraco del siglo” de la crisis bancaria. Palacio lo volvió a interrumpir. “¡Sáquelo a este señor!”, ordenó sin más a la seguridad. Palacio se levantó rodeado de tres agentes vestidos de civil. Alguien del público gritó: “asalariado de los mafiosos”, en medio de aplausos. Jijón, en señal de solidaridad, también abandonó el lugar. El resto de los periodistas: Carolina Ehlers Morelli, del programa La Televisión, creado por su padre Freddy Ehlers; Orlando Pérez Sánchez, que tenía un espacio en Sonorama y columnista de Hoy (quien luego sería director del oficialista El Telégrafo), y Giovanny Velasteguí Páez, de Antena 9 (de Galápagos), continuó su diálogo con el presidente por casi una hora más. Fue un rompimiento sin marcha atrás. El video de esta sabatina, que forma parte de los enlaces ciudadanos subidos a internet por la Presidencia de la República, está editado. Faltan fragmentos donde se habla del juicio contra el Banco Pichincha. El proceso terminaría con una indemnización de 600 mil dólares, en lugar de los cinco millones de dólares que había pedido Correa, ya como presidente de la República. “A mí no me interesa la plata, si quieren puedo donar esa plata aunque mi principal deber es darle seguridad económica a mi familia”, le dijo a Palacio en esa sabatina,

según reseñó El Comercio, al confirmar que la pregunta sobre el destino del dinero fue lo que molestó al mandatario. Pudo ser tan solo un juicio de un cliente contra su banco por discrepancias sobre una deuda, pero el hecho de que la notificación llegara a la institución financiera el mismo día que el economista se posesionaba en sus altas funciones y lo exorbitante del monto atrajeron la atención de inmediato. El presidente sentía que por haberlo mantenido en la Central de Riesgos, como deudor moroso, le habían dañado su nombre y su prestigio. Tan solo trece meses antes, el candidato se había reunido con el propietario del banco, Fidel Egas Grijalva, para tratar un posible apoyo durante la campaña electoral, pero en ese almuerzo no habría mencionado el problema de la deuda. La rocambolesca historia comenzó por una tarjeta de crédito Visa Banco La Previsora del entonces profesor de la USFQ. En septiembre de 1997 Correa partió hacia Estados Unidos para hacer su doctorado y canceló la tarjeta. Al año siguiente, La Previsora registró a Correa en la Central de Riesgos, con calificación E, por una deuda de 97,29 dólares, y luego le inició un juicio para cobrar ese dinero. El afectado no podía darse por enterado pues no vivía en el país. A fines de 1999 el estatal Filanbanco absorbió a La Previsora, y dos años después, por el cierre de Filanbanco, la cartera y las operaciones de las tarjetas fueron compradas por varios bancos, entre ellos Pichincha. La deuda, al ser de tan poco valor, no justificaba la contratación de un abogado; nadie se preocupó de ese proceso. Cuando el economista PhD regresó de Estados Unidos y quiso obtener una tarjeta Diners en 2002, se enteró de que estaba en la Central de Riesgos. Esto significaba que ninguna entidad financiera le daría un préstamo. Ofició al Pichincha para que le entregara los estados de cuenta de la supuesta deuda, sin resultados. Acudió entonces a la Superintendencia de Bancos para interponer un reclamo pero la respuesta fue que la deuda era parte de la escritura

de transferencia de cartera de la tarjeta Visa de Filanbanco al Pichincha, lo que, según Correa, no probaba la deuda en sí. En su afán de resolver el problema, se dio por notificado y pidió audiencia ante el Juzgado Tercero de lo Civil de Pichincha, donde se tramitaba el juicio 613-99 iniciado por Banco La Previsora en su contra. Lo citaron en enero de 2004 pero nadie se presentó por La Previsora, que ya no existía. El Banco Pichincha no era parte. Como el caso tampoco se resolvía pidió el cambio del magistrado. Mientras continuaba en este laberinto judicial, llegó abril de 2005 cuando asumió la cartera de Economía y Finanzas en el gobierno de Alfredo Palacio. A los dos meses de posesionado, el ministro envió un oficio membretado del MEF al banco para que la institución justificara su calidad de deudor. El problema no se solucionó y la explicación dada por el banco fue que no podía eliminarlo de la Central de Riesgos porque la ley se lo impedía. Si una persona aparece en la Central, la única manera de salir es cancelando lo adeudado. Su nombre apareció en una lista de once ministros deudores de la banca publicada por La Hora. En diciembre de 2005, cuando el economista ya no era funcionario y obtuvo un préstamo de MM Jaramillo Arteaga por 87 000 dólares para comprar su casa en Monteserrín, se pagó la deuda en la Central, que ascendía a 164,99 dólares. Correa asegura que su secretaria, que trabajaba en la oficina de la calle Whymper, lo hizo por error pues desconocía del juicio civil que había reactivado. Lo cierto es que, por haber cancelado ese valor, el nombre de Rafael Correa Delgado salió de la Central de Riesgos. El proceso civil terminó seis meses después, en junio de 2006, porque el nuevo juez rechazó la demanda del Banco La Previsora, en vista de que la deuda ya se había cancelado. El candidato de Movimiento PAIS, que había armado su plataforma con un discurso contra el neoliberalismo y los banqueros, promocionó el hecho como si hubiera ganado una demanda contra el Banco Pichincha.

Lo que parecía un caso terminado se revivió cuando ganó las elecciones. En su demanda aseguraba que la calidad de moroso se hizo pública cuando fue ministro, lo que le habría producido el daño moral que, según el código de esa época, se traducía en “sufrimiento psíquico, angustias, ansiedad, humillaciones u ofensas semejantes”. Por ello demandaba la cantidad de cinco millones de dólares. A pesar de todo se había alzado con la Presidencia de la República, a fines de 2006, hecho que el Pichincha alegaba a su favor para asegurar que no había existido ningún daño moral. En la primera instancia, el fallo estuvo a cargo del juez suplente Fabricio Segovia, que concedió al presidente los cinco millones de dólares, en octubre de 2008. En la apelación y segunda instancia, la sala superior, integrada por tres magistrados, redujo la indemnización a 300 mil dólares. Ambas partes impugnaron y en la tercera instancia, la de casación y en la que se analiza solo el debido proceso, contra todo pronóstico se subió el monto a 600 mil dólares. La sentencia de junio de 2010 justifica la decisión “debido a la gravedad particular del perjuicio sufrido y de la falta”. Así lo decidieron los magistrados Manuel Sánchez, Galo Martínez Pinto y Carlos Ramírez Romero. Acompañado de su secretario jurídico Alexis Mera Giler y de su abogado Galo Chiriboga Zambrano, acudió Correa a las audiencias de segunda y tercera instancia. En el gobierno de su cliente, Chiriboga ha sido ministro, embajador en Madrid y fiscal general de la Nación. Carlos Ramírez Romero presidiría a partir de 2012 la nueva Corte Nacional de Justicia, después de la reorganización aprobada en la consulta popular del presidente para “meterle mano” a la Función Judicial. Este proceso reforzó la imagen de Correa de “justiciero”, aquel que busca hacer cumplir la ley a los poderosos. El destino del dinero causó sorpresa, porque siempre ha fustigado a quienes sacan sus capitales del país. La indemnización sirvió para comprar otro bien inmueble, al igual que el cheque de la USFQ en 2005 contribuyó a la adquisición de la casa de Monteserrín. Esta vez, Correa envió poco

más de 300 mil dólares a Europa. Una porción se destinó a comprar un pequeño departamento en la región belga de Ottignies, cerca de la Universidad Louvain La Neuve y de la casa de sus suegros. En su declaración de bienes de 2011, lo valoró en 227 mil dólares, según El Comercio. Como el pago era para resarcir un daño moral, el SRI dictaminó que no debía pagar impuestos sobre esos ingresos, pese a que en otros casos había dispuesto lo contrario. En marzo de 2011 el presidente usaría la misma figura de daño moral para demandar una indemnización de diez millones de dólares. Esta vez los acusados fueron los periodistas Juan Carlos Calderón Vivanco y Christian Zurita Ron, autores del libro El Gran Hermano. En su obra denunciaban los millonarios contratos de obra pública adjudicados a Fabricio Correa Delgado, el mayor de los Correa, a través de un entramado de empresas offshore: un escándalo que estalló dos meses después de su reelección de abril de 2009. Cuando se le preguntó por qué no enjuiciaba a su hermano, respondió: “¡porque no me da la gana!”. Los comunicadores fueron sentenciados a pagar un millón de dólares y el proceso subió a segunda instancia. El 27 de febrero de 2012 el mandatario anunció “su perdón sin olvido” para los acusados del caso El Universo y también para Calderón y Zurita. Meses más tarde Estados Unidos le concedió asilo a Palacio, cuyo artículo originó el juicio contra el matutino. El respeto a la majestad del poder se aplica para todos. Un mes después del incidente con Carlos Jijón y Emilio Palacio, la policía detuvo a un ciudadano que supuestamente le había hecho un “yucazo” (señal obscena con los brazos) a la caravana presidencial, que se dirigía al aeropuerto. Mauricio Ordóñez estuvo detenido cinco días. Correa regresó de Bolivia y lo fue a visitar con su esposa Anne Malherbe al penal García Moreno. Aseguró que todo era el producto de una confusión. Solo después lo dejaron libre. Este sería el primero de una serie de detenciones y procesos contra jóvenes y adultos por “yucazos” o “dedazos” (señal obscena con el

dedo medio). Con el pasar de los años, a manera de desobediencia y por desahogo popular, la gente grita: “¡Fuera, Correa, fuera!” en los estadios durante los partidos de fútbol de la selección ecuatoriana y, desde fines de 2016, hasta en los conciertos. Posiblemente en aras de reforzar su imagen de justiciero, cumplir una promesa de campaña o de conseguir una carta triunfal avalada por los plenos poderes de la Asamblea Constituyente, Rafael Correa decidió jugarse el todo por el todo. Confiscó los bienes de los hermanos Roberto y William Isaías Dassum, expropietarios de Filanbanco, la madrugada del 8 de julio de 2008. Era la cereza sobre el pastel de su lucha contra los “banqueros corruptos” que propiciaron el “atraco del siglo”. Al cabo de diez años en el poder, el tema Filanbanco sigue sin resolverse. Los hermanos le sirvieron de cabeza de turco para ser exhibida ante las cámaras, concentrar en ellos todos los ataques y presentarse como un Robin Hood que había recuperado para el Estado esa inmensa fortuna. Pero en 2016 un dictamen de Naciones Unidas condenó al Estado ecuatoriano, por haber violado el debido proceso, a indemnizar a los hermanos Isaías Dassum, de cuyas empresas ecuatorianas queda muy poco. Parecería que Correa prefirió un ataque certero contra el gran grupo económico que siempre se había sentido protegido políticamente. Además de los once medios de comunicación que manejaba, mantenía nexos con los socialcristianos (la esposa de Roberto Isaías, María Mercedes Plaza es sobrina del expresidente León Febres Cordero) y con los roldosistas (Roberto Isaías fue asesor del entonces presidente Abdalá Bucaram). Simbolizaban la crisis bancaria y eran el blanco perfecto por la antipatía que despertaban en círculos empresariales y políticos. Un golpe de efecto que le dio réditos en ese momento pero que luego se revertiría contra el Estado ecuatoriano. Casi un año antes, en agosto de 2007, Eduardo Valencia, designado presidente de la Corporación Financiera Nacional (CFN),

había entregado a Correa un informe sobre la crisis bancaria. Valoró las pérdidas de la crisis en ocho mil millones de dólares. Elaboró el reporte a partir de otro de la CFN, en el que se aseguraba que esa gran institución pública de desarrollo estaba quebrada porque había sido obligada a aceptar certificados emitidos por la banca privada a valor nominal. El patrimonio de la CFN estaba en soletas y, según Valencia, uno de los principales artífices de aquello era Pedro Delgado Campaña, primo en segundo grado de Correa y quien trabajaba en Carondelet como asesor presidencial. El reporte sugería iniciar una pesquisa desde la reforma a la Ley de Instituciones Financieras en 1994, que permitía los préstamos vinculados de bancos a sus accionistas y que fue impulsada por el entonces vicepresidente Alberto Dahik Garzozi. O, por lo menos, desde la aprobación de la Ley de la AGD en 1998 y los responsables del congelamiento de los fondos de los ahorristas, el feriado bancario de 1999, y por supuesto, sobre el daño provocado a la CFN. ¿Acaso Correa decidió atacar a un solo blanco y mantener a Delgado Campaña a su lado? ¿Por qué cabía la incautación? Cuando el Estado asumió el control de Filanbanco en 1998 por la Ley de la AGD, los hermanos Isaías Dassum perdieron todo su capital en la institución y, además, entregaron un conjunto de bienes como garantía por el dinero que el gobierno debía inyectar en esa entidad. Esos bienes tasados en 173 millones de dólares pasaron a un fideicomiso (administrado por un tercero independiente) con la idea de que cuando se cancelara a todos los ahorristas y se cobrara a todos los deudores, Estado y exdueños cruzarían cuentas. Meses después, varios reportajes periodísticos (especialmente de la revista Vistazo) revelaron que en realidad esos bienes, entre ellos muchos terrenos, estaban sobrevalorados. En 2003 la Contraloría General del Estado los avaluó en apenas 33 millones de dólares. Por si fuera poco, los Isaías seguían manejando cientos de empresas que iban desde un ingenio azucarero y una cervecería

hasta fábricas de cerámica, pasando por once medios de comunicación (TC Televisión y GamaTV, entre los principales). Había indicios de que el dinero que les había dado el Banco Central como préstamos de liquidez, antes de diciembre de 1998, había sido utilizado para beneficio de las empresas de sus accionistas. La situación de Filanbanco se confundió aún más porque las autoridades decidieron que absorbiera a La Previsora, que estaba quebrado, y porque lo utilizaron como puente para inyectarle dinero que luego prestaban a otros bancos en problemas. Al final Filanbanco, en manos del Estado, cerró definitivamente sus puertas en julio de 2001, lo que afectó a casi medio millón de clientes. El proceso judicial era de tipo penal y tampoco estaba resuelto. Junto con los Isaías Dassum, habían sido acusadas autoridades de los organismos de control. La Fiscalía y los magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) no se ponían de acuerdo si debían juzgarlos por falsificación de balances, un delito menor, o por peculado, abuso de fondos públicos. Los exbanqueros se refugiaron en Miami, donde ampliaron sus negocios, sin que se pudiera concretar una extradición. Así pasaron los años, tres presidentes de la República, después de Jamil Mahuad, y tres cortes supremas de Justicia, sin que el problema se solucionara. La confiscación para el cruce de cuentas a la fuerza —el golpe de Correa contra los Isaías Dassum— se mantuvo en gran secreto. Incluso hay quienes aseguran que el gobierno negociaba con los exbanqueros para determinar el monto, que bordeaba como mínimo 600 millones de dólares para el Estado. Apenas se dieron dos señales de lo que se venía, casi a día seguido. La primera fue la presencia en Carondelet de Juan Falconí Puig, abogado guayaquileño exsuperintendente de Bancos y acérrimo enemigo de los Isaías. Salió en las fotos de ministros, amigos y familiares que veían por televisión junto con el presidente, el partido Liga de Quito vs. Fluminense la noche del miércoles 2 de julio, en la final de la Copa Libertadores. Cualquier observador agudo sabía que si

Falconí se acercaba al gobierno sería para asesorarlo legalmente en el caso. El exsuperintendente ha recopilado dos gruesos tomos con muchísima información oficial llamados Documentos del caso Filanbanco. La segunda fue el viernes 4 de julio, cuando el directorio de la AGD debía sesionar en la mañana. La sesión se pasó para el mediodía. La razón fue que en la mañana algunos miembros del directorio fueron convocados a Carondelet para recibir instrucciones sobre esa sesión, en especial sobre la aplicación del artículo 29 de la Ley de Reordenamiento en Materia Económica en el Área Tributario y Financiera (la llamada Ley Trole). La AGD se instaló a las 12:40 en el Ministerio de Finanzas. Dos de sus miembros habían renunciado a mediados de junio, por pedido de Correa. En su lugar el mandatario designó dos nuevos representantes: el socialista Patricio Zambrano Restrepo (delegado del presidente) y Paula Salazar Macías (por la ciudadanía). En la sala también estaban Pedro Delgado Campaña y Carlos Bravo Macías, abogado cercano a Falconí Puig. Como secretario actuó Édgar Velasteguí Romero. La reunión se inició bajo la presidencia del entonces ministro de Finanzas, Fausto Ortiz de la Cadena, con cuyo voto se deben aprobar todas las resoluciones; Robert Andrade Torres, delegado del BCE; y Marcel Romero, gerente general encargado de la AGD. Los vocales, Zambrano y Salazar, se posesionaron, y Andrade propuso a Bravo Macías, ahí presente, para que asumiera la gerencia. Fue la resolución 2008-150-001. Luego, Andrade solicitó que se dispusiera al gerente de la AGD aplicar la Ley de Reordenamiento en Materia Económica. Ortiz descartó esta propuesta por considerar que al directorio no le corresponde aprobar una tarea que está contemplada en la ley. El ministro dio por terminada la reunión y todos se fueron. Así se llegó al día clave, el lunes 7 de julio. Al caer la tarde, comenzaron a ingresar a Carondelet unas 50 personas, entre ministros, asesores y profesionales, amigos de Correa. Los habían

citado a nombre del presidente y era “tema reservado”. Muy pocos sabían la razón para esta convocatoria en el despacho. Los que no eran funcionarios públicos habían dejado su celular al ingreso a Palacio. La gente comenzaba a abarrotar la antesala. Además de los asiduos como Mera, Alvarado, Delgado y el secretario particular Javier Ponce Cevallos, estaban presentes varias autoridades. Entre ellos, el presidente del Tribunal Supremo Electoral, Jorge Acosta Cisneros; el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Jaime Velasco; el contralor Carlos Pólit Faggioni; el procurador Diego García Carrión; el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas; el Comando Conjunto de la Policía Nacional; el gerente y el directorio de la AGD. Entre los ministros estaba el secretario de Planificación, Fander Falconí Benítez. Fausto Ortiz llegó más tarde, no se había enterado. Estaba en Guayaquil en una sesión de trabajo con los directivos de El Telégrafo, cuando el presidente lo llamó a preguntar por qué no estaba en Carondelet. Algunos de los profesionales amigos fueron óscar Herrera, experto en seguros, así como los comunicadores José Toledo Gradín (hermano de Juan Carlos Toledo) y Enrique Arosemena Robles, que dirigía el canal EcuadorTV. De pronto se abrió la puerta del despacho y salió Correa a saludar. Sin más anunció: “Celulares apagados, ahora incautamos los bienes de los Isaías”. La sorpresa y el asombro no duraron mucho; la reunión debía comenzar y ya se tenía listo un PowerPoint sobre el decomiso, los aspectos legales y técnicos, las principales empresas y hasta los nombres de quiénes se harían cargo de ellas. Algunos veían la presentación y recién se enteraban de que ya tenían un empleo asignado, pese a que ni siquiera se les había consultado. La reunión comenzó con la lectura del acta de la AGD del viernes anterior. Después de la Resolución 150-001, que designaba a Bravo como gerente de esta, se leyó un párrafo en el que Andrade sugirió al gerente de la AGD aplicar en los casos que corresponda el

artículo 29 de la Ley de Reordenamiento en Materia Económica, “a lo que el directorio de manera favorable y unánime lo aprueba y se solicita que de manera general sea aplicado”. Esta resolución no tiene número. A continuación, se cerró la sesión y el documento estaba firmado por todos, excepto por Ortiz. La reunión en Carondelet continuaba. Con base en esa resolución de la AGD se aplicaba el artículo 29 que permite la confiscación. El ministro de Finanzas, y amigo desde la universidad de Correa, levantó la mano: “Señor presidente, el artículo 29 habla solo de los accionistas; los administradores tienen responsabilidad penal, no puedes incautar a los administradores”. Siguieron la sesión y se presentó la lista de las empresas en la pantalla. Ortiz insistió hasta que pusieron el artículo 29 para que todos pudieran leerlo. Correa lo hizo y dijo: “No, pero tiene razón, hagamos un alto para sacar de este listado las propiedades de los administradores”. Mientras, Ortiz revisó la resolución que acababa de leer Robert Andrade y se dio cuenta de que era distinta a la que él había rubricado esa misma mañana, pues Finanzas era el custodio de las actas. Después de firmarla él, su secretaria debía recoger las firmas del resto de los miembros del directorio. El ministro puso la carpeta a un lado y levantó nuevamente la mano. “Presidente, hay dos cosas: el gerente de la AGD no necesita del directorio para hacer lo que su cargo le manda, lo puede hacer por su propia cuenta, no necesariamente lo que el directorio le disponga, primero; y segundo, lo que dice el acta no ocurrió...”. Correa lo interrumpió: “Sí ocurrió, está firmado por todos ustedes menos por el ministro de Finanzas. Fausto, sí ocurrió, firma”. En medio del impasse, Fander Falconí sugirió que, como estaban todos allí, realizaran otra vez la sesión para que la aprobaran y rubricaran. “Presidente, no ocurrió y no voy a firmar”, reiteró Ortiz. El mandatario comenzó a impacientarse y de manera enérgica le ordenó: “¡Fausto, firma o renuncia!”. La respuesta fue inmediata: “Presidente, renuncio”. Ortiz se levantó y se fue. Mientras salía,

Correa acotó: “Mejor que se vaya porque hace tiempo me estaba boicoteando esto”. La sesión siguió su curso como si nada hubiera sucedido. Se analizó el listado de empresas, repartidas en varias ciudades del país, por lo que el operativo de la fuerza pública debía realizarse en varios lugares. La idea era que en la madrugada se tomara el control de las principales compañías, se realizaran reuniones con los empleados para mantener la calma y asumir la administración. Al mismo tiempo se tomarían las propiedades, como la casa de William Isaías en Lumbisí (valle de Tumbaco), convertida ahora en un búnker del espionaje pues allí funciona la Secretaría de Inteligencia (Senain). Ya entrada la noche, y cuando el grupo se redujo, pasaron a la residencia a cenar. A partir de las dos de la mañana comenzó la incautación. Aviones militares llevaron a los nuevos administradores a Guayaquil para que tomaran el control de las empresas. Una de las primeras fue TC Televisión, en la Av. de las Américas, muy cerca del aeropuerto. Ahí ingresaron Carlos Bravo y Enrique Arosemena, según relató este último en su libro Incautación a los Isaías. El país amaneció con la noticia del operativo de confiscación de 195 empresas vinculadas al Grupo Isaías. “Con esta medida, que debió haber sido tomada hace diez años, renace la esperanza de los cientos de ciudadanos a los que nunca se les devolvió su dinero luego de la quiebra de Filanbanco”, aseguró un comunicado de Carondelet. La mayoría oficialista de la Asamblea Constituyente se apresuró a aprobar un mandato de respaldo al presidente de la República por su valiente decisión. El mandato número 13 dispuso que no se aceptase ninguna acción judicial de reclamo de los expropietarios de las empresas intervenidas. Las confiscaciones continuaron varios días más. Todos los bienes pasaron a un nuevo fideicomiso llamado AGD-CFN No más impunidad, creado en marzo de 2009. El anuncio de que las empresas se venderían para recuperar el dinero no se concretó. El olor de ilegalidad era demasiado penetrante y nadie quería

comprarse un problema con los Isaías Dassum, por mucho que hubieran caído en desgracia. Por otro lado, Delgado Campaña comenzó a repartir empresas a algunos ministerios, para que fueran administradas directamente, sin fijar un plazo para su venta. Incautó bienes de otros banqueros, como los del Grupo Peñafiel (Banco de Préstamos). Se prometió que los once medios incautados se venderían a los seis meses, pero tampoco se cumplió. Para administrar todos estos activos se creó, en octubre de 2010, la Unidad de gestión y Ejecución de Derecho Público del Fideicomiso AGD-No más impunidad (Ugedep), a cargo de Delgado. Meses más tarde comenzaron a saltar los escándalos por el mal manejo de ciertas compañías o la utilización de los bienes para fines políticos. Es recordada la aparición de Pedro Delgado con una pierna enyesada, después de una caída en una hacienda de los Peñafiel, en la que se celebraba una corrida de toros. El primo se defendió asegurando que era un acto proselitista por la entrega de la propiedad a sus trabajadores. EICA, uno de los emblemas del Grupo Isaías, desapareció en medio de escándalos por importaciones de maquinaria que nunca llegó, vendida por intermediarios que luego desaparecieron sin dejar rastro. Otra, con mejor suerte, fue el hotel Ramada, vendido a sus empleados. La única venta importante fue la del ingenio Ecudos de La Troncal en 133 millones de dólares al grupo peruano Gloria. Se concretó al segundo intento de subasta. El primero fue por un valor de 238 millones. Los peruanos cancelaron el 10% en efectivo y por el resto recibieron un crédito de la CFN. No es la primera ni la última vez que el Estado se gradúa de mal administrador. Poco a poco, la transparencia sobre la administración y subasta de los bienes se evaporó, no se podía acceder a los balances de las compañías incautadas. La esperanza de la recuperación se esfumó. En su afán de persecución, el gobierno demandó a los Isaías en Miami. La intención era confiscarles sus bienes allá. Esa demanda se convirtió en un búmeran. Cuando Pedro Delgado

acudió a rendir testimonio se comenzó a ventilar el manejo de las empresas, la desaparición de dinero, la falsificación de su título de economista, viajes a Rusia y posibles negociaciones con Irán. Ante la avalancha de acusaciones, Correa mantuvo una tajante defensa. Como siempre, dijo, se trataba de una persecución mediática contra su gobierno. El fiasco fue el rechazo de la demanda en los tribunales de Florida, el mejor argumento para los Isaías ante las Naciones Unidas. En Quito, la Corte Nacional de Justicia del Ecuador los condenó a ocho años de prisión en 2012. Como ha ocurrido con varios temas en el gobierno de la revolución ciudadana, el presidente Correa firmó un nuevo decreto para terminar con el problema. En junio de 2015 aniquiló el fideicomiso y transfirió todo al BCE. ¿Cuánto se ha recuperado? ¿Cómo se realizará el cruce de cuentas? ¿Cómo se indemnizará a los Isaías Dassum después del fallo de las Naciones Unidas? Son preguntas que seguramente le tocará responder al sucesor de Correa, Lenín Moreno Garcés. Pero los exdueños de Filanbanco siguen presentes en la política ecuatoriana. El gobierno los acusa de un complot perenne y millonario en su contra. Siguen siendo una de las bestias negras, quizás la más poderosa. La caja de resonancia de Correa tiene múltiples amplificadores. A lo largo de diez años se ha granjeado varios enemigos. No es extraño entonces que a pocas semanas de abandonar Carondelet haya firmado un decreto para mantener un grupo de guardias que velen por su seguridad. Al parecer no se atreve a caminar solo por la calle. Le costará mucho regresar a la tranquilidad de una vida pacífica. Casi en el olvido quedan los tiempos de inicio de su mandato, cuando Correa no imponía su verdad ante los miembros fundadores del Movimiento PAIS, según coinciden algunos que lo conocen de cerca pero que ya se alejaron de la revolución ciudadana. Aseguran que poco a poco se abandonó el consenso del buró político y que ahora las decisiones son demasiado verticales. Solo cuenta la

palabra de Correa. Por distintas razones, los puntos de quiebre fueron las salidas de Alberto Acosta Espinosa y de Gustavo Larrea Cabrera, que tampoco navegaban en el mismo andarivel político, ni siquiera se saludaban cuando militaron en el proyecto que ayudaron a consolidar. A su manera daban un sustento ideológico al “nuevo proyecto de vida en común para los ecuatorianos”, simbolizado en la Asamblea de Montecristi. Ellos, junto con Correa, Moreno, Patiño, Alvarado y Manuela Gallegos, entre otros, eran miembros de un buró político que en petit comité sesionaba con no más de diez personas en el tercer piso de Carondelet, destinado a la residencia. Era el núcleo duro de PAIS, ahí se debatía ideología, puntos de vista, intercambiaban ideas, armaban estrategias, aceptaban alianzas... y hasta votaban para tomar decisiones cuando no lograban un consenso. De ese buró inicial aún siguen en el gobierno dos guayaquileños: Vinicio Alvarado, cuya fortaleza es ser el artífice del poder comunicacional del gobierno, y Ricardo Patiño, quien sin importar el cargo que ocupe mantiene el cable a tierra con las bases y secunda a Correa para armar las guitarreadas nocturnas. Un tercer guayaquileño se uniría después: Alexis Mera. Un experto en encontrar la salida legal adecuada a cualquier deseo de Correa, al igual que lo hiciera con León Febres Cordero, cuando desde la Alcaldía de Guayaquil, a partir de 1990, comenzó a controlar la justicia. El buró nunca tuvo normas fijas ni hora tope de reunión. Se comenzaba por la tarde y a veces salían a las tres o cuatro de la mañana. ¿Acaso se podían poner pautas cuando un presidente de la República es miembro de un grupo? Al parecer hubo un intento de reglamentación que fracasó, tampoco existe la certeza de que hubiera sido respetada. Con el tiempo, al no tener un procedimiento, el dueño de casa y del poder era el que decidía a quién invitaba. El petit comité fue cambiando. A veces se sumaban Fernando Bustamante Ponce (Ruptura), Juan Sebastián Roldán (Ruptura),

Eduardo Paredes, Fernando Corcho Cordero. Algunos se enteraron de que estaban a punto de irse, precisamente porque ya no los convocaron. Después los llamaría el secretario particular del presidente para decirles: “Rafael me ha pedido que te agradezca mucho por tus servicios”. Era la frase de rigor. A veces venía acompañada de un: “Ya te dirá a dónde vas a ir”. El reciclaje de funcionarios es una de las características de este gobierno. Gustavo Larrea fue el primero en salir del gobierno, aunque temporalmente. Como ministro de gobierno y hábil político de trayectoria, fue el encargado de concretar una salida negociada para la aprobación de la consulta popular y despejar la vía para la Constituyente. PAIS había ganado en la segunda vuelta con 56,6% de los votos pero no tenía ningún representante en la legislatura de 2007. Desde la primera vuelta, el futuro ministro comenzó los cabildeos con los grupos afines, básicamente de la centroizquierda para captar apoyo frente al contendor Álvaro Noboa Pontón (Prian). En la memoria estaba la experiencia de Alfredo Palacio de fines de 2005, cuando envió un pedido para calificar como urgente una consulta popular sobre una Asamblea Nacional Constituyente. Ante la solicitud, la mayoría del Congreso Nacional, que había destituido al presidente Gutiérrez sin juicio político alguno, se volvió legalista. Decidió devolver el pedido y denunciar la “intención dictatorial” del mandatario. Los partidos de izquierda, como Pachakutik y MPD (ahora Unión Popular), no apoyaron esta moción. Si bien Larrea podía conseguir los votos de esa misma tendencia para el pedido de consulta de Correa, los números no alcanzaban. Con la centroizquierda lograba apenas una treintena pero necesitaba 51 legisladores. Político sagaz y experimentado, asumió a fondo esa tarea, visitó a todos los líderes para convencerlos de abrir el candado. Entre ellos el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot Saadi (PSC) y Lucio Gutiérrez Borbúa, de Sociedad Patriótica (SP). Con veinticuatro congresistas, SP era el segundo bloque legislativo después del Prian, y no podía ser

incondicional con la derecha, cuyos votos habían servido para defenestrar al coronel en abril de 2005. La política se hace con consensos y pactos, PAIS no pudo mantenerse virginal. En su primera sabatina del 20 de enero, Correa admitió haber conversado con el coronel Gutiérrez y haberle enviado el decreto 02 con el estatuto de la futura Asamblea. “No se negoció... A ellos les corresponde proponer una terna para contralor”, dijo, y enfiló nuevamente sus armas contra la partidocracia. Al poco tiempo, creó una comisión de las universidades para proponer reformas constitucionales, presidida por María Paula Romo (Ruptura). Al final, Larrea y sus alfiles, entre ellos Andrés Valdivieso Anda, consiguieron los veinticuatro votos de SP. A una de las últimas reuniones, que se desarrollaban en el hotel Dann Carlton de Quito, llegó Gilmar Gutiérrez Borbúa, hermano de Lucio, acompañado del abogado Carlos Pólit, candidato a contralor general del Estado. El martes 13 de febrero, 57 diputados aprobaron la consulta para la Constituyente, pero incluyeron cambios para asegurar su permanencia como Congreso, mientras sesionara la Asamblea. Un Larrea emocionado llamó al presidente a darle la noticia. “¡Te felicito!”, le dijo Correa, que colgó el teléfono y en cinco minutos ya estaba en el despacho del ministro de gobierno, que queda muy cerca de Carondelet, para darle un abrazo. Esa noche hubo cena en la residencia presidencial con el equipo del ministerio. Tres días después, un viernes antes del feriado de Carnaval, el presidente Correa anunció que había escogido a Pólit de la terna enviada por el Legislativo. El guayaquileño ha permanecido al frente de la institución que debe fiscalizar al Estado desde entonces y se quedará hasta 2021. El mecanismo se destrabó pero dio paso a un forcejeo por el estatuto para la Asamblea, que duró pocos días. El 1 de marzo el Tribunal Supremo Electoral (TSE) convocó a la consulta para el 15 de abril, sin que el estatuto hubiera sido aprobado por la Asamblea. Jorge Acosta (SP y presidente del TSE), Elsa Bucaram Ortiz (PRE),

René Maugé Mosquera (ID) y Hernán Rivadeneira Játiva (Socialista) fueron clave para nuevamente vencer a la mayoría partidista en ese cuerpo colegiado de siete representantes de las principales fuerzas políticas del Congreso. La convocatoria en cadena nacional de radio y televisión avivó los ánimos. SP cambió de parecer, la mayoría legislativa se reacomodó y destronó a Jorge Acosta, sin el debido juicio político. El limbo no duró mucho. La misma vieja clase política encontró la solución. El exdirector del Partido Conservador, José Gabriel Terán Varea, preparó el informe jurídico y el TSE destituyó a los diputados que habían votado contra el presidente del tribunal. La razón: una vez convocada la consulta, la Función Electoral era la máxima autoridad en el país. Cuestionable o no el argumento, ya no hubo marcha atrás. Los depuestos diputados no regresarían a sus curules. La fuerza pública, por orden del Ejecutivo, se movilizó inmediatamente para sacarlos o para impedirles entrar al recinto, mientras manifestantes se agolpaban en los alrededores para defender la consulta. Correa fustigaba a los congresistas desde un micrófono amplificado. Pero el país no podía quedarse sin Congreso. Larrea lo sabía. La noche de la destitución arrancó el dispositivo de reemplazo con los suplentes para ocupar las curules del Legislativo, que entraron a la jerga política ecuatoriana con el nombre “de los manteles”. El gobierno debía mantener una imagen de legalidad e institucionalidad, se había separado a los diputados pero los partidos no perdían sus puestos ganados por votación popular. El canal Teleamazonas descubrió a los sustitutos reunidos en la hostería Rincón de Puembo (valle de Tumbaco). En su afán de esconderse de las cámaras se cubrieron con los manteles blancos del restaurante. Luego pasaron al hotel República, cerca del parque La Carolina, para continuar las conversaciones sobre su retorno y la conformación de comisiones legislativas, que es donde se reparte el poder del Congreso.

La movilización en la calle ponía también presión. El 21 de marzo se instaló un nuevo Legislativo, esta vez con mayoría de centroizquierda y “de los manteles”. Los suplentes fueron llevados en la madrugada en buses; la puerta de ingreso, después de pasar el control policial, era controlada por la gente de Larrea. Andrés Páez Benalcázar (ID, luego acérrimo opositor, que sería candidato a vicepresidente por CREO en 2017) leyó la moción para que el Parlamento volviera a la regularidad. Se dio un maquillaje de normalidad a la situación. Movimiento PAIS había interpretado con un agudo olfato el sentir político de los ecuatorianos. Estaban hartos de estas idas y venidas politiqueras, un modelo económico liberal y privatizador, y por eso, querían el cambio que ofrecía una nueva Constitución. Una vez más el país se convencía de que la inestabilidad política y los problemas económicos se resolvían con una Constituyente. Había que cambiar lo resuelto apenas nueve años antes, cuando una mayoría del PSC y de la Democracia Popular (DP) dio forma a la Carta vigente, durante la Asamblea número 19 del Ecuador. A diferencia de 1998, este proyecto era liderado por la centroizquierda que impulsaba un retorno del Estado para retomar las riendas, desde un gobierno que se fortalecía por el barril de crudo al alza y que promocionaba conceptos como ciudadanía e inclusión para luchar contra la “democracia de plastilina” de la partidocracia o de los caudillos de turno. No importaba si para lograrlo se usaban los mismos métodos, el respeto a la institucionalidad no era primordial porque ahora sí venía el cambio. Inme diatamente aparecieron las propagandas gubernamentales con el eslogan “La Constituyente ya es de todos”. El mejor “campañero” fue Rafael Correa, y la consulta se aprobó con el 81,7% de los votos. La siguiente etapa fue un frenesí, el país funcionaba a dos niveles, el de la Constituyente y el de Correa. Los movimientos o partidos nuevos debían recoger firmas para inscribir sus

candidaturas y así lograr una tajada de los 130 asambleístas nacionales, provinciales y, por primera vez, de distritos en el exterior. Se inscribieron decenas de movimientos en todo el país. El buró político del partido y en especial Larrea armaron minuciosamente las listas de candidatos por PAIS, al punto de hasta poner los suplentes de los titulares. De ahí la queja de que Larrea manejaba demasiados asambleístas y acumulaba mucho poder. El Estado financió la propaganda para que compitieran todos por igual, excepto PAIS, que gozaba de amplias ventajas por estar en el poder y por su líder Rafael Correa. Para las sesiones de la Asamblea, se construyó Ciudad Alfaro, un conjunto de edificaciones y un monumento, en el cerro Montecristi. La ciudad, que lleva el mismo nombre, es simbólica por ser el lugar de nacimiento de Eloy Alfaro Delgado, líder de la Revolución liberal. La revolución ciudadana quería rescatar la figura y trascendencia del Viejo Luchador —que había vuelto a la actualidad en el imaginario nacional—, más allá de si existía o no un parentesco con Correa. Los ecuatorianos hablábamos de democracia representativa, distritos electorales, rendición de cuentas, revocatoria del mandato, autonomías, estructura del Estado, derechos laborales, conservación de los parques nacionales. Había múltiples programas de opinión en la televisión y en la radio. Era un debate sin limitaciones. En otro nivel el país comenzaba a vivir el vendaval Correa. Cumplía promesas de campaña: incremento del bono de desarrollo humano, creación del bono de vivienda, entrega de útiles y uniformes gratis para estudiantes de colegios fiscales. Entre viajes al exterior (once en 2007) y gabinetes itinerantes, acudía a los decretos de emergencia para controlar ciertas áreas y acelerar contrataciones de obra pública. Creaba nuevos ministerios y reorganizaba otras instituciones. Exigía trabajo y resultados a sus funcionarios, debían te ner sus celulares prendidos veinticuatro horas al día. Los citaba a reuniones urgentes a medianoche o a las

cinco de la mañana. Desde las sabatinas mantenía la polarización entre los “pelucones” y el pueblo. Los escándalos que saltaron en ese entonces no hicieron mella, eran incidentes aislados. El más sonado: los Pativideos, relacionado con el ministro Patiño. Su asesor de política social, Quinto Pazmiño Solórzano, desde su oficina 515 y con un sueldo de 3 600 dólares mensuales se encargaba por orden de Patiño de grabar a algunos burócratas supuestamente para controlar la corrupción. El político manabita también filmó a su jefe, con dos cámaras instaladas en su despacho y en el hotel República; esos videos comenzaron a hacerse públicos en mayo de 2007. El primero reseñaba la conversación en el despacho de Armando Rodas Espinel, último ministro de Finanzas de Palacio (y hermano del futuro alcalde de Quito, Mauricio Rodas, de SUMA); Héctor Cacacho Égüez, también asesor del ministerio, y dos personas más supuestamente tenedores de bonos global 2015. Se hablaba de asustar al mercado sobre el pago de bonos, lo que podría producir una ganancia. Estas declaraciones cobraron sentido por lo ocurrido meses antes y que había sido denunciado por la entonces diputada prianista Gloria Gallardo (hermana del exministro de Finanzas Jorge Gallardo, fuera del país, acusado de peculado por una renegociación de deuda externa en el gobierno de Gustavo Noboa). La legisladora aseguraba que, como durante algunos días, se había puesto en duda el pago de un tramo de esos papeles, que luego se pagaron puntualmente el 14 de febrero, se había creado en el mercado internacional una especulación con los seguros de garantía sobre estos bonos, lo que habría beneficiado a banqueros venezolanos y a los mismos tenedores. En otro de los videos, horas antes de que se aprobara la Constituyente, Patiño se reunía en su despacho con el presidente del Congreso Jorge Cevallos Macías (Prian) y el presidente de la Comisión de lo Económico Jaime Estrada (Unión Demócrata Cristiana, antigua DP). Los congresistas se quejaban de sus colegas

de SP y le pedían que se controlaran posibles disturbios. Al final, los manabitas le pidieron al ministro que firmara lo de Carrizal-Chone. Se referían a la segunda fase del proyecto de riego para la provincia, que estaba a cargo de la brasileña Odebrecht. La publicación de los videos, uno de ellos proyectado en el pleno del Congreso, originó un cruce de acusaciones entre Correa y Patiño por un lado, y el asesor por el otro. Correa firmó un decreto prohibiendo la difusión de grabaciones no autorizadas, que muchos consideran inconstitucional. No sería la primera vez que se cambia la ley con un reglamento. Pazmiño daba a entender que tenía más grabaciones pero nunca las mostró. Tampoco pudo consolidar su carrera política en Manta, donde era propietario de un colegio. Murió en abril de 2010 de un paro cardíaco. Un año después y al segundo intento sicarios asesinaron a su viuda Maribel Chancay Macías. Las denuncias sobre los Pativideos no prosperaron, las negociaciones sobre los bonos quedaron en el olvido, pues no se había afectado al Estado ecuatoriano. No importaba si Movimiento PAIS imitaba las viejas prácticas políticas, Ecuador ya había apostado con fe al sueño de la Constituyente. PAIS, y en este caso Alianza PAIS, su forma más amplia, obtuvo 80 de los 130 asambleístas, el segundo bloque fue SP con apenas diecinueve asambleístas. El Estado financió la campaña electoral. “Barrimos”, dijo el presidente en una sabatina. Antes de la inauguración comenzaron las negociaciones para la instalación de las mesas, lideradas por el candidato más votado, Alberto Acosta, que había renunciado al Ministerio de Energía para encabezar las listas nacionales oficialistas. La Constituyente se instaló en su sesión inicial para designar autoridades, organizar las mesas y decidir sobre los plenos poderes. Hubo debate sobre el matiz de declarar el “cese” o el “receso” del Congreso Nacional. Organizaciones de parlamentarios internacionales tenían los ojos puestos en Ecuador. Se declaró un

“receso” del Parlamento. Desde la mirada ciudadana era casi lo mismo: los políticos se fueron a sus casas. El presidente regresó a Quito. Con ese antecedente se instalaron los 130 asambleístas, el jueves 29 de noviembre, para aprobar el mandato uno, asumiendo los plenos poderes. Larrea se quedó en Montecristi en los preparativos para la ceremonia de las cenizas de Alfaro que al día siguiente se debían depositar en el mausoleo recién construido en Montecristi. Mientras, a cientos de kilómetros de distancia, en el pueblo amazónico de Dayuma, la población llevaba ya cuatro días de paralización de actividades exigiendo mejoras en las vías de acceso, que Finanzas cancelara lo adeudado a la constructora y se normalizara el servicio eléctrico. De acuerdo con los informes militares, la situación se estaba yendo de las manos y se había paralizado la producción petrolera. Correa llamó a su ministro a reclamarle por no haber acabado con el paro cuando se lo había pedido. La discusión subió de tono y finalmente Larrea renunció por teléfono. Lo irónico era que se separaba del gobierno el día antes de que se concretara oficialmente el objetivo por el que había trabajado desde diciembre de 2006. Como si le hubieran pedido preparar un extraordinario banquete y no lo dejaran sentarse a la mesa para saborearlo. Su amigo, el vicepresidente Moreno, no lo dejó irse de Montecristi, asistieron juntos a la inauguración. Regresaría oficialmente en enero de 2008, pero después de quince meses rompería definitivamente con Rafael Correa. Ese viernes 30 de noviembre de 2007, bajo un intenso sol, Montecristi se vistió de banderas y de rituales para inaugurar la Asamblea Nacional Constituyente y depositar las cenizas de Alfaro en el mausoleo. Llegaron varias delegaciones del continente. El único mandatario extranjero fue el colombiano Álvaro Uribe Vélez. En su discurso Correa esbozó las principales líneas de los cambios constitucionales: reforma política, amnistía para algunos perseguidos por la manipulación de la justicia, reordenamiento

territorial y autonomías, recuperación de las capacidades del Estado y liquidación del modelo neoliberal. No abandonó la confrontación. Enfiló sus críticas contra la prensa defensora del statu quo, acusándola de “nefasta para la democracia”. Lanzó dos advertencias. La primera: presentaría su renuncia si las tesis del “izquierdismo y ecologismo infantil” lograban imponer una moratoria a la explotación petrolífera en parques nacionales o la prohibición de minería a cielo abierto. La segunda: sería el primero en votar contra el referendo aprobatorio si se incluía el aborto. “Sabemos que aquí están las manos más limpias, las mentes más lúcidas y los corazones más ardientes por la patria”, arengó casi al terminar su discurso con un “¡Hasta la victoria siempre!”. La Constituyente nació con esa cancha ya delimitada por el mandatario, que tampoco estaba de acuerdo con el divorcio, aunque sabía que esa batalla la tenía perdida de antemano. Su convicción católica y humanista seguían intactas. Pregonaba el socialismo del siglo XXI, en Ecuador y en el extranjero, destacando en sus discursos su creencia religiosa y su inspiración en la Doctrina Social de la Iglesia y en la Teología de la Liberación. Un socialismo adaptable a cada país donde se aplicara, cuyo eje central es el individuo social y solidario, que se realiza en la vida compartida con los demás. De ahí que no escatimaría esfuerzos para hacer escuchar su voz en Montecristi. Los 370 kilómetros de distancia con la capital no serían un impedimento para la estrecha coordinación entre la Constituyente y el Ejecutivo. El bloque de Alianza PAIS discutía las propuestas al interior durante las noches o los fines de semana. Al inicio lo hacía en las instalaciones de Autoridad Portuaria o en la Universidad Técnica Eloy Alfaro de Manta, después en Ciudad Alfaro con la presencia de Correa. Ya muy tarde en la noche, en algunas ocasiones, el presidente estaba cansado, parecía que medio dormitaba pero no dejaba escapar una. Tiene la capacidad de recuperarse en diez o quince minutos. El entonces concejal de

Quito, Augusto Barrera (que luego sería alcalde por PAIS), se incorporó a los pocos días al equipo para funcionar como enlace entre las dos funciones. Patiño, que estaba ya en el Ministerio del Litoral para arrebatarle la Costa a la derecha socialcristiana y prianista, también acudía a Montecristi para empaparse de los avances. Solo cuando los temas eran demasiado complicados aparecía Alexis Mera, el alter ego de Correa. Acosta impuso su estilo de apertura al diálogo en la Asamblea. Se preocupó mucho de dar espacio a los aliados y a la oposición, así como a las asambleístas. Las advertencias sobre el ecologismo infantil cayeron en saco roto. Su esposa, Ana María Varea, es una ecologista de larga trayectoria. A su vez, una de sus asesoras era Esperanza Martínez, fundadora de Acción Ecológica. Otras dos mujeres le hablaban al oído: Mónica Chuji Gualinga y Martha Roldós Bucaram (RED). Las diez mesas comenzaron a debatir primero conceptos que luego se transformarían en lineamientos para posteriormente dar paso a artículos. Las semanas pasaron y los artículos se demoraban en salir del horno, lo que produjo las primeras fricciones internas, y contribuyó a las críticas contra el cuerpo colegiado. Acosta era demasiado “demócrata” y el tiempo jugaba en contra, pues el estatuto fijó un plazo de seis meses para elaborar la nueva Constitución, con dos adicionales de prórroga. El tema de Dayuma marcó el inicio de la Asamblea, que pregonaba la inclusión. La tarde del 29 de noviembre se había declarado el estado de emergencia en la provincia de Orellana. No hubo diálogo a pesar de que se había pedido la intervención de la Iglesia católica. Al día siguiente, mientras se inauguraba la Constituyente, en la Amazonía varios camiones militares ingresaron al lugar. Para los ecuatorianos, acostumbrados a protestas sin detenidos ni muertos, eran demasiado fuertes las imágenes de la represión: pobladores maniatados con sus rostros cubiertos, embarcados como ganado en las camionetas de los militares, que

habían irrumpido tumbando las puertas y lanzando gases dentro de las casas. Poco antes del ingreso de los militares, uno de los voceros del paro esperaba reunirse con el ministro Fernando Bustamante, excolega de Correa de la USFQ designado en reemplazo de Larrea, también fue detenido, acusado de terrorismo. Bustamante llegó tarde, acompañado del ministro de Defensa, Wellington Sandoval, y cuando en Dayuma ya quedaban solo mujeres, niños y ancianos. El vocero y otros veinticuatro moradores de la pequeña población amazónica estaban ya detenidos. La alcaldesa de Orellana, Ana Rivas (entonces Pachakutik), concedió el recurso de hábeas corpus a los detenidos pero no los dejaron libres. El 2 de diciembre hubo explosiones de tacos de dinamita, lo que encendió la desconfianza gubernamental. Los familiares de los detenidos en la cárcel de Lago Agrio recurrieron a la autoridad constituyente. Viajaron a Montecristi para ser escuchados. Correa pidió que no los recibieran, prohibió públicamente que la Asamblea tratara el tema de Dayuma y amenazó con renunciar si lo hacían. Acosta, diplomáticamente, convocó a comisión general, una especie de sesión libre, y les permitió el ingreso. Los escuchó. En paralelo y prestos a mantener su espacio en el gobierno, Raúl y Ricardo Patiño organizaron una manifestación a favor de Correa en Montecristi. La gente llegó en varios buses para hacerse presente. Otra vez, un astuto Acosta abandonó la presidencia de la Constituyente y se unió a la protesta, en primera fila. Quería dejar en claro que Dayuma no era una cuestión de lealtades, sino de derechos humanos violentados y de defensa del legítimo derecho a la protesta. A los pocos días, la manu militari se enfiló contra la prefecta Guadalupe Llori Abarca, que esposada y encadenada fue trasladada a Quito, acusada de terrorismo y sabotaje. A los detenidos de Dayuma se los liberó de a poco y después de algunos meses llegó la amnistía de la Asamblea para los que aún

quedaban encarcelados. Llori no corrió la misma suerte, permaneció en una celda en Quito casi un año. El presidente se reunió en Carondelet con defensores de derechos humanos para tratar el tema y escuchar argumentos distintos a los de sus ministros y jefes de seguridad. Correa admitió los excesos de violencia de la fuerza pública. Su orden de controlar el paro se había aplicado como un operativo de escarmiento a los amazónicos, acostumbrados a cerrar vías de acceso en demanda de mayor atención del Estado. Seguramente por eso Larrea también había preferido renunciar al ministerio. Dayuma no fue ni la primera ni la última discrepancia. Tampoco la Constituyente se veía como un poder alternativo al Ejecutivo. Eran espacios con tareas y ritmos distintos. Tal fue así que Montecristi aprobó rápidamente la reforma tributaria progresiva enviada por Carondelet para que pudiera aplicarse desde enero de 2008. Posiblemente en el área económica era donde más coincidencias existían entre Acosta y Correa, que se declaraba el primer “acostista”. Ambos condenaban la autonomía del Banco Central, por ello ahora las políticas monetaria y financiera son exclusividad del Ejecutivo y tan solo se instrumentan a través del BCE. Correa logró la aprobación de reformas a las leyes de la Procuraduría, Contraloría y Contratación Pública, con lo que se eliminaron los informes preliminares para la adjudicación de contratos de la obra pública. A ninguno le gustaba perder en sus propuestas, pero la relación filial que los unía desde los años noventa parecía sólida. Sin embargo, al cabo de siete meses, la Constituyente terminó separándolos para siempre. La tensión fue subiendo por varios temas. Así como el presidente amenazaba públicamente con renunciar si se aprobaba algo, Acosta les decía a sus coidearios: “sobre mi cadáver se los voy a permitir”. Una de esas ocasiones ocurrió cuando César Rodríguez y Rolando Panchana Farra llegaron con una lista de nuevos magistrados para cambiar la Corte Suprema

de Justicia. No había duda de que la propuesta provenía de Carondelet. El rechazo del ala de los “forajidos” de PAIS fue contundente. De todas maneras, se dio un zarpazo legal a la justicia. La Constituyente decidió disminuir el número de magistrados de la Corte Suprema, de 31 a 21, lo que provocó fricciones. Justamente luego de la “Pichi Corte” y con asesoramiento internacional, se había elegido una nueva CSJ. Se propuso un sorteo para que el azar escogiese a los que se quedarían en la rebautizada Corte Nacional de Justicia (CNJ). Los ministros jueces no aceptaron y renunciaron todos. Una nueva CNJ se instalaría el 20 de octubre de 2008, una vez aprobada la nueva Constitución. Una magistratura mucho más permeable a los deseos del Ejecutivo revolucionario. Otra disonancia, por ejemplo, fue por la división del país en “regiones equipotentes”, propuesta la Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo (Senplades), a cargo de Fander Falconí. No pasó. En el muñequeo el Ejecutivo también se alzaba con victorias, como en la explotación de recursos naturales en los parques nacionales. ganó la tesis de Correa para que la prohibición no fuera explícita, porque las tecnologías limpias podían evolucionar. O que el resultado de la consulta previa en las comunidades no fuera de aplicación obligatoria. La Constitución terminó consolidando la presencia del Estado en todas las actividades. De ahí nace una de sus debilidades: todo depende de quién maneje ese Estado. Al cabo de casi diez años, algunos exasambleístas verdes que ahora están en la oposición consideran que la llamada Función de Transparencia y Control Social y en especial el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (Cpccs) fueron un grave error. “Fue bien intencionada la propuesta pero extremadamente ingenua, no se analizó el tremendo poder que tiene un Estado frente a los ciudadanos, capaz de manipular a cualquier grupo que no tenga un poder político específico”, dice uno de ellos. Otros han

declarado incluso que sería necesario eliminarlo de la Constitución. La figura del Cpccs existe solo en Ecuador, no es comparable con la de Venezuela. El Cpccs se creó para evitar los impasses entre Legislativo y Ejecutivo, mayorías cambiantes o pactos legislativos “de la regalada gana”, y para que la ciudadanía se apropiara de ese espacio. Ya no hay mayorías cambiantes. El Cpccs tiene apenas siete miembros, que provienen de movimientos sociales. Ellos organizan todos los concursos para designar las autoridades de la Defensoría del Pueblo, Defensoría Pública, Fiscalía, Contraloría, Consejo Nacional Electoral, Tribunal Contencioso Electoral y Consejo de la Judicatura. De ternas enviadas por el Ejecutivo, también escogen al procurador y a los superintendentes. Su primera presidenta fue Marcela Miranda Pérez, política cercana a Ricardo Patiño y quien seguiría vinculada al gobierno después de dejar su cargo. La destitución de los ministros por parte del Legislativo fue un consenso. Correa quería mantener la prohibición incluida en la Constitución de 1998, pero finalmente cedió. La condición fue que, luego del juicio político, la remoción del funcionario se diera con los dos tercios del Parlamento. Lo mismo ocurrió con la llamada “muerte cruzada”. El mandatario no estaba de acuerdo en que cuando se firmara un decreto para disolver la Asamblea se pusiera a disposición el cargo de presidente de la República. Al final se llegó a un acuerdo para que el presidente pueda cesar a la Asamblea por una sola vez durante su mandato, pero debe convocar a elecciones generales para el Legislativo y el Ejecutivo. En cambio, Correa no era partidario de la reelección presidencial, por lo menos así pensaba a inicios de 2008. Las amnistías también fueron objeto de muchísimas negociaciones. La de Gustavo Noboa Bejarano se logró con el voto del prianista Wladimir Vargas Anda, hijo de Frank Vargas Pazzos, en reconocimiento a una amistad de los años ochenta. Noboa y Vargas coincidieron en su tarea de paliar los efectos del fenómeno de El

Niño entre 1982 y 1983, cuando el primero era gobernador de Guayas y el segundo comandante de la FAE. Posiblemente lo que menos se negoció fue el artículo 18 de la Constitución que puso seis calificativos a la información: veraz, verificada, oportuna, contextualizada, plural y sin censura previa. Adjetivaciones que han sido cuestionadas por organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), pero que se reafirmaron en la Ley Orgánica de Comunicación, aprobada en junio de 2013. Sin embargo, Montecristi no declaró a la comunicación como un servicio público, categoría que el gobierno lograría después con la Ley de Participación Ciudadana, cuando cambió una norma constitucional a través de una ley. Los estilos de liderazgo también incidieron. Más pragmático, Correa quería resultados concretos rápidamente. Comenzó a intervenir más y a querer controlar todo, pero también dirimía en medio de tanto debate. Envió algunos proyectos de ley para su aprobación, pues el Congreso estaba en receso. A veces invitaba a algunos asambleístas a almorzar en Carondelet o los llamaba directamente, lo que a la larga iba minando el liderazgo de Acosta, para quien el poder siempre le ha sido incómodo. La cuerda se rompió el 23 de junio, cuando la Constituyente iba a cumplir siete meses. El asambleísta quería una prórroga de un mes, que no estaba contemplada en el estatuto, para culminar la nueva Constitución. Correa y el buró político de PAIS no lo aceptaron. Argumentaron que se podría caer en una ilegalidad que diera argumentos a la oposición para desconocer todo lo actuado. Otra de las razones habría sido la baja popularidad de la Asamblea, que podría comenzar a afectar a Correa. Se pusieron nerviosos. Durante un almuerzo en la Base Naval de Manta, mientras Fernando Cordero presidía la sesión de la Asamblea, Patiño le pidió la renuncia a Acosta. Lo escoltaban Barrera y el mismo Correa. Lo mejor era que se hiciera a un lado porque la Constituyente debía terminar en julio, cumpliendo así los plazos ya establecidos,

esgrimía Patiño como su principal argumento. Un golpe bajo para Acosta, la estocada se clavó hondo, más allá de la política se atravesaba su amistad con Correa. Acosta renunció a la Presidencia de la Asamblea. El lunes por la tarde, dio una rueda de prensa, lo acompañaban su esposa Ana María Varea, el exvicepresidente de la República, León Roldós, así como varios asambleístas. Abandonaba la conducción de Montecristi pero no su curul, era solo “un paso al costado”. Una pisada que marcaría un corte en la Constituyente y en Alianza País. Con el Corcho Cordero, el ritmo que de por sí ya era agotador para los oficialistas se intensificó. Quedaban cuatro semanas. Debieron acelerar el empaquetado y la redacción de la Constitución. Muchas cosas se consultaban directamente con Correa. Así, en Carondelet se decidió que la provincia de Manabí no fuera una región, como se proponía desde la mesa de Ordenamiento Territorial, presidida por la asambleísta Tatiana Hidrovo (ahora encargada de administrar Ciudad Alfaro). Alexis Mera y varios asesores presidenciales, como Álvaro Dahik Garzozi, acudieron con más frecuencia a Montecristi. Los textos debían entregarse a la comisión de revisión que se había creado recientemente. En medio de denuncias de que la comisión había cambiado el sentido de algunos artículos, la noche del 24 de julio de 2008 se aprobó la Constitución número 20 del Ecuador (otros dicen que es la 21 pues una se redactó durante una Constituyente pero nunca entró en vigencia). León Roldós asumió esa batalla demostrando el cambio de algunos artículos, pero perdió. Semanas después se armó una reunión con los asambleístas oficialistas en Quito. La idea era que declararan ante notario público que no hubo alteraciones. Mónica Chuji anunció su renuncia al Movimiento PAIS, lo que desinfló esa iniciativa. En ocho meses, la Asamblea había aprobado veintidós mandatos constitucionales, promulgado leyes y reformado otras. La propuesta de Constitución quedó con 444 artículos, treinta

disposiciones transitorias y un Régimen de Transición de treinta artículos. Arrancó otra campaña electoral, esta vez para la consulta aprobatoria de la Carta Magna. La transición contempló la conformación de una Comisión Legislativa y de Fiscalización, a manera de Función Legislativa, que funcionó entre el referendo y hasta realizar las nuevas elecciones generales de abril de 2009. El llamado “Congresillo” se integró con 76 miembros de la Asamblea de Montecristi, al mando de Fernando Cordero. En la ceremonia de clausura de la Constituyente, el 25 de julio de 2008, el presidente Rafael Correa intervino. Aseguró que los principales peligros venían “de un falso sentido de democracia que buscó los aplausos de los grupos que precisamente debíamos combatir, de Caballos de Troya que llevaban en su vientre aspiraciones y hasta frustraciones por las que no había votado el pueblo ecuatoriano”, una clara alusión a su amigo Alberto Acosta. El “primer acostista” añadió una nueva categoría al izquierdismo y ecologismo infantil: el indigenismo infantil. Reconoció la labor de Fernando Cordero, exalcalde de Cuenca que sucedió a Acosta: “Después de tanto blablá, después de tanto diletantismo, su labor fue inmensa, y logramos cumplir con el pueblo ecuatoriano”. Todo estaba dicho. Alberto Acosta no estuvo en la sesión de clausura, ya había regresado a Quito. Incluso lo habían convocado a la reunión semanal del buró político, que se realizaba en la residencia de Carondelet. Una llamada anuló la invitación. Con el tiempo se enteraría de que el encuentro sí tuvo lugar, lo habían dejado fuera, posiblemente por sospechar que buscaba “protagonismos personales”. Hizo su campaña solo, siguió apostando por la nueva concepción del Estado que ayudó a moldear desde Montecristi. El 28 de septiembre, nuevamente Correa y Alianza PAIS salieron victoriosos con una aprobación de la Constitución por el 63,9% de la población.

Hacia las 6:30 de la mañana de ese día, Lenín Moreno llamó a Acosta. La cúpula de Alianza País estaba reunida en el Hotel Quito y lo invitaba a unirse. Poco después, sorpresivamente, el presidente Correa visitó a su amigo y mentor para que lo acompañara a votar, como lo había hecho en ocasiones anteriores. No habían hablado desde junio, cuando el quiteño dio un paso al costado de la Presidencia de la Asamblea de Montecristi. En la sala del departamento, el ambiente era tenso. “Mira, esto habría que haberlo hablado hace mucho tiempo, yo no te puedo acompañar”, le dijo Acosta. El presidente le respondió: “¿Por qué me haces esto?”. Acosta se mantuvo firme y no aceptó salir con Correa. Quedaría definitivamente fuera del proyecto gubernamental y sin intención alguna de regresar, especialmente a partir de la aprobación de la Ley de Minería, en enero de 2009. A inicios de 2013 presentaría su candidatura presidencial por la Unidad Plurinacional de las Izquierdas, integrada por Pachakutik, MPD, RED y otros movimientos. Su bandera fue recuperar el sentido histórico de la Constitución de Montecristi e introducir otros temas como los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales. Obtuvo el 3,26% de la votación. A diferencia de Acosta, Gustavo Larrea se mantuvo por algunos meses más en el proyecto que había ayudado a fundar. Su salida por el conflicto de Dayuma, el 29 de noviembre de 2007, lo alejó solo temporalmente. A fines de año se embarcó en una labor humanitaria secreta por pedido de Correa: la operación Emmanuel. Ecuador era uno de los siete países garantes de esta iniciativa que pretendía liberar a Clara Rojas, su hijo Emmanuel, nacido en cautiverio, y Consuelo González de Perdomo. Las políticas colombianas habían sido secuestradas por las FARC entre 2001 y 2002. Con la venia del presidente Uribe, el mandatario venezolano Hugo Chávez Frías coordinaba la operación. El expresidente argentino Néstor Kirchner y el resto de delegados llegaron a Bogotá el 26 de diciembre. Días después

aterrizaron en Villavicencio, ciudad cercana al punto de entrega que se realizaría el último día del año. Pero las FARC cancelaron la liberación, acusando a Uribe de mantener intensas operaciones militares. A su regreso al Ecuador, Correa le dio una nueva demostración de confianza. Larrea fue designado ministro de Seguridad Interna y Externa, un ente coordinador de Defensa, gobierno y Cancillería. A los tres meses, el cargo cobró gran relevancia. Le tocó enfrentar la crisis provocada por la incursión colombiana en territorio ecuatoriano: el bombardeo de Angostura u Operación Fénix. Un ataque que desnudaría la orfandad del gobierno de la revolución ciudadana en materia de inteligencia y en control de la frontera. Un golpe bajo de Uribe y de Estados Unidos a Correa. La madrugada del sábado 1 de marzo, militares colombianos atacaron un campamento de las FARC en Ecuador, en el que se encontraba Luis Édgar Devia, alias Raúl Reyes, hombre fuerte de la insurgencia colombiana. Con él murieron al menos veintidós personas, entre ellos el ecuatoriano Franklin Aysalla. La base selvática de descanso de Reyes, a dos kilómetros de la frontera, servía hasta para recibir visitas, como la de un grupo de estudiantes de la Universidad Nacional de México (UNAM). Contaba con equipos electrónicos, generadores de energía, áreas de entrenamiento y dormitorios. Según las FARC, Reyes intentaba un intercambio humanitario para resolver la situación de Ingrid Betancourt, la política colombo-francesa secuestrada. Francia también lamentó el suceso. Poco después del ataque, Uribe llamó a Correa pero no le informó sobre el bombardeo. Eso le dio tiempo para tomar las computadoras del campamento. El mandatario ecuatoriano se enteró mucho después de lo que había sucedido. La frontera norte no contaba con radares y llegar a la zona era muy difícil por el clima. Correa estalló cuando descubrió la media verdad de su homólogo colombiano y la poca información disponible de los oficiales de

inteligencia. Convocó a un consejo de emergencia para el domingo 2 de marzo a las ocho de la mañana en Carondelet. Varios ministros fueron citados para analizar la situación. Por la noche, en cadena nacional, el presidente anunció la expulsión del embajador colombiano y pidió una reunión del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA). “El gobierno colombiano, lejos de pedir disculpas inmediatas, por la leve agresión a nuestra soberanía, ha tenido la audacia de acusarnos de proteger a las FARC y pedirnos explicaciones”, sentenció un Correa indignado durante su intervención en la XX Conferencia del Grupo de Río, el 7 de marzo en República Dominicana. No había excusa para la acusación, menos aun cuando ni siquiera se había solicitado ayuda. El presidente pidió un pronunciamiento categórico de la OEA de rechazo a la operación y que se conforme una comisión para verificar en el sitio de la agresión el impacto del bombardeo. Insistía en que se condenara a Colombia. La posición colombiana recibió el respaldo estadounidense en la OEA. En 2013 el diario The Washington Post confirmó que, en efecto, Estados Unidos había liderado la operación contra el campamento. Chávez mientras tanto se aliaba con Correa ante la agresión colombiana. Con las computadoras en su poder, Uribe tampoco respetó la cadena de custodia. La información llegó alterada a la Fiscalía colombiana y poco a poco comenzaron a filtrarse documentos del disco duro de Reyes, que supuestamente implicarían al gobierno del Ecuador. Según Colombia, el gobierno de la revolución ciudadana había recibido dinero de las FARC. Además, se involucró a Gustavo Larrea y uno de sus subsecretarios, José Ignacio Chauvín, en una supuesta relación cercana con los guerrilleros. La crisis duró mucho más de lo esperado. Ni Uribe ni Correa tienen un temperamento sosegado. Tuvo que asumir Juan Manuel Santos como nuevo presidente de Colombia, para que las relaciones se restablecieran en noviembre de 2010. El encuentro se

dio en Guyana, luego de una cumbre de Unasur. La imagen de Correa salió fortalecida y las acusaciones de Uribe no hicieron mella. Gustavo Larrea no corrió la misma suerte y en medio de la desconfianza de un ala de PAIS abandonó el gobierno. Larrea Cabrera iba a ser candidato a asambleísta en las elecciones de 2009 por Movimiento PAIS, había ganado un tercer puesto en las primarias. Debido a las acusaciones renunció al ministerio y prefirió mantenerse alejado hasta que culminasen las investigaciones. Al final nunca retornó. El hombre del diálogo, de consensos y de jugarretas políticas ya no tenía cabida. Posiblemente el presidente ya no lo necesitaba. Correa seguía fortaleciéndose. La obra pública realizada en su gobierno le daba popularidad. La infraestructura ha sido importante y va desde termoeléctricas hasta aeropuertos, pasando por Ciudad Yachay, escuelas del milenio y puentes. Si bien existen denuncias sobre millonarios sobreprecios, concentración de proveedores o elefantes blancos construidos al apuro, el hormigón y el asfalto constituyen una piedra angular de su popularidad. A manera de confesión, Correa ha señalado: “Jamás me imaginé que la infraestructura, las carreteras y puentes levantaran tanto la autoestima de la gente, que eso reconstruyera tanto la confianza social. En eso enfatizaría mucho más si volviera a comenzar el camino”. Muchas vallas publicitarias llevan el eslogan “Tenemos carreteras, tenemos Patria”, frase que refleja esta convicción, pero que no ha sido inscrita aún como marca en el Instituto de Propiedad Intelectual (IEPI). “La Patria ya es de todos” y “La Revolución Ciudadana Avanza”, entre otras, sí están registradas a nombre de la Presidencia de la República. Lemas acuñados que sirven para la propaganda oficial, que siempre se ha sintonizado con sus electores y que tiene una chequera de varios ceros. Diario El Universo calculó el gasto en publicidad oficial durante los nueve primeros meses de 2015. El resultado fue 105 633 811 dólares, pese a que se había

dado la disposición de ahorrar porque había comenzado a bajar el precio del barril de crudo. El Ejecutivo contaba por el 90% de toda la publicidad del Estado, las otras funciones son meras cenicientas. Solo la organización y producción del acto Informe a la Nación, del 24 de mayo de ese año, costó 88 000 dólares. El despilfarro no es nuevo. A fines de 2008 una ministra gastó 52 000 dólares en un coctel en el teleférico de Quito para celebrar su primer año de gestión frente a la cartera de Turismo. Una de las obras emblemáticas del gobierno es la central hidroeléctrica Coca Codo Sinclair, construida por empresas chinas a un costo de 2 000 millones de dólares, uno de los puntales de la generación de electricidad. Entre los elefantes blancos están los aeropuertos de Tena y Santa Rosa, así como la Refinería del Pacífico, donde se han invertido 1 600 millones de dólares, pero al momento solo cuenta con un campamento para trabajadores y un acueducto. Correa y su homólogo venezolano Hugo Chávez Frías pusieron la primera piedra en El Aromo. Supuestamente, el complejo petroquímico estaría listo en 2013. La acumulación de poder fue paulatina. A medida que crecía, socavaba su capacidad de negociación con los demás. Por eso descalifica a los opositores. Según él, no tienen autoridad para sugerir nada, puesto que no han ganado en las urnas. Ante las críticas de su autoritarismo, el presidente Correa ha asegurado que se quiere confundir democracia con ausencia de autoridad. Por eso rechaza las acciones de quienes llama malcriados y majaderos. Él tiene claro que esa autoridad emana de su liderazgo y de la majestad del cargo que ostenta. El presidente fue reelegido en abril de 2009 con 51,9% de la votación en la primera vuelta, lo que no había ocurrido en los procesos electorales desde el retorno democrático de 1979. Siempre había sido necesario el balotaje. El padrón ascendió a 10 529 765 personas, de las cuales votaron casi ocho millones, es decir el 75,3%. Recibió el apoyo del MPD, Pachakutik, PRE, PSFA y

Ruptura. A los pocos meses comenzaron las desavenencias. A medida que el líder se fortalecía, se alejaba de los maoístas y del movimiento indígena, que pasaron a la abierta oposición. A los primeros los había buscado a raíz del problema en el Programa MEC-BID; a los segundos los conocía bien porque había compartido con ellos un año de su juventud en Zumbahua. Tan solo un año antes, en junio de 2008, Correa había pronunciado el discurso inaugural en el Congreso 27 de la Unión Nacional de Educadores (UNE) en Loja. Los puntos de desencuentro eran la fijación de sanciones por simple decreto y el anuncio de evaluaciones para los maestros. A partir de 2013, cuando ya la ruptura fue total, aplicaría mano dura con la UNE. Desde el gobierno se creó la Red de Maestros como organización paralela para competir con la UNE; se le quitó el manejo de los fondos de cesantía (el ahorro de los maestros), al aprobar una ley que pasaba todos estos fondos bajo control del Estado. Hasta que finalmente, en agosto de 2016, el Ministerio de Educación dispuso la eliminación de la UNE. Bajo el amparo del Decreto Ejecutivo 16 (firmado en junio de 2013 y que contiene 50 artículos) que intenta regular hasta el aire que respiran las organizaciones de la sociedad civil, le quitaron su personería jurídica. No contentos con eso, enviaron a la policía a entrar a la fuerza al edificio y a cargar con todo. Con los sindicatos ha sucedido algo parecido. Existen dos organizaciones con el mismo nombre Central Unitaria de Trabajadores (CUT). Una centrada en el Frente Unitario de Trabajadores (FUT), que retoma las luchas tradicionales de los obreros. Y la segunda, que agrupa a los sindicatos de ministerios, creada en noviembre de 2014 por afines al gobierno, como Marcelo Solórzano, alterno de la presidenta de la Asamblea Nacional, Gabriela Rivadeneira (PAIS). En el movimiento indígena, uno de los principales aliados es la Confederación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas

y Negras (Fenocin), liderada por Pedro de la Cruz. Aún no los ha podido resquebrajar. El daño causado a la educación bilingüe será algo difícil de perdonar. Las elecciones de febrero de 2017 demostraron que las provincias de la Sierra Centro, con gran presencia de indígenas, optaron por el banquero Guillermo Lasso Mendoza, en lugar del oficialista Lenín Moreno. La victoria de abril de 2009 arrastró a los candidatos de Alianza PAIS para la Asamblea Nacional (nuevo nombre que se le dio al Congreso), donde obtuvo 57 de las 124 curules. El triunfo se replicó en alcaldías y prefecturas. PAIS era, de largo, la mayor fuerza electoral ecuatoriana. Y lo seguiría siendo durante los próximos años. Los funcionarios públicos, con rango de asesores y ministros aportan un porcentaje de su sueldo mensual al movimiento. Con el control que existe desde el Estado, las arcas partidistas están aseguradas. Para las elecciones de 2009 se realizaron primarias dentro del movimiento y, aunque a veces se pidieron cambios en el orden de listas, en general se respetó la opinión de los votantes. Sería la primera y última vez. El afán de control no permite estos excesos de democracia. Para entonces el presidente había ascendido a un sólido pedestal en su calidad de líder indiscutible. Sus hombres de confianza eran Alexis Mera, Vinicio Alvarado y Ricardo Patiño. Semanas antes de las elecciones de 2009, en la sabatina 111 del 7 de marzo, en el coliseo Abel Jiménez Parra de Guayaquil, el mandatario explicaría su concepción del Estado y su relación con la justicia. Al comentar sobre un almuerzo que había tenido el días atrás en Carondelet con los miembros de la Corte Nacional de Justicia, rechazó las críticas por este encuentro. “Jamás nos vamos a meter en la autonomía de la Función Judicial, que es dictar sentencia, jamás vamos a hacer eso”, aseguró, posiblemente en otro de los lapsus a los que ya tiene acostumbrado al país. El almuerzo con los magistrados fue la excusa para definir el ámbito de su jefatura y dejar en claro para todos: “Esto es lo más

normal en cualquier país, que el jefe de Estado, porque el presidente de la República, escúchenme bien, porque el presidente de la República no es solo jefe del poder Ejecutivo, es jefe de todo el Estado ecuatoriano y el Estado ecuatoriano es poder Ejecutivo, poder Legislativo, poder Judicial, poder Electoral, poder de Transparencia y Control Social, superintendencias, Procuraduría, Contraloría; todo esto es el Estado ecuatoriano. ¿Qué tiene de raro que el jefe de Estado, el presidente de la República se reúna con legisladores, con los miembros del Consejo Electoral, con los miembros de la Corte de Justicia?”.

El retrato del presidente del Ecuador, Rafael Vicente Correa Delgado (Guayaquil, 1963), se completa con estas pocas fotografías. La serie no es exhaustiva y nunca pretendió serla. Es el producto de la generosidad de varias personas que nos han cedido las gráficas que aparecen en este cuadernillo. Lo hicieron bajo la figura de Cortesía para no ser mencionadas. El recorrido comienza con su abuela Sarita Icaza y es una mirada rápida a 80 años de historia, desde antes de que naciera el mandatario.

Los Orígenes

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Publicaciones Diarios El Comercio, El Universo, Hoy y La Hora. Revistas Gestión, Vanguardia y Vistazo. Informativos televisivos Ecuavisa y Teleamazonas.

Agradecimientos A lo largo de estos dos titánicos años recibimos la ayuda y la colaboración de muchísimas personas, algunas lo hicieron de manera anónima, otras nos pidieron expresamente no ser identificadas. Nuestra principal gratitud va hacia nuestras familias, que nos han ayudado a sobrellevar la pesada carga de trabajo, el desorden de papeles, los viajes fuera de la ciudad y el no estar disponibles como antes. Además, soportaron la intrusión de la otra autora en su cotidianidad. La broma de nuestros hijos es que ahora ya tienen una segunda mamá. Este reconocimiento también es para los 120 entrevistados que confiaron en nuestra trayectoria profesional y en nuestra promesa de no revelar su identidad. Nos abrieron sus vivencias y sus recuerdos con la misión de custodiar sus secretos, en la medida que lo creyéramos necesario. Nos entregaron documentos, fotos o libros, en aras de profundizar este relato. Otra mención para ese gran equipo que cobija El Universo. Los directores Carlos y César Pérez Barriga, Gustavo Cortez Galecio y Nila Velázquez Coello, por la apertura que mostraron ante la descabellada idea. Así como a los periodistas de la Redacción Quito, sin cuya entrega diaria, Mónica no hubiera podido robarle el tiempo a su trabajo. A medida que los textos comenzaban a tomar forma, recibimos el invalorable aporte de una decena de lectores que se armaron de paciencia para leer y revisar las decenas de páginas que les íbamos entregando. Cada visita era un aprendizaje, un intercambio de ideas y un aliento para continuar en esta investigación periodística. A los amigos que supieron guardar el secreto y nos alentaron a continuar a pesar de cualquier inconveniente. A Alejandra Saint Upéry Almeida, que se estrenó en labores de asistente para este proyecto. A Silvia, que nos ayudó con decenas de textos. A Paulina Rodríguez Ruiz, por su labor de afinar nuestra redacción. A Hernán Altamirano, por habernos guiado en el mundo de la edición. Y a Fernando Balseca Franco, cómplice en esta aventura, casi desde el inicio. A todos ellos, gracias.

[1]

En la 23ª edición del Diccionario de la Lengua Española se incluyó la palabra montuvio, escrita con uve, para la única acepción de “Campesino de la costa ecuatoriana”. Hasta la edición de 2001, montubio se usaba con be, con dos acepciones: “1. Dicho de una persona: Montaraz, grosera. 2. Col. y Ec. Campesino de la costa”. En la cita de A la Costa, de Luis A. Martínez, respetamos la grafía original del autor.

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